La soledad y la mujer

En el micro del Ejercicio, Mellamanarte nos presenta a una mujer que cuenta a qué se dedica cuando su marido no está en casa, que es gran parte del tiempo y a lo largo de años.

Me gustaba tumbarme en la cama para masturbarme justo cuando mi marido salía por la puerta de casa para ir a trabajar. La esposa de un camionero pasa mucho tiempo sola, tanto que le sería fácil buscar aventuras extramatrimoniales, pero yo carecía de valor para eso. Sin embargo ansiaba tener sexo y ya se sabe lo que se hace en ese caso si no se tiene compañía.

Si ya me masturbaba durante la adolescencia, juventud y noviazgo, creo que recurrí a esta práctica más aún después de casarme. A lo largo de años la perfeccioné, ideé nuevas técnicas, añadí complementos al juego, me serví de medios audiovisuales para estimularme, etc. Y ríanse si quieren, pero todo ello fue prácticamente sin salir de mi hogar.

Puse en marcha una especie de diario o inventario, dada mi afición a hacer anotaciones y a escribir. Todo está correlacionado: a alguien que le gusta escribir, por ende le gusta imaginar y fantasear, lo que te abre las puertas de la mente una vez te procuras autosatisfacción sexual. Las anotaciones en mi diario se prolongaron a lo largo de más de quince años, por lo que reuní varios tomos.

Recién casada, feliz y satisfecha, llegó el primer día en el que mi marido se ausentó. Me senté frente a la televisión cuando se marchó y comencé a ver una película romántica. Me embargó de emoción y sorprendida sentí la necesidad de acariciarme, cosa que hice después de dudar unos minutos. Pensé que de ese modo no traicionaba a mi marido. Tras el placentero orgasmo me dirigí a mi escritorio y apunté: Me he masturbado pensando en Richard Gere. Lo hacíamos sobre un piano.

Fui dejando de ser tan "romántica" y pasé a ser más práctica y realista, fijándome en el vecino del sexto, en el encargado de los grandes almacenes, en el mejor amigo de mi marido, en mi primo Ángel por qué no, etc. Imaginaba situaciones, dejaba volar libre mi libido y cuando se extinguía el rescoldo del orgasmo y el éxtasis, no dejaba de anotar la fecha, el nombre de mi onírico amante y la situación imaginada. Con el tiempo las fantasías subieron de tono y se dispararon en cuanto a morbosidad.

Un buen día mi marido transgredió mi intimidad y leyó el diario, no comprendiendo nada: si eran fantasías o si era la mía una vida promiscua. Eso nos llevó al divorcio.