La sumisión de Leo

Este es mi primer relato para esta web. Es de contenido femdom y relata la inciación a la sumisión de un chico. Espero que les guste. Agradezo cualquier comentario u opinión, ya sea aquí o en mi mail planetaerotico@gmail.com.

Me llamo Leo. Tengo 28 años y, a pesar de mi timidez, siempre he tenido buena suerte con las mujeres. Soy delgado, mido 1,75 y me mantengo en buena forma, aunque no tengo uno de esos cuerpos cincelados de gimnasio. En realidad soy un tipo bastante normal, hasta a veces me considero poca cosa. Por eso digo que tengo suerte con las mujeres. Me sorprendo cada vez que me acuesto con alguna. “¿Por qué yo?” me pregunto. Ni siquiera soy especialmente atrevido o simpático. Ellas dicen que tengo una forma bonita de mirar, que sé escuchar y que no juzgo. Supongo que en esto último tienen razón.

Desde adolescente siempre me he dejado llevar por ellas. Supongo que tener dos hermanas y ser el menor también ha influido. De algún modo siempre tuve ciertos rasgos de sumisión al género femenino. Pero no fui realmente consciente de ello hasta hace un par de años.

Aquella noche conocí a una chica en la discoteca. Se llamaba Laura y su cuerpo no era especialmente atractivo, quizás demasiado rellenita. Rondaba los 25 años y era guapa de cara, con una melena muy negra, labios carnosos y ojos verdes rasgados. Su mirada era penetrante y sus facciones me resultaban exóticas y atractivas.

Laura era muy directa y tras un par de copas ya no se cortaba nada a pesar de mi timidez. Enseguida empezó a interrogarme sobre el tamaño de mi polla, a tantear mi culo y a darme cachetadas mientras se reía de lo colorado que yo me iba poniendo.

Al final, como no podía ser de otro modo, terminamos en su casa. La chica se ponía cada vez más dominante y me hizo desnudarme ya en el pasillo. Después me agarró del pelo y me arrastró literalmente hasta su habitación, arrojándome en el suelo, a los pies de la cama. La verdad es que nunca me habían tratado así, pero la situación me excitó. Intenté protestar, pero las palabras se quedaron a medio camino en mi garganta. Entonces Laura clavó su zapato de tacón en mi abdomen y dijo “Desnúdame”. Yo, todavía confuso, obedecí, empezando por sus zapatos. Después desabroché sus pantalones y se los bajé. Ella misma se deshizo de la camiseta y el sujetador. Definitivamente era una chica gordita, pero con unos hermosos pechos y grandes pezones rosados. Cuando me disponía a bajar sus bragas ella me detuvo.

  • Quiero que lo hagas con la boca

  • ¿Lo qué?

  • Que quiero que me quites las bragas con la boca

Sorprendido y algo avergonzado atenacé la goma de las bragas con los dientes y empecé a tirar. Pero la labor era mucho más complicada de lo que parecía. Inconscientemente usé mis manos para facilitar mi tarea. Entonces Laura agarró mis manos bruscamente y me las apartó. Yo la miré, sin comprender. Y entonces ella me dio dos rápidas bofetadas, cruzándome la cara de un lado al otro.

  • He dicho con la boca

Sentí como el calor recorría mis mejillas, rojas de las bofetadas. Y una cierta sensación de rabia se apoderó de mí.

  • ¿Pero de qué vas?- Estallé- ¿Por qué me pegas?

Como respuesta recibí una nueva bofetada que estalló en mi mejilla izquierda, pero pude cubrirme a tiempo de un segundo golpe que llegaba por la derecha. Sujeté su mano y la miré lleno de ira. Entonces Laura, tranquila e indiferente, me escupió en la cara. Su saliva se escurría desde mis ojos hasta la barbilla. Me quedé paralizado con una mezcla de vergüenza, rabia e impotencia. Dudaba si golpearla, ponerme a gritar o salir corriendo, pero no hice nada de eso. Sencillamente mi cuerpo había dejado de responderme.

  • Bájame las bragas con la boca. Y deja de intentar hacerte el macho, que se ve a la legua lo que eres. Obedece.

Por alguna razón que no entendí hasta mucho más tarde, obedecí. Yo era un sumiso, pero en aquel momento todavía no lo había aceptado. En cualquier caso bajé trabajosamente sus bragas empleando únicamente mis dientes. Cuando terminé Laura acarició mi cabeza como si fuese un perrito.

  • Muy bien, buen chico. Ahora lame mis pies.

Miré hacia arriba y abrí la boca para decir algo, pero antes de que pudiese hacerlo, su pie selló mis labios. Sentí aquel olor y rápidamente tuve una erección. A los pocos segundos lamía ávidamente los pies de Laura, disfrutando de su sabor agrio y salado. Una ola de calor recorrió todo mi cuerpo y todos los pensamientos se evaporaron de mi cabeza. De algún modo me sentí súbitamente seguro y feliz a los pies de aquella mujer. Todo lo demás se había apartado a algún lugar lejano de mi mente. Ahora solo importaban aquellos pies.

El resto de la noche pasó como una nube. Obedecí a Laura en todo lo que me pidió. Lamí su vagina, su ano e incluso sus sobacos. Se sentó encima de mi cara y casi me ahogó. El sabor de todo su cuerpo quedó impregnado en mi lengua. Ella no me tocó, ni dejó que yo me tocase. Me dolía la polla y tenía los testículos a punto de estallar. Casi sin darme cuenta terminé suplicando por que me dejara hacerme una paja. Laura se rió.

  • Túmbate en la cama- Me dijo.

Rápidamente me acosté. Ella se colocó encima de mí y guió mi polla hacia la entrada de su coño, totalmente empapado de sus flujos y de mi saliva. Antes de metérsela me miró directamente a los ojos. Era la mirada más dura que había visto en mi vida.

  • Como te corras, te arranco las pelotas.

En cuanto lo escuché, supe que iba en serio. Me tensé unos instantes y enseguida sentí como Laura dejaba caer todo su peso sobre mí, clavándose la polla hasta el fondo. Después empezó a moverse lentamente y en círculos. Pude ver sus pechos meciéndose sobre mi cabeza, mientras poco a poco aumentaba el ritmo y empezaba a gemir apagadamente. Su cuerpo era un tanto flácido y temblaba como un flan, pero tenía unas tetas preciosas. Sus pezones estaban duros y erguidos. No pude evitar llevar mis manos hacia ellos y apretarlos. Laura me lanzó una mirada de rayo y yo inmediatamente comprendí y alejé mis manos. Pero aún así me abofeteó igualmente.

– No me toques, cerdo. Esto es para mí, no para tí ¿lo entiendes?

Asentí con la cabeza, ganándome un nuevo bofetón.

– Sí, lo-lo en-entiendo

Laura me escupió en la cara y siguió cabalgándome, cada vez más fuerte. Yo sentía que mi polla iba a explotar. Supliqué que bajara el ritmo. Pero no me hizo caso. Respiré profundamente para no correrme, pero me resultaba casi imposible. Inconscientemente empecé a gritar. Ella me escupió en la boca y se detuvo. Sentí un gran alivio.

– Abre la boca – Me dijo

Abrí la boca y recibí otro escupitajo en el interior .

– Traga y vuelve a abrir.

Tragué su saliva y volví a abrir la boca, con la lengua de fuera. Ella volvió a escupir, una, dos, tres...hasta seis veces. Mi boca estaba llena de saliva y se empezaba a escurrir por las comisuras de mis labios.

– Ahora traga.

Me bebí todo el líquido de Laura. Disfruté de su sabor y sin pensarlo dije “Gracias”. Ella sonrió y volvió a cabalgar. A los pocos segundos estaba saltando sobre mi polla como una posesa, yo sentía sus carnes rebotar contra mí y hundirme en la cama. Pensé que me iba a aplastar. Y entonces se corrió. Sentí como su vagina estrujaba mi pene y como sus flujos resbalaban por mis pelotas y mi entrepierna. Ella aullaba como un animal, aplastándome todavía contra la cama. Yo tenía la polla dura como una piedra y un agudo dolor se había instalado en mis testículos desde hacía ya un buen rato. Laura se levantó súbitamente, cogió mis calzoncillos del suelo, se limpió el coño con ellos y me dijo:

– Ya está, ahora puedes irte.

Yo no me lo podía creer. Mi polla estaba a punto de estallar. Me había dejado humillar, había obedecido como un perro a aquella desconocida, la había lamido por todas partes, me había dejado cabalgar como un animal... ¿y ahora ella iba a marcharse sin más? ¿Me iba a dejar así?

– Laura, por favor...necesito terminar.

– No, no quiero que termines. Y no se te ocurra masturbarte al llegar a casa.

– ¿Qué?

– Que no te masturbes en casa. Te quedas así con las ganas, hasta mañana.

– ¿Por qué?

– Porque me da la gana, y porque eres un perro sumiso.

– Creo que no podré resistir.

– Vístete

Me vestí en silencio. Al terminar me acerqué a ella. No sabía si darle dos besos, la mano o qué. Ella sonrío.

– ¿A que viene esa mirada tan triste? ¿No lo has pasado bien?

– Sí – Confesé – Pero ahora me siento fatal.

– ¿Por no terminar?

– Supongo que sí, en parte.

– ¿Quieres que te ayude?

– Sí, por favor – dije suplicante.

Ella sonrío y me miró con malicia. Después su rodilla impactó con fuerza en mis pelotas. Mi cuerpo se encogió y caí de rodillas al suelo, casi sin poder respirar. Empecé a gritar y gruesos lagrimones se asomaron a mis ojos.

– Esto te quitará las ganas, perrito – Escuché a Laura sobre mi cabeza. Yo me retorcía en el suelo y solo podía ver sus pies. Sin poder resistirlo me eché a llorar. Por el dolor, sí, pero también por la humillación, por la impotencia y por todas las emociones contenidas de aquella noche. Lloré como un crío a los pies de aquella mujer. Después de un buen rato ella se agachó y empezó a acariciarme la cabeza.

– Tranquilo, nene, todo está bien. Te has portado muy bien para ser la primera vez.

Por alguna razón sus palabras me tranquilizaron y poco a poco paré de llorar. Ella me besó los ojos.

– Ahora vete a casa y descansa. Y no te masturbes hasta mañana por la noche ¿vale?

– Vale ¿Nos volveremos a ver?

– No, nunca. Yo ya tengo sumiso, y su educación me consume demasiado tiempo. No puedo permitirme tener a dos.

Bajé la mirada. No supe que decir. Todo aquello me tenía muy confundido.

– Todavía tienes que aprender mucho, pero eres un sumiso nato. Búscate un ama. Te deseo mucha suerte.

Laura me besó por última vez con cierta ternura en la frente, me ayudó a ponerme en pie y me condujo a la salida. La puerta se cerró sin que nos cruzáramos ni una sola palabra más. Caminé como un fantasma hasta el portal. Todavía me dolían las pelotas. Fuera era invierno y estaba lloviendo. Los primeros rayos de sol asomaban por el horizonte. Pensé en un café caliente y una vida nueva.