La Sorpresa del Diablo (Primera parte)
En tiempos de pandemia aparecen las presencias más perturbadoras y las más bajas perversiones
Él llegó con la pandemia. Durante esos tiempos extraños de incertidumbre, miedo y pesar. Yo estaba inmersa en una especie de limbo desde el cual trataba de desconectarme de todo aquello y será por eso que no me di cuenta de quién era en realidad ese hombre con el que convivía esporádicamente, hasta que él ya había tomado mi cuerpo y también mi alma, a tal grado que difícilmente hubiera podido escapar.
Todo comenzó en una calurosa noche de mayo. Mis ventanas estaban abiertas de par en par y pese a que soplaba un airecillo, yo tenía la piel húmeda, pegajosa y cubierta con una fina capa de sudor. Justo, estaba pensando en él.
Durante el día habíamos tenido un encuentro casual de índole laboral y aunque nada apuntaba a que podrían pasar cosas entre nosotros, como tantas otras veces, yo estaba imaginando que él me levantaba la falda, me arrancaba el bikini y me penetraba de una sola embestida para luego, comenzar a empujarme una y otra vez contra la pared hasta hacerme venir en oleadas.
De sólo imaginarlo, mis pezones estaban tan duros que dolían y abundante líquido comenzaba a fluir entre mis piernas.
Había notado que tenía un olor especial (¿acaso un dejo de azufre?) Y estaba lejos de imaginar que su mirada serena detrás de sus anteojos escondía a un ser deliciosamente perverso. Pero esa noche en la que simplemente apareció y se metió en mi cama, reveló su verdadera identidad y descubrió su secreto, uno que me haría esclava de su ser.
El silencio era total y reinaba la semipenumbra. Yo estaba recostada sobre la colcha, medio vestida con un camisón negro de satín, copas de encaje y tirantes que me quedaban flojos y se habían deslizado dejando al descubierto mis hombros y la mitad de mis senos. No llevaba ropa interior y mis piernas dobladas meciéndose de un lado a otro, dejaban casi al aire mi sexo.
De pronto, como si estuviera en una película de ciencia ficción en la que el reloj se para y todo parece detenerse, un ambiente extraño me envolvió. Sin saber por qué me puse tensa y el miedo se apoderó de mí. Instintivamente giré al costado y me encogí en posición fetal. ¿Qué estaba ocurriendo? Me quedé paralizada. Me estremecí. A pesar de querer mantenerme en alerta, fui cayendo en una especie de semi trance.
No supe en qué momento me percaté de su presencia atrás de mí. Sólo supe que era él. Lo olí. Lo sentí acercarse a mi oído y aspirar con un bufido sordo. Cerré los ojos cuando rasgó mi camisón con sus garras afiladas y comenzó a recorrer con suavidad mi columna desde la nuca hasta el coxis… y más abajo. Yo estaba mareada, navegando entre el peligro y el placer.
Después, sentí algo húmedo y áspero sobre mi espalda. Era su lengua que larga, mojada y flexible, me lamía y chupaba. La introdujo en mi oído y luego se deslizó al cuello, a los hombros hasta mi cintura… Siguió centímetro a centímetro. Pausadamente, sin prisas y alargando mi placer. Con cada lengüetazo, mi clítoris vibraba, mi vagina se humedecía, mi matriz palpitaba y sin poderlo controlar, mi cuerpo temblaba.
Aterrorizada y extasiada no quería verlo, sólo seguir sintiéndolo. Así que cuando me giró con suavidad boca arriba, apreté aún más los ojos y junté las manos como protegiendo mis senos. Pasó un rato eterno sin que él hiciera nada. Creo que me estuvo mirando. Después se colocó a horcajadas sobre mí. Separó mis brazos y me bajó el camisón hasta la cintura dejando mis pechos al aire.
Sentí su garra dibujar mis labios. Me abrió la boca y aunque opuse algo de resistencia, me introdujo su dedo y en automático lo chupé con ganas. Él lo metía y lo sacaba rítmicamente. A continuación tomó mis senos en sus manos, los estrujó y los juntó. Se inclinó y los lamió con su lengua deliciosa succionando mis pezones con ansia y desesperación.
Cuando acabó, estaban empapados y escurriendo en saliva caliente, Entonces se bajó y acomodó entre mis piernas para abrirlas a todo lo que daban e inclinarse a chupar mi sexo.
La sensación era inenarrable. Su lengua larga y elástica como de una serpiente vibraba, se deslizaba y enroscaba con diferente ritmo. Acariciaba mi clítoris, succionaba mis jugos, mordisqueaba mis labios y me penetraba una y otra vez. Se pasaba hasta mi ano y regresaba a lamer el monte de Venus en una suerte de juegos malabares. Tal era su agilidad. Pero lo mejor era cómo me mantenía constantemente al límite, haciendo arquearme y retorcerme, suplicándole por más, gritando de placer. Me sentía una muñeca desmadejada.
De pronto se incorporó y quedó de rodillas entre mis piernas. Puso sus manos debajo de mis caderas y con un movimiento preciso las elevó. Abrí los ojos y por primera vez me tropecé con su mirada de fuego, sus cuernos retorcidos y su boca chorreando mis líquidos. Su pecho estaba cubierto por una capa de vello y ostentaba un enorme lunar con la marca de la bestia.
Jaló mis caderas hacia él y en un ángulo perfecto, de un solo golpe, me penetró con su verga gruesa y grande mientras hacía un ruido estremecedor y se arqueaba de adelante hacia atrás, tal como un macho cabrío en brama. Desenfrenado, comenzó a empujar y a hacerme venir sin control. Todo era como un gran momento de locura, de drogas, de influjo maléfico. Lo sentí reventarse en mi interior. Pensé entonces que aquello había acabado, pero el Diablo guardaba una enorme sorpresa para mí… (continuará)