La solterona ardiente – 1ra parte

Y lo besó. Gustavo se sorprendía cada vez más de lo que le sucedía. Esa mujer tenía un cuerpo de ensueño, decía que estaba casada y ahora lo besaba apasionadamente.

La solterona ardiente – 1ra parte

Para Shirley fue duro aceptar que se había convertido en una solterona. La semana pasada había cumplido cuarenta años y aunque parecía de 30 o máximo 35 años, eso no la hacía sentir mejor.

Tenía un excelente trabajo. Ganaba muy bien. Había ascendido en la escalera corporativa de la empresa y probablemente sería nombrada como gerente de división en el próximo cambio generacional. Eso sería antes de los próximos cinco años. La mayoría de varones alcanzaba ese cargo a los 50 o 55, así que llegaría a ocupar uno de los cargos más importantes antes de jubilarse.

Había terminado de pagar la hipoteca de su piso en uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Tenía un auto del año que renovaría cada tres años.

Su cuenta en el banco crecía cada día. Le gustaba especular en la bolsa de valores y desde que había empezado en sus épocas de universitaria, había hecho crecer sus ganancias de manera estratosférica.

En una palabra, era una profesional exitosa.

Desde que uno de sus ex novios de la universidad que tenía dos años mayor que ella, había fallecido repentinamente de un infarto, asistía asiduamente a un gimnasio. Nunca había descuidado su cuerpo, pero ahora lucía simplemente espectacular. Piernas bien torneadas, culo pétreo. Senos medianos y un vientre plano.

Su rostro lucía una tez bien cuidada, no le gustaba usar mucho maquillaje. En sus años de juventud no lo hacía por falta de tiempo y ese estilo le había quedado hasta el momento. Mientras la mayoría de sus amigas se demoraban horas para maquillarse, ella prefería unos toques rápidos y un poco de lápiz labial. No era necesario mayor cosa para lucirse.

Exitosa, de buen cuerpo, inteligente. ¿Por qué seguía soltera?

Ella lo sabía muy bien. Se había pasado la vida entera escogiendo a sus novios, les había buscado el más mínimo defecto. Y los años pasaron rápido. Se dedicó a sus estudios, descuidó su vida amorosa, priorizando su desarrollo profesional. Y había llegado a la situación actual. Sola en un piso de ensueño.

No se sentía triste, pero sí melancólica. No recordaba haberse enamorado perdidamente. Sí había tenido buenos momentos. Novios celosos, algunos tóxicos. Uno que otro encuentro casual, sexo de una noche que no le causaba ningún remordimiento.

Como casi siempre que repasaba su vida sentimental, no pudo evitar compararse con su hermana: Scarlett. Tres años menor que ella, casada y con dos hijos varones de 10 y 7 años. Dos pequeños diablillos a los que Shirley le encantaba llenar de regalos y engreírlos hasta el cansancio.

Scarlett era más delgada y más bajita que ella. Pero siempre había tenido más suerte con los hombres. Todos sus novios habían sido muchachos con dinero. Y cuando se casó con Peter, simplemente se había sacado la lotería. Él era un profesional muy reputado en su campo y por si fuera poco, heredero de una las trasnacionales más grandes de país. Era un tipo que parecía un galán de cine, atlético y muy varonil.

Su hermana había tenido un cuerpo espectacular en su juventud, pero después de dos embarazos, había subido varios kilos. Seguía conservando una sensualidad muy propia, de la que carecía Shirley, pero varias veces había tenido que corregir a sus amigos y conocidos que pensaban erróneamente que la hermana mayor era Scarlett.

Con Peter, Shirley compartía un pequeño secreto. Todo había ocurrido en una fiesta familiar de año nuevo. Scarlett se había pasado de copas, aprovechando que sus niños estaban al cuidado de las nanas y se quedó dormida en uno de los dormitorios. Así que Peter bailó varias veces con Shirley. Todo muy decente y sin malas intenciones.

Hasta ese día, Shirley no se había fijado mucho en Peter. Sí le parecía un tipo atractivo, pero no era muy su tipo. Ella los prefería más introvertidos. Peter parecía siempre ser el centro de la fiesta. Vocinglero y juerguista. No comprendía cómo se había casado con su hermana, él era más del tipo de los que se casaban con una supermodelo y se divorciaba a los cinco años.

La noche avanzó, era de madrugada, casi todos dormían y las pocas parejas que quedaban en la pista de baile improvisada de la sala estaban muy achispadas. Shirley no había bebido mucho y Peter tenía una gran resistencia al alcohol así que ninguno podía atribuir a la bebida lo que sucedió en la cocina.

Ambos coincidieron ahí, solos. Sonó una canción que le encantaba a Shirley y ella empezó a mover las caderas. Él le dijo que bailen ahí. Ella aceptó. Sus cuerpos se pegaron. Sus miradas coincidieron. De pronto ella supo que él la iba a besar. No hizo nada por evitarlo. Fue un beso apasionado, pero corto. Ella supo desde el instante previo a que sus labios se uniesen, que había metido la pata.

Disfrutó cada instante del beso. Sintió el paquete de su cuñado pegándose a su cadera. Entonces lo empujó suave pero firmemente por el torso.

-          Basta – dijo ella, sin alzar la voz.

Peter no insistió. Sonrió, cogió una botella de vino que estaba sobre el lavado de la cocina y regresó a la sala.

Shirley quedó desconcertada por lo que acababa de suceder. Fue a ver a su hermana que dormía a pierna suelta en uno de los dormitorios. Ya no regresó a la sala ni cruzó más de unos saludos con su cuñado por varios días.

Nunca se lo contó a su hermana y había un pacto tácito con Peter para nunca mencionarlo. Ese beso cambió completamente su relación con él. Ya no bailaban más que una o dos piezas en las reuniones familiares y procuraban no quedar solos en ningún momento. Los años pasaron y ambos fingieron olvidar el incidente.

Era sábado. Shirley se preguntó si debería quedarse en casa viendo una película o salir de juerga. Quizás alguna aventura de una noche. Quizás simplemente aceptar la invitación de alguno de sus pretendientes.

Se decidió por asistir a una discoteca de moda, cerca de su casa. Iría caminando. Así podría regresar del mismo modo por lo que no se preocuparía de tomar unas copas de más. O quizás regresar bien escoltada por algún caballero solícito. Eso era lo bueno de vivir en esa zona. Era uno de los barrios más seguros de toda la ciudad.

Esa noche se vistió discretamente. Nada de escotes ni minifaldas, solo quería bailar y si conocía a alguien, pues que fuese algún tipo serio que no buscase una casquivana.

No era la primera vez que iba sola a una discoteca, pero generalmente se retiraba temprano, le encantaba bailar, pero prefería no caer en la tentación de un encuentro casual. Los polvos de una noche no eran para ella.

Pero esa noche fue diferente. Por alguna razón no lograba borrarse de la mente el recuerdo del beso con Peter. Así que luego de bailar con un par de tipos, ella misma eligió a su compañero de baile. Era un tipo alto y fornido. Algo tímido quizás. Ella le pidió que le invite una copa y él, luego de superada la sorpresa inicial, trajo dos tragos extraños. Shirley solo le dio un sorbo al suyo.

Él se llamaba Gustavo, era un abogado de un bufete conocido de la ciudad. Le dijo que había ido a esa discoteca llevado por la curiosidad pues vivía en el otro extremo de la ciudad.

-          ¿Eres casado? – le preguntó ella a bocajarro, alzando un poco la voz pues la música estaba en su apogeo.

-          Eh… yo… - tartamudeó él.

-          Vale, que no pasa nada – le dijo ella – yo también soy casada – mintió sin pestañear.

-          Bueno, sí. Soy casado. Mi mujer….

-          No tienes que mentir – dijo Shirley, poniéndole un dedo en los labios – ya sé que se llevan mal y pronto se divorciarán, ese cuento ya me lo sé.

Gustavo quedo desconcertado, pero la hermosa mujer que tenía delante suyo no parecía muy preocupada por su situación de marido con todas las ganas de ser infiel.

-          Mi esposo se llama Peter – siguió mintiendo ella -, pero me pone los cuernos con su secretaria, así que no hay rollo. Mejor bailemos.

No volvieron a hablar de su estado civil nuevamente. Bailaron un poco. Gustavo olía muy bien y tenía unos músculos bien trabajados. Dos horas después, Shirley se dijo que valía la pena terminar la velada entre sábanas.

-          ¿Me acompañas a mi casa? – le preguntó.

Gustavo se felicitó por no haber llevado auto. Así pudieron caminar aprovechando lo fresco de la hora.

Cuando pasaron por una zona poco iluminada, Shirley lo tomó de la mano y le dijo.

-          No me gusta que me besen en la puerta de mi piso.

Y lo besó. Gustavo se sorprendía cada vez más de lo que le sucedía. Esa mujer tenía un cuerpo de ensueño, decía que estaba casada y ahora lo besaba apasionadamente.

Caminaron un poco más, cogidos de la mano, como dos adolescentes. Shirley se reía de sus bromas y él pensó si estaba soñando o todo era real.

Llegaron al piso de Shirley y no llegaron al dormitorio. Ella se frotó contra él en la sala y le bajó la cremallera del pantalón para poder apreciar el falo erecto de hombre.

Era un ariete descomunal, que parecía una estaca de carne. Shirley lo sentó en el sofá y se montó sobre él. Ella misma guio su propia penetración. No estaba muy húmeda, pero sí lo suficiente para que el miembro erecto ingresé en su vagina sin mucha dificultad.

Se sentía llena de carne, cuando notó algo raro. Su varonil pareja empezó a hacer unos sonidos raros y de pronto, cuando ella recién empezaba, él eyaculó.