La sumisa que hay en mí
Es sólo una historia, pero creo que sí hay una sumisa en mí.
Comencé como tantas otras tardes de ocio a leer los relatos de esta página hasta que me topé con uno que llamó mi atención a tal punto de dejarme completamente excitada. Así me he atrevido a contarles esta historia.
Aun cuando soy una mujer rolliza, soy bastante atractiva. Terminé hace poco una aburrida relación con mi ex novio. Digo aburrida porque las sesiones de sexo siempre fueron sumamente convencionales, y yo quería algo más.
Y eso fue lo que tuve cuando conocí a Max.
Nos encontramos una noche en una página de amistad virtual. Empezamos a chatear y de inmediato hubo una especie de conexión entre nosotros.
A través de la mensajería instantánea hablábamos por horas.
Una noche acababa de leer uno de los relatos eróticos cuando Max se conectó.
No sé cómo se fue desarrollando la conversación hasta tal punto en que le confesé que me sentía algo excitada.
Ante su pregunta le conté que había leído una historia de sumisión y que no sabía muy bien por qué, pero sentía mi entrepierna muy mojada.
-¿Te gusta la sumisión?
No estaba segura de que decirle. Nunca me había llamado la atención ese tipo de practica, pero ahí estaba yo, más caliente que nunca.
-Te haré solo una vez más esa pregunta. ¿Quieres ser una sumisa?
Sintiendo cosquillas en mi estómago le contesté.
-Sí.
-Sólo obedéceme. Dime que llevas puesto.
Le describí mi traje dos piezas y mi ropa interior.
-Desnúdate.
Estaba sola en mi oficina. La secretaria se había ido y sólo se escuchaban los instrumentos odontológicos de la oficina más cercana a la mía.
Le obedecí. Podía sentir como mi piel se estremecía.
-Con tu móvil sácate una fotografía ahora y envíamela.
Volví a obedecer. Ahí estaba yo, sentada tras mi escritorio, fotografiándome desnuda.
-Bien. Me gusta tu piel blanca. ¿Estas mojada?
Me toqué. ¡Dios, estaba mojando mi silla!
-No te toques si yo no te lo ordeno. En la fotografía hay una botella de gaseosa en tu escritorio. Ya te diré que hacer con ella. Ahora toma tus bragas y límpiate tus jugos.
Abrí bien mis piernas y limpié lo más profundo que pude.
-Bien. Coloca las bragas llenas de tus jugos en tu boca perra. Colócate en cuatro patas como la perra que eres y abre bien tu coño. Acércate al ventilador de aire caliente y siente como el viento seca la humedad que aún tienes y dime si te gusta.
Hice tal y como me lo pidió. Que sensación más increíble. Me sentía como una puta, avergonzada, humillada, pero completamente caliente.
-Toma la botella. No quiero que te toques. Introdúcela de una vez en tu coño. Ahora.
Me dio miedo. Había secado todos mis jugos. Aunque estaba excitadísima no me atrevía a hacerlo.
- Por tu vacilación recibirás un castigo más tarde. Ahora HAZLO.
Tomé la botella y de un solo empujón me la metí. Dios, si no hubiera tenido las bragas en mi boca habría gritado del dolor que me produjo.
- Sácate una fotografía y envíamela. Quiero ver esa botella en tu agujero.
Volví a obedecer.
-No te la saques. Quiero que pienses que es mi verga lastimándote. Vuelve a colocarte las bragas. Y vístete. Llámame cuando estés en tu departamento.
¿Pensaba dejarme así? ¿Cómo esperaba que pudiera moverme en forma normal? Aún así, hice lo que me ordenó y me vestí. Llegué al estacionamiento como pude. La excitación y el dolor eran algo que jamás había experimentado. Me sentía una puta.
Al llegar a mi departamento lo primero que hice fue llamarlo.
-Bien perra. Pero sabes que voy a castigarte. No vas a tocarte esta noche salvo cuando yo te lo diga. Necesitas comer. Ve a la cocina.
Abrí el refrigerador y encontré unas vienesas precocidas junto a una ensalada.
-Bien, colócate en cuatro patas y empieza a comer.
Iba a empezar a hacerlo cuando me dijo:
-No te he dicho que con la boca. Abre bien tus nalgas y métete la vienesa completa.
Involuntariamente mi esfínter empujaba la vienesa hacia fuera. Volví a intentarlo, pero mi intento fue en vano porque la vienesa se rompía al hacerlo.
-Ya arreglaremos eso después, ahora busca una zanahoria, y hazlo. Quiero escucharte mientras lo haces.
Tomé la zanahoria y empecé a introducirla. Esta vez sí me dolió. Gemía en cada intento. Podía sentir como desgarraba cada vez que volvía a empujarla y como casi podía tocar la botella en mi vagina.
-Sácate una fotografía y envíamela. Y no quiero volver a escucharte gemir. Colócate unas bragas apretadas. Y las que traías vuelve a ponerlas en tu boca.
Ahora sí me sentía humillada, pero increíblemente mojada.
-Recuerda que he dicho que no te tocaras. Es necesario tu castigo. Busca un cinturón. Tírate sobre la cama y azótate. Quiero escuchar como suena el cinturón en tu piel, pero no quiero escuchar un solo grito.
Así lo hice. Agradecí llevar la mordaza porque aún con mis bragas mis gritos eran audibles. Evite acercar el móvil a mis labios para que él no me sintiera.
-Ahora vete a dormir. Hoy has comenzado a ser mi perra.