La sumisión de Lara (Prólogo)

Lara ha suspendido la última asignatura de la carrera. Desesperada, acude al despacho de su profesor...

Dedicado a mi esclava Lara

Lara se acercó al tablón de notas temblando. Sólo le había quedado esa asignatura para Septiembre y se había pasado buena parte del verano estudiando; aún así el examen no le había salido nada bien. Sabía que no podía permitirse suspender. Era la única asignatura que le quedaba para terminar la carrera de enfermería. Un suspenso significaba tener que esperar hasta febrero para volverse a presentar. Pero lo peor con diferencia era que no podría ponerse aún a buscar trabajo como enfermera. Sus padres no lo entenderían.

Nerviosa, buscó su nombre en la lista. ¡Oh, no!. Las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas. La palabra "Suspenso", en negro, le dolió como una puñalada. Se había aferrado a una pequeña esperanza, pero ahora todo se le venía abajo. ¡Cómo decirselo a sus padres!. ¿Y a su novio? Estaban esperando a que ella terminase la carrera para emanciparse e irse a vivir juntos. No podía permitirse ese suspenso. Quizá si hablase con el profesor de la asignatura, si le expusiese su caso... A fin de cuentas era la única asignatura que le había quedado...

Con los ojos enrojecidos, Lara se apresuró hasta el despacho del profesor José María Antúnez y sin pensarlo dos veces golpeó suavemente la puerta con sus nudillos.

Adelante –dijo una voz grave y modulada.

Lara abrió la puerta y entró.

Buenos días, señorita Sánchez. ¿Qué desea?

El profesor Antúnez era un hombre maduro, de 55 años, delgado y atractivo. Su pelo era canoso y lo llevaba cuidadosamente peinado, lo que le daba un porte elegante que se acentuaba por el hecho de vestir siempre con traje y corbata. Sus alumnos sabían que era un profesor serio, que trataba y esperaba ser tratado de usted y tenía fama de duro y exigente. Lara sintió que sus piernas flaqueaban. ¿Cómo se le había ocurrido pedir clemencia al profesor Antúnez? Debía de estar loca. O muy desesperada.

Buenos días, profesor. Espero no molestarle.

En realidad, sí lo ha hecho, señorita. Por favor, digame qué desea.

Lara respondió nerviosa, con la voz entrecortada.

Yo...señor, bueno, me...ha suspendido...en el examen...

No he sido yo, señorita. Usted misma se ha suspendido. Su examen no merecía un aprobado.

Lo sé, profesor...pero es que...es la única asignatura que me queda para terminar.

Ah, ya veo...y viene usted a probar suerte a ver si se la apruebo.

Yo, bueno...sé que esto es inusual, profesor...

Le aseguro que no es tan inusual, señorita Sánchez. En realidad me ocurre con bastante frecuencia.

¡Oh! –se sorprendió Lara- no lo sabía. Y...bueno, hay alguna posibilidad...de que pudiese aprobarme.

El profesor Antúnez permaneció en silencio, fingiendo meditar, pero en realidad estaba observando cuidadosamente a la joven de 24 años que se encontraba ante él. Sin duda era una mujer atractiva, con el pelo moreno, a media melena y ligeramente rizado. Sus ojos oscuros, expresivos y una boca sensual, de labios gruesos y dientes perfectos, no habían pasado desapercibidos al agudo ojo del maduro profesor. Además la chica tenía un cuerpo estupendo, dos buenas tetas, al menos una 95C aventuró y unas piernas bien torneadas. Estaba de pie, ante su escritorio y aunque no podía ver su culo, sabía que tenía un hermoso trasero, carnoso y respingón. Vestía un top blanco de tirantes bajo el que se adivinaba un sujetador deportivo del mismo color que acentuaba su generosa delantera y una minifalda rosa, vaquera que dejaba a la vista sus esbeltas piernas y sus delicados pies, calzados en unas sandalias blancas de tirillas y medio tacón.

José María Antúnez asintió levemente con la cabeza. Sí, merecía la pena intentarlo, se dijo. Sintió cómo su pene se endurecía bajo la ropa.

Ante él, la joven Lara esperaba nerviosa y en silencio la respuesta del severo profesor. Por favor, por favor, que me apruebe, se repetía la joven una y otra vez.

Finalmente, José María Antúnez habló con voz seria y pausada.

Muy bien, señorita Sánchez. Creo que estoy dispuesto a darle una salida a su problema, pero en realidad todo depende de usted.

¡Muchiiisimas gracias, profesor! ¡Haré lo que usted diga! –casi gritó Lara, eufórica.

Bueno, en realidad se trata precisamente de eso. El acuerdo que le propongo es el siguiente: Las actas no se entregarán hasta dentro de semana y media. Si desde ahora hasta ese día hace usted todo lo que yo le ordene, cambiaré su suspenso por un aprobado. Si no, nos veremos en febrero.

No... no le entiendo bien, profesor. Qué quiere decir con "hacer todo lo que usted ordene" –preguntó Lara, desconcertada.

Pues exactamente eso, hacer todo lo que yo le pida. A todos los efectos, convertirse en mi esclava por semana y media.

No puede estar hablando en serio –balbuceó la joven, absolutamente atónita.

Totalmente en serio, señorita. Por supuesto, entiendo su sorpresa. No es una petición ni habitual ni ética, pero tampoco está dentro de lo ético y lo habitual el aprobarle el examen, digamos, por el morro.

Lara estaba visiblemente contrariada. Quería aprobar el examen, quería acabar la maldita carrera... pero aquella petición...jamás habría esperado que el correcto y serio profesor Antúnez le pidiese algo así a cambio del aprobado. E indignada, así se lo hizo saber.

No me esperaba algo así de usted, profesor –dijo la joven- le tenía por un hombre recto.

José María Antúnez se permitió una leve sonrisa.

Bueno, señorita. Cada cual tiene sus pequeños recovecos. Qué hay de los suyos. No me creo que usted viniera a pedirme que le aprobara el examen, sin ofrecer nada a cambio. Qué pretendía hacer, cruzar las piernas y dejarme ver sus braguitas. O es usted lo suficientemente atrevida como para no llevarlas...

Yo...no...

Venga, señorita. No me haga perder el tiempo. A qué vienen esa minifalda y esa blusa. Llevo muchos años en esto y no es la primera ni será la última vez que una alumna viene a pedirme que le apruebe mientras intenta ayudarme a tomar la decisión con un descarado exhibicionismo de sus encantos.

Señor, le aseguro que yo no...

Por favor, si no le importa, tengo cosas que hacer. Nos veremos en febrero. Le deseo más suerte para entonces.

Con lágrimas en los ojos, humillada por el hecho de que el profesor Antúnez pensase que había ido con la intención de seducirle, Lara salió azorada del despacho y abandonó apresuradamente la Facultad.

Durante la comida, sus padres le preguntaron por el examen. Incapaz de decirles la verdad, les dijo que aún no habían salido las notas. Entonces su padre volvió a la ya manida discusión sobre acabar y buscar trabajo de una vez. No ayudaba el hecho de que su hermana Susana, de dieciocho años, estuviese a punto de empezar la Universidad, lo que supondría mayores cargas para la economía familiar. Lara sabía los esfuerzos que sus padres habían hecho para intentar darle una carrera y se sintió fatal por el suspenso.

Para arreglar más las cosas, Luis, su novio se pasó toda la tarde hablando de independizarse e irse a vivir juntos.

Hay mucha demanda de enfermeras. Seguro que encuentras trabajo en seguida y con los dos sueldos ya podremos alquilarnos algo.

Lara le daba la razón en todo, sin realmente escucharle. Tampoco se atrevió a decirle que había suspendido. Por qué diablos todos tenían que dar por supuesto que iba a aprobar.

Aquella noche no conseguía conciliar el sueño. Cómo iba a decirles a todos la verdad. Podía imaginarse la decepción en sus ojos. Si al menos hubiese alguna salida... Volvió a pensar en el profesor Antúnez. En realidad, no había dejado de pensar en él en todo el día. Y con el recuerdo llegaba la humillación. Aún con sus correctas formas, la había tratado como a una vulgar putilla. Sintió la rabia corriendo por sus venas. Aquel tipo era odioso... y sin embargo era su única salida. ¿Estaría aún dispuesto a aceptar el trato? ¿Qué querría hacer con ella? Sin duda, usarla sexualmente. ¿Estaba dispuesta a aceptar eso? Nunca le había puesto los cuernos a su novio. Y mucho menos con un hombre mayor que su propio padre. Pero era eso o suspender. Era eso o soportar la decepción de todos los que la importaban. Se dio cuenta de que estaba intentando justificar lo que iba a hacer. En realidad, la decisión estaba ya tomada en su mente. Aceptaría y obedecería al profesor Antúnez durante semana y media. Después borraría esos días de su mente y con la carrera ya terminada, se olvidaría del profesor Antúnez para siempre.