La Sumisión de Elena (Regalo de aniversario)

Alfonso le hace a Elena un regalo inesperado de aniversario. Tendrá un sábado diferente a todo lo que han vivido juntos.

La sumisión de Elena (Regalo de aniversario)

Ayer fue nuestro décimo aniversario de boda y para celebrarlo había pensado en sorprender a mi mujer con un fin de semana sorpresa. Lo planeé todo con sumo cuidado y planifiqué todos los detalles En la agencia de viajes, reservé una habitación en un buen hotel de Madrid y entradas para el teatro para la noche del viernes. Lo demás corrió de mi cuenta.

Salí de trabajar a las tres de la tarde, comí, recogí a los niños y los llevé a casa de sus abuelos. Volví a casa y preparé la maleta para los dos. Lo hice escogiendo la ropa con minuciosidad para que se adaptara al plan del fin de semana. A las siete en punto estaba aparcado a la puerta de la oficina donde trabaja mi mujer, esperando que saliera, con un ramo de rosas amarillas posado en su asiento del coche. Cuando la vi salir por la puerta, hice sonar la bocina del coche. Se sorprendió al verme y su sorpresa fue aún mayor cuando vio las flores en el asiento. "El aniversario no es hasta mañana" me dijo mientras cogía las flores y entraba en el coche. Nos dimos un beso apasionado y arranqué sin darle explicaciones. "¿A donde vamos?" me preguntó al ver que no íbamos en dirección a casa. "¡Sorpresa!, todo este fin de semana es mi regalo de aniversario y todo él será una sorpresa. Los niños ya están con los abuelos y todo está arreglado para que disfrutes sin preocuparte de nada. Vamos a Madrid y yo seré el cicerone que te guíe por sus calles durante estos dos días. Así que ahora relájate y deja que sea yo quién te lleve a recoger tu regalo", le contesté mientras acariciaba su pelo con la mano sin dejar de conducir.

A las ocho y media estábamos entrando en el parking del hotel y en pocos minutos Elena abría la puerta de nuestra habitación mientras yo la seguía con nuestra maleta. Nada más entrar se tumbó en la cama y reclamó mi compañía estirando hacia mí sus brazos. Me dejé caer a su lado y la besé. Ella me arrimó contra su cuerpo y llevó mi mano hasta su teta, apenas cubierta por una fina camisa que comenzaba a desabrocharse. "Si seguimos no llegaremos al teatro, cariño. Y tengo entradas para ver El fantasma de la Opera" le dije, mientras ella comenzaba a bajarme los pantalones. Antes de que yo pudiera volver a decirle nada, ella ya tenía mis calzoncillos en sus manos y comenzaba a bajarse sus bragas mientras me miraba con una sonrisa. Se levantó su falda y me pidió que se la mantuviera así, a la altura del vientre. Tras haberme acariciado la polla, levantó su pierna izquierda pasándola por encima de mí, quedando sentada encima de mí. Cogió la polla con su mano, la acercó hasta la entrada del coño y de un solo golpe se la clavó hasta el fondo. La picha entró con facilidad en la mojada vagina. Se levantó de nuevo y paseó por unos momentos la cabeza del glande por su raja húmeda. Luego se empaló en ella bruscamente y comenzó a cabalgar sobre ella con avidez. Mientras yo amasaba sus tetas con mis manos, ella gozó rápidamente. Cuando sentí las contracciones de su coño al correrse, me dejé ir y la acompañe en el orgasmo. Casi sin darme tiempo a recuperar el aliento, ella sacó un pañuelo y sujetándolo entre sus piernas salió corriendo hacia el baño. "Hay que darse prisa que no quiero llegar tarde" me decía desde el baño mientras yo intentaba levantarme y empezar a abrir la maleta.

Cuando volvimos del teatro era tarde, muy tarde y caímos en la cama agotados. "Te prometo que mañana vas a tener un día de aniversario diferente. Será un sábado que nunca podrás olvidar" le dije a Elena mientras ella se estaba quedando dormida acurrucada en mis brazos. "Lo que tu quieras, cariño" me contestó casi sin abrir los ojos y sin ganas de proseguir la conversación.

Le había prometido a mi mujer un sábado diferente y me levanté dispuesto a cumplir mi promesa. Aún era temprano y ella dormía placidamente. Fui al baño, abrí el grifo de la bañera y dejé que se fuese llenando mientras preparaba todo lo que iba a necesitar para llevar adelante mis planes. Añadí unas sales aromáticas al agua, comprobé que estaba a la temperatura adecuada y cerré el grifo.

Entré de nuevo en la habitación, abrí un cajón de la cómoda, cogí dos foulards de seda y me acerqué a la cama donde ella seguía durmiendo. Con el primero de los pañuelos rodeé sus muñecas sin apenas llegar a apretarlas. A continuación cogí el otro y lo deslicé suavemente por debajo de su cabeza. Luego, con un rápido movimiento, le vendé los ojos con él antes de que ella pudiera despertarse del todo. "Querías un día diferente y vas a tenerlo", le susurré al oído mientras tensaba el pañuelo que ataba sus manos y lo anudaba impidiéndole soltarse. "Quiero que guardes silencio y obedezcas mis ordenes. Mientras lo hagas, serás tratada como una reina. Si no, serás castigada como una esclava". Ella no contestó. No hizo nada.

Me agaché, la tomé en brazos y la llevé hasta la bañera para posarla suavemente sobre el agua caliente. Llevé sus manos hasta el grifo y amarré el pañuelo firmemente. Mientras ella disfrutaba del cálido baño volví a la habitación y puse sobre la cama la ropa para vestirla después del baño. Escogí un vestido rojo de tirantes, abierto por delante y con un amplio vuelo. Luego añadí unas medias color carne y unas sandalias de finas tiras rojas que se amarraban al tobillo.

Volví al baño, levanté su culo metiéndole una almohada de playa debajo de sus nalgas y comencé a rasurarle el sexo. Ella seguía sumergida en el agua dejándose hacer y parecía que disfrutando de todo lo que le sucedía. Terminé mi trabajo concienzudamente antes de soltar el foulard del grifo de la bañera y hacerla ponerse de pie para amarrar de nuevo el pañuelo, pero esta vez al soporte de la ducha. Cogí una esponja y comencé a enjabonarla. Paseé la esponja por todos sus rincones y lo hice de tal manera que ella sintiese sobre su piel la áspera superficie de la esponja. Luego abrí la ducha, la aclaré bien antes de cubrir su cuerpo con aceite para después del baño y me la llevé de nuevo en brazos.

Al llegar a la habitación la posé en la alfombra y, sin liberarla de sus ataduras, la hice sentarse en la silla de su tocador. Primero le puse las medias, luego las sandalias y por ultimo el vestido. Para hacerlo tuve que soltarle las manos para luego volver a amarrárselas rápidamente aunque esta vez lo hice a la espalda, por entre los barrotes de la silla. Quedó un buen rato amarrada a la silla mientras yo me aseaba y me vestía. Estuvo en silencio, con la cabeza inclinada y mirándome de reojo. No hablaba, no intentaba moverse ni resistirse y me tenía sorprendido su actitud de total sumisión. Era la primera vez que la sometía a mi voluntad y su aceptación era total.

Cuando ya estuve listo para irnos, volví a su lado, peiné su larga melena rubia que destellaba húmeda encima del vestido rojo, pinté levemente sus labios y la liberé de sus ataduras. "Coge un tanga y dámelo. Yo llevaré tu ropa interior y decidiré cuando habrás de ponértela". Buscó rápidamente en el cajón de su mesita y puso en mis manos un tanga negro de lycra. Lo doblé cuidadosamente ante sus ojos y me lo metí en el bolsillo del pantalón. "Vámonos, hoy desayunamos fuera". Hizo ademán de coger su bolso pero yo la detuve: "Hoy no te hace falta llevar nada. Serás y harás lo que yo te diga". La cogí de la mano y la conduje hasta el ascensor. Aproveche el trayecto para colocarle bien las tetas en el vestido y para comprobar como estaba su coño. No cabía duda de que el juego la excitaba porque la humedad cubría su sexo rasurado y al primer roce de mi mano no pudo sofocar un suspiro. Caminamos hasta la plaza mayor y nos sentamos a desayunar en una terraza. "Sienta tu culo directamente sobre la silla".La orden fue tajante y mi sorpresa fue ver como ella obedecía sin dudar un instante. Levantó discretamente el vestido mientras se agachaba y sentó su culo sobre el aluminio de la silla. No pudo reprimir un respigo al sentir el frío del asiento. Pedí el desayuno para los dos. Durante la espera deslicé mi mano por debajo de la mesa y la posé sobre sus piernas. Colé mis dedos por entre la abotonadura del vestido hasta encontrarme con su sexo afeitado. Ella entreabrió las piernas y mis dedos penetraron entre sus labios ya húmedos. Un leve masaje en su clítoris húmedo y duro la hizo sofocarse. La llegada del camarero cortó su agitación que iba en aumento. Recuperó la compostura y desayunamos tranquilamente.

Después de un largo y reconfortante desayuno continuamos nuestro paseo. "Tenemos que hacer unas compras" le dije mientras nos encaminábamos hacia el centro comercial de la ciudad. Deambulamos mirando escaparates por las calles peatonales. Al pasar por delante del escaparate de Zara, vi un corpiño que me gustó. "Entra y pruébatelo", le dije mientras la arrastraba hacia el interior de la tienda. Buscó por los percheros hasta encontrarlo. Cogió uno en sus manos, miró la talla y se dirigía al probador cuando la retuve sujetándola por el brazo. "Espera", le ordene mientras le cogía el corpiño de sus manos y le daba otro una talla menos. "Con este será suficiente". Lo miró antes de cogerlo y encaminarse al probador. La seguí y entre tras ella. Se quitó el vestido y se quedó tan solo con las sandalias y las medias. Intentó ponerse el corpiño pero no acababa de encajar en él las tetas. "Espera. Levanta los brazos". Obedeció rápidamente colocando sus manos en la nuca con sus codos bien abiertos. Subí la prenda hasta colocarla en su sitio y luego comencé a tirar de los cordones. Estiré la goma hasta el límite. Sus tetas amenazaban con romper la tela y escaparse por el escote mientras por la parte de abajo se le clavaba en la cintura marcándosela exageradamente. Respiraba con dificultad, como con ahogo, cuando comencé a tocarle el sexo. Lo hice directamente sin más caricias que mi dedo en su clítoris. "Abre las piernas a tope" le susurré al oído mientras sacaba el tanga de mi bolsillo y se lo metía en la boca. Obedeció con prontitud extendiendo sus piernas tanto como permitía la anchura del probador. Mojé mi dedo corazón con las humedades de su sexo y se lo introduje en el culo. Los jugos ya lo inundaban todo y penetró sin dificultad. Con la otra mano comencé a masajearle el clítoris mientras mi dedo bombeaba en su culo. No tardó en correrse. Lo hizo en silencio, conteniendo la respiración y cerrando los ojos como no queriendo ser vista ni oída. Volví a quitarle el corpiño, lo cogí en mi mano y salí del probador. Lo hice antes de que ella pudiera vestirse y al correr la cortina cualquiera hubiese podido verla desnuda. "Nos lo quedamos", le dije a la dependienta mientras me encaminaba hacia la caja. Elena llegó mientras yo pagaba. Estaba sofocada y sonriente cuando le alargué la bolsa con la compra. La cogí de la mano y salimos juntos a la calle. Al salir se arrimó a mí y me dio un breve beso. "Gracias amo". Eran las primeras palabras que pronunciaba desde que se despertó por la mañana. Se colgó de mi brazo y continuamos disfrutando del sol de primavera en nuestra maravillosa mañana de sábado.

Me paré ante todos los escaparates donde un bonito vestido evocase en mí el deseo de vérselo puesto. La hice probar vestidos en los probadores de media ciudad. Buscando siempre los mas atrevidos, los que hiciesen mas patente su desnudez. Yo la esperaba fuera del probador y ella aparecía como una diosa. Ella intentaba ser discreta y que solo la viese yo, pero en alguna ocasión fue inevitable que otros disfrutasen discretamente de la visión.

Durante nuestro paseo pasamos por delante de un sex-shop. La arrastre hasta el interior. Nos acercamos a la estantería de los consoladores. "Escoge uno para tu coño y yo escogeré uno para tu culo." Adiviné una mirada de suplica en sus ojos pero no se atrevió a contradecirme. Esperé a ver su elección. Los miró todos sin atreverse a tocarlos con sus manos. Por fin se decidió por uno de aspecto natural. Sin duda era una buena imitación de una gran polla. Me sorprendió su elección. No esperaba que eligiese uno tan grande. Luego, ante su atenta mirada, fue mi turno de escoger. Fui cogiéndolos uno por uno en mis manos hasta encontrar lo que buscaba. Translúcido, de silicona, fino por delante y grueso por detrás. Sin duda pensado para mantener un culo bien abierto. Nos acercamos a la caja. Mientras nos envolvía los paquetes, el dependiente no le quitaba los ojos de encima a Elena. Yo creo que estaba imaginándosela follada por aquellos consoladores. Pagamos y llevé a mi mujer hacia las cabinas de video. Entramos en una doble. Nos sentamos en el sofá y metí monedas en la maquina multicanal de video. Se encendió la pantalla y fui buscando entre las películas hasta encontrar lo que buscaba. Una rubia de grandes tetas, con las manos amarradas a la espalda, rozaba con un pezón la polla de un hombre mientras este manejaba el mando de un vibrador que por los gestos de la rubia, debía de estar escondido en su coño. "Haz lo mismo que esa zorra de la pantalla", le digo mientras me bajo la cremallera del pantalón y saco la polla. Ella obedece. Se deja caer los tirantes del vestido, se arrodilla encima del sofá y se inclina sobre mí hasta que sus tetas rozan con mi polla. Comienza un suave vaivén con sus tetas y mi polla se pone cada vez mas dura.

En la película la rubia se mete la polla en la boca y la chupa con fruición hasta que el chico no aguanta más y estalla inundándole la boca. Elena la imita y yo no tardo en seguir los pasos del protagonista del video. Sin atreverse a acercar las manos a mi polla, la limpia con esmero con su lengua y luego vuelve a sentarse a mi lado. Acaba nuestro tiempo de video y se apaga la pantalla. "Compra un consolador como el de la película y entrégamelo como regalo", le digo a Elena mientras me dirijo a la salida. Ella se queda sola en la tienda y tras algunas dudas se dirige a la estantería de los vibradores. Entre todos los modelos escoge uno con mando a distancia, lo toma en sus manos y rápidamente se dirige a la caja. Los hombres la miran con cara de deseo y ella evita mirarlos para que no se crucen sus miradas. Paga y sale a la calle.

"Aquí tienes tu regalo", me dice mientras me alarga el paquete que yo meto en la bolsa con las otras compras. Es la hora de comer y paseamos buscando un restaurante. Entramos en uno pequeño y acogedor donde las mesas no parecen soldados en formación. Es pronto y apenas hay mesas ocupadas. El camarero nos conduce a una pequeña mesa redonda y pedimos un aperitivo mientras nos hacen la comida. Cuando se aleja el camarero, saco el paquete del vibrador de la bolsa, pongo el mando a distancia encima de la mesa, junto a mi servilleta y le ordeno: "Vete al servicio y ponte el vibrador".Ella se levanta y se aleja camino de los servicios llevando el paquete en su mano. Cuando la veo salir del baño, ya de regreso, acciono el mando y por su expresión, sé que el aparato funciona. Llega a la mesa y se sienta con cuidado de hacerlo directamente sobre el cuero de la silla. Nos traen dos Martinis con hielo y unas aceitunas aliñadas. Cojo un hielo de mi vaso, deslizo mi mano por debajo de la mesa hasta colarla en su falda y coloco el hielo encima de su sexo. "Cierra las piernas y sujétalo ahí hasta que se derrita". Durante la comida juego con el mando del aparato. En ocasiones, cuando subo la intensidad del vibrador, ella cierra los ojos y se muerde ligeramente el labio inferior intentando controlar sus emociones. Nadie parece darse cuenta de nada y la comida transcurre con tranquilidad. En los postres decido dejar el mando encendido a la máxima potencia todo el tiempo. La inquietud de Elena comienza a hacerse patente. Se corre mientras nos sirven el café y ella apenas puede disimular ante el camarero. Cuando nos vamos la humedad cubre el cuero del asiento y un pequeño charco en el suelo delata que el hielo hace tiempo que acabó de derretirse. Salimos a la calle y emprendemos el camino de regreso al hotel. Ella va pegada a mí, apoyando su cabeza en mi hombro con un gesto de indolente cansancio. Cogemos las llaves en recepción y esperamos el ascensor. Cuando se cierra la puerta, empujo los tirantes de su vestido hacia los hombros y este se desliza hasta el suelo. Aprieto el botón del cuarto piso y el ascensor sube lentamente. Cuando se abre la puerta salgo yo delante, miro si hay alguien y le ordeno salir del ascensor. Recoge el vestido del suelo y me sigue. Nuestra habitación está cerca y entramos rápidamente. Al cerrar la puerta ella suspira aliviada mientras yo la cojo de la mano y la llevo hasta la cama. Descubro la cama y la empujo suavemente hasta tumbarla. Tomo sus manos, las junto y se las amarro con el foulard a los barrotes del cabecero de la cama. "Ahora vas a descansar hasta que yo te despierte, pero antes tengo que encargarme de tu culo", le dije mientras le daba la vuelta y tiraba de sus caderas hasta levantarle el culo. Saqué el consolador anal de la bolsa, lo humedecí con los líquidos que fluían de su sexo y lo empujé hasta que quedo completamente metido en su culo. La tumbé de lado, me incliné sobre ella para arroparla con la sábana y le susurré al oído: "Quiero que tu culo se despierte abierto y cachondo para follármelo". Le di un beso en los labios, apagué la luz y salí a la terraza a leer un libro mientras ella descansaba.

Eran más de las siete cuando entré en la habitación. Elena seguía dormida. Me desnudé y me tumbé a su espalda. Cogí el mando del vibrador y volví a ponerlo en marcha. Se despertó inmediatamente. Lo hizo agitándose y al darse cuenta de mi presencia intentó frotar su culo contra mi polla. Paró inmediatamente al sentir el consolador clavarse en su culo. Sin duda no recordaba su presencia. Tiré de su cuerpo hacia abajo en la cama, hasta que sus brazos quedaron totalmente estirados. Pasé un brazo por su cintura y la obligué a sacar el culo hacia mí. Saqué el consolador de su culo y sin dar tiempo a que su agujero se cerrase, le metí la polla. "Quieta esclava", le dije mientras me pegaba totalmente a su espalda. Me quedé inmóvil, escuchando su agitación y sintiendo en mi polla la vibración del vibrador de su coño. Le di al mando al máximo de potencia y seguí tumbado disfrutando de las contracciones de su culo y de su coño. Llevé mis manos a sus tetas y me apoderé de sus pezones. Estaba a punto de correrme y la orden fue tajante: "Muévete. Fóllate la polla que te está dando por el culo. ¡Con fuerza! ¡Rápido!". Obedeció al instante. Su culo comenzó un poderoso vaivén sobre mi polla que la llevó a correrse con rapidez. Cuando su coño se contraía por primera vez, comencé a culearla con fuerza y la acompañé en la corrida. Retiré la polla de su culo y paré el vibrador, dejándoselo metido en su coño.

Quedamos exhaustos, tumbados en la cama durante un buen rato sin hablar ni movernos hasta que yo me levanté y la arrastré hasta la ducha. Nos duchamos juntos en un continuo jugueteo de manos, espumas, jabones y cuerpos. "Prepárate para salir a cenar", le dije mientras salía del baño. Ella quedó comenzando a peinarse y yo me tumbé en la cama a leer un libro. Había transcurrido más de una hora cuando se abrió la puerta del baño y apareció ante mi vista. Lo hizo como la diosa que es. Desnuda, con el pelo recogido en un precioso moño del que colgaban unos pocos mechones rizados que jugueteaban por su cuello mientras ella avanzaba hacia mí. Según se iba acercando pude ver que también se había maquillado para la ocasión utilizando tonos atrevidos, muy acordes con lo que iba a ser aquella noche.

"Escoge tu misma el vestuario y vístete. Procura que sea de mi agrado o si no lo lamentaras", le ordené mientras le daba un azote en el culo. Yo seguía echado y observaba como se vestía. Medias negras, zapatos de tacón de aguja, una falda negra de tubo por encima de la rodilla, con una abertura trasera que dejaba ver el borde de las ligas y por ultimo cogió el corpiño nuevo y se lo puso. No era capaz de ajustárselo. "Acércate" le dije mientras me ponía de pie. Ella obedeció y se giró hacia mí. Acabé de subirle el corpiño y comencé a tirar de los cordones. Lo hice hasta que sus tetas amenazaron con saltar fuera del escote. Paseé el dorso de mi mano por encima de su escote antes de darle un azote y ordenarle: "Sigue preparándote".

Mientras ella se perfumaba y acababa de arreglarse, yo me vestí rápidamente. Traje negro, camisa blanca y pajarita. La noche prometía ser de gran gala y había que vestirse para la ocasión. Ella se echó un pareo por encima de los hombros y yo cogí las llaves y la cartera. Metí también en el bolso el mando del vibrador. Al hacerlo le di potencia por un instante y pude comprobar por su gesto, que seguía bien colocado.

Salimos al pasillo, llamamos el ascensor y bajamos a recepción. Desde allí llamamos a un taxi y cuando llegó ya lo estábamos esperando en la acera. "Al restaurante LADY SLAVE, por favor" le dije al taxista mientras acababa de entrar en el taxi. El taxista nos miró con cara de complicidad y arrancó el coche. Apenas diez minutos después estábamos entrando por la puerta del restaurante. Nos recibió el portero, elegantemente vestido y tras comprobar nuestra reserva, llamó a la camarera para que nos acompañara a la mesa. Llegó solo vestida con un delantal y cofia. El delantal se sujetaba a dos anillas que colgaban de sus pezones y por abajo apenas si le tapaba el sexo. Traía una bandeja sobre la que descansaba un collar de cuero negro con incrustaciones de acero y una anilla colgando. "Es un obsequio de la casa para la señora", dijo mientras me ofrecía la bandeja. Cogí el collar y se lo puse a Elena que lo aceptó con un gesto de sumisión.

"Síganme, por favor" nos dijo mientras se daba la vuelta y se encaminaba hacia el comedor. Al girarse pudimos ver que el mandil por detrás, en vez de cintas, llevaba unas finas cadenas que se unían y luego bajaban por su culo perdiéndose entre sus nalgas. Por su forma de andar yo diría que aquella cadena mantenía oculto, algo dentro de su culo. Al pasar pude ver como las otras mesas estaban ocupadas mayoritariamente por parejas. Las mujeres llevaban todas, un collar como el de Elena y algunas estaban sujetas por correas, que ataban sus tobillos a las patas y sus manos a los brazos del sillón.

"Su mesa señores", dijo mientras apartaba la silla de Elena y la ayudaba a quitarse el pareo. "¿Desea el señor que la señora sea atada a la silla?, me preguntó la camarera mientras yo me sentaba. "De momento no será necesario, gracias", le contesté mientras ella desaparecía discretamente.

Entonces pude fijarme en el restaurante. El local era todo en una pieza, con una pista central circular y con las mesas distribuidas a su alrededor y separadas unas de otras por jardineras y biombos, de tal manera que desde tu mesa solo podías ver de lejos a los de las mesas del otro lado de la pista. Una hábil combinación de luces y música le daban al restaurante un ambiente intimo y elegante que, dadas las dimensiones del local, parecía difícil de conseguir.

Cenamos. Lo hicimos con calma y disfrutando cada plato. La camarera aparecía en los momentos oportunos y lo hacía con una precisión tal, que se diría que nos espiaba. Mientras pedíamos los cafés, cambió la iluminación del local y la megafonía anunció el comienzo del espectáculo.

La luz se volvió más tenue en las mesas y concentró toda su potencia sobre el escenario donde apareció un amo seguido de su esclava. Él se sienta en una silla mientras ella permanece de pié a su lado. "Se ha portado muy mal y necesita un correctivo por desobediente", dijo el amo mientras la cogía por los brazos echándola sobre sus rodillas con el vientre apoyado contra sus muslos y las tetas colgando. Con una mano le levantó la falda y con la otra tiró de sus bragas hacia abajo. El culo apareció provocadoramente desnudo. Comenzó a azotarla mientras ella se agitaba sobre las piernas de su amo mientras su culo iba tomando un tono sonrosado.

Elena parecía hipnotizada por la escena cuando llegó la camarera a servirnos el café. "La señora necesita ser amarrada", le susurré a la camarera ante la sorprendida mirada de Elena. En el escenario seguía el espectáculo cuando la camarera volvió. Me mostró lo que portaba en la bandeja pidiendo mi aprobación. Asentí con un gesto y ella posó la bandeja en la mesa. "Debo cumplir las ordenes de su amo", le dijo a Elena mientras se inclinaba sobre ella y tiraba del cordón de su corpiño hasta liberar sus tetas. Luego pellizcó sus pezones hasta endurecerlos y les colocó dos pinzas doradas unidas por una fina cadena. Elena me miraba sorprendida pero no hacía ningún gesto que delatase dolor, disconformidad, ni rebeldía. La camarera prosiguió con su trabajo. Cogió de la bandeja unas esposas y se las colocó en sus muñecas. Después tomó en sus manos una fina cadena y la pasó por la anilla del collar antes de sujetarla por un extremo a la cadena que unía las pinzas y por el otro a las esposas. Luego desapareció tan sigilosamente como había aparecido.

Elena miraba al escenario evitando mi mirada. Estaba sentada en su silla, acalorada, con sus tetas al aire, los pezones encadenados a sus manos que permanecían levantadas, casi a la altura de las tetas y parecía excitada. Mientras, en el escenario, el amo ha decidido que su esclava debe ser sodomizada con un enorme consolador. Le sujeta el culo sin dejarla cambiar de postura después de la azotaina y lo levanta para que le quede más ofrecido. Humedece el consolador con su saliva y comienza a hundírselo en el culo. Sigue empujando hasta que el consolador desaparece en su culo y luego la obliga a levantarse y ponerse de pie. Él se levanta del sillón, la sienta a ella y le ata los tobillos a las patas con un grueso cordón de seda. Luego le ata las muñecas por detrás del respaldo con otro cordón igual y le mete un dedo en el sexo. "Está caliente para ser follada" dice mientras se va dejándola allí, sola, expuesta a las miradas de todos los clientes.

Pongo el consolador en marcha y Elena lo acusa agitándose en su silla. Alargo la mano por debajo de la mesa y la deslizo debajo de su falda. "Tu también estas lista para follar" le digo mientras hago rodar la yema de mi dedo índice por encima de su clítoris. "No te corras sin mi permiso o te saco al escenario con las otras esclavas". Al oírlo me mira con mirada suplicante mientras por megafonía se solicitan esclavas que quieran ser prestadas por sus amos para el espectáculo. Aparecen en el escenario tres mujeres que ocultan su rostro tras unas mascaras. Se les acerca el amo, sujeta una cadena a su collar y las arrastra hasta el centro del escenario.

Pronto rodean la silla donde la esclava permanece amarrada y comienzan a ocuparse de ella bajo la dirección del amo que las gobierna. Una recibe la orden de ocuparse del sexo depilado de la esclava mientras las otras dos se ocupan de las tetas. Tironean de sus pezones mientras ella se retuerce intentando que la lengua que juguetea con su sexo, la penetre con más fuerza. Su amo la coge por el pelo, se saca la polla del pantalón y se la mete en la boca.

Observo a Elena sin que ella se dé cuenta. Esta concentrada en lo que pasa en el escenario y me resulta fácil hacerlo. Veo como mueve acompasadamente su culo con unos leves movimientos de pelvis. Se diría que esta follándose la silla mientras disimuladamente intenta llevar las manos hasta su sexo, pero al hacerlo, la cadena tira de sus pezones y eso la hace detenerse. Sus tetas lucen hinchadas y duras cuando le doy un suave cachete en una de ellas. Se gira sorprendida y me mira. "No vuelvas a moverte o haré lo que te dije", le vuelvo a decir mientras arrastro un poco mi silla y me acerco más a ella. Su respiración es entrecortada y delata su excitación. Me gusta verla así. Nunca antes lo había hecho pero noto que a ella le gusta el juego.

Cuando en el escenario se corrieron amo y esclava, sonaron los aplausos y las otras esclavas fueron devueltas a sus dueños. Mientras preparaban el escenario para el siguiente numero, pedí la cuenta y mientras la camarera me la traía aproveché para liberar a mi esclava de sus cadenas, dejándole puesto tan solo el collar. Pagué y nos encaminamos hacia la puerta. A la salida nos despidió el portero que le devolvió a Elena su pareo, dándole a la vez una saca de terciopelo negro, cerrada con un cordón. "Obsequio de la casa". Nos sonríe mientras abre la puerta y salimos. Cogimos un taxi que esperaba a la puerta y regresamos hacia el hotel. "Abre la bolsa", le ordené a Elena. Ella obedeció y al hacerlo vimos que dentro estaban la cadena, las pinzas y las esposas que ella había llevado puestas hasta hacía unos momentos. "No la pierdas que quizás me haga falta esta noche", le susurré al oído mientras cerraba la bolsa.

Apoyó su cabeza en mi hombro y cerró los ojos. Yo deslicé mi mano por su escote y jugueteé con sus pezones que aún permanecían bajo los efectos del pinzamiento. El taxista nos miraba de reojo y yo hacía como que no me daba cuenta. En el silencio del taxi podía oírse el leve zumbido del consolador que seguía encendido y vibrando en su coño. Lo llevaba puesto al mínimo para que no se corriese, pero su sexo no descansaba. Posé mi otra mano en uno de sus muslos y la fui subiendo hasta la liga de las medias. Mis dedos jugaron con el borde antes de seguir por la piel desnuda hasta llegar a su sexo. Paseé el índice por sus labios y me detuve en el clítoris haciéndolo rodar por la yema del dedo. Elena se agitó sin apenas moverse y se corrió hundiendo la cara en el asiento para que el taxista no la oyese. La salida del taxi y el paso por recepción fueron breves. Apenas un "buenas noches" y ya el ascensor subía hacia la habitación. Deslice mi mano por su entrepierna y comprobé que las humedades de su coño cubrían sus muslos. "Arrodíllate y cómetela", le ordené mientras me abría la bragueta. Ella obedeció, se agachó hacia la polla tiesa y la tragó acariciándola con su lengua. Noté como se me hinchaba aún más la polla y supe que iba a correrme. La sentí estallar en su boca y ella siguió chupándola hasta que salió la última gota. El ascensor ya hacía un rato que se había detenido en la planta cuando salimos al pasillo, poniendo un poco de orden en nuestra ropa hasta llegar a la habitación.

Entramos y, agotados, nos sentamos en las butacas a ver el televisor. "Desnúdate", le ordené cuando habían transcurrido unos minutos. Se puso en pié y se fue quitando la ropa. Primero el corpiño, liberando sus tetas que surgieron entre los cordones como dos globos hinchados. Luego la falda calló al suelo dejando al desnudo su sexo rasurado y su culo redondo. Cuando ella se disponía a quitarse las medias le dije: "Acércate". Dio tres pasos y se paró frente a mí. Tiré del cordón que salía de su coño y salió el vibrador. Lo tomé en mis manos y aprovechando la humedad que traía lo empujé dentro de su culo. Ella lo recibió con apenas un entrecerrar de ojos y un leve suspiro. "Échate en el suelo, de espaldas. Se tumbó en la moqueta delante de mi sillón mientras yo me levantaba, me desnudaba totalmente y cogía una almohada. Se la coloque debajo de su culo y volví a sentarme en el sillón. Coloqué mi pié en su entrepierna y tras jugar un rato con su sexo, le introduje el dedo gordo en su coño. Puse el otro pié encima de su vientre y con el talón comencé a frotarle el sexo. Elena volvió a excitarse rápidamente mientras yo seguía jugando con mis pies. Sentía como mis pies se iban mojando y mi polla volvía a estar tiesa.

Puse el vibrador a la máxima potencia, retiré mis pies de su sexo y me tumbé sobre ella. Guié mi polla hacia su raja abierta y la hundí hasta el fondo del coño. Comencé a moverme bombeando con fuerza contra su vagina. Ella se agarró a mi espalda clavándome las uñas y llevándome hacia sí. Aceleré el ritmo y noté como se comenzaba a contaer su coño mientras se corría. Mientras me deleitaba con la expresión de su rostro corriéndose, noté que me estallaba la polla de nuevo. Lo hizo con unos violentos chorros que inundaron el coño de Elena y que la llevaron a un segundo orgasmo que la dejó extenuada. Quedamos tirados en el suelo uno encima del otro, derrotados y satisfechos, hasta que pude recuperarme un poco, cogerla en mis brazos y posarla en la cama antes de acostarme a su lado. "Gracias cariño", fue lo único que acertó a decir antes de dormirse acurrucada en mi hombro.

Ahora son las diez de la mañana del domingo y ella aún duerme. Yo, tan madrugador como siempre, estoy escribiendo este relato de lo sucedido ayer, mientras espero que ella se despierte. El día de regalo se ha terminado y no sé cual será su reacción al despertarse.

Se mueve en la cama y abre los ojos. Se está despertando. Me mira mientras escribo y sonríe. Se sienta en la cama, coje de la mesita el collar de cuero y se lo pone mientras no deja de mirarme. Se levanta, busca por la habitación la bolsa de terciopelo y saca de ella la cadena. La engancha a la anilla de su collar y avanza hacia mí llevando el resto de la cadena posado en sus manos abiertas. "Buenos días amo", me dice mientras se arrodilla y tiende hacia mí sus manos.