La Sorpresa

Microrrelato. Dedicado a un cornudo de Barcelona

Sorpresa

  • Puedes tirártele –le digo- Es una zorra.

Tu mujer me mira desconcertada. No le conoce, pero nota que entre él y yo hay confianza, la suficiente desde luego  como para cederle un coñito tan precioso. Un coñito que ni siquiera es del todo mío.

  • Su marido me la presta cada vez que vengo a Barcelona. Primero me la viste, me la calza y, a veces, hasta me la trae al hotel. Como hoy.

  • Pues tiene buen gusto el cornudo… -tu mujer cruza las piernas. Casi aprieta un muslo contra otro, como si un latigazo de placer hubiera recorrido su vientre al escuchar el comentario.

Sentada al borde de la cama, con ese vestido negro, abierto hasta la cadera, está preciosa. Soy tan fetichista como tú y me encantan los pequeños detalles: el maquillaje justo, los pendientes adecuados, el perfume caro… y el anillo de casada en su dedo. –¡ah, el anillo! Eso que no falte-.

Está aquí por darte gusto -y para dármelo a mí tan generosamente como siempre, aunque sólo te cuente la mitad-. Pero no se esperaba esta sorpresa, la presencia de un extraño, ante el que hoy –y si él quiere en adelante- va a demostrar sus habilidades de zorra de lujo.

Aun mantiene la cabeza baja. No se atreve a mirarnos. Quizás esté pensando en lo mucho que te gustaría estar presente, hoy que van a ser dos los que se la zumben. ¿O en lo mucho que disfrutará contándotelo?

  • ¿El culo también? –le oye preguntar.

  • El culo también –escucha atenta, diría que expectante-. Si no, no hay cuernos completos –y mi amigo se ríe como si fueran más importantes tus cuerno que el par de polvos que le va a echar a tu esposa.

Se le nota nerviosa. Aun no te la hemos puesto un dedo encima y ya está empapada. Va a ser un placer bajarle las bragas y chuparle del culo al coño –como luego harás tú…- y ver cómo se retuerce. Una puta en un hotel, pensaría cualquiera; una puta para dos –ahora que se ha puesto de moda-. Eso debió pensar el recepcionista cuando nos vio a ti, a ella y a mí en el hall, cuando me la entregabas. Una zorra de lujo, seguro que pensó el ascensorista, mientras yo iba sobando su culo mientras subíamos a la habitación. “Un capricho de mi marido”, piensa ella ahora, mientras, frente a mí, un desconocido comienza a bajar muy lentamente la cremallera del elegante vestido negro que antesdeayer (cuando supiste de mi visita a Barcelona) le compraste a tu mujer.