La suerte de pillar a mi tía masturbándose

Descubro a mi tía masturbándose y termino follándomela y hasta convirtiéndola en mi esclava sumisa.

Matilde es una mujer común, rellenita, ni alta ni baja, ni guapa ni fea. Podría ser atractiva, pero apenas cuida su imagen. Tiene sólo cuarenta y cinco años y parece que tuviera sesenta. No hace vida social, no sale de paseo, no va a la playa. Nada. Como una monja de clausura, pero sin votos, sin hábito y sin convento.

Matilde no es otra que mi tía Mati, la única hermana de mi madre, la esposa de tito Luis y la mamá de mi prima Ana… Dicho esto, y para no irme por las ramas, vaya por delante que la idea que indirectamente arranca esta historia no partió de mí, sino de mi madre:

—Deberías buscar a alguien para que te limpie la casa y te lave y te planche la ropa. A mí me gustaría ayudarte personalmente, pero sabes que no puedo por mi lesión de columna.

—Lo sé, mamá, lo sé… No te preocupes…

— ¿Qué no me preocupe, Eliot? ¡Pero si no doy crédito a lo que veo! Desde que rompiste con tu pareja tienes la casa que parece un chiquero y vistes como un mendigo.

—No exageres, anda, que ya nos conocemos…

—Eres técnico químico en una fábrica de cerveza y ganas una pasta gansa,  ¿tanto te cuesta gastarte unos euros para hacerte con una criada?

—No es un problema de dinero. Sucede que no me fío de la gente que me han recomendado…

— ¡Pues contrata a tu tía Matilde! La pobre las está pasando canutas desde que pararon al marido. Empleándola solucionarías tu problema y ayudas a resolver el suyo.

Esa conversación con mi madre la mantuve un viernes, y al lunes siguiente ya mi tía empezaba a trabajar en mi casa. Quedamos en que se ocuparía de todas las tareas domésticas excepto la de cocinar, pues suelo comer en el comedor de la fábrica. Le di una llave de la casa y le dije que no le pondría horarios, sino que ella misma se organizara y tomara las decisiones que estimara convenientes como si fuera «la señora de la casa».

A la semana o así ya tuve claro que la idea de emplear a Matilde había sido de lo más acertada.  Mi tía se hizo con la casa en un pispás y me la tenía como una patena, mientras que yo por fin iba al trabajo de punta en blanco. Rara vez coincidíamos, porque ella hacía sus tareas por las mañanas, pero las pocas veces que vino por la tarde pude comprobar que era una mujer muy hacendosa que rendía tanto o más que una veinteañera y encima trabajaba de manera entusiasta, feliz, como si lo hiciera por voluntad propia y no por dinero.

Un día, cuando ya Matilde llevaba dos meses a mi servicio, sufrí una caída en la fábrica, más aparatosa que grave, pero me di un buen golpe en la cabeza y un jefazo paternalista, preocupado por mi salud, me mandó a casa para que descansara el resto del día. Llegué a eso de las diez de la mañana y entré sin hacer ruido para darle una sorpresa a mi tía, pero resultó que fui yo quien se quedó perplejo al encontrármela echada sobre mi cama, completamente desnuda, y masturbándose como una posesa mientras se excitaba viendo una de mis pelis de porno duro. Oculto tras la puerta y mirando por una rendija pude gozarme la escena con todo detalle y lógicamente me provocó una erección tremenda. Contemplar cómo mi tía se friccionaba el clítoris y se pellizcaba los pezones era para mí algo alucinante. Nunca me había fijado en ella como mujer, pero viéndola en cueros y abiertita de piernas descubrí que la jodida iba sobrada de encantos ocultos. Su cuerpo ahora me parecía bien modelado, de carnes prietas, y tenía unas tetas ricas y  tersas, así como un coño carnoso y extra peludo.

Aquel panorama me causó tal grado de excitación que ya me fue imposible seguir escondido y entré de improviso en la habitación. Cuando mi tía me vio allí casi le da un yuyo. Incapaz de mirarme a los ojos por la gran vergüenza que sentía,  la pobre se colocó al momento boca abajo llorando sin parar de los nervios. Tuve que intentar tranquilizarla:

—No te preocupes, tita, que no me escandaliza lo que acabo de ver. Yo también me he masturbado muchas veces. Es algo normal en cualquier persona, sea hombre o mujer.

Mientras le hablaba observaba su culo redondo, respingoncillo, de nalgas abundantes y duras, con algún que otro hoyito semejante a los de las niñas. Mi tía sacó fuerzas de flaqueza y, sabedora de que yo no apartaba la vista de su culo, optó por meterse debajo de las sábanas y cubrirse hasta la coronilla. Con la cara tapada ya sí se atrevió a dirigirme la palabra entre sollozos:

—Eliot, te pido por favor que salgas de la habitación para que pueda vestirme.

Excitado como yo estaba, decidí no hacerle puto caso y encarar la situación sin prejuicios familiares:

— ¿Sabes qué, tita? No me perdonaría que por mi culpa te hayas quedado a medias. Voy a tener que ayudarte a solucionar ese problemilla.

Mientras le hablaba me iba quitando la ropa para encamarme en las mismas condiciones que ella.

— ¡Que no, Eliot, que no!…. Si yo no pretendía nada… Sólo fue un momento de excitación por culpa de la peli guarra ésa…

Me metí en la cama en pelota picada y con la polla burra. Mi tía estaba asombrada por el giro tan repentino y brusco de los acontecimientos.

—¿Te has vuelto loco, Eliot?  ¿Olvidas acaso que soy tu tía? ¡Sal de la cama, anda, o tendremos un lío gordo!

No le contesté con palabras, sino trabajándole los pezones con mi boca, ora chupeteándolos ora lengüeteándolos.

—¿Qué haces, hombre? ¿Ya no me te merezco respeto? Llevo tu misma sangre y encima soy una mujer casada y madre…

Mucho bla, bla, bla…, pero Matilde no hacía ni la más mínima intención por bajarse de la cama ni tampoco intentaba retirar sus tetas de mi boca. Pareció enfadarse bastante más cuando le tiré mano al coño, pues me agarró con fuerza la mano tratando de frenarme y adoptó un tono de voz severo y pretendidamente autoritario:

—Por ahí sí que no paso, ¿te enteras? Nunca le he sido infiel a mi marido y no lo voy a ser a estas alturas, y menos contigo que eres mi sobrino…

Tuve que hacerme fuerte en su entrepierna para impedirle que me retirara la mano y al final la obligué a claudicar y a dejarme hacer, no sin antes lanzarme otra perorata:

—Te lo digo y te lo repito: no voy a serle infiel a mi marido por mucho que me toquetees, ¿has oído, Eliot?

La oía, sí, pero prestaba más atención a pajearle el botón sin parar, a la vez que le chupaba los pezones y la besaba en la boca con lengua hasta la campanilla. Notaba perfectamente que ella estaba muy caliente, pero la cabrona seguía pejiguera:

—Déjame, hombre, que soy tu tía… ¡Ah! Debes respetarme… ¡Uf!.. No sigas que va a ser peor… ¡Ah!... ¡Uf!...  Sabes que a mí no me follarás por mucho que te empeñes… ¡Estate quieto! ¡Uf!

Ya jadeaba y lanzaba suspiritos. Decía que no, que la dejara en paz, pero cada vez arqueaba más el cuerpo para restregarme mejor el coño y las testas. Era fuego puro, y obviamente estaba lista para otros usos, así que en un momento dado me incorporé un poco y le planté la polla delante de la boca ordenándole que me la mamara. Mi tía la miró rara, sorprendida, como admirando su tamaño, y luego me la chupó con glotonería buscando que me corriera en su garganta. Pero no. Reaccioné, hice que se colocara boca abajo y me di a lengüetearle la rajada de las nalgas; ella, aunque se dejaba hacer, volvía a su matraquilla de siempre:

—A mí no me la metas, ¿eh?... ¡Ah! ¡Que ni se te ocurra! ¡Uf! ¡Uf! No le seré infiel a marido con un niñato que encima es mi sobrino… ¡Ah! Si quieres te la chupo hasta que acabes… ¡Uf!

Pero sus jadeos y los bamboleos de su culo decían otra cosa. Ya la tenía calada. Era como si se excitara más diciendo a cada dos por tres que no sería infiel a su marido. Le fijé la cabeza contra la almohada y luego le enfilé la polla hacie el coño:

—¡¿Qué no te la meta, zorra?! ¡¿Acaso no lo estás deseando?! ¡Te la hincaré hasta el fondo! ¡Toma!

Y se la clavé enterita, toda. Diecinueve centímetros de carne dura, venosa y rolliza embutida en un chocho caliente, húmedo y rico.  La follé sin darle tregua alguna, a piñón fijo, con pollazos briosos. Me vine a borbotones en el rincón último de aquella placentera cueva. Una lechada torrencial. Creo que ella se corrió lo menos tres veces.

Llegado el momento del reposo, con mi tía recostada sobre mi pecho, ambos coincidimos en que había sido un polvo cojonudo, una delicia, pero también quiso dejar claro que ella era muy seria, decente, y que la había pillado con la guardia baja debido a que llevaba varias semanas sin follar porque su marido padecía «vejez sexual prematura». Pese a reconocer que había disfrutado como nunca, insistió en  aquello había sido «una locura» y que no debíamos olvidar nunca que éramos «tía y sobrino» y que juraba que «de ninguna manera se volvería a repetir»…

Escuché atentamente su sermón, me reí todo lo que quise, y luego me encaramé de nuevo sobre ella, le abrí las piernas, y me la volví a follar  a destajo, sin que ella rechistara lo más mínimo. Ambos gozamos otra vez como animales y nos corrimos abundantemente... Al día de hoy puede decirse que mi tía Matilde es mi amante, si no mi esclava sumisa. Ni su marido ni nadie de la familia sospecha nada, pero follamos como locos casi todos los días porque ha cambiado el turno y viene a trabajar por las tardes, cuando yo estoy en casa. No hace mucho hasta me dejó estrenarle su culito virgen. ¡Qué tía mi tía!

Aviso a navegantes: estén siempre ojo avizor. La suerte de pillar a una pariente masturbándose puede presentarse cuando menos se espera. ¡Sáquenle provecho!