La Sicóloga me engañó

Todo había empezado dos años atrás cuando fui entrevistado y evaluado psicológicamente por la jefe de personal de una gran empresa Colombiana. La sicóloga, mujer de unos 50 años, bastante atractiva, hacía algunas preguntas a las cuales estaba ya acostumbrado por evaluaciones anteriores, pero algunas de ellas prendían francamente todas las alarmas de mi intuición básica de ingeniero

LA SICÓLOGA ME ENGAÑÓ

"I Propedéutica"

Por: Vanessa Xaviera Machiotti: vanessaxaviera@yahoo.com.mx

Podría empezar este relato como los miles que hay en la red, pero me limitaré simplemente a contar muy descriptivamente, a manera de autobiografía, lo que nunca debería haber ocurrido, ya que me llevó a una situación de vida lamentable, de la cual aún no me recupero y tal vez, dice mi terapeuta, me lleve el resto de mi vida remontar o superar las situaciones vividas. De hecho, cuento esto a manera de catarsis, esperando encontrar en los lectores, alguna voz de solidaridad o rechazo.

Todo había empezado dos años atrás cuando fui entrevistado y evaluado psicológicamente por la jefe de personal de una gran empresa Colombiana. La sicóloga, mujer de unos 50 años, bastante atractiva, hacía algunas preguntas a las cuales estaba ya acostumbrado por evaluaciones anteriores, pero algunas de ellas prendían francamente todas las alarmas de mi intuición básica de ingeniero. No fue sino hasta mucho tiempo después de ser nombrado y haber ascendido meteóricamente, hasta llegar a ocupar el puesto de gerente, qué empecé a desentrañar la maraña de hechos que se desencadenaron y que se habían iniciado con aquella entrevista.

Tenía ahora, la posición que muchos habían soñado por años. El presidente y dueño de la compañía me había encomendado la gerencia de su mejor sucursal de ventas de bienes y servicios en la capital del país donde vivo. Yo no sabía entonces, que con esta designación, inesperada para algunos y merecida para otros, me había ganado varios enemigos y enemigas irreconciliables. Entre ellas, estaba la más peligrosa, la sicóloga conductista que me había entrevistado hacía dos años, quien siempre se había sentido dueña y señora de la compañía, ya que el presidente la había metido en su cama por años haciéndola su amante permanente y dejándola, como pago o contraprestación, a cargo de decisiones claves en la empresa.

Ante mi nombramiento sin reversa, la amante de mi jefe, a quien llamaré Lucía, decidió imponer en mi oficina de gerencia, a una persona de su entera confianza, su sobrina por supuesto, mujer casada y con una hija en edad universitaria. Desde ese momento entonces, empecé a trabajar con Marcela, quien poco a poco se fue ganando mi confianza y mi "corazón".

Yo soy un hombre joven profesional, con alto nivel académico, bien parecido, buena estatura 1.80 cm., cuerpo atlético, resultado de años de físicoculturismo, casado y también con una hija pequeña; amante de mi esposa, sin vicios y mi único deseo, era en aquel momento, sacar a mi familia adelante y realizar mis sueños como cualquier profesional de clase media alta que desea triunfar en la vida en un país tan difícil como el nuestro.

Marcela, mujer de 40 años, poco agraciada, más bien poco femenina y de facciones duras y maneras bruscas, no muy alta; no tardó en iniciar una labor de seducción lenta pero eficaz, aprovechando el hecho de que mi matrimonio no estaba pasando por un buen momento. Todo comenzó con una celebración el día de las secretarias a escasos dos meses de haber iniciado nuestro trabajo en equipo. Marcela se había venido con un vestido espectacular, maquillada y peinada como nunca la había visto y me estaba esperando en mi oficina privada. Sin preámbulos me anunció, que si lo deseaba tenía algo especial para mí. Sin pensarlo siquiera, mis ojos se dirigieron inmediatamente a sus pies maravillosamente bien cuidados, con las uñas pintadas, calzados con unas sandalias negras con lazos que anudaban sus tobillos y muslos. No tenía medias y aunque no lo pude comprobar con certeza, parecía que tampoco ropa interior.

¿Que me estaba pasando? Soy casado y ella también, y según propagaba a los cuatro vientos, adoraba a su marido. No me gustaba una mujer poco delicada, pero ésta, con su vestido azul de terciopelo que dejaba ver sus hombros y unos senos pequeños; con sus sandalias de tacones altos, me estaba enloqueciendo. ¿Te gusta lo que ves?, me dijo sonriendo como distraída. Me sonrojé. Pues te ves muy bien y me encanta tu perfume –contesté-. ¿Por qué me miras tanto los pies?, no has casi apartado la mirada de ellos. Perdóname, es que son muy bellos. ¿Te gustaría quitarme las sandalias? He estado caminando todo el día de aquí para allá y necesito refrescarme. ¿Y esta que se cree? Pensé para mis adentros, si yo soy su jefe y ¿que pensarían mis colegas si me vieran en esta situación? Ella señalaba sus pies y empecé a sentirme extraño, muy extraño, es como si no fuera yo, algo o alguien me empujaba a arrodillarme para poder tener en mis manos esos hermosos pies. Así que me arrodillé. Mi oficina una de las más amplias y confortables de todo el edificio, gozaba de una privacidad única y allí, afortunadamente dada la situación, no entraba nadie sin ser autorizado.

Pues allí arrodillado, comencé a desatar el lazo del muslo de su pierna derecha. Nunca había hecho esto antes, el sexo con mi esposa era bastante convencional, canónico diría yo, casi rutinario, cuando lo había si es que lo había. Era un muslo suave, níveo, bien formado y perfumado. Estaba extasiado, mi pene me traicionaba y tenía una erección como solamente ocurría en los mejores días de adolescente, cuando en cine, acariciaba a una amiga de turno y ella me daba su mejor mamada. Marcela, sentada en mi silla de gerente, solo me observaba con mirada extrañamente displicente pero divertida. Cuando terminé de desatar sus sandalias, solo dijo, dame un masaje suave. ¿Era una orden o me lo pareció? Sin chistar, ya que lo deseaba ardientemente, empecé a hacer algo que nunca había hecho en mi vida, dar un masaje de pies a una mujer, estando yo arrodillado en el piso a su merced.

De allí no pase, o no me dio espacio para que pasara a más, de aquel día, en mi oficina, solo recuerdo lo narrado y que más tarde, en el baile del día de la secretaria de la compañía, no tuve ojos sino para aquella mujer que se contorsionaba como una experta y que ahora me parecía una diosa. Bailó con todo el mundo menos conmigo, o no me atreví a insinuarlo siquiera para no despertar sospechas en mis compañeros de trabajo, o no me dio ella la más mínima oportunidad, ¿dije una diosa? palabra nueva en mi vocabulario para referirme a una mujer por hermosa o reina que fuera. Yo estaba acostumbrado a ser cortejado y coqueteado por las mujeres bellas de todas las edades y ésta, que no era bonita para nada, ahora ni me ponía cuidado, más bien me ignoraba. Algo poderoso, adormecedor estaba ocurriendo. Yo no me hallaba, me desconocía, acostumbrado a tener con facilidad la mujer que me gustara, ahora estaba frente a una situación desconocida y aterradora. No veía la hora de pedirle a ésta Diosa, que me permitiera desatar sus sandalias, aunque fuera sólo eso.

Al otro día, como si nada hubiera ocurrido, Marcela sólo hacía su trabajo y lo único raro que noté, es que empezó a no permitir por nada del mundo que alguna clienta –mujer- entrara a la oficina o tuviera una cita de trabajo conmigo. Transcurrida una semana, no aguanté, la encerré en la oficina y le pregunté por lo que había ocurrido y por lo que había sentido ya que yo me estaba muriendo. Ella como si nada –soy casada, qué te pasa-, entonces hice lo impensable, me arrojé a sus pies y le supliqué que me dejara besarlos. ¿Estás loco? mira, me dijo muy despacio, eso solo se lo permito a personas muy especiales y en condiciones únicas, no suelo hacer estas cosas todos los días y si las hago, las cobro muy caro. Yo seguía arrodillado a sus pies y le pregunté asombrado: ¿A que te refieres?

Bien, sincerémonos. Me gustas, pero no como marido, ya tengo uno y está bien domesticadito. Sexo no busco, pero si placer, y mis gustos son… de pronto demasiado exquisitos para ti, y no pongas esa cara de idiota, que no soy de otro planeta. Si estas dispuesto, y veo que lo estas -lo del día de la secretaria fue tu prueba de fuego y en este momento al verte tirado en el piso lo reafirmo-, te puedo tomar a mi servicio y enseñarte como se trata a una dama. Yo no sabía que decir o que opinar, era tan contundente, tan segura de sí misma, tan altiva, parecía incluso haber crecido unos centímetros, ahora no dudaba de la razón por la cual la había bautizado como una Diosa. ¿Dijo a su servicio?

Perdóname Marcela si te ofendí, no era mi intención… es que el otro día me transportaste a otro mundo y ando obsesionado, créeme que nunca me había pasado y ahora no duermo pensando en ti y la forma como bailabas con otros hombres, no se por qué sentí rabia y celos, sí celos de ver como otras manos te tomaban y tenían lo que yo no tenía. Vamos a ver cabroncito –replicó indignada-, vamos por partes, no soy tu mujer ni lo seré, te tomas atribuciones que no te he permitido, aquí soy yo quien decide qué pasa y que no, ¿entendido? ¿Entendido William? Primera vez que me llamaba por mi nombre sin anteponer la partícula Doctor, como se usa en Colombia. Entendido Marcela, repliqué. Y ahora qué sigue –le dije como embobado-. Sigue, por si no me escuchaste bien, que te voy a dar el fin de semana para que te lo pienses, ¿pensar qué? -pregunté entre nubes-. El que decidas estar a mi servicio como mi esclavo personal. ¿Qué? ¿De que hablas? Interrogué incorporándome. Mira, no te hagas el tonto, que lo has entendido muy bien y he visto que te lo gozas, y sabes de sobra de que va el asuntito, poseo más información sobre ti que tu mismo, sino, te pongo una tarea como prueba para que vayas despertando, entra a Internet y averigua por el decálogo del sumiso o dominación Ama/esclavo. Y no me digas nada más, si decides obedecer mi sugerencia, solo dime "sí, acepto y ya está, tenemos un contrato y empezamos una relación que puede ser para ti, según como lo veo bastante enriquecedora, de lo contrario, aquí no ha pasado nada.

El fin de semana fue de infierno, en mi casa parecía león enjaulado y a quien me preguntara por mi estado le armaba bronca. Decidí salir en busca de un café Internet y en pocos minutos estaba allí leyendo en la red el "decálogo de sumisión y sometimiento de un esclavo a su Ama", como me lo había pedido u ¿ordenado? Marcela. Era de locos, pero entre más leía más me intrigaba y algo increíble, de nuevo una erección como la del día de las secretarias. El decálogo se constituía en contrato, así que lo imprimí y me dispuse a entregárselo a mi Ama con mi firma allí consignada como señal de aprobación y sometimiento. ¿Estaré loco? Ni siquiera lo pensé, era obsesivo, compulsivo, no quería hacer otra cosa.

Llegado el lunes, entré a mi oficina, le pedí a mí ahora Ama que viniera, la esperé de rodillas mirando al piso como lo ordenaba el decálogo. Tenía en mis manos el contrato. Tan pronto entró, casi me desmayo, solo podía ver que traía botas y desde esa perspectiva en la que me encontraba se veían alucinantes. Bien, veo que no tengo ni siquiera que preguntarte y que sabes y que conoces todas las implicaciones del contrato que voluntariamente has firmado, he de decirte que en cualquier momento, si no te sientes cómodo con lo que pase entre nosotros, puedes desistir, pero mientras dure, te someterás a mi en todo; a partir de este momento, soy tu Ama y tu mi esclavo sumiso y solo quiero agregar algo más… y enseguida me abofeteó tan fuerte que me hizo dar la vuelta, ¿te gustó esclavo?. Ama, me toma por sorpresa, se que puede haber castigo físico además del psicológico y de las tareas de servicio a las cuales me someto con gusto, pero no se si me adaptaré a las bofetadas. Acto seguido otra bofetada, pues te vas acostumbrando, porque es con lo que más te voy a humillar estupido. Y es la primera y última vez que acepto una negativa suya. (En Próxima entrega continuaré...)