La sobrina de mi tía

Ella tenìa 17 años y era reservada y callada pero luego fue mostrando su lado escondido.

LA SOBRINA DE MI TÍA

Por esos días me había dado con fuerza la arrechura y andaba distraído, pensando en las posibilidades de lograr un polvo. Como no hacía nada después de limpiar la casa y no sabía dónde ir me pasaba el día viendo televisión, leyendo un libro o echado en la cama que la tía Dina me había puesto en el segundo piso. Llevaba viviendo en esa gran casa algo más de un mes. Vivíamos solo la tía y yo porque sus hijos estaban en Estados Unidos.

Hacía un calor abranzante. Eran los días en que el fenómeno del Niño se sentía con más fuerza. La temperatura llegaba hasta treintinueve grados. Acostumbrado al clima seco y templado de la sierra me sofocaba, sudaba y tenía siempre la mente nublada. No podía evitar el sobresalto de una erección cada cinco minutos. Usaba solo shorts, sandalias y polos de algodón que nunca eran lo suficientemente ligeros.

Para sacudirme ese aire sobrecargado de aturdimiento y sexo, me ponía unos jeans (no tenía pantalones más ligeros) y una camisa de polyester muy delgada y salía. Iba a la cachina a buscar libros de segunda de autores que hasta entonces no había leído, pero siempre terminaba en la sección de revistas para adultos. Miraba las portadas de las revistas, a veces me atrevía tomarlas y hojearlas un poco, fingiendo interés de comprador.

Pero no las compraba nunca porque me parecían demasiado caras. Me alejaba con el pene doliéndome bajo los jeans, me sentía a medio camino entre la mesura y la desesperación. Constantemente me cruzaba con mujeres jóvenes y chiquillas de cuerpos elásticos, algunas veces me sobrecogía tanto el deseo que me dejaba envolver por proyectos de violación, que se pintaban tan dulces en esos instantes. Pero volvía pronto, sacudía la cabeza, me resignaba. Me gustaba caminar por el centro de la ciudad, pararme a ver los quioscos de periódicos y jugar con la tentación de comprar un libro pirateado o una de esas revistas para adultos.

Los días pasaban a paso de caracol con una monotonía tenaz. La tía Dina se levantaba a las siete de la mañana y se quedaba en su cuarto con la puerta cerrada hasta las ocho o nueve. Hubiera dicho que contaba sus monedas de oro, sino hubiera sabido que había perdido sus ahorros en CLAE (una entidad financiera que había quebrado). Yo preparaba y servía el desayuno y llamaba a la tía, que venía al rato en bata y pantuflas. Le gustaba ver los noticieros nacionales mientras desayunábamos.

Le preocupaba el fenómeno del niño. Aunque vivíamos lejos del río Rímac, creía fervientemente que este año se desbordaría hasta la casa: "un año el agua llegó hasta la puerta, no podíamos salir a la calle". Me preguntaba qué creía yo. No había modo de quitarle de la cabeza la imagen de la casa llena de agua hasta el techo.

Un día llegó a la casa la sobrina de la Tía Dina. Era una chiquilla alta y morena de diecisiete años, que recién había terminado el colegio, tan callada como hermosa, de nombre Katy. Toda su familia estaba en Estados Unidos, ella se había quedado para terminar sus estudios secundarios. Ahora se iba a reunir con su familia en Texas. El tío Máximo, padre de Katy, le había pedido a la tía Dina que le ayudara a tramitar la visa de su hija. La tía me llamó la mañana que llegó Katy y nos presentó: "Hijo te presento a tu prima Katy. Es hija de tu tío Máximo. Se va a quedar en la casa hasta que salga su visa. Él es tu primo Edwin". Y al ver que Katy se recortaba y dudaba en saludarme con un beso, dijo: "Dale su besito, pues... claro, es tu primo".

Katy pasaba todo el día con la tía Dina, yendo de la embajada al hospital, del hospital a la municipalidad, a la agencia de traducciones, a visitar al primo tal, al hermano mengano y así todo el día. Katy no hablaba nada en el desayuno, ni el almuerzo ni la cena. La tía le buscaba conversación, pero ella respondía con monosílabos. El tío Máximo llamaba todas las noches desde USA para preguntar por su hija y enterarse cómo iban las gestiones en la embajada. Era un hombre desconfiado que en cualquier detalle encontraba un pretexto para amenazar con viajar a Lima a tramitar la visa de su hija él mismo. La tía, que se había tomado en serio su misión, le reprochaba con aire dolido su falta de confianza y se pasaba largos minutos amontonando frases inútiles para quitarle al tío las ganas (que no tuvo nunca) de viajar.

Yo andaba caído de dinero, así que me propuse encontrar trabajo pronto. Uno de esos días que volvía de mis paseos por el centro de la ciudad vi en la vitrina de un comercio de tipeos un aviso que solicitaba digitador. Me presenté y tras la prueba de rigor me contrataron de inmediato.

Un día que la tía había salido sola, vi pasar a Katy por la cocina sin hacer ruido. Fue hasta la sala. Yo la seguí y la espié desde el pasillo.

  • Con Marcos, por favor. - decía. Al rato volvía a hablar: "Soy yo... no he podido, mi tía no me suelta para nada. Mañana a las cuatro, donde la china. Ya. Yo también. Puntual." Entendí que se iba a ver con el tal Marcos, que debía ser su enamorado. Me metí de nuevo a la cocina y ella regresó a su cuarto. Por la noche, durante la cena, le dijo a la tía Dina:

  • Tía, ¿puedo ir mañana por la tarde al hipódromo con mi prima Luisa y su esposo?.

  • ¿Tu prima Luisa?, ¿La conozco?. - dijo la tía Dina.

  • No creo, tía, es sobrina de mi mamá-. Hubo un momento de silencio.

  • Ay hijita, no sé si a tu papá le va a gustar...

  • Podríamos llamar a casa de mi prima, tía. Para que no te preocupes.

  • Perfecto, mamita, ¿cuál es el número?.

La tía se fue ese mismo rato al teléfono a llamar al número que le dio Katy. Volvió con el ceño fruncido:

  • Puedes ir hijita, pero ya le he dicho a tu prima que solo tienes permiso hasta las siete de la noche.

  • Gracias, tía.

  • Edwinsito, le recoges a tu prima saliendo de tu trabajo- y me alcanzó un papelito con la dirección de la prima de Katy y unas monedas. - Para el taxi.- explicó.

Yo obedecía en todo a la tía Dina y ella confiaba en mí. Por eso cuando Katy se fue a su cuarto después de lavar su taza y su plato de la cena, la tía me dijo:

  • Me da mala espina esa prima Luisa. Si esta chica hace una travesura, el papá va a chocar conmigo. La recoges en punto, papito, OK?

La tía se fue a acostar. Yo me quedé todavía un rato viendo, por cable, un partido de la NBA. Era el tercer partido de las finales entre Chicago y Utah. Todavía con flashes en la cabeza del partido que había ganado de local Utah, forzando un alargue de un partido más, me fui a mixionar antes de acostarme. Katy me esperaba a la puerta del baño:

  • ¿Me puedes prestar un libro para leer?. No puedo dormir.- Tenía el pelo suelto y llevaba puesto un piyama rosa con conejitos blancos. En ese momento parecía una niña de trece años.

  • Sí, escoge el que quieras.

Fuimos a mi cuarto, le mostré los libros que me había comprado en ese viaje. Se sentó en mi cama y los fue viendo. No conocía a los autores ni los títulos. "Recomiéndame uno que no sea muy aburrido". Le sugerí uno de Graham Green.

Se levantó para irse: "gracias". Mirando el suelo añadió:

  • ¿Puedes otro favor?. - hablaba arrastrando las palabras, su voz era casi un susurro.- Mañana no me recojas en casa de mi prima. Yo vengo a buscarte a tu trabajo y nos venimos acá.

No supe qué contestar.

  • ¿Conoces dónde trabajo? - dije.

  • No. Pero si me das la dirección yo llego.

  • Si no apareces la tía me va a capar.

Ella se rió. Le di la dirección de mi trabajo y se fue llevándose el libro.

Al día siguiente, a las siete pe eme, ya la esperaba en la puerta del comercio de tipeos. Comenzaba a preocuparme cuando apareció a las siete y cuarto. Iba con un moreno muy alto y fornido, con trazas de policía Era mucho mayor que ella, parecía de 24 o 25 años. Se besaron en la boca en la acera de enfrente y ella cruzó la calle. "Vamos", me dijo. El tipo me observó detenidamente desde el otro lado de la calle. Yo hice como que no lo había visto. El tiempo demostraría que él tenía razón al considerarme una amenaza. Paramos un taxi y lo abordamos. En casa, la tía hacía rato que estaba esperándonos. Le contamos el cuento del tráfico, pero no le quitamos de la cara el gesto de desconfianza.

El segundo domingo desde la llegada de Katy, la tía anunció por la mañana que a las cinco pe eme nos íbamos a la pollada de la tía Empera (hermana de la tía Dina, pero no del tío Máximo), en Comas, un distrito lejos del centro de Lima. Katy recibió la noticia con su acostumbrada impasibilidad.

En la pollada nos recibieron con desproporcionada algarabía, prueba de que hacía rato habían comenzado a beber. La pollada se desarrollaba en el amplio patio de la casa. El esposo de la Tía Empera, borracho, trajo botellas de cerveza y se puso a repartir y llenar vasos. La tía Dina trajo una botella de gaseosa de dos litros para nosotros. Salió la tía Empera y al ver a la tía Dina se le abrazó y comenzó a llorar: "Ay, hermanita. Qué alivio verte." Le hablaba a un costado entre sollozos. Viendo que no paraba de llorar, la tía Dina la llevó dentro de la casa. Nos quedamos Katy y yo con el esposo de la tía Empera, quien a cada rato llenaba de cerveza mi vaso.

En un momento dado se fijó en Katy, que estaba vuelta hacia sí misma con su semblante invariable de hastío y estoica resignación. Le sirvió un vaso de cerveza lleno hasta el tope: "hágame el honor, por favor, señorita". Ella cogió el vaso sin pensar. Yo le dirigí una mirada de alarma, pero ella no se fijó. Vació su vaso de cuatro sorbos y se lo devolvió al esposo de la tía Empera. Este rió satisfecho. Volvió a servirle un vaso lleno. Yo le dije que la tía Dina no quería que Katy tomara. El señor insistió: "Un poco no hace daño". Katy cogió el vaso sin mirarnos ni decir palabra. Tomó un corto sorbo y se dio a ignorarnos observando a la gente que bailaba. El señor volvió a reír: "ya ves hijo, las mujeres de hoy ya no hacen caso", luego se fue no sin antes pedir permiso y ponerme en la mano una botella de cerveza.

Llevábamos ya buen rato sentados Katy y yo sin cambiar una palabra, cuando un muchacho como de dieciocho años se acercó a nosotros. Vino despacio, contoneándose como un pavo y sacó a bailar a Katy. Era una salsa. Poco después que comenzaran a bailar, Katy separó un poco las piernas y moviendo las caderas lentamente en círculos, de adelante hacia atrás y viceversa fue acuclillándose hasta casi tocar el suelo con las nalgas. Era imposible quitar la mirada de las curvas que su cuerpo dibujaba bajo el ajustado pantalón guinda. Acto seguido se irguió adelantando el pecho y empujando las caderas para atrás, poco menos que rozando el cuerpo de su pareja con los senos.

Comprendí que a nadie pasó desapercibido ese movimiento porque todas las miradas (de hombres y mujeres) se habían quedado colgadas sobre Katy. En ese preciso momento salió de la casa la tía Dina dando gritos, avanzando a saltitos y agitando los brazos, los ojos cubiertos de lágrimas: "¡Se muere!, ¡Se muere!, ¡Mi hermanita!". La tía Empera se había desmayado. Corrieron todos a la sala de la casa. Allí estaba la tía tirada en el sofá, con el cuerpo descalabrado. "Se ha desmayado, dénle aire, dénle aire", exclamaron varias personas, pero en lugar de darle espacio para que la tía respirara mejor, se amontonaban a su alrededor para verle la cara de desmayo.

Llegó una ambulancia a los veinte minutos. El paramédico que la examinó anunció que tenía todos los signos vitales en orden. La sacaron en camilla y la montaron en la ambulancia. La tía Dina me cogió de un brazo, me puso unas monedas en la mano y en tono dramático dijo:

  • Lleva a tu prima a la casa. Encárgate, papacito.

Luego se apresuró a subir a la ambulancia y de inmediato partieron.

Todos estaban algo conmocionados, pero la fiesta debía continuar. Unos minutos después, nadie se acordaba de la tía Empera, exceptuando sus hijos. Me parece que Katy quería quedarse, pero me siguió cuando le dije que nos íbamos. Nos despedimos de los primos y tomamos un taxi.

Después de casi media hora de camino, llegamos. Fui de frente a prender la televisión. Katy se metió al baño no bien entró y luego se fue a su cuarto.

Puse ESPN y me recosté en el sofá. Pensaba en Katy bailando sensualmente. La imagen de la curva de su cintura y sus nalgas yendo en círculos hacia abajo me atosigaba como una sarna que uno no puede dejar de rascarse.

Edwin - dice Katy desde su cuarto-, ven.

Contesto unos segundos después.

Ya voy.

Voy despacio. La puerta de su cuarto está entreabierta. Ella parece haber seguido con el oído mi ubicación.

Entra.

Empujo la puerta y allí está ella con su piyama de conejitos, sentada al borde de la cama.

Ven, siéntate. - avanzo azorado sin saber qué decir.

Nunca había entrado a este cuarto - digo torpemente.

Me mira un segundo.

Me ha mareado la cerveza - dice -. Me siento rara. No puedo dormir.

Yo también me he mareado.

No sé porqué tengo ganas de conversar.

Qué gracioso.

No me vaciles. Lo que pasa es que prefiero no hablar más de lo necesario.

Sí.

¿A ti te molesta eso?

No.

Se recuesta en su cama, mirando el techo.

Tu enamorado es policía?

No. - dice sonriendo -. Parece policía no?

Cuantos años te lleva?

Ocho. A propósito, gracias por lo del otro día.

No fue nada.

Y tú tienes enamorada?

Ahora no.

Desde cuando?.

Más o menos seis meses.

Tanto?. Debes extrañar.

Ja, ja. Claro.

Es un desperdicio.

¿Cómo?

Tienes buen cuerpo.

Sí, pues. Pero nadie me quiere.

¿Desde cuando no la ves?

Uf....

Sonríe y calla. El aire de pronto parece tan abrigador, me encuentro sus ojos y antes de que empiece a hablar ya sé lo que quiere.

Ven - dice.

Me dio uno de los besos más deliciosos que he recibido. Su boca era tan suave... me metía la lengua sin prisas recorriéndome las encías y entrelazando mi lengua. Se dejó ir contra la cama lentamente, arrastrándome consigo.

Quedé sobre ella y la tomé de la cintura con ambas manos y le froté mi erección sobre el vientre. Ella abrió las piernas y acogió mi pelvis en su entrepierna. Yo seguí frotándome contra ella y ella seguía concentrada en el beso. Le besé el cuello, su piel tersa y suave temblaba bajo mis labios, comenzó a contorsionarse. Seguí bajando hasta llegar a su cintura y le desabroché el pantalón y se lo bajé hasta las rodillas. Ella me ayudó con la tanga y le metí la lengua en la vagina. Me excitó mucho el olor que brotaba de su sexo. Al rato de estar comiéndole la vulva ella me acariciaba los brazos con que yo le sostenía las piernas y comenzaba a soltar ruiditos, jadeos y a empujar su entrepierna contra mi cara. Me puse de pie y me bajé el pantalón. Ella me vio venir con el pene duro como una estaca y comprendió que quería que me la chupara. Se inclinó abriendo la boca y se tragó mi instrumento.

Comenzó a retroceder y avanzar succionando deliciosamente. Me sentía dichoso viendo su rostro y su boca llena con mi falo. Su lengua jugaba con mi glande mandándome corrientes de gozo que subían hasta mi cabeza y me hacían temblar. Me miró para saber si lo hacía bien. Sonrió tomándome la verga con ambas manos, me la acarició rudamente, la contempló unos segundos. Era como si se preguntara cómo la iba a sentir dentro de su cuerpo, rozando las paredes interiores de su vagina. Yo me fui hacia sus nalgas que tanto había deseado desde su llegada.

Las acaricié con ambas manos, pasando un dedo por la línea que las dividía llegando hasta su vagina, la cual chorreaba fluidos. Ella me apartó y se quitó los zapatos y el pantalón, quedando desnuda de la cintura para abajo. Se dio vuelta y se pegó a mí dándome su espalda. Hundí mi boca en su cuello, le mordí la oreja y le lamí la nuca al tiempo que mis dedos jugaban con su clítoris. Ella se contorsionaba con los ojos cerrados. Luego se agachó ofreciéndome su imponente trasero. Le separé las piernas y metí mi verga entre sus nalgas. Su vagina me acogió en su tibieza y su humedad. Empecé a bombear suavemente ensanchando su cueva, adaptándola al tamaño de mi vara de carne. Nada se compara a una piel joven y yo trataba de tener más contacto con su piel de niña.

La tomaba de las caderas y se las acariciaba sin dejar de darle mi verga. Ella me lo agradecía con sus jadeos y empujando sus caderas hacia atrás para recibirme más profundo. Por eso la hice erguirse sobre las puntas de los pies y doblé un poco más mis rodillas y se la empujé desde más abajo y hacia arriba con toda la fuerza que el placer podía proporcionarme. Con eso ella soltó un largo gemido: "Sí, sigue así", dijo volviendo la cabeza mirándome como la hembra agradecida que era en ese momento. Yo seguí brindándole mi verga, quería hacerla gozar al punto que no pudiera olvidarme.

El ritmo de nuestra unión se aceleraba más en tanto estábamos más cerca del clímax. Los dos nos movíamos con admirable coordinación de tal forma que yo llegaba con mi miembro muy profundo dentro de ella y ella me abrazaba con las paredes de su vagina en toda la longitud de mi sexo. Sin embargo de repente ella comenzó a gritar: ¡¡sigue, no pares, mas fuerte, dámela toda, hasta el fondo!!. Su cuerpo, todo cubierto de sudor, se estremecía como el de una posesa, su cabello le cubría los ojos, luchaba desesperadamente por devorar mi verga en toda su longitud empujando vigorosamente sus nalgas contra mi entrepierna. Se sacudió fuertemente y soltó suspiros como mugidos. Había tenido un extraordinario orgasmo.

Sin parar de penetrarla pero ya más lento, me incliné sobre ella y busqué su boca. Ella giró un poco y juntamos nuestras lenguas. Me acarició el pecho y volvió a mirar para el suelo, concentrándose en el placer que le venía desde la vagina. Yo interrumpí la penetración y le besé en la nuca. Me extendí sobre la cama y ella comprendió lo que quería. Se puso a horcajadas sobre mí. Tomó mi miembro reluciente por sus fluidos y lo guió al centro de sus labios vaginales.

Entonces se dejó caer lentamente mientras mi verga invadía su cuerpo. Me galopó varios minutos que fueron mi gloria. Hasta que ya no pude más y le dije: "Muévete más rápido que me vengo". Ella obedeció. "¿así?", dijo. "Sí, no pares". Miré hacia nuestros sexos que se fusionaban dándonos un placer increíble y con esa visión me vino una cascada de gozo muy intenso y le dije: "Ya viene. Quiero eyacular adentro". "Sí", dijo, y comenzó una galopada aún más veloz. Entonces eyaculé cerrando los ojos con fuerza, pues el placer era muy profundo. Ella se bajó de mi verga semiblanda y el semen chorreó por la cara interna de sus hermosas piernas. Comenzó a vestirse evitando mirarme. Yo cogí mis ropas y salí, sin decir nada.

La tía llegó casi dos horas después. Tras ese primer encuentro nos evitamos mutuamente por unos días. Pero luego volvimos a hacer el amor aprovechando las salidas de la tía. Lo hicimos en mi cuarto, en la cocina y en el patio. Pero principalmente en el baño, incluso cuando la tía estaba en casa.