La sorpresa continúa
Como terminó la noche que conocí a la hija de Cristina.
LA SORPRESA CONTINUA
Lo prometido es deuda, y había prometido continuar el relato del trío entre Cristina, su hija Lucía y un servidor. Esto último dicho sin dobles intenciones.
El comentario de Cristina me dejo pasmado ya que estaba invitando a su hija a participar de una relación "sexual" con ella y a propósito no utilizo el término "lésbica" ya que este posee una connotación no sólo de relación carnal, sino también altamente afectiva de pareja. Pero ya fuera que el comentario implicara sólo la relación sexual la intención era muy fuerte.
Me quedé mirando a Lucía intentando prever su reacción, pensando en una demora en la cual sopesara las palabras de Cristina, pero su respuesta fue instantánea.
-Cristina, vamos a pasarla muy, muy bien.
Las dos me miraron, como sopesando el impacto que habían tenido en mí.
-Por supuesto, yo más que dispuesto-, me apresuré a intervenir.
-Lucía, acostate.
Cristina la tomó de los hombros y con suavidad la ayudó a tenderse en la cama. Se acostó a su lado y comenzó a acariciarle los pezones con dos dedos con suaves movimientos circulares. Los pezones respondieron al estímulo adquiriendo un tamaño considerable. Lucía cerró los ojos y emitió un sonoro suspiro. Cristina siguió entonces apretando con firmeza las tetas de Lucía quien se estremeció y gimió en una mezcla de dolor y placer. Ante esta reacción aflojó la presión y se detuvo.
-No, no pares, seguí, seguí-, dijo Lucía entreabriendo los ojos.
Cristina recomenzó su tarea, al mismo tiempo que comenzó a besarlas y chuparlas con energía. Lucía estaba estática dejándola hacer, gozando de cada caricia, de cada beso, de cada chupada.
Cristina comenzó a bajar por su pecho, sus costillas, se detuvo en el ombligo para seguir bajando luego hacia el vientre de su hija.
Yo contemplaba embelesado todos los movimientos de una y otra y no me animaba a intervenir temiendo que cualquier participación mía pudiera terminar con la magia erótica del momento.
Cristina se detuvo un instante, se incorporó y se colocó de rodillas a los pies de Lucía. Tomó uno de ellos y levantándolo empezó a introducirse dedo por dedo en la boca paladeándolos largamente. Los succionaba muy despacio y después les pasaba su lengua en punta. Terminó con un pie y siguió con el otro. Lucía se estremecía ante cada contacto, mientras no paraba de acariciarse las tetas, con lentos movimientos circulares. Cuando hubo pasado por cada uno de los diez dedos le separó las piernas levantadas y ubicó la vagina de Lucía comenzando a hurgar con la lengua en el interior. Sin dudas su clítoris respondió rápidamente porque comenzó un orgasmo que me pareció interminable, por lo menos sus gemidos así lo indicaban.
Cristina se tomó unos segundos mirando como su hija acababa; sonreía con placer conciente del acto que estaban protagonizando y disfrutándolo.
Me miró; sus ojos estaban brillantes.
-Preparate que ahora seguís vos.
Mientras Cristina estaba dedicada a satisfacer a Lucía yo no me perdí detalle de todo lo que estaba pasando y si no me metí entre ellas fue porque soy una persona paciente que sabe que todo tiene su tiempo y que hay que saber esperar. Lo difícil era que mi pija entendiera esta simple cuestión; estaba a punto de explotar después del show que acababa de presenciar.
Cristina me agarró de la mano y se la colocó sobre la concha. Estoy pensando que Lucía y vos me van a hacer pasar un buen rato. Tengo algunas ideas.
-Cris, soy tu esclavo y obedezco.
Lucía seguía sin pronunciar palabra pero sin perder detalle de lo que pasaba, sus pechos se balanceaban con la agitación del momento que había pasado.
Cristina se acostó boca arriba esperando. Ahora es mi turno-, dijo.
Lucía se levantó de la cama y caminó hasta una pequeña cómoda; abrió uno de los cajones y extrajo un pote dorado. -¿Esto es lo que estabas pensando?
Cristina sonrió y guiñándome un ojo dijo casi con orgullo: -Esos deben ser algunos de mis genes.
Yo no comprendía de que me estaba hablando. Lucía volvió a la cama y destapó el frasco. Introdujo un par de dedos y los sacó con una buena cantidad de una crema del mismo color que el pote.
-¿Es esta, no es cierto?
-Sí, Lucía, es esa.
Cristina se estiró abriendo un poco las piernas; su hija comenzó a untarle las piernas con la crema dorada que despedía una fragancia encantadora. Iba subiendo desde las rodillas tiñendo el cuerpo de Cristina con ese fulgor. Lucía me aproximó la crema, tomé un poco y comencé a imitarla bajando desde el cuello de Cristina hacia sus senos lentamente. La crema tenía una untuosidad especial, era suave al tacto y emitía algo de calor. Me detuve un rato masajeando las tetas de Cristina notando como se iba apoderando de ella toda la voluptuosidad del momento. Sus pezones pasaron del rosa al dorado, sus areolas se tiñeron igual.
Lucía ya estaba introduciendo sus dedos en la concha de su madre y esta respondía al estímulo con suaves gemidos de placer. Yo por mi parte iba untando su abdomen, su vientre, su pubis depilado; por un instante mis manos se confundieron con las de Lucía; creo que recién en ese momento pareció darse cuenta de mi presencia, porque levantó su vista, me sonrió y dejando a Cris empezó a frotar mi pija con la crema. Yo frente a ella, hice lo mismo con sus tetas.
Cristina se dio vuelta en la cama sin una palabra, y sin embargo invitándonos a seguir en su espalda. Cambiamos nuestras posiciones y yo me dediqué a su parte baja mientras Lucía masajeaba su espalda, sus hombros y su nuca. Nuestras manos se encontraron en las nalgas y nuestras caricias se hicieron mas fuertes. Uno de mis dedos penetró en su culo.
Cristina se puso en cuatro patas apoyada en sus codos y en sus rodillas. No hacía falta decir una sola palabra. Antes de que me diera cuenta, Lucía se había colocado debajo de ella chupándole las tetas. Los gemidos de ambas apresuraron mi acción.
Me coloqué en posición y empecé a dársela por el culo. Un poco por la crema que habíamos untado en su orificio y otro poco por la que Lucía me había colocado, lo cierto es que la penetración fue de una suavidad increíble. Casi sin ningún esfuerzo me encontré con que la había penetrado por completo; la crema también la había lubricado convenientemente por lo que mis movimientos se transmitían con continuidad logrando un goce maravilloso para los dos.
A todo esto Lucía había salido de debajo de su madre y se había colocado detrás de mí y acompañaba mis movimientos en el vaivén, acariciando mis tetillas y mordisqueándome el hombro y la nuca.
En ocasiones he alcanzado algo así como un estado de gracia en que el tiempo parece detenerse. Alguien me dijo que tiene que ver con una sustancia que segrega el cuerpo humano, las endorfinas también llamadas la droga de la felicidad; eso con seguridad me estaba pasando, el tiempo se había detenido y yo seguía cogiéndome a Cristina con su hija detrás de mí.
No se cuanto estuve antes de acabar, lo cierto es que cuando nos tumbamos en la cama, casi al unísono ambas dijeron lo mismo.
-Por favor, que polvo.
Ambas habían alcanzado sus orgasmos; estábamos en total sintonía, descansando, mirando al techo sin hablar, sólo se escuchaba la respiración, cada uno con sus pensamientos, entrelazados, felices. Quizás pensando como terminaría esa noche o como seguiría.
Cristina interrumpió el momento con una pregunta: -¿qué hora será?
A lo que Lucía respondió: -¿a quién le importa?
-Me voy a dar una ducha-, dije.
-Yo también-, dijo Cris.
-Y yo-, remató Lucía.
-¿Todos juntos?, pregunté.
-¿Porqué no?.
Y allí fuimos. Era curioso y tentador ver nuestros cuerpos sudorosos dorados en parte; abrazados fuimos al baño en el cual en un rincón dominante había un gran sector con paneles de vidrio con varios rociadores en las dos paredes que formaban el ángulo. Lucía abrió las duchas y el vapor inundó el baño; reguló las canillas hasta moderar la temperatura; ingresamos los tres y la tibieza del agua fue una bendición. Bastó una mirada entre Cristina y Lucía para que sus sonrisas me indicaran que la noche no había terminado aún.
Lucía tomó una esponja, la enjabonó con parsimonia, sin mirarnos, aún cuando sabía que estábamos pendientes de sus movimientos. Se me acercó y comenzó a frotarme lentamente el pecho, en parte con la esponja y en parte con su otra mano. Cristina hizo lo propio por detrás y sus manos enjabonadas en mi espalda me hicieron estremecer. Tomé algo de espuma y empecé a frotarle las tetas a Lucía; sus pezones respondieron como esperaba; Cristina desde atrás me la agarró y empezó a pajearme, mientras se refregaba contra mi espalda. Lucía se arrodilló y sacando la mano de Cristina empezó a chupármela. Cris se colocó a mi lado y me abrazó; empecé a frotarle la concha introduciendo mis dedos en su vagina. La sensación de suavidad de la espuma, la tibieza del agua, el calor de nuestros cuerpos, todo se unía para darnos una sensación incomparable. Lucía se incorporó y empezó a masturbarse mirando como Cristina y yo nos dábamos placer mutuamente. Rápidamente alcanzó su orgasmo, lo mismo hizo Cristina y yo acabé casi al mismo tiempo.
Salimos de la ducha, nos envolvimos en unos amplios toallones, y nos acostamos para descansar en perfecta armonía.
Ese fue el día en que conocí a la hija de Cristina.