La sombra capítulo 3
Puedo tomar la forma que quieras. me dijo la sombra. Sólo tienes que desearlo... La miré jadeando. No sabía qué hacer. No sabía cómo actuar. No sabía qué pedir...
Nos preparamos para salir de fiesta. La lluvia seguía estropeando la emoción de bailar por la calle y que nos acosasen los borrachos y sintiéramos ese miedo de que nos aconteciera cualquier desgracia. O eso decía Lubi. Era muy provocativa. Y demasiado desentendida. Como si el mundo estuviera en otra sintonía distinta a la suya, y no al revés. Soberbia, altiva, orgullosa, pero amigable. ¿Qué pasaba por su cabeza para creerse por encima de todo? O mejor dicho... ¿qué pasaba por su alma? Sonreía, contoneando su cuerpo mientras sonaba una canción y se vestía. Falda que mostraba más que tapaba. Sí, minifalda, con una especie de corsé rojo y unos pendientes de aros con unas botas negras. Yo iba más formal. Un pantalón vaquero, botas marrones y blusa azul.
–Mira, te tengo una sorpresa.
–¿Hm?
Se fue a otra habitación y trajo unas chaquetas de cuero negras, de buena calidad. Estilo ochentero.
–¿Te gustan? Son iguales. Así marcaremos nuestro terreno.
–¿Eh? ¿Somos ahora machos golpeándose el pecho?
–Jaja. Nah, es para destacar por encima del resto.
–Es preciosa, sí, pero...
–¿Qué?
–Ya es suficiente de tanto regalo. Me voy a sentir...
–Calla. No importa. –se puso un gorro de lana blanco, y me dijo: –Si no te gusta puedes devolvérmela. Pero sé que te gustará.
–Bien lo sabes tú que sí. –me la puse. Encajaba a la perfección conmigo.
Del coche a la discoteca nos calamos enteras. Apenas fueron dos segundos bajo la lluvia, pero era tan intensa que no pudimos evitarla. Nos reímos, quedándonos en la entrada bajo un toldo mirando el agua caer. El portero de la discoteca nos dejó entrar sin pedirnos el carnet. Era la ventaja de ser mujer, que eran menos selectivos para que no hubiera tanta salchicha por metro cuadrado. Y, una vez dentro, fui cegada por las luces parpadeando y la música atronadora. La gente bailaba. De forma patética, pero como estaban borrachos no les importaba en absoluto. Llevaban copas en las manos, cayéndoseles o bebiéndolas de un trago, o dejando que se las robasen por estar a otras cosas. Vi de todo un poco en apenas un minuto que estuve analizando la situación. Las luces se volvieron más normales y Lubi tiró de mí hasta la barra, donde pidió un ron con cola.
–Ya verás, está muy rico.
–A ver, a ver. –dije yo dándole un sorbo. Tosí. Me supo muy fuerte.
–No estás acostumbrada al alcohol. Ay, mi niña...
–Calla, calla. –bebí más, pero seguí tosiendo. Ni que estuviera fumando un cigarro...
–Ven, vamos a la pista. –tiró de mí. Habíamos dejado los bolsos en el coche para no tener que preocuparnos por ellos. Lubi se contoneó, como lo hacía enfrente del sirviente. Sensual, como si nada le importase. Yendo al compás de un ritmo distinto al de la discoteca. Un ritmo que sonase en su mente. Y, lo peor, es que al bailarlo lograba que tú también lo oyeras, que tú también quisieras bailar a ese ritmo. Entré en una especie de trance mientras seguía sus movimientos. Me olvidé del mundo y de mí misma. Mi alma flotó por encima de mi cuerpo. La música dejó de oírse para escucharse el sonido de la lluvia rebotando contra el suelo y los rayos enfurecidos brotando del cielo. Y apenas fue un minuto. Pensé que me habría drogado. Pensar me hizo desvanecerme del trance. ¿Qué efecto tenía Lubi en mí? Miré nuestro alrededor. Nadie se había fijado en nosotras. ¿Estaba ella contaminándome de alguna forma? O, al revés, ¿purificándome?
Parpadeé varias veces echándome hacia atrás. Ella se acercó a mí y me preguntó:
–¿Estás bien?
–Sí. Es que me hipnotizaste con tu baile. Literal.
–¿Y eso? ¿Cómo se hipnotiza a alguien?
–Relajándolo, supongo.
Era un asco hablar a gritos porque la música tapase nuestras voces. Me empecé a arrepentir de haber salido. Habría estado mejor quedarse en casa y ver películas o jugar a algún videojuego. Aunque la noche acabase de comenzar, me recordó a las veces que yo salía y me aburría.
–Necesitamos algún chico. Para eso salimos. –dijo leyendo mi mente. ¿La leería de verdad o simplemente era intuitiva?
–¿No te entran aquí los hombres? –es decir, acercarse a ti para hablar.
–Se cortan. Mira la música. Les resulta muy difícil ligar estando tan alta.
–¿Entonces?
–Buscamos... ¡BUSCAMOS A QUIEN NOS GUSTE! –ya gritaba a voces. La música bajó un poco. Tenía subidas y bajadas radicales. –Y le echamos una miradita, incitándolo. Lo sacamos fuera, como si fuésemos a fumar, y lo conocemos, ¿te parece?
–No está mal. Pero necesitamos dos.
–¿Eh? –no me salía gritar. Era llamar la atención demasiado, conque se lo repetí, sin entenderme ella ni con ésas. Así cuatro veces hasta que se lo expliqué con gestos. –Ah, ya... O no. Uno para ambas. Un trío.
–¿Qué? Qué dices.
–Jajaja. Nada, nada.
–Yo no quiero follar hoy.
–¿Eh?
Argh, puta música. Se lo expliqué con gestos. Ella me miró extrañada y dijo:
–Darle un gusto al cuerpo de vez en cuando no le hace daño a nadie.
–A mi alma.
–¿Eh?
–¡A MI ALMA! –grité, ya cansada de la música, llamando la atención de todos los borrachos y drogados.
–Bah, no seas filosófica. Tú diviértete. Lo que quede entre nosotras, quedará entre nosotras. ¡Vamos!
Me llevó de la mano por toda la discoteca, catalogando y descatalogando a los chicos como si fuesen mercancía. Me sentí un poco sucia. Lubi se endiosaba demasiado. No era para menos. Aunque siempre dijeran que yo era más guapa, ella tenía más dinero, más inteligencia y mejor actitud. Más decisión. Eso era lo que le otorgaba una ventaja respecto a mí. Eso la hacía la líder del dúo. Eso la convertía en quien decidiera quién estaría con nosotras aquella noche. Pero, tras diez minutos dando vueltas salimos afuera y dijo:
–Basssuuuuuraaaa.
–¿Hm? ¿Nada decente? ¿Paladar demasiado refinado? Yo vi un par que...
–Nah, parecían tontos. Tenemos que seleccionarlos guapos y medianamente inteligentes.
–¿No querías sólo un revolcón?
–Pero cuanto más listos sean mejor lo harán. Créeme, yo lo sé.
–Hm, bueno...
–No estás en posición de elegir. Vamos, ven.
Llamó al coche y fuimos a la siguiente discoteca. Aquélla no tenía la música tan alta, aunque olía a tubería. Pronto sólo sería sudor. Bueno, la cosa es que la gente estaba tan borracha que le daba igual todo. Aquella discoteca era más de liantes y malhechores que otra cosa. No pedimos ni bebida. Le dimos un vistazo y con las mismas nos fuimos.
–¿Qué vamos a hacer, Isis? Poco a poco nuestras esperanzas van mermando.
–Volver a casa y quedarnos relajadas mirando la lluvia caer.
–Nah, nada de eso. Hoy nos tenemos que liar con un chico al menos, aunque no follemos.
–Pero es cansino. ¿Ofrecer nuestros labios a unos tíos que no conocemos sólo por querer pasarlo bien? ¿Y qué mérito tienen? ¿Estar buenos y ya?
–Tienen el mérito de estar en el lugar correcto en el momento correcto. Así es como ganamos la mansión y la riqueza.
–¿Ganasteis? ¿Pusiste mucho de tu parte?
–¡Más de la que crees!
Me quedé extrañada, enarcando una ceja. Me contestó para limar asperezas:
–Al haber nacido el efecto dominó les acabó llevando a la riqueza. ¿Ves?
–Pfff... –reí por lo absurdo que sonaba. Y entonces soltó:
–¡Para, para! –al chófer, que frenó en seco. A la derecha, bajo un soportal, dos chavales. Uno de ellos alto, alargado, más bien, con pantalón amarillo corto, en pleno invierno, sí, y unas playeras azules. Su pelo rizoso negro, sus ojos azules, su sudadera gris y su camiseta azul. El otro era rubio, con pelo largo en melena, ojos verdes, pecoso, con camiseta amarilla y pantalones rojos. Sus playeras eran blancas.
–¿Qué haces?
Lubi bajó la ventanilla y les dijo:
–¿Queréis pasarlo bien? ¡Subid!
Se miraron y se aproximaron, mojándose un poco. Yo estaba de los nervios. ¿Sabéis esa sensación de estar con alguien al que no conoces, con quien no te apetece estar y encima no saber de qué hablarle? Eso mismo. Al entrar en la limusina la dejaron calada, a pesar de haber estado dos segundos bajo la lluvia. Tanto era lo que caía. Jadeaban, enfrente de nosotras. Lubi le dio dos besos a cada uno y nos presentó. Me puse colorada entera. Por fortuna, ella era quien llevaba el hilo de toda la conversación. Le dijo al chófer que diera vueltas por ahí erráticamente hasta que nos llevó a un bar a las afueras. Uno que había al lado de una gasolinera, a seis kilómetros de la mansión. Allí bajamos a tomar algo y nos conocimos mejor. Empecé a comprender por qué Lubi los había elegido.
Eran... más bien tímidos. A pesar de que tenían cara de muñequitos, eran bastante cortados. Solían agachar la mirada. Lubi les imponía mucho, más aún cuando fue al baño a realzar los pechos y provocarles. ¿Querría de verdad algo con ellos o vio que eran tímidos y prefería utilizarlos para reírse en su cara?
De pronto se acercó al rubio y lo acarició por la melena. Lo atrajo hasta sí y besó sus labios. El moreno me miró, esperando que yo hiciera lo propio, pero me quedé bloqueada. No era capaz de acercarme a él y besarlo. No. Apenas lo conocía. A pesar de que por un lado lo deseaba, por otro no nacía de mí. No podía...
–¿Isis? ¿No te apuntas? –preguntó Lubi. Vio mi cara de horror y sonrió, encogiéndose de hombros, agarrando al moreno del pelo y besándolo también. Iba alternando. De uno a otro, de uno a otro...
Tras cinco minutos les dejó su número de teléfono apuntado en un papel y se despidió de ellos guiñándoles un ojo. Fue conmigo hasta la limusina y me dijo:
–A ver cómo vuelven ahora, jajajaja.
–Qué hija de puta, jajajaja. ¿Por qué te liaste con ellos?
–Eran monos, ¿no crees? Además, vírgenes.
–¿Qué? ¿En serio? ¿Tan mayores y vírgenes?
–Sí.
–¿Cómo lo sabías?
–Tengo... un don. –me sonrió.
–Te creo. ¿Entonces no te los triscas?
–¡No! Déjales, así está bien. Ya llamarán y continuaré.
–¿Con qué?
–¡Ah...! ¡Sorpresa!
Ya estaba intrigándome. Ya estaba molestándome para dejarme pendiente de sus perversos planes. Me encantaba.