La Serrana

Me he perdido por el monte, y me he encontrado una mujer.

La Serrana

Este fin de semana, aprovechando que han sido tres días me he ido al monte y como casi siempre me he vuelto a perder por el monte. Había decidido realizar un corto itinerario entre dos pueblos de ambas vertientes de la sierra, y armado de mapa, brújula, y pies me había puesto a la tarea. Lo de perder el camino era bastante frecuente en mi caso, si bien solía resolverlo a base de andar el doble y llegar con las piernas destrozadas. Esta vez sin embargo las cosas se ponían algo más difíciles, tenía la meteorología en contra, el hombre del tiempo una vez más había fallado. Una tormenta de aguanieve me impedía orientarme, y yo ya no sabía ni donde estaban las cumbres que me guiarían en mi trayecto.

La noche se vino irremediablemente encima, y ya estaba pensando que tendría que hacer noche debajo de algún peñasco, un plan no muy halagüeño, obviamente el móvil no tenía cobertura y no podía avisar a nadie, además daba igual, la visibilidad era cada vez menor. Inesperadamente una figura humana que caminaba resueltamente entre la ventisca, paso a escasa distancia de mí, mediante un grito logre llamar su atención.

La figura tenia cuerpo, era por lo que vi en ese momento una mujer, que enfundada en un gastado abrigo, con la cabeza cubierta de un gorro de lana y rodeada de una bufanda que apenas dejaba vislumbrar la cara, me indicó que le siguiera. Obviamente no dude, seguro que era alguien de aquellos pueblos, que conocería casi de memoria aquel olvidado camino. No se distinguían las formas de aquella mujer, embutida como estaba en aquellas vastas ropas, pero desde luego tenía una gran fuerza y agilidad, pues me costaba seguirla y eso que estoy acostumbrado a los caminos del monte.

Llegamos ya con noche cerrada y en medio ya de una copiosa nevada a un chozo, se oían esquilas y los balidos de unos animales. Mi guía abrió la puerta del refugio, y me hizo pasar. Un calido y suave olor a heno nos recibió, pese a que no había ningún fuego encendido el contraste con el temporal que nos rodeaba ya era un alivio. La mujer se desembozo la bufanda y me habló:

Menos mal que venía a echar algo a las cabras, que no han salido hoy, si no usted se congela ahí fuera. Espere que voy a hacer lumbre.

No podía estar por menos que estar agradecido, aquella paisana, cuyas facciones apenas distinguía, me había salvado de una buena, y para colmo ya había encendido un fuego que mis ateridas carnes necesitaban urgentemente. Intente balbucear algunas frases pero ella me cortó resolutivamente.

Callé, callé, vaya secándose, ahí en ese rincón hay unas mantas viejas, voy a dar de comer a los bichos, y ahora vuelvo, que creo que hoy nos va a tocar pasar la noche aquí.

Salio por la puerta y debió ir a algún corral cercano, desde donde una algarabía de balidos y cencerros me indico que los animales recibían alegremente a su cuidadora y el heno que les debía estar distribuyendo.

Me desnude, dejándome pudorosamente los calzoncillos, me tape con una de las mantas que efectivamente estaban amontonadas en un rincón, coloqué mis ropas cerca del fuego a ver si se secaban, y me senté en una desfondada silla de enea a intentar volver a la vida esperando que mi anfitriona volviera de sus tareas.

No tardó mucho y se acercó al fuego donde ella también fue desembarazándose de algunas de sus envolturas. A la única luz de las llamas pude ver que mi inesperada guía era una mujer joven, medio rubia, de pelo corto, que mientras se quedaba en camiseta y pantalones me sonreía y hablaba de mi insensatez por ir solo por aquellos parajes. Se aparto hasta el rincón oscuro donde estaban las mantas y allí se termino de desnudarse pues vino cubierta con una manta agujereada a modo de poncho, con el resto de su ropa en una mano y la colocó a lado de mis chorreantes prendas.

No pude por un momento dejar de pensar que como sería eso de follar con una pueblerina, seguro que ni se depilaba y la boca le olería a ajo, e intente ser una persona civilizada y amable, no un obseso, que es lo que realmente soy.

La mujer, Carolina, que así se llama, dejo que yo siguiera calentándome el cuerpo y se levanto a buscar algo de cena, algunos embutidos que tenía colgados por si pasaba algún imprevisto, como hoy había sido el caso. La velada a la luz de las llamas no pudo ser más agradable, en un restaurante caro hubiera comido seguro que peor y además pagando. Varias longanizas, un chorizo y una esplendida cecina, así como una botella de vino de su alacena, así como mis provisiones, hogaza de pan y queso fueron cayendo hábilmente cortadas por la navaja de la pastora.

Me contó que además de las cabras, a veces también ejercía a veces durante el verano de guía turístico para los pardillos de la ciudad, pardillos como yo, aclaró entre francas carcajadas. Su sonrisa era amplia, y su cara curtida por el viento y el sol denotaba alegría y franqueza. Yo mientras se me iban calentando otras partes de la anatomía, pues las piernas y los brazos que a veces se escapaban de la manta que tapaba a Carolina, eran claramente sugerentes. Por otra parte la petaca de licor que siempre llevo en mi mochila contribuyó a la confraternización entre la cultura urbana y la rural.

Era el momento de irse a dormir, al día siguiente había que salir pronto, mi familia tal vez estuviera ya preocupada. Me hice un poco el remolón, por un lado tal vez la chica pensase que yo era un fresco, que me salvaba el pellejo y encima le follaba, servicio completo, por otro lado echar un polvo a una ruda campesina sería un contraste con mis habituales ligues, lánguidas tías, que si se rompían una uña ya hacían un mundo de ello ¿qué hacer?

Carolina resolvió, tiro de mi manta dejándome medio desnudo delante de ella, la extendió en el suelo de tierra, y me ordenó:

Vamos, que solo hay dos mantas, la tuya para abajo y la mía por encima, además que te crees, en el pueblo no hay ya más que viejos, no pienso disputarles a las cabras el chivo y ya estoy harta de meterme la longaniza por la entrepierna, quiero carne viva. Vamos y arrímate que hace frío.

No me lo pensé dos veces, me tumbe en el improvisado lecho, ella se despojo de su atuendo, la paisana tenía un buen cuerpo, unas tetas desafiantes, su pubis mostraba una abundante mata de pelo, al igual que sus axilas, efectivamente no se depilaba, pero me daba igual, yo estaba excitado como nunca con aquel regalo que la meteorología adversa me había proporcionado. Se arrojo sobre mi, me empezó a chupar, sus manos me apretaban, tenía una fuerza prodigiosa, manejaba mi cuerpo como si nada, y yo no soy precisamente bajito. Me levantaba una pierna y me mordía el muslo, me quito el calzoncillo, se acercaba a mis testículos, los chupaba, sus manos de piel encallecida me apretaban el culo. Ella llevaba la voz cantante y los escasos intentos que tuve de rebelarme fueron rápidamente reprimidos. Al final pareció calmarse, ya me había estrujado por todos lados, ahora solo le quedaba sacarme el jugo por un sitio.

Se sentó a horcajadas encima de mi, mi polla entro en ella suavemente, casi hasta note un chapoteo. Quería mover mis caderas para bombear dentro de ella, pero al primer intento, ella se inclino hacia delante, lo suficiente para coger con una de sus rudas manos mi cuello, pero al tiempo sin que mi pene saliese por completo de su lubricada vagina. Lentamente, parsimoniosamente, fue restregando su pubis contra el mío, haciendo círculos, su mano se aflojo de mi cuello, pude poner las mías en sus tetas, tocar sus pezones, eso si que lo tenía suave. Acariciaba sus ubres, su cintura, y ella mientras se explayaba en buscar su placer, mediante suaves movimientos encima de mi. Aquello aún me ponía más caliente, me iba a correr, ya le iba a inundar, cuando ella nuevamente se inclino hacia mi, y atenazo mi garganta, casi me ahoga, pero logro su objetivo, la descarga se retrasó, casi a costa de mi existencia, pero la eyaculación no se produjo. Ella me soltó al fin, y casi a continuación emitiendo unos gemidos suaves alcanzó el orgasmo. Luego ya mediante unas pocas arremetidas arriba y abajo mi cuerpo comprendió que se podía vaciar, y me corrí dentro de ella.

Estuvimos un rato, ella encima y yo debajo, agarrando sus musculadas nalgas, hasta que ella tuvo un escalofrío, y se coloco a mi lado, nos tapamos con su poncho. Yo notaba en mi vientre su culo y me sentía tentado a un nuevo ataque, pero el cansancio del día era grande y nos dormimos acurrucados.

Me desperté en medio de la noche, ella no estaba a mi lado, me senté y suspire aliviado, estaba allí agachada, reanimando el fuego que se había medio apagado, mientras soplaba para reavivar las ascuas, su trasero desnudo se me ofrecía golosamente, deslice mis dedos por él, y ella me reprendió:

-¿Aún no has tenido suficiente? Que luego te corres en seguida…todos los hombres sois iguales, echar el polvo y que la tía se joda. Espera un poco, que aún tengo que cortar algo de leña, para que la lumbre nos dure.

Efectivamente cuando ya las llamas se espabilaron un poco, Carolina se puso a cortar unos troncos delgados con una pequeña hacha que manejaba con una sola mano. A cada golpe sus senos iluminados por la hoguera parecían tener vida propia. Cuando termino de cortar la leña que considero suficiente la apilo encima del fuego, las llamas aumentaron de forma espectacular, el calor casi hacia innecesaria en ese momento cubrirse, y ella que cuando volvió a la manta se dio cuenta de mi nueva erección, y poniéndome su coño en mi boca, a su vez se puso a sorberme la polla.

La vulva de la campesina olía como todos los coños, pero tenía un toque adicional, como de romero, o de salvia, de tomillo, jara o lo que fuese, no había perfumes caros pero aquel monte de Venus y sus alrededores eran de las mejores excursiones por donde se había aventurado mi lengua. Ella mientras seguía a sus labores, y una vez más ya me había puesto al borde del corrimiento. Intente quitar mi pene de su boca, pero sus labios y hasta sus dientes me impidieron sacarlo, pocas tías les gusta, digan lo que digan recibir una descarga dentro de su boca, pero Carolina parecía ser una excepción, acepto gustosa mi semen, y se lo trago complaciente, mientras mi lengua estimulando su ingurgitado clítoris trataba de que yo no quedara demasiado mal. No logre mi objetivo, pero ella siguió relamiendo y rebañando mi pringoso glande sin darle mucha importancia a mi fracaso en conseguir que ella se corriese.

Cuando me desperté de nuevo, ya era de día, por alguna rendija de la construcción entraban unas líneas de luz, pero la oscuridad de la estancia era casi total debido a la ausencia de ventanas. Ella sigue allí, duerme placidamente, he logrado encontrar mi ropa y vestirme, voy a salir afuera, habrá que pensar en volver a la realidad, la ciudad, el trabajo y dejarse de follar bucólicas pastoras. No me he podido resistir, tengo mala conciencia, me he sentado a lado de mi impetuosa amante, y he buscado la rendija que tiene la manta que usaba como poncho, introduje mi mano, y topé con su vientre, explorando la pelambrera de su pubis, ella se ha dado cuenta de mis intenciones y ha abierto ligeramente sus piernas, mi dedo índice se ha introducido en su vulva, y ha empezado a trabajar. Ella medio dormida aún, ha cogido con su mano la mía, y me ha guiado por su interior, el contraste entre la aspereza de la piel de la mano y la suavidad de la mucosa de su vagina es una curiosa sensación. Ya me caben varios dedos, Carolina además se ha abierto aún más, para permitir que le quepa mi mano, la suya y lo que sea, esta empapada, se corre sin decir palabra, se da media vuelta y se duerme de nuevo.

Cuando he salido al exterior del refugio, la luz me ha deslumbrado, no es que estuviera muy soleado el día, pero una capa de nieve cubría todo el entorno, y el reflejo me ha deslumbrado al salir de la casi total oscuridad.

Me puse a mear, a todos los hombres creo que nos encanta mear en la nieve, y hacer hoyitos y tonterías de esas. La nieve del montón de nieve que he elegido como urinario, se va deshaciendo, y me ha dejado ver unos huesos, al principio pensé que serían de alguna oveja o cabra muertas, pero el inconfundible aspecto de una calavera humana, con sus grandes orbitas se me apareció. Di unas patadas al montón, mi horror no tiene límites, costillas, cráneos y vértebras de varios seres humanos se me han aparecido entre la nieve helada.

Un ruido a mi espalda, me ha hecho volverme, en el umbral de la puerta esta ella, Carolina, creo que me va a dar la explicación de esto. Esta desnuda pese al frío, únicamente lleva puestas las botas, pese a la situación no puedo dejar de fijarme en sus pezones contraídos, es la primera vez que la veo bien, efectivamente tiene un extraño encanto, toda su piel es blanca, excepto su sonriente cara y su cuello, así como sus curtidas manos, y para rematar la estampa empuña el hacha que ha utilizado por la noche para cortar la leña.

¿Qué pasa?¿De que te asombras? Ya te lo dije, los hombres siempre hacéis lo mismo, echar el polvo y salir corriendo, y yo os quiero para mi, para siempre, aprovecharos enteros. No tenéis desperdicio. ¿A que estaba buena la longaniza de anoche?....

Logre salir de mi asombro, y corrí, corrí sabiendo que mi vida estaba a punto de acabar pronto. No se como he conseguido llegar al pueblo de mi destino, y allí he intentado contar mi historia. Nadie me ha hecho caso, me han contado que esas historias de serranas asesinas solo pasan en los romances que cantaban los ciegos, que ya no hay cabras por aquellos parajes, y que no conocen mujeres pastoras por aquellos parajes. Me han tomado por loco, y mediante cafés con coñac me han hecho dudar de mis recuerdos.

Se han apiadado de mí, y me van a bajar a la ciudad en la furgoneta del que vende frutas y pan. Mientras espero a que termine de vender el género, he entablado conversación con un viejecillo desdentado. Se me ha acercado con mucho misterio y me ha contado que hace unos años, hubo una chica, llamada Carolina, como mi protagonista, que en las fiestas del pueblo, fue elegida la reina de las fiestas, unos mozos la violaron sin compasión. La casi niña fue muy criticada pues parece ser que no se había resistido lo suficiente, y todas las culpas cayeron sobre la desdichada en vez de sobre sus violadores. La chica fue creciendo, pero la vida se le hizo imposible, hasta su familia, ya fallecida, renegó de ella. Se cree que se fue a la capital, seguro que ahora trabajará de puta, sentencio el paisano.

Ahora ya de nuevo, en mi piso, rodeado de chismes electrónicos, calentito por la calefacción a gas, todo me hace dudar, si bien aún cuando cierro los ojos puedo oír su clara risa y el ruido de fondo de las esquilas. Además cuando me he duchado no he encontrado explicación para las marcas que tengo en el cuello, ni la clara huella de una dentadura humana en mi muslo. Por cierto, me he hecho vegetariano.