La Sirvienta
Cuando llegué a España, descubrí que había caído en manos de la mafia. Mi destino, como el de muchas, no era otro que abrirme de piernas y darle el culo a cuantos estuviesen dispuestos a gastarse el dinero...
La Sirvienta
Cuando llegué a España, descubrí que había caído en manos de la mafia. Mi destino, como el de muchas, no era otro que abrirme de piernas y darle el culo a cuantos estuviesen dispuestos a gastarse el dinero. El mundo se me cayó encima nada más poner pie en tierra; otras tres chicas y yo lo recibimos por delante y por detrás en el recorrido que iba del aeropuerto al club que nos habían destinado. Apenas subimos a la furgoneta y salimos de la terminal, dos sádicos gorilas, como dijeron ellos, nos obligaron a pasar por la aduana. Vaya si pasamos, toda la inocencia se fue de golpe; al primer empujón abrimos los ojos hasta casi salírsenos de las órbitas con las lágrimas. Los muy cabrones sabían bien lo que hacían; con tanto dolor, desgarradas y sangrantes, no quedaba lugar ni para la humillación. El sometimiento había sido completo.
Creí morirme, mi novio, que había dejado en mi país con la promesa de volver con dinero para casarnos, apenas me había hecho el amor tres o cuatro veces, apenas, y la suya no se podía comparar con la de los dos salvajes. Me destrozaron; tirada en el asiento, medio desnuda, hecha un guiñapo.
No lo resistiría, otra violación como aquella no la resistiría; me matarían. Ciega de miedo, sin pensar en nada ni en nadie, ni siquiera en la familia que dejaba atrás, me tiré de la furgoneta en el primer semáforo que se detuvo. Corrí como una loca, sin saber hacia dónde; desnuda tal cual iba; sin pasaporte, sin dinero y sin donde caerme muerta. Aquella misma tarde acabé en manos de una Asistente Social. Al menos había sido capaz de huir de los matones, de la prostitución; de los indeseables no es tan fácil.
Por mediación de la Asistenta, que me socorrió y ayudó, acabé de sirvienta en una casa de señores, muy buena gente según ella. Mayores, de cincuenta y muchos años los dos, me recibieron con verdadera amabilidad. Una luz de esperanza parecía abrirse mientras esperaba la regulación de los papeles que me habían prometido. Pero aquella luz más parecía salir del infierno, era como si alguien hubiese dejado la puerta abierta.
Dos semanas, como mucho, le duró al viejo el amor por su esposa. No me quitaba ojo, cuando no me miraba las tetas eran las piernas. Al principio fueron palabras, entre halagüeñas y desvergonzadas, que hasta cierto punto consideré inofensivas; casi me daba lástima. Pero de las palabras pasó a los hechos: pellizcos, algún que otro sobe; con el transcurso de los días iba aumentando su valentía y su descaro. Mis "por favor don , eso no está bien" ya no lo detenían. El día que me levantó el vestido le hice frente, me encaré con él.
Don , no vuelva a hacerlo; respéteme, como yo los respecto o se lo diré a la señora.
No te pongas así, preciosa; tan sólo deseaba verte las braguitas que llevabas hoy Y salió de la sala como si no hubiese pasado nada, sonriendo; igual que un niño después de una de sus travesuras.
Pero yo me quedé muy asustada, diciéndome a mí misma que debía de tranquilizarme. Los papeles llegarían muy pronto y necesitaba aguantar hasta entonces; debía soportar y esquivar pacientemente al viejo salido. Al fin y al cabo, no era más que eso: un viejo verde, con fantasías de carne fresca.
¿Fantasías?, ¡la madre que lo parió! Unos días más tarde, aprovechando que su mujer había salido a la calle; mientras realizaba las tareas, en un momento que me incliné, me metió la mano entre las piernas. Quise retirarme, con la intención de golpearlo si era preciso; pero no me lo permitió. Así, tal cual estaba frente a la cocina, me empujó contra la encimera (afortunadamente apagada) y, abusando de su fuerza, bajo amenazas si hablaba, me magreo lo que quiso. Con el vestido en la cintura y las bragas en las rodillas me sobó a placer; me apretaba las nalgas, subía y bajaba las manos por mis piernas; metía y quitaba los dedos, follándome con ellos por los dos lados a la vez. Notaba como resoplaba a mis espaldas, presentía la embestida de un momento a otro y una voz interior me aconsejaba: relájate, dale lo que quiere y que acabe cuanto antes. Recordaba el dolor que había sufrido y la sensación de mareo aumentaba con las náuseas.
El ruido de las llaves en la puerta me salvó, no llegó a consumarse la violación; ni yo le iba a dar más oportunidades. Arreglé las ropas lo mejor que pude y abandoné la casa sin mediar palabra.
De vuelta en los Servicios Sociales, además de la ayuda y la insistencia en denunciar las agresiones, prometieron encontrarme un nuevo trabajo. Me negué, al principio me negué a todo; tan sólo supliqué dinero para el billete, ayuda para regresar a mi país. Pero con amabilidad y muchos ánimos, la Asistenta, un cielo de persona, consiguió, por lo menos, que me quedara; que lo intentara de nuevo. Accedí.
Un nuevo domicilio, dos ancianas y un nieto que venía uno o dos días a la semana a verlas. Dos entrañables ancianas y un nieto que, poco tiempo después, drogado y borracho, se metió en mi habitación y me folló toda la noche. En contra de mi voluntad, pero sin violencia física. Consiguió mi rendición con amenazas; asustada y consciente de lo inevitable, decliné con la condición de que no me hiciese daño. Y no se comportó de manera sádica; al obtener mi consentimiento (forzado, pero consentimiento a la postre), me trató con una amabilidad y dulzura impropias de su estado, completamente ebrio. En otras circunstancias, bien pudiera haber sido una noche inolvidable. Un chico joven, no mayor que yo; fuerte y buen amante por su entrega y habilidad; haría derretir a la más pintada. Por momentos, quién sabe si ante la lubricación que a veces sentía, necesitaba disculparle lo que estaba haciendo con mi cuerpo; por momentos, bastaba mi propia receptividad para avergonzarme y, acto seguido, pensar en mi novio para caer en la absoluta pasividad y rechazo del sexo al que me sometía. Dedicó mucho tiempo a todo tipo de caricias, gran parte de la noche, pero follar, me folló dos veces; tan sólo se corrió dentro de mí en dos ocasiones. Después, con toda la ternura del mundo me pidió el culo. Me negué.
El culo no, por favor; duele mucho. Síguela metiendo por delante si te quedan ganas, con el coño empapado ya no me duele; pero el culo no, por favor.
Insistió, me lo acarició con los dedos; suave, en círculos, introducía de vez en cuando la punta del corazón. Lo chupaba, me lo daba a chupar, me lo mojaba en el coño y arrastraba el esperma y los fluidos hacia la entrada; ejercía presión en el esfínter para dilatarlo, pero yo lo apretaba; no quería que me lo follara.
Sólo la puntita, si te duele juro que la saco
Me dio la vuelta, tiró de mí para que levantara el culo; muy despacio, delicado y tierno hasta el agotamiento, y me comenzó a comer y chupar. Su lengua iba del coño al culo y del culo al coño y de los ojos, escondida contra las sábanas, me escapaban las lágrimas. El muy cerdo, iba a conseguir excitarme, me haría correr; ¡qué vergüenza!, y me follaría también el culo. Sentí como empujaba, se retiraba, restregaba la poya en la raja y volvía a intentarlo; mi culo cedía, lo estaba dejando entrar. ¡Qué vergüenza!, sí en ese momento me viese mi novio
Se dejó caer encima de mí, sentí todo su peso; pero a su vez dejó de embestir, aflojó la presión y se salió lo que había conseguido meter. Intenté descubrir porque se había detenido y al girarme, se cayó a un lado. El muy gilipollas se había quedado dormido; así, de repente.
Salí de la habitación, sin mirar atrás, desnuda y me senté en el pasillo. Cubrí la cara con las manos y lloré, lloré la amarga desdicha. A partir de que las ancianas me descubrieron en el pasillo, todo sucedió muy rápido. Ya no pude disimular la violación, ni quería tampoco. Con el apoyo de la Asistencia Social denuncié el caso; al ser víctima de una violación me facilitaron documentación en el instante. Ya no necesitaba esconderme ni huir, me había convertido en una ciudadana más. Aconsejada, eso sí, de que no retornara a mí sin antes comprobar que no me atraparían las mafias.
Escribí a mi novio, le conté lo que podía decirle sobre lo sucedido y el peligro de caer otra vez en manos de la mafia. En su respuesta me pedía la dirección; él en persona me vendría a buscar y proteger. Se la envié más ilusionada y enamorada que nunca. Apenas con el tiempo justo de que la carta llegara a su destino, me encontré de nuevo en la furgoneta y, esta vez, no sólo con el coño y el culo partidos.
Afortunadamente, una vez más, la Asistenta Social movilizó a la policía y consiguieron atraparlos antes de que llegase al Club o al cementerio (lo más probable tal como me habían dejado).
Mañana, comienzo en una nueva casa, tendré otra oportunidad; esta vez sola del todo, sin novio, si posibilidades de regresar a mi país; únicamente con un documento que me acredita ciudadana en una tierra extraña.