La solución

La mayoría de las veces la única solución no siempre es la mas lógica de las soluciones. Constantemente nos debatimos entre aquello que queremos y aquello que debemos.

LA SOLUCION

La mayoría de las veces la única solución no siempre es la mas lógica de las soluciones. Constantemente nos debatimos entre aquello que queremos y aquello que debemos y es en esta lucha que perdemos noches de sueño, ganamos molestas úlceras de estómago, mostramos nuestro peor rostro y mantenemos una lucha interna tan terrible que nada ni nadie puede ayudarnos.

El nombre de ella es lo de menos, cuando se comparten tantas cosas y se sufren tantas emociones, el nombre siempre es lo de menos. Es como despojar a una flor del nombre. Sigue siendo una flor, sigue necesitando agua y sigue floreciendo. Ella era una flor, quizás la flor más contradictoria de todo el jardín. Se debatía constantemente entre lo posible y lo probable. Ella vivía una vida e intentaba vivirla de la mejor manera posible y prácticamente lo estaba logrando. Pero aun le faltaba algo. Esa ultima especie (quizás picante) que convierte el plato en algo completamente irresistible.

Ella tenía 33 años y era morena, delgada, con una graciosa media melena, sus ojos eran grandes y negros. Sus piernas eran largas y estilizadas, a ella le gustaba de enfundarlas en medias negras. Estaba orgullosa de sus piernas y aunque en algún momento hubiese sentido vergüenza de mostrarlas mas de lo que debía, muchas veces lo hacia. Un contradictorio sentimiento de culpa y excitación la embargaba cuando en cualquier reunión con los empleados, ella se sentaba y la falda se deslizaba unos centímetros más arriba de lo deseable. Ella sentía las miradas de sus subordinados clavándose en sus muslos y eso la hacía sentirse bien de lo mal que se sentía. O quizás era al revés: la hacia sentirse mal de lo bien que se sentía. Fuese lo que fuese, esa contradicción la hacia sentirse viva. No obstante, no era suficiente.

Ella trabajaba de directiva en una empresa. Nunca supe exactamente el alcance de su responsabilidad ni tampoco a que se dedicaba la empresa pero si que ella tenía bajo su cargo a un amplio equipo de personas, en su mayoría hombres. Eso explicaba muchas cosas. Mi experiencia me ha demostrado que las personas con mayor carga empresarial o con mayor poder de decisión son las personas que en sus fantasías (después realidades) pretender el rol de sumisos o sumisas. Generalizar siempre es un error pero mi experiencia me llevaba a esta conclusión.

Porque ella era una sumisa en toda regla, de eso no cabía ninguna duda, aunque llevase casi toda su vida adulta debatiéndose entre lo que debía y lo que quería. Ella necesitaba una solución. Yo tenía la solución. Pero para aplicar una solución tiene que haber un deseo de solucionar algo.

Ella estaba casada (felizmente casada, creo) y ese era uno de los motivos que le impedían abrazar la solución. Posiblemente en otro momento y otro lugar ella habría cerrado los ojos y se habría lanzado al abismo de lo desconocido. Pero ahora su marido la mantenía (inconscientemente) atada a una realidad a la que le faltaba algo. Todos deseamos algo y en ocasiones la insatisfacción nos hace valorar aquello que verdaderamente tenemos y no aquello que en realidad hemos perdido. Decimos "de acuerdo, no he conseguido eso… pero mi vida esta llena de muchas otras cosas". Eso es cierto, la excusa de la felicidad global siempre nos ayuda a sobrellevar la infelicidad puntual. Pero cuando algo lo deseas con todas tus fuerzas como lo deseaba ella. Cualquier excusa se desmorona con el tiempo.

Al final, al cabo de muchos meses, ella decidió que nos viésemos. En un terreno neutral, en un escenario imposible para cualquier relación amo/sumisa. En su despacho.

Quizás esto pueda resultar extraño, pero a mi no me lo pareció tanto. Yo me haría pasar por un proveedor y mantendríamos una entrevista de apenas 30 minutos en un terreno donde nada podía suceder. Ambos confiábamos el uno en el otro y sabíamos que nuestras respectivas vidas al margen estaban a buen recaudo. Quizás podía parecer extraño pero era el mejor escenario para una primera toma de contacto donde el distanciamiento pusiese barreras a la locura.

Estuve esperando cerca de diez minutos en la salita contigua a su despacho, yo me había vestido con mi mejor (y único) traje e intentaba aparentar total profesionalidad junto a un maletín de cuero que había sido herencia de mi abuelo. Al cabo de un rato la secretaria me hizo una seña con la mano para que pasase al despacho. Dentro estaba ella sola. Me había hecho esperar a posta. Quizás por el miedo, quizás por pura mecánica. Fuese como fuese, eso me gustaba.

-Hola –dijo ella desde el otro lado de la mesa.

No se levantó. Era aun mas hermosa de lo que había imaginado. Ahora debo confesar que nunca antes nos habíamos visto, toda nuestra relación se ceñía a algo puramente epistolar, terriblemente intenso pero puramente epistolar. Iba vestida con un traje chaqueta oscuro y camisa blanca de cuello alto. Parecía una autentica ejecutiva, era una autentica ejecutiva.

-Hola –dije yo tomando asiento –por fin estamos frente a frente

Ella sonrió tímidamente y se arregló el pelo.

-¿Me imaginabas así? –preguntó ella.

-Levántate –ordené yo- quiero verte bien.

Ella dudó por unos instantes pero al final negó con la cabeza.

-Habíamos quedado en que solo íbamos a hablar –me dijo con voz firme.

-Te he dicho que te levantes. Ahora.

Ella volvió a dudar y finalmente se levanto de su asiento saliendo de detrás de la mesa, iba vestida con una falda por encima de las rodillas. Había que reconocer que sus piernas eran espectaculares. Era una mujer realmente atractiva.

-Tus piernas son bonitas –dije lentamente- ¿pero por que te has levantado?

Ella volvió a sentarse.

-Porque me lo has pedido.

-Podrías haberte negado, en realidad tú misma lo has dicho, habíamos quedado solo para hablar, como dos amigos. Nada de amo y sumisa. ¿Por qué obedeces?

-Me apetecía –contestó rápidamente con el semblante serio.

El juego acababa de comenzar y ella parecía dispuesta a jugar, sin mostrar todas la cartas y con mas de un farol en la manga. Pero parecía dispuesta a jugar.

Estuvimos hablando de trivialidades durante cinco minutos hasta que el interfono de su mesa sonó. Era la voz de la secretaria, se iba a comer. Miré mi reloj, eran las dos en punto del mediodía.

-A estas horas los despachos quedan casi vacíos –dije

-¿Y tu como lo sabes?

-Porque en todas las empresas sucede lo mismo.

-¿Y que pretendes decir con eso?

-Ya lo sabes. ¿Este despacho se puede cerrar por dentro?

-No.

Antes de entrar había mirado la puerta del despacho, en el pomo había una especie de palanca. Estaba mintiendo. Quizás formase parte de su juego, pero estaba claro que ella quería jugar.

-Mientes muy mal, sumisa

-No has venido a eso, aquí no

-Pues si aquí no debía suceder nada… ¿por qué diablos hemos quedado aquí?

-Porque confiaba en ti.

-Lógico, pero aun no confías en ti misma… así que deja de decir tonterías. Cierra la puerta y arrodillate.

-Ni loca voy a hacer eso.

Ciertamente mentía fatal. Quizás no se atreviese a cerrar la puerta pero yo estaba seguro de que iba a arrodillarse así que me levante, cerré yo mismo la puerta con el pestillo y luego fui hasta donde estaba sentada, la agarré de los hombros y la tiré al suelo. Ella apenas se resistió.

-¿Esta es tu solución? -preguntó con aire desafiante desde el suelo.

Quizás no fuese la mejor solución, pero sucedía que me apetecía utilizar a aquella mujer, me apetecía demostrarla de una vez por todas cuan sumisa podía llegar a ser al margen de fantasías incumplidas y me apetecía resolver el enigma de una vez por todas. Además, yo soy amo... no soy ese mago de los cuentos que con su varita mágica resuelve cualquier dificultad. Yo vivo en un mundo real, tan real como el suelo donde estaba tirada esa mujer en aquel mismo instante. Por otro lado mi lógica me hacía preguntar de que si aquella mujer pretendía ser fiel a su marido y huir de fantasías sumisas con otro hombre... entonces... ¿por que diablos nos estábamos viendo?

Todos jugamos, coqueteamos peligrosamente con lo prohibido, caminamos por la cuerda floja o metemos la cabeza en la boca del león. Necesitamos hacerlo de vez en cuando, eso nos hace sentir vivos. Hace que nuestros ojos brillen, nuestra mandíbula se apriete y nuestro corazón se acelere. Tal y como le sucedía ahora a ella.

Me baje los pantalones y saqué mi pene, estaba completamente erecto, entonces la agarre de nuevo con fuerza del pelo y la empuje contra mi. Cuando su boca llego a mi pene ya estaba completamente abierta y sus ojos completamente cerrados.

Chupaba como una experta, primero con el atolondramiento de los nervios, pero pronto se dedico a cambiar el ritmo y la posición de su boca y sus manos para encontrar el camino de mis jadeos que la llevase a ser la mejor mamona de toda la oficina. De toda la ciudad.

-Eso es, mi pequeña puta ejecutiva... chupa, trágate toda la polla de tu amo. Demuéstrame que sabes hacer algo más que presentaciones y presupuestos.

Ella seguía chupando con autentico esmero hasta que en un momento determinado dejo de hacerla y desde el suelo comenzó a quitarse la ropa.

-¿Que haces, sumisa?

-Follame amo, te lo ruego.

Di un paso hacia detrás y le solté una bofetada, no demasiado fuerte pero si lo suficiente. Ella se frotó la mejilla enrojecida y me miró con expresión confundida.

-Aunque estés en tu despacho -comencé a decir manera intimidatoria- aquí mando yo y yo decidiré cuando follarte, como follarte y por cual agujero follarte. ¿Hay algo de esto que no hayas entendido, imbecil?

-Todo esta claro, amo -dijo sin dejar de frotarse la mejilla dolorida.

La volví a coger del pelo y la levante lanzándola contra la mesa, varios objetos de oficina cayeron al suelo. Un pisapapeles, unos cuantos bolígrafos y un teléfono móvil. Después abrí el maletín que había traído y saque varias cuerdas de su interior, la coloque boca abajo encima de su mesa, la ate las manos en la espalda y después le quite la falda. No llevaba ropa interior.

La señorita había comenzado a jugar mucho antes que yo.

Me puse un condón y dirigí la punta de mi pene hacia la entrada de su culo.

-¿Quieres que te folle? -pregunté- de aquí a poco suplicaras que deje de follarte.

-Con cuidado amo, se lo ruego.

Ensalive la punta de mi pene (la punta del condón, mejor dicho), después la agarre de las caderas y empuje con fuerza. Mi pene entro en su culo hasta los mismísimos cojones mientras ella intentaba ahogar un grito de dolor.

He de reconocer que la sodomicé con fuerza, no es algo que suela hacer y aun meno a alguien que acabo de conocer, pero me apetecía verla retorcerse de dolor y placer mientras intentaba ahogar cualquier expresión mordiéndose los labios. Mientras la sodomizaba no deje de decirle todo aquello que pensaba de ella, con las palabras más crudas y de la manera más humillante posible. Le dije lo puta e inconsciente que era de dejarse dar por culo por un desconocido allí mismo en su trabajo, le dije lo ignorante que me parecía, lo cobarde que había sido hasta ese mismo momento. Le dije todo cuanto se me antojó, sin ningún tipo de cortapisa, y todo eso mientras mi pene entraba y salía completamente de su culo. Creo que ella se corrió, no podría asegurarlo pero creo que sucedió. Yo antes de correrme saqué mi pene, después el condón y eyaculé en su cara. Después la arrastré hasta un pequeño espejo que había en una esquina del despacho y la hice mirarse, con todo mi semen inundando su cara, allí mismo, en su propio despacho. Entonces ella comenzó a llorar.

-¿Te parece esta una buena solución? –fue lo ultimo que dije antes de salir del despacho.

Ella no dijo nada, se limitó a quedarse mirando en el espejo y asi se quedo cuando yo desaparecí. Después de aquel día la he vuelto a ver, siempre en situaciones diferentes… pero eso ya forma parte de otras historias aun por contar. Aun por solucionar.

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