La sorpresa de Carlos

voyeur, m/F

Carlos caminaba despacio por la calle. Era un día de suerte para él, ya que uno de sus profesores del instituto, con el que tenía dos horas seguidas antes de la hora de gimnasia, había faltado porque estaba enfermo. Al tener esas dos horas muertas antes de la de gimnasia, el director había decidido que se podían ir a casa los alumnos, algo que él sabía los alegraría mucho. "Es un tío enrollado el director, después de todo", pensó Carlos mientras cruzaba hacia la otra acera.

El cielo estaba nublado como era habitual en noviembre y estaba claro que iba a caer un buen chaparrón de un momento a otro. Incluso a mediodía, había poca luz debido a las nubes negras que ocultaban el sol. A Carlos le gustaban los días nublados y la lluvia y le entusiasmaba el olor a tierra mojada que la lluvía provocaba. Era por ello por lo que no tenía prisa en llegar a casa y paseaba disfrutando del ambiente.

Después de un cuarto de hora, Carlos llegó por fin a la puerta de su casa que, extrañamente, estaba entreabierta. Lentamente, Carlos la empujó y entró muy en silencio para ver qué ocurría. Desde el final del pasillo, donde estaba el cuarto de baño, el chico de dieciséis años oyó que su madre decía:

-Espérame en el dormitorio, que ahora mismo voy.

Carlos se extrañó mucho de oír aquello, así que se le ocurrió ir muy en silencio a su dormitorio, que estaba separado por un delgado tabique del de su madre, en el cual había una pequeña ventana con marco de madera, que siempre estaba cerrada, pero en la que había algunos agujeros a través de los cuales podía verse la habitación de su madre con bastante claridad.

El adolescente entró sin ser advertido en su habitación y encajó la puerta tras de sí. Su habitación estaba en penumbra, ya que las contraventanas estaban casi totalmente cerradas. Aun así, podía verse perfectamente a través de los agujeros de la madera de la ventana que daba al dormitorio de su madre, y lo que vio allí lo dejó estupefacto. Sentado al borde de la cama de matrimonio de su madre ( que se veía de lado desde donde miraba Carlos, es decir, con el cabecero a la izquierda y los pies a la derecha ) estaba Antonio, un chico tan sólo un año mayor que él que trabajaba por las tardes en un taller mecánico del pueblo.

Antonio siempre había tenido mucha suerte con las chicas, o por lo menos ése era el rumor que corría por el instituto, del que el joven se había salido para empezar a trabajar con un tío suyo. La verdad es que tenía pinta de ser un auténtico conquistador, ya que era rubio, tenía ojos verdes, era delgado y bien formado y, además, era el típico chico que tiene mucha seguridad en sí mismo y se convierte en una suerte de líder. Corrían de boca en boca multitud de historias sobre las correrías de Antonio, pero Carlos nunca les había dado mucho crédito; hasta este día, claro.

Antonio  sólo tenía puestos unos pequeños calzoncillos que resaltaban su paquete, bastante generoso, según admitió el mismísimo Carlos, entusiasmado y horrorizado a la vez por convertirse en un "voyeur" accidental. Había que reconocer que el joven sentado en la cama tenía atractivo. Era delgado y se le notaban los músculos del abdomen, algo que Carlos siempre había querido para sí mismo. Además, sus piernas eran musculosas y bien formadas y su cara muy atractiva en opinión de Carlos, quien siempre se sentía incómodo al tener una opinión sobre un chico.

De pronto, Carlos oyó a su madre andar y la vio entrar en el dormitorio, llevando puesta sólo una bata de andar por casa. La madre del chico era una ama de casa normal, de estatura media, complexión rellena, culo amplio y pechos grandes. Sus piernas eran robustas como columnas y estaban muy bien formadas y su cara era bastante atractiva para una mujer de cuarenta años.

La madre de Carlos se quitó la bata y apareció ante él totalmente desnuda, enseñando sus grandes tetas y su pilosa entrepierna oscura. Antonio, luego de mirar un poco a su "víctima", llevó sus manos a los pequeños calzoncillos y se los bajó, dejando que su polla saltara hacia arriba como un resorte. La tenía bastante grande ( unos diecisiete centímetros ) y de un grosor normal y apuntaba con fuerza hacia arriba.

-Ya la tienes empinada, eh. . .  -dijo la madre de Carlos.

Antonio se limitó a asentir sonriente y a agarrársela con una mano. La madre de Carlos, Mari, se puso de rodillas entre las piernas ahora abiertas de Antonio y bajó la cabeza hasta tocar con sus labios la punta del glande del joven adolescente, que estaba ya extremadamente enrojecida. La lengua de Mari empezó a lamer la brillante superficie del capullo del chico, que empezaba a sentirse maravillosamente bien sintiendo sus tetas apretadas contra sus rodillas y su lengua jugueteando por su polla.

Mari recorría la polla de Antonio en toda su longitud con la lengua, disfrutando de su sabor y relamiéndose a cada paso. Poco después, introdujo gran parte del pene del adolescente en su boca, descendiendo por éste con ella, sus labios apretados con fuerza. Una de las veces casi llegó a meterse todo el miembro erecto de Antonio quien, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados, disfrutaba aquellos momentos mágicos. Mari siguió bajando y subiendo lentamente durante un rato, hasta que se detuvo y se puso de pie. Entonces, se subió en la cama y se tumbó boca arriba.

-¿Te has traído los preservativos? -preguntó.

-Sí, los tengo en el pantalón, espera.

Antonio hurgó en los bolsillos de su pantalón, que estaba tirado en el suelo, y sacó un condón envuelto en un plástico transparente. Incluso desde donde estaba Carlos se podía ver que el condón era de color rojo. Estaba claro que Antonio era un auténtico detallista. Mari se incorporó y se puso de rodillas sobre la cama frente a Antonio, que le pasó el preservativo. La madre de Carlos mordió el plástico y en un momento extrajo el condón de su interior, colocándolo sobre la cabeza de la polla de Antonio y desenrollándolo a lo largo de ésta cuidadosamente. Una vez puesto, Mari separó sus piernas y las puso, con las rodillas flexionadas y apuntando hacia arriba, a ambos lados del cuerpo de Antonio. Seguidamente, agarró al chico por los costados y, dejándose caer hacia atrás, lo arrastró con ella de forma que acabara sobre ella y entre sus piernas.

Antonio no perdió el tiempo y en un momento introdujo su miembro en el coño peludo de Mari, que gimió casi imperceptiblemente al sentirse invadida por la carne dura del joven y cerró los ojos, poniendo sus manos sobre la cabeza del chico, que ahora estaba sobre sus tetas, que estaban siendo chupadas ávidamente. Antonio no se entretuvo y empezó a embestir a Mari con fuerza, metiendo casi toda la longitud de su verga en su vagina húmeda y cálida. El placer era evidentemente inmenso para los dos a juzgar por la expresión de sus caras.

Las dos figuras sobre la cama parecían a ojos de Carlos dos trozos de carne mezclada, dos animales en celo que no pudieran hacer otra cosa que fornicar de la manera más burda y salvaje. Los dos jadeaban como poseídos y se magreaban entregados a los placeres de la carne, a los que habían sucumbido y de los que no había salida fácil. A Carlos no se le olvidaría fácilmente la expresión de lujuria en el rostro de su madre mientras apretaba la cabeza de Antonio contra sus grandes tetas y éste la penetraba salvajemente como si se fuera a acabar el mundo.

Poco tiempo después, Mari empezó a retorcerse de placer con más intensidad que antes. Rodeó el culo de Antonio con sus piernas y lo apretó más aún. Carlos no cayó en ello en ese momento, pero su madre estaba corriéndose delante de él y gracias a un chico de su edad aproximadamente. Aquel orgasmo electrizante duró casi un minuto y luego Mari se relajó, mientras Antonio, que demostraba tener un aguante formidable, seguía penetrándola incansablemente, buscando ahora su propio placer. Éste llegó pronto, ya que las contracciones musculares de la vagina de Mari durante el orgasmo habían precipitado el clímax del chico, que ahora eyaculaba con fuertes chorros de esperma en el preservativo rojo.

Todo acabó antes de que Carlos se diera cuenta, y los dos amantes se separaron y vistieron y luego Antonio se fue, no sin antes dar un profundo beso en la boca a Mari, que había quedado muy satisfecha. Carlos no podía creerse ahora que acababa de ver cómo su madre follaba con un adolescente y pensó, tal vez injustamente, que era una guarra y una degenerada, pero aquello pronto se le olvidaría. . . o tal vez no.