La subasta
Paula, la esposa de Sebastián, ha desaparecido. Las pistas que este hombre sigue le llevan hasta una subasta muy poco común.
Mientras sostenía un Martini con la mano, Sebastián se sentía bastante fuera de lugar en el salón de esa lujosa mansión a las afueras de la ciudad. Y la razón no era para menos, pues aunque él había logrado juntar una pequeña fortuna gracias tanto a sus trabajos honrados como a trabajos sucios, no se comparaba a lo que habían logrado las otras personas que estaban ahí. Aunque todos así como él llevaban antifaz, gracias a sus “trabajos sucios” él podía reconocer sin problemas a varios de ellos, a algunos empresarios, políticos y hasta actores de cine, pero al mismo tiempo podía ver a jefes pesados de la mafia. Pasó saliva un poco nervioso; ver tanto a gente “ejemplar” de la sociedad como a criminales conviviendo juntos en la misma habitación, le confirmaba que estaba en el lugar correcto y que sin duda alguna, esa era una subasta de esclavos sexuales.
Apretó su mano libre en un puño y dándole un trago a su bebida para tratar de calmar sus nervios, un solo pensamiento cruzó por su mente:
«Como sea voy a recuperarte… Paula»
Hacía unos años, Sebastián había sido el dueño de un cabaret donde él era uno de los mayores vendedores del mercado sexual, haciéndose así de una buena cartera de clientes. Uno de estos clientes lo invitó a una fiesta lujosa que ofrecía y fue ahí cuando conoció a Paula, una preciosa bailarina profesional de tango. De inmediato quedó prendado de la belleza de la mujer y para él lo que seguía era lo normal: empezar a cortejarla para poco a poco meterla en su red y volverla una trabajadora más de su cabaret. Pero Paula no era como cualquier otra muchachita de pueblo que con engaños él había llevado a trabajar a su negocio, Paula era una mujer de armas tomar, con una personalidad tan fuerte como la de él y por más que lo intentó, esta jamás cayó en sus engaños.
Al ser ella la primera mujer en su vida que le había resultado un reto, tuvo un efecto diferente en él: genuinamente se enamoró de ella al punto de que continuó cortejándola ya no para meterla a su “menú sexual”, sino para casarse con ella.
Sus esfuerzos rindieron frutos y luego de un largo año los dos terminaron casados, lo que hizo un cambio de vida en Sebastián quien dejó atrás su carrera en el mercado sexual y se dedicó a negocios más honrados ya que tener a una mujer como Paula a su lado, tan hermosa, sexy y de gran carácter, era ya todo lo que necesitaba. Quizá la única contra que tenía la bailarina es que no estaba dispuesta a cumplir en la cama con algunas de las fantasías de su ahora esposo, pero como a fin de cuentas lo que sí estaba dispuesta a hacer era espectacular, Sebastián no tenía mucho de qué quejarse.
Sin embargo, su felicidad no duraría mucho, pues un día así sin más, Paula desapareció sin dejar rastro. Y Sebastián tenía mucha experiencia en el bajo mundo de esa ciudad para saber que si una mujer desaparecía y no tenía enemigos (el cual era el caso de Paula), lo más probable es que ella hubiera sido secuestrada para unirla a algún “menú sexual”.
Sabiendo que la policía no le ayudaría (después de todo, él mismo había sobornado a oficiales para que miraran a otro lado de su cabaret), decidió regresar a ese bajo mundo del que Paula le había sacado para buscar pistas y encontrar al graciosillo que se hubiera apoderado de su mujer. También al saber cómo funcionaban las cosas, sabía que no podría recuperar a su mujer por la fuerza y que la mejor opción que tenía era seguir el juego del secuestrador: seguramente pondría a Paula a la venta en alguna subasta sexual y ahí, él tendría que hacer de todo para comprarla de vuelta. Era una situación jodida, pero él sabía que así eran las reglas del juego y tenía que atenerse.
Contactando a viejos amigos, clientes y contactos, encontró una muy buena pista: al parecer desde hacía unos meses un nuevo “vendedor” se estaba haciendo de un nombre en el mercado sexual y sus métodos eran tan buenos, que se estaba ganando toda la cartera de clientes. Según uno de sus informantes se enteró, una de las “piezas de carne” que iban a subastar esa noche era una hermosa bailarina de tango. Esa fue toda la información que Sebastián necesitó y partió a la fiesta.
Sebastián estaba recordando todos los pasos que le habían llevado hasta ahí, cuando algo lo sacó de sus pensamientos: las luces del salón se apagaron y solo se mantuvieron las del escenario principal.
Pronto por un lado del escenario salió un hombre joven vistiendo un traje todo negro y saludando a todo el público. Tomó un micrófono y comenzó a hablar:
—Muy buenas noches estimados clientes. Sean bienvenidos a una nueva edición de nuestras ya famosas subastas.
Sebastián frunció los labios. No podía creer que alguna vez había sido así de repugnante. El presentador continuó mientras tanto:
—Como sé que son hombres y mujeres ocupados, no les quitaré más tiempo en presentaciones, pero lo que sí haré será recordarles cómo son las cosas aquí: estaremos pasando de uno por uno a nuestros pedazos de carne de la noche y ustedes irán pujando por él o ella, ¡el que llegue a la cantidad más alta se queda con el premio! Así que por favor preparen sus tarjetas de crédito, sus maletas de dinero o sus chequeras, porque con la selección de carne que les tenemos hoy, estamos dispuestos a dejarlos secos.
Hubo un par de carcajadas y aplausos entre el público, lo que pareció agradar al subastador, pues hizo un gesto con la mano y sonrió. Luego continuó y diciendo:
—En fin, no lo dilatemos más. Comencemos por nuestro primer pedazo de carne, ¡adelante Susan Bot!
«¿Bot?», pensó Sebastián levantando una ceja. Pero antes de que se preguntara porqué habrían usado esa palabra para referirse a la primera chica que venderían, la respuesta le llegó sola.
Por el lado opuesto del escenario entró alguien, una mujer alta y delgada, con senos algo grandes, morena clara y de largo cabello oscuro, vistiendo solo un diminuto bikini rosa, caminando de forma casi mecánica y deteniéndose al lado del subastador, para luego girarse y encarar al público, sorprendiendo a Sebastián.
«Esto no puede ser», pensó con el corazón latiendo a mil por hora, ya que no solo la cara de esa mujer estaba inexpresiva como si fuera una máscara de piedra, sino que además sus ojos estaban totalmente en blanco.
—Susan Bot solía ser un técnico de mantenimiento en uno de nuestros laboratorios, pero un desafortunado accidente la hizo replantearse su carrera de vida y ahora ha tomado la carrera de una muñeca sexual viviente, ¿no es así querida Susan Bot?
—Así es amo —respondió Susan Bot con una voz monótona—. Esta esclava está más que deseosa de ser tratada como la puta obediente que es y ser follada por todos sus agujeros.
Y tras decir eso, esbozó una sonrisa que no se sentía para nada natural.
Mientras las ofertas por Susan Bot empezaban, Sebastián trataba de comprender lo que acababa de ocurrir. Eso no podía ser real, tenía que ser alguna clase de roleplay enfermo, de seguro las chicas estaban bajo alguna droga que les hacía actuar como robots y los ojos en blanco debían ser pupilentes para aumentar la ilusión, eso tenía que ser, no podían haber sido transformadas en muñecas sexuales vivientes, porque si ese era el caso, Paula…
Mientras trataba de calmarse, la subasta por Susan Bot dio inicio y varios de los asistentes se pelearon por ella, llegando a pagar al final medio millón de dólares por la mujer.
Tras eso, el espectáculo continuó, por donde continuaron paseando una gran cantidad de pedazos de carne, como el subastador les llamaba, mujeres de todos los tamaños, razas y colores iban desfilando con los más humillantes atuendos, como trajes de conejitas, de gatitas, sirvientas, enfermeras… pero todas ellas con el común denominador de tener esa expresión vacía y los ojos blancos gobernando sus ojos. Incluso, y para la sorpresa de Sebastián, mujeres no era lo único que vendían, también hombres. La gran mayoría de ellos se veía que habían trabajado duro en el gimnasio para tener cuerpos bien torneados y apetitosos, y desfilaban en el escenario solo usando una tanga de leopardo y eran comprados por mujeres lujuriosas, y otros hombres, por igual.
Luego de lo que le pareció una eternidad a Sebastián, el hombre ya comenzaba a desesperarse, porque muchos pedazos de carne habían sido vendidos, y todavía ni rastro de Paula. Pero como si el subastador pudiera leer su mente…
—Y al fin llegamos al último platillo de la noche damas y caballeros. Paula Bot, por favor camina al escenario, cariño.
Sebastián abrió grandes los ojos mientras al escenario entraba una argentina de unos cuarenta años, pero que pese a la edad todavía mantenía un atractivo que ya desearían muchas mujeres con la mitad de su edad, con un cabello castaño hasta el mentón, una piel blanca tostada por un leve bronceado, pero aún así dejando ver unas adorables pecas en su cara y brazos.
Sebastián reconoció a su esposa, enfundada en ese sensual traje rojo de tango que marcaba muy bien su cuerpo de reloj de arena, dejaba a la vista el nacimiento de sus senos con gran escote y gracias a que el vestido estaba abierto de un costado, se podía ver una de sus largas y sensuales piernas, producto de años practicando tango.
Paula Bot marchó hasta el subastador y se giró hacia al público, mostrando la misma cara inexpresiva que los otros muñecos así como los ojos en blanco en donde ya no había rastro de aquellos círculos color ámbar que tanto le habían encantado a Sebastián.
—No… —dijo el hombre al ver a su mujer en ese estado.
—Sé que ha sido una larga noche y sus carteras deben estar agotadas —dijo el subastador acariciándole el culo a Paula Bot—, así que para motivarlos a comprar a esta belleza argentina, ¿por qué no les damos un pequeño show en lo que van pujando? Paula Bot, muéstrales cómo te masturbas.
—Sí amo —respondió Paula Bot de inmediato.
Lo primero que hizo Paula fue hacerse a un lado el vestido, revelando al público que no llevaba ropa interior y regalando una vista de su coño. Sebastián notó que no solo la habían depilado, también le habían tatuado un código de barras arribita de su clítoris. Acto seguido, Paula dobló las rodillas para ponerse de cuclillas y de inmediato, abrió las piernas, para dejar una vista del interior de su vagina por unos breves segundos antes de empezar a atacarla con sus dedos.
El subastador empezó a hablar mientras de fondo se escuchaban los fluidos vaginales de la mujer salpicando:
—Muy bien queridos compradores, ¿qué les parece si iniciamos la subasta de esta cachorrita en cien mil dólares?
—¡Cien mil dólares! —se apuró a ofertar Sebastián. Pese a todo, era un golpe de suerte que hubieran dejado a Paula hasta el final, los otros compradores habían pagado mucho por los otros muñecos y si la fortuna estaba de su lado, no tendrían mucho para ofertar.
—Ciento cincuenta mil dólares —dijo alguien a su lado. Sebastián se giró y vio a un hombre obeso sonriéndole con malicia.
Sebastián pasó saliva. No podía perder a su esposa ante ese cerdo.
—¡Doscientos mil! —gritó.
—Trescientos mil dólares —dijo el hombre sin inmutarse.
Sebastián apretó los dientes, no podía rendirse… pero se estaba acercando a su límite.
—¡Cuatrocientos mil dólares! —gritó.
—Quinientos mil —declaró el gordo.
Sebastián, casi en derrota, bajó la cabeza y declaró:
—Seiscientos mil dólares…
Eso era todo lo que había podido reunir. Si el gordo ofertaba más, estaba perdido. Se giró a verlo casi temiendo por lo que fuera a pasar, el hombre se relamió los labios y dijo:
—Se reconocer cuánto deseas a esa muñeca. Retiro mis ofertas.
Sebastián no quería aceptarlo, pero estaba agradecido con ese cerdo. Ahora solo faltaba que nadie más pujara por Paula.
—¡Tenemos seiscientos mil dólares por Paula Bot! ¿Alguien oferta más? Seiscientos mil a la una, seiscientos mil a las dos… ¡Vendido al señor caballero franco por seiscientos mil dólares!
Caballero franco era el alias que Sebastián había elegido para participar en esa subasta ilegal, pero le sonó muy dulce escuchar esas dos palabras indicando que había logrado comprar a su esposa.
La subasta terminó y el staff reunió a los compradores con la mercancía que habían comprado. Como un favor especial, a los compradores se les invitó a pasar la noche en una de las habitaciones de la mansión con su recién comprada mercancía, invitación que Sebastián aceptó gustoso para tener la oportunidad de hablar cuanto antes con su mujer y averiguar qué era lo que estaba pasando.
Un miembro del staff guió a Sebastián a su muñeca por la mansión hasta la habitación designada para ellos. Durante todo el trayecto Sebastián vigilaba a su mujer, pero esta no daba muestras de reconocerlo ni un poco.
Al fin llegaron a su habitación designada y el miembro del staff les invitó a entrar, cerrando la puerta tras ellos para dejarles solos y una vez lo estuvieron, Sebastián se giró y tomó por los hombros a la mujer.
—¡Paula! ¡Paula! ¡¿Me reconoces?! ¡Soy yo! ¡Sebastián!
Sin embargo, la respuesta de la muñeca le dejó tan frío como sus palabras:
—La mente de esta unidad ha sido borrada, así que ya no responde a la designación “Paula”. Favor referirse a la unidad con el nombre designado “Paula Bot”, unidad designada como “amo”.
Sebastián apretó los dientes, la actuación estaba yendo demasiado lejos. Revisó los ojos de la mujer y comprobó que no había lentes de contacto en ellos, estos de verdad estaban en blanco.
Se pasó la mano por la cabellera, no podía creer que su mujer se hubiera ido, Paula tenía que seguir dentro en algún lugar de ese robot. Y en la desesperación, solo se le ocurrió una idea:
—Quítate la ropa.
—Sí amo —respondió Paula Bot mecánicamente empezando a manipular su vestido para así quitárselo.
El plan de Sebastián era simple: en algún lado había escuchado que el sexo era una de las emociones más fuertes que podía experimentar una persona, tal vez si se la follaba con el mismo salvajismo con el que él acostumbraba, quizá Paula saliera de ese trance.
Mientras tanto, la robotizada mujer terminó de desatar el último tirante de su vestido y este cayó hasta sus tobillos, dejándola desnuda frente a su marido. Sebastián la admiró, su mujer estaba justo como la recordaba, con sus tetas algo caídas por la edad, pero aún así todavía redondas y jugosas, de areolas grandes y pezones hundidos, además de su cuerpo de reloj de arena que muchas mujeres jóvenes envidiaban y sus largas y bien torneadas piernas, sin embargo, había dos detalles que no estaban ahí antes. El primero, ese tatuaje en forma de código de barras sobre su coño depilado y el segundo que descubrió un poco después, era el otro tatuaje que tenía sobre sus nalgas, esta vez diciendo “Paula Bot”.
La polla de Sebastián se empezó a poner dura, principalmente por ver de nuevo a su mujer desnuda, pero al menos en ese momento no admitiría que era por verla también tan sumisa como nunca antes había estado.
—Sobre la cama, boca arriba y con las piernas abiertas.
—Sí amo —respondió Paula yendo a la cama para adoptar la posición que le habían ordenado, mientras que Sebastián comenzó a quitarse la ropa para unirse a su mujer.
Una vez desnudo y con la polla erecta apuntando hacia Paula, Sebastián fue a la cama y se subió a ella, mirando como su mujer se mantenía indiferente mirando al techo, pero con las piernas abiertas. Sebastián miró el coño de la argentina y levantó las cejas por la impresión: este ya era una cascada de fluidos vaginales, era increíble como sin si quiera él haberla estimulado con juego previo, ya estaba tan lubricada como para permitirle a él la entrada a su interior sin mucho trabajo.
Sebastián se tumbó sobre su mujer para la posición del misionero. Tomó su polla y la apuntó a la cueva de esa rajada caliente entre las piernas de Paula y una vez metió la cabeza de esta, con sus caderas empujó hasta meter toda su longitud en la profundidad de ella.
Se tumbó sobre su mujer y empezó a bombearla con la cadera, sintiendo como la vagina de ella le apretaba con la fuerza de un puño, la temperatura era perfecta y además, su lubricación era excelente, permitiéndole follarla con apenas algo de trabajo de su parte.
Pero lo más sorprendente era la respuesta de ella, pese a tener su mente en blanco, Paula demostró que todavía podía sentir, pues sus pezones salieron del interior de sus grandes tetas para picarle el pecho a su marido, mientras que su cara se puso roja.
Sebastián quiso probar suerte, así que bajó la cara hasta la de su mujer y la besó. La robotizada hembra respondió el beso con la pasión de cualquier mujer enamorada, incluso metiendo su lengua en la boca de él para juguetear con la otra.
Sin embargo, cuando el beso terminó, Sebastián miró a su mujer y con decepción contempló que nada había cambiado: todavía estaba el rostro inexpresivo y esos ojos en blanco.
—Esto no funciona —dijo y dejó de bombear a su mujer para luego salirse de ella y tumbarse a su lado.
Esa follada había estado buena, de hecho un poco mejor de lo que antes lo habían hecho, pero no había servido para su propósito inicial: ver si Paula podía salir de ese trance.
Pensó en otro plan y entonces se dio cuenta: si follar como siempre lo hacían no había ayudado, entonces tal vez hacer algo que por lo general no le gustaba hacer a Paula podría hacer el truco, y lo recordó: cuando todavía era soltero, más que romper hímenes, a él le encantaba romper culos; para él le daba una sensación de poder más grande sobre una hembra robar la virginidad anal y follarlas en esa posición de completo sometimiento. Pero Paula, siendo tan de armas tomar que era, nunca le permitió que le hiciera un anal. Pero si ahora Paula era un dron sin mente, valdría la pena intentarlo.
—En cuatro. Quiero follarte de perrito —ordenó Sebastián.
—Sí amo —respondió Paula y comenzó a mover su cuerpo para adoptar la posición que le habían ordenado.
Una vez la mujer estuvo en cuatro, Sebastián se levantó y se acomodó detrás de su mujer, listo para follarle el ano, pero…
—Hijos de puta —dijo al ver que se le habían adelantado: apenas se acababa de dar cuenta que su mujer tenía un tapón anal bien metido entre sus nalgas.
Algo abatido, tomó el tapón y tiró con fuerza de él hasta que logró sacarlo del recto de su mujer. Con decepción notó que este era de gran tamaño y que por ende, el recto de Paula ya estaba bastante dilatado, lo suficiente al menos para que su verga pudiera entrar ahí sin mucho problema.
Suspiró abatido, aunque no se dejó vencer, tenía que intentarlo todavía. Se acomodó detrás de su mujer y apuntó su verga al ano de esta para luego introducirse en ese agujero sin encontrar apenas resistencia, pero una vez todo su pene estuvo entre las nalgas de esa mujer, pasó: como si estuviera entrenada para eso (y tal vez así era), Paula apretó su culo y Sebastián pudo sentir como las paredes de ese recto se cerraban alrededor de su pedazo de carne como si fueran un puño, arrancándole un gemido tanto de sorpresa como de placer.
No dispuesto a dejarse vencer, tomó a su mujer por la cadera y empezó a embestirla haciendo que la cama se moviera al son de su ataque. Pronto la habitación empezó a llenarse no solo con el sonido del rechinar de la cama, sino también del sonido de aplausos que provocaba el choque de las carnes de ambos amantes y las ocasionales nalgadas que Sebastián le daba a las perfectas nalgas de su mujer, que poco a poco iban tiñendo esa piel blanca de color escarlata.
El polvo era en extremo bueno, no solo por el empeño que ponía Paula Bot en apretar la verga de su amo con sus nalgas, sino también porque Sebastián se sentía en la cima del mundo al fin estar follando ese recto que tanto tiempo le estuvo prohibido. Sin embargo, el motivo principal de estar haciendo eso, no parecía ocurrir, pues Paula continuaba tan callada como desde que había empezado el coito.
Pronto Sebastián no tuvo tiempo de pensar en ello, porque el orgasmo empezó a llegar. Trató de contenerse para no terminar todavía, pero Paula le apretaba con ganas la verga, como si no quisiera dejarle ir hasta que le inundara los intestinos con su semen. La sola idea le hizo empezar a embestirla con más fuerza, hasta que el orgasmo llegó y pudo sentir como su leche caliente empezaba a llenar las tripas de su mujer.
Una vez el orgasmo terminó, Sebastián sintió como Paula aflojaba el agarre y al fin este pudo sacar su verga del interior de ella, cayendo agotado al lado de esta mientras que la mujer, pese a haber estado en esa posición un buen rato y tener semen ya empezando a escurrir de su recto, continuaba con el mismo rostro inexpresivo y los ojos en blanco.
Sebastián suspiró, derrotado. Ya tenía que aceptarlo: lo que esos malditos hubieran hecho con Paula era permanente y ahora de su amorosa mujer, solo quedaba un cascarón vacío.
Bueno, tendría que empezar a ver cómo aprender a vivir con ello…
Paula Bot continuaba en la cama, en cuatro. El tapón anal había regresado a su recto, evitando que el resto del semen de su amo se escapara, pero además, habían metido un enorme dildo vibrador en su coño, que provocaba que una gran cantidad de fluidos vaginales llovieran sobre la cama, pero Paula no se inmutaba.
Al otro lado de la habitación, desnudo y fumando un cigarrillo, Sebastián se encontraba al teléfono.
—¡Senador Castillo, buenas noches! Soy yo, Sebastián, ¿cómo está la familia? —decía Sebastián a su aparato—. Excelente, excelente. Oiga, le llamo por negocios, ¿recuerda que hace unos meses me ofreció cincuenta grandes por la oportunidad de tirarse a mi esposa? Pues viera que ya consideré su oferta y voy a tomarla… Sí, así es senador Castillo, voy a regresar al mercado sexual… ¿Paula? No se preocupe, se sorprenderá de ver lo cooperativa que está ahora con esta idea.
Sebastián miró a su robotizada mujer. Ya había aceptado que Paula se había ido, pero ahora tenía que recuperar el dinero que le había costado Paula Bot. Y gracias a su experiencia en el mercado sexual, ahora empezaría a ver a su nueva esclava como una inversión a largo plazo.
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