La sorpresa de mi marido
Me bañó. Me dio un sensual masaje. Y cuando más caliente estaba hizo una llamada...
Hace unas semanas les he contado mi única y excitante experiencia cuando mi marido y yo celebrábamos nuestro aniversario y nos encontramos a un viejo amigo a quien no veíamos desde hacía muchos años. Fue mi primera y única experiencia distinta al sexo en pareja de toda mi vida. Pero desde esa noche algo ha cambiado en nuestra vida íntima. Desde entonces, mi marido y yo entramos juntos en alguna página de la red, y disfrutamos del morbo de alguna de estas. Incluso he mantenido algún chat subido de tono con un desconocido, mientras mi marido me metía mano y me lamía el sexo. Muy gratificante.
Si bien, lo mejor ha venido el pasado fin de semana, exactamente el viernes por la noche. Yo estaba cansada de toda la semana; pero mi marido, casi siempre atento, me preparó un gratificante y relajante baño antes de cenar. Me dejé querer, sin predecir que los planes de él eran otros. Me dejó varios minutos disfrutando del agua caliente. Tras los cuales, sentándose junto a la bañera, usó mi esponja para frotarme todo el cuerpo. Como buen hombre, al llegar a ciertas partes de mi cuerpo, no sólo las pasó con la esponja. Si no que se deleitó y se tomó todo el tiempo del mundo en acariciarlas con las manos. Eso sí. Lo hizo muy delicadamente. Como leves roces sin importancia. Y claro, una no es de piedra. Y él sabe perfectamente que más que ante un ataque frontal, mi cuerpo responde mejor cuando se tratan de leves caricias. Después él mismo me secó. Y antes de enfundarme un pijama, me dio un leve masaje con una crema para después de la ducha.
Gran parte del cansancio se quedó en la ducha. Gran parte de la tensión se quedó en el masaje. Y esto dio paso a una leve predisposición para tener sexo aquella noche. Durante la cena mi marido intentó tantear el asunto. ¿Por qué algunos hombres dan tantas vueltas cuando desean simplemente follar? ¿Por qué simplemente no nos dicen: cariño tengo ganas de hacerlo? Le dejé que siguiera con su juego de insinuaciones para ver a dónde pretendía llegar. Aunque perfectamente sabía yo cual era su meta.
Terminada la cena, las palabras dieron paso a los hechos. Mi marido se sentó a mi lado en el sofá. Comenzó besándome tiernamente. A los pocos minutos sus besos, ahora mucho más insinuantes y lascivos, denotaban su calentura. Sus manos buceaban bajo mi pijama. Tan pronto una de sus manos estaba jugando con mis tetas. Como descendía y acariciaba los labios de mi coñito; ahora algo más húmedo. En cuanto notó que yo ya estaba lo suficientemente caliente, me preguntó si me apetecía jugar. Le pregunté por el juego. Simplemente me dijo si le dejaba taparme los ojos. Usó uno de esos antifaces opacos que te dan en aviones y hoteles. Me colocó de pie. Dando vueltas alrededor mío no dejaba de besarme cuello, nuca y en la boca. Sus manos recorrían mi cuerpo, ávidas de emociones. En voz baja me decía lo mucho que le excitaba verme a mí excitada. Me quitó la parte superior del pijama y desde atrás de mí, besándome el cuello, sus manos se apoderaron de mis pechos. Cuando sus dedos comenzaron a presionar mis pezones, asomaron mis primeros gemidos de verdadero deseo y placer. Sentí su polla, dura y erecta, rozando mi culito. Me quitó los pantalones, dejándome completamente desnuda. Con una mano presionando mi espalda, me hizo inclinar el tronco hacia el suelo levemente. Metió la otra mano desde atrás por debajo de mi culito y sus dedos alcanzaron los labios de mi coño. Eran tibias caricias. Leves roces. Como algo casual. Después muy despacio uno de sus dedos comenzó a penetrarme. Hasta el fondo. Me hizo sentir que lo tenía completamente dentro. Lo giró, lo movió un poco y lo fue sacando con la misma lentitud que había entrado. Repitió el proceso con dos dedos y luego con tres. Él sabe que esto me vuelve loca, me llena de placer y me excita muchísimo.
Después me dejó allí, plantada en medio del salón, con las manos sobre la mesa, las piernas separadas, el culo en pompa y el chochito ligeramente abierto. No sé cuanto tardó en volver. Para mi estado de excitación y lo caliente que ya estaba, demasiado tiempo. Dejó algo sobre la mesa. E hizo con lo que había traído lo mismo que con los dedos. Me los fue metiendo uno a uno los objetos. Que no eran nuestros consoladores, según pude comprobar. Con la misma parsimonia fue introduciendo uno a uno hasta metérmelos enteros. Después los giraba y los movía de un lado a otro. Para finalmente sacarlos con la misma lentitud con que los había metido. Ahora sí estaba yo alterada. Ya no gemía. Ahora soltaba lastimeros grititos pidiendo más. Él sabía lo muy excitada que estaba. Sabía muy bien lo cachonda que estaba a esas alturas.
Por eso me dijo si me atrevería a que un desconocido viniera y me viera cómo disfrutaba metiéndome cositas en el coñito. La pregunta me extrañó; pero dije que sí. Me parecía muy excitante como juego. Y además en ese momento habría dicho sí a cualquier cosa con tal de seguir sintiendo placer.
Mi marido volvió a ausentarse de mi lado. Le escuché en otro lado de la casa hablar por teléfono. Entonces me di cuenta que no se trataba de ningún juego. Me di cuenta que estaba llamando a alguien. Un cierto temor, mezclado con un extraño sentimiento lujurioso invadieron mi cuerpo. Y recordé lo bien que lo habíamos pasado semanas antes en nuestro coche con un viejo amigo al que no veíamos desde hacía años. Y no pude evitar sentirme deseosa, más excitada y cargada de una lujuria desmesurada. Aunque caí en la cuenta que no podía ser nuestro amigo. No, porque él estaba a cientos de kilómetros en esos momentos. ¿Quién sería? ¿Y qué se propondría hacer mi marido con él o ella? Toda aquella incertidumbre, reconozco que me atemorizaron un poco; pero sería injusta si no admitiese que me calentaron tanto que sentí cómo mi coño se empapaba tanto que hasta mis muslos se mojaron levemente.
Al volver mi marido, mientras él me regalaba una lamida de tetas y coño increíbles, conmigo tumbada en el sofá, intenté sacarle quién iba a venir. Sólo me dijo que era alguien que no nos conocía. Que se trataba de una persona que había conocido en un foro y que no tardaría más de media hora en llegar. También me dijo que esa persona sabía que no tendría sexo conmigo. Que no llegaría a follarme.
Cuando sonó el timbre de nuestra casa, mi marido me acompañó hasta la habitación. Yo seguía completamente desnuda y con los ojos tapados. Estaba nerviosa, excitada, fuera de mí. No sabía si gritar. Salir corriendo. Negarme a todo. O simplemente dejarme llevar y disfrutar.
Como en una nube, llena de vergüenza, llena de excitación, caminaba de la mano de mi marido hacia el salón. Como si de un ser exótico, o algo peor se tratase, mi marido me hizo girar lentamente sobre mí. Exhibió mi desnudez ante algún desconocido. Después me tumbó sobre la mesa del salón y se ocupó de todo mi cuerpo. Primero fueron caricias. Después fueron besos. Para finalmente concentrarse en mis tetas y mi sexo. En poco tiempo fui olvidando ese ente anónimo que estaba presente y recobré mi grado de excitación. Las manos y lengua de mi marido volvieron a arrancarme gemidos y gritos placenteros. Nuevamente, separando mis muslos mucho, algunos objetos fueron introducidos en mi coñito. En esta ocasión reconocí perfectamente nuestra colección de vibradores. Uno a uno fue haciéndome disfrutar con cuatro de ellos. Los metía, los movía, los giraba, y antes de sacarlos lentamente, me obsequiaba con un frenético movimiento de mete-saca que me llevaba al borde de la locura.
Nuevamente muy excitada y caliente, mi marido me destapó los ojos. En cuanto pude fijar la mirada busqué al extraño. Era chico de unos veintitantos años. Alto. Fuerte. Atlético. No muy guapo. Permanecía de pie, cerca de mi marido, observando cuanto este me hacía. Tenía los pantalones quitados. Lucía unos bóxer blancos y una tremenda erección se dibujaba y marcaba en su ropa interior. Mi marido le dijo que se sentase en el sofá. Entonces me hizo ponerme a gatas en el suelo. Mi marido se arrodilló detrás de mí y comenzó a lamerme el culo y el coño. El chico se bajó la ropa interior y me mostró, creo que orgulloso, un bonito y nada desdeñable cipotito jovencito. No muy grande; aunque exageradamente gordito. Muy morcillón. Cuando hacía varios segundos que mi marido me penetraba, el chico comenzó a acariciarse y frotarse la polla. Era una visión maravillosa: una joven polla a poco más de un metro.
Mi marido se apartó de detrás y me ayudó a levantarme. Con la mano me quiso dirigir hacia una silla. Pero yo, señalando al chico, le pregunté si podía Mi marido simplemente asintió. Y yo me lancé. Estaba muy caliente y excitada. Me senté en el suelo, entre las piernas del muchacho. Me humedecí las manos y comencé a acariciarle la polla y los huevos. Después me arrodillé y comencé a lamerle la polla lentamente. Cuando por fin metí su grueso capullo en mi boca y lo recorría con labios y lengua, mi marido me hizo echar el culo hacia atrás y me volvió a penetrar.
Poco después el chico me apartó la cabeza, sacando bruscamente su polla de mi boca. Se la cogió con ambas manos y vi rebosar su semen entre los dedos. Por unos minutos desapareció para lavarse. Cuando volvió, y se sentó nuevamente en el sofá, mi marido me follaba con desesperación
Finalmente terminamos en la cama. El chico sentado y haciéndose una segunda paja. Nosotros follando como locos a su lado. De cuando en cuando yo le humedecía el capullo metiéndolo en mi boca. Reconozco que fue bonito. Una buena sorpresa. Aunque si me lo hubiera consultado antes , mejor. Aunque habría dejado de ser sorpresa, claro.
Tal vez ha llegado el momento de que mi marido me deje también follar con otros. Si bien es algo que no me obsesiona, pero me agradaría. Me pone la miel en los labios, y sólo me deja tener sexo oral. Aunque jamás forzaré la situación. Porque entre otras cosas, con lo que tengo me es suficiente