La sorpresa de Jaime

Eran cuatro hombres desconocidos, cada uno se ocupaba de acariciar o chupar alguna parte de mi cuerpo...

Mientras esperaba la llamada de Jaime un hombre que llevaba su colonia pasó casi rozándome. Aquel olor hizo que me acordara del tacto del vello que hay alrededor de su ombligo... Sí, no sé porqué pensé en eso, incluso llegué a notar su suavidad en las yemas de los dedos, en las mejillas y en los labios... Cuando me acercaba al quiosco para comprar el periódico sonó por fin el móvil y me encontré con la voz de Jaime al otro lado. Hablaba con un tono íntimo, como de cama. La cabeza empezó a bombardearme con imágenes de nuestro último encuentro... No pude evitar cerrar los ojos al recordar ciertos momentos. Acordamos que cada uno llevaría una sorpresa la próxima vez... Imaginé la cara que pondría cuando descubriera que no llevaba nada debajo del vestido y me excité increíblemente. Me gustaba mucho aquella sensación, pensé que debería pasar de la ropa interior más a menudo... Otra voz relativamente familiar me devolvió bruscamente a la realidad: era el quiosquero que me preguntaba qué quería. "Créeme, aquí no lo tenéis", pensé.

Cuando colgué estaba temblando. Agradecí poder parar un taxi enseguida porque me pareció que las rodillas no iban a sostenerme en pie mucho más tiempo. Estaba eufórica. Me tocó un taxista parlanchín que se dedicó a criticar a los políticos en general, sin dejar de mirarme las piernas por el retrovisor. Yo me limité a darle la razón con monosílabos sin escuchar. No dejaba de pensar, con una sonrisa involuntaria, que en unos minutos estaría comiéndome a besos a Jaime. De pronto fui consciente de que llevaba un rato apretando las piernas y frotándome casi imperceptiblemente contra el asiento. Afortunadamente, ya habíamos llegado porque noté que al taxista se le salían los ojos de las órbitas.

Por fin estaba frente a la puerta de su habitación de hotel. El corazón me latía en los labios, en las manos, en el sexo... Llamé y Jaime abrió enseguida. Estaba en la entrada de la habitación, a oscuras, tal y como me había dicho. Me acerqué a su silueta y comencé a besarle. Me excitaba notar su lengua en la boca, oír su respiración, sentir el calor de su cuerpo... Me acarició la espalda y el culo por encima del vestido y preguntó:

-¿No llevas nada debajo?

Negué con la cabeza.

-Eres increíble –susurró.

Noté su sexo inmenso contra mi vientre y me puse a cien, tanto que estuve a punto de incumplir la promesa de permanecer callada...

-Confías en mí, ¿verdad? –preguntó.

Asentí.

-Ahora voy a vendarte los ojos.

Sacó un pañuelo de seda oscura del bolsillo del vaquero y me vendó los ojos. Oí que abría la puerta del hall que daba a la habitación, la cual había permanecido cerrada hasta ahora. Me cogió de la mano y me llevó dentro. A pesar de la música noté que no estábamos solos. Escuché la respiración de alguien más y algo así como una risa ahogada. Había prometido que no hablaría, así que, inquieta, apreté la mano de Jaime a modo de pregunta.

-Tranquila, es que he invitado a unos amigos a comer... Son muy agradables, ya verás... Confía en mí. –Dijo mientras me besaba en el cuello entre frase y frase.

Cuando me besan el cuello me derrito y él sabe muy bien lo que me gusta.

-Está buena, ¿verdad? –preguntó a sus invitados.

Se oyeron exclamaciones de aprobación. Intenté averiguar cuantos eran. Logré distinguir al menos dos voces masculinas diferentes. Jaime estaba detrás de mí. Me sobaba las tetas suavemente por encima del vestido y notaba su polla firme contra mi cintura. La situación me daba un poco de miedo, pero al mismo tiempo, y a mi pesar, notaba como mi sexo seguía hinchándose poco a poco. Jaime deshizo el nudo que sujetaba el vestido a mi cuello y mis tetas quedaron a la vista.

-A que son bonitas. Pues cuando os enseñe su coñito vais a alucinar. Es una maravilla –afirmó.

Sus palabras me excitaban aún más. Entonces, levantó el vestido despacio y les enseñó mi sexo a sus amigos.

-Les tienes a todos locos... Ya no saben ni como ponerse –me susurró al oído.

Llevó su mano a mi vulva y comenzó a acariciarme. Me estremecí. Dejé caer la cabeza hacia atrás, sobre su pecho mientras me abandonaba al placer.

-Está empapada –anunció. Y metió uno de sus dedos untado en mis jugos dentro de mi boca. Lo chupé con avidez.

Ya me daba igual todo, lo único que quería era que Jaime siguiera acariciándome hasta que me corriera y que luego me follara como él sabía que me gustaba. Él puso mi mano sobre su bragueta, a punto de estallar. Yo bajé la cremallera, liberé su sexo y comencé a acariciarlo lentamente. Jaime terminó de desabrochar el vestido y lo dejó caer. Entonces, me cogió en brazos, avanzó unos pasos y me tumbó sobre una superficie fría y dura. Supuse que era una mesa. Estaba un poco incómoda y echaba de menos su mano entre mis piernas, hasta que alguien separó mis muslos y comenzó a lamerme. Supe que no era Jaime porque él me estaba besando en la boca. Sentía caricias húmedas por todo mi cuerpo y me gustaba.

-Voy a quitarte el pañuelo. Quiero que lo veas – me dijo.

Iba a negar con la cabeza... En realidad no estaba segura de querer ver, pero no me dio tiempo. La venda ya había volado.

Eran cuatro hombres desconocidos, cada uno ocupándose de acariciar o chupar alguna parte de mi cuerpo. Dos estaban completamente desnudos, uno de ellos, tosco y barrigón, me pareció físicamente repulsivo, el otro era un canoso muy atractivo. El tercero tenía pinta de joven ejecutivo, estaba completamente vestido pero su sexo asomaba insolente por la abertura de la bragueta. Del que se esmeraba entre mis piernas sólo podía ver una cabeza de rizos castaños, pero era evidente que ese chico sabía lo que hacía... Era todo un poco confuso: en ese momento tenía el pene del canoso en la mano izquierda y los dedos de la mano derecha dentro de boca del ejecutivo, el barrigón restregaba su sexo contra mi costado y me impregnaba de algo pegajoso. Además, mi cuerpo era amasado delicadamente por varias manos. Jaime estaba junto a mi cabeza, observando la escena. Se masturbaba despacio y por su expresión supe que estaba disfrutando del espectáculo. Me sentí increíblemente sucia, pero tan cachonda que en ese momento habría hecho cualquier cosa que me pidiera. No quise fijarme más... Decidí dejar de pensar y dejarme llevar, ya no podía hacer otra cosa.

-¿Tienes hambre? – me preguntó Jaime.

Asentí. Comenzó a pasear su glande, tan suave, por mis labios, yo saqué la lengua y lo lamí. Vi como su respiración se aceleraba. Separé los labios para que deslizara su polla dentro de mi boca y comenzó un movimiento lento de vaivén. Al poco rato se retiró.

-Uf, estoy muy excitado y no quiero correrme antes de tiempo –confesó.

Yo necesitaba que alguien me penetrara de una vez, pero debido a mi pacto de silencio no podía pedirlo. A todo esto, los chicos habían cambiado posiciones. En aquel momento el canoso atractivo acariciaba mi vulva con la punta de su polla. Me encanta que hagan eso... Al cabo de un rato el canoso miró a Jaime, como pidiendo su permiso, y acto seguido me penetró de un solo empujón, sin concesiones.

-Así, a ella le gusta hasta el fondo –dijo Jaime sonriendo.

Con la mano izquierda acariciaba la polla del chico de los rizos esta vez, el ejecutivo (que definitivamente era un romántico) me besaba en la boca apasionadamente mientras le masturbaba, el gordito acariciaba mi clítoris, el canoso me follaba, Jaime miraba, y yo, gracias a todos ellos me deshacía de placer. De pronto, el querubín castaño comenzó a eyacular llenándome las tetas de semen. Aquello incrementó las exigencias de mi sexo que palpitaba y me hacía gemir con más intensidad... Entonces el canoso sacó su sexo de mí. Quise protestar, pedirles que me dejaran correrme de una vez. Pero por lo visto le tocaba el turno de penetrarme al chico tímido, aquel que continuaba con su traje de marca y la corbata perfectamente colocada, sólo su polla se mostraba desafiante entre la tela.

Parecían seguir unas reglas preestablecidas. Me follaban por turnos, sin dejar que llegara al orgasmo. Me penetraban todos, menos Jaime.

Cuando le tocó el turno al barrigón no pude evitar ponerme tensa. Realmente me daba grima. Escupió sobre mi vulva y extendió la saliva con parsimonia, luego hizo resbalar el glande por mis labios arriba y abajo, y empezó a meterla muy poco a poco hasta el fondo. Enseguida me rendí: tuve que reconocer que follaba de vicio. Su manera de moverse tan lentamente me volvía loca.

Todo mi cuerpo estaba ya cubierto de semen y babas... Entonces, me levantaron. Jaime, que se había desnudado en algún momento, se sentó en una silla y sus amigos me ayudaron a encajarme a horcajadas sobre él. Me estremecí de gusto. "Por fin. ¿Por qué has tardado tanto?", pensé.

-Cielo, eres insaciable... No sé qué voy a hacer contigo... Fóllame... Así... Me encanta como lo haces... Te has portado muy bien – murmuraba Jaime.

Sus palabras multiplicaban mi placer. Mientras me movía encima de él, sus dedos tan hábiles estimulaban mi clítoris y la entrada de mi culo. Observé la escena en el espejo: mi piel brillante de sudor y fluidos resbalando sobre su cuerpo, su polla entrando y saliendo de mí, un par de dedos maravillosos en mi culo... Y un público masculino totalmente entregado. Ya no podía más. Sentí que me iba a correr y efectivamente comenzaron los intensos espasmos... Cuando hubieron cesado, Jaime me levantó manteniendo su sexo dentro de mí , dio unos cuantos pasos y caímos los dos sobre la cama. Unas pocas embestidas bastaron: noté enseguida la calidez que inundaba mi vientre.

Más tranquila, y liberada ya de la promesa, pronuncié mis primeras palabras de la tarde:

-Chicos, me pido primera para la ducha, si no llegaré tarde a misa.