La serpiente y la manzana

Mi novia y su hermano pequeño tratan de acostarse conmigo ambos, usando cada uno sus propias estrategias.

A veces, el amor es una cosa difícil de entender. Estuve mucho tiempo pensando en qué era eso para mí, y durante ese período no quise tener relaciones físicas con otra persona, hasta que me aclarara las ideas. Mi novia Gyna trataba por todos los medios de hacerme suyo, cual Eva ofreciendo una manzana a Adán, desde que empezamos a salir juntos. Un año y medio sin conseguir llevárseme a la cama. Existía un conflicto dentro de mí que tenía que resolver antes de consolidar nuestro amor.

En el año y seis meses que llevaba saliendo con ella, me sentí como uno más de la familia. Me convertí en alguien que coge un refresco de una nevera ajena como si fuera propia, alguien que usa un televisor ajeno de una forma tan familiar como si fuera el propio. Era uno más. El padre de Gyna murió siete años atrás de cáncer, y su madre era miembro de una orquesta sinfónica muy importante, y por ello muchas veces se encontraba fuera del país dando conciertos en distintas partes del mundo, como era el caso en este día. De modo que Gyna era la encargada de cuidar la casa y a su hermano pequeño, León. ¡Qué criatura tan adorable ese niño! El no tenía padre, por lo que a mí me veía como su protector.

Era sábado por la mañana y me dirigía a su casa, caminando con un cigarro como único compañero. Entre bocanadas de humo sólo veía su cara, como quien busca formas en las nubes. Llegué a la puerta de su casa y llamé. Un grupo de heavy lo tendría difícil para hacer más ruido que León bajando a toda prisa las escaleras para recibirme. Abrió la puerta con la misma velocidad y se me lanzó encima en un cariñoso abrazo. Él tenía la manía de enroscarse a mi cintura con los pies para que yo lo cargara a todas partes. A sus ocho años pesaba ya un poco, pero no me importaba. Me dio unos cuantos besos en la mejilla y yo sonreí. Cuando aparté la vista de León, ahí estaba Gyna mirándonos a los dos, divertida por la escena.

Hey enano, ¡deja algo para mí! – le dijo ella a León con un guiño de complicidad.

Hola preciosa. ¿Cómo va todo hoy? – le contesté.

Ahora que has venido, estoy como nunca. – me dijo ella mientras me daba un caluroso beso de bienvenida, el cual hizo que me ruborizara un poco.

Muac, muac, muac estáis todo el día así. – protestó León.

Eso es porque nos queremos mucho. – le expliqué yo.

León puso una cara de comprensión cuando lo entendió. De todas formas, pasé adentro y me acomodé. Era aún temprano, las 11:30 de la mañana, por lo que nos quedamos tirados en el sofá viendo una película. León tenía su propio sofá doble para el solo, y Gyna y yo compartíamos el otro sofá. Como su casa era muy fría en invierno, teníamos puesta por encima una manta de algodón. Mientras León estaba absorto viendo al gato con botas en una espectacular demostración de esgrima gatuna, yo usaba mis dedos para jugar con los rizos de Gyna. Ella estaba recostada sobre mi pecho, con su boca muy cerca de mi cuello. ¿Era mi imaginación o había empezado ella a besarme el cuello? No eran imaginaciones mías, lo estaba haciendo de verdad. Es mi punto débil, y ella lo sabía muy bien. Finalmente me atrapó cuando como un cepo que se aferra a la pata de un animal, se apoderó del lóbulo de mi oreja con pequeños mordiscos. Yo no quería… y al mismo tiempo lo deseaba. Yo empezaba a soltar pequeños gemidos de placer, así que ella me puso una mano en la boca para no atraer la atención de León. Con su otra mano agarró su pecho izquierdo y empezó a masajeárselo. ¿Pero qué estaba haciendo? Le pedí que parara inmediatamente.

Déjalo Gyna, por favor. Te he dicho muchas veces que no quiero jugar contigo a los médicos – le dije en clave para que León no supiera de qué hablábamos.

¿Puedo jugar yo también? – preguntó él entusiasmado.

¡NO! – respondimos al unísono.

No me culpes a mí, porque has empezado tú poniendo a tu soldadito de guardia en la puerta de mi base – replicó ella.

¿Pero de qué estás hablando? – le pregunté extrañado.

De esto – respondió mientras metía su mano por debajo de la manta, cerca de mi entrepierna.

"Esto" no es otra cosa que el mando de la tele, señorita – le expliqué mientras le hacía ver su confusión.

Per perdóname, yo pensé que - trató de decirme, avergonzada.

No tuve más remedio que cerrarle la boca con un fuerte beso y decirle que no pasaba nada. Una sonrisa de ella era para mí como ir directo al cielo, y aquella sonrisa en concreto estaba cargada de amor hacia mí. Cuando abandonamos el tema, me fijé en que León tenía un cojín en sus manos y lo frotaba disimuladamente contra sus partes íntimas. Gyna, en la postura que estaba, no podía ver esto. León nos lanzaba algunas miradas furtivas mientras se frotaba sus genitales, pero yo hice como si no me hubiera dado cuenta. Me percaté de que mi pene estaba creciendo en tamaño, lo cual me asustó, ya que ya no tenía la excusa del mando de la tele. Entre Gyna y él habían conseguido excitarme.

Voy a mear – mentí para poder encerrarme y desahogar mis instintos.

Vale, yo iré preparando la comida, que ya va a ser la una – dijo ella.

Cerré con pestillo la puerta del baño y me senté sobre el WC con la tapa bajada. Me desabroché el pantalón y saqué mi pene a ver mundo. Durante el trayecto hasta el baño había alcanzado unas dimensiones monstruosas. Estaba realmente caliente. Tiré un poco de la piel hasta dejar el glande al descubierto. Estaba de color rosado fuerte, casi rojo. Comencé a mover la mano rítmicamente hacia arriba y hacia abajo. Se sucedieron en mí toda una serie de imágenes fantásticas con Gyna y su hermanito León. Los tres estábamos desnudos y Gyna sentaba su coño sobre mi boca para que se lo lamiera mientras se acariciaba un pecho. León estaba completamente erecto y frotaba su pequeño pene contra el mío, igual que hacía con el cojín. Cuando Gyna consideró que me había dado suficiente cantidad de su miel apartó a León de encima mío y agarró mi polla. Escupió saliva sobre ella y la extendió por todo el tronco. León se quejaba, decía que no era justo que ella me follara antes que él. No hubo nada que hacer, pues ella ya dirigía mi polla hacia su cueva y se sentaba sobre ella. Con ella de espaldas a mí, podía ver claramente como sus jugos iban resbalando por mi verga en cantidades antinaturales y dejaban mi pubis y parte de mi estómago empapado. León era un niño muy ingenioso, y se le ocurrió la idea de mojar la puntita de su pene en el jugo, para acto seguido colocármelo delante de mi boca. Al principio estuve reacio, pero por alguna razón me acordé de cuando de niño jugaba a tener sexo con Luis y Roberto, mis mejores amigos, así que decidí que no importaba. Me metí la pollita de León en la boca y se la chupé tiernamente. Con esa carita de ángel, nadie podía decirle que no. León no se quedaba quieto para dejarme hacer a mí, sino que era él quien se estaba follando mi boca. Por otro lado, los vaivenes de Gyna cabalgando sobre mí estaban arrancándome lujuriosos gemidos de placer. Sentí que me iba a correr y lo dije en alto, de modo que ella se la sacó rápidamente y me masturbó con su cara cerca de mi verga para recibir toda mi leche. "No", le dije, pues quería que fuera él quien se llevara el premio. De modo que agarré a León por la mano y lo llevé hasta mi polla, cogiéndole de la cabeza y estrellándola contra mi palpitante miembro. Y ahí me vine. Chorros y chorros de semen saliendo disparados como balas que salen de un revólver. Volvía a estar en el baño de la casa de Gyna, y en el suelo se veían restos de semen. Mientras limpiaba el suelo con papel higiénico, me sentí entre culpable y confuso de haber desatado esa fantasía en mí.

Controlando la respiración, volví hacia el salón, donde León yacía dormidito. Me senté al lado suyo y le agarré la mano con cuidado de no despertarle. ¡Qué niño tan adorable él! Jamás perdonaría a nadie que osara lastimarlo. Sin embargo me seguía inquietando la fantasía con él. Me dije que eso ya había pasado y que no tenía que darle más vueltas, de modo que seguí contemplándolo cariñosamente. Le puse nuestra manta por encima para que no tuviera frío, le di un beso y me fui con Gyna a comer.

Gyna siempre ha sido una excelente cocinera y su especialidad era el pescado a la plancha. Pescado… qué olor tan suyo, en sentido literal y figurado. Empezamos a comer.

¿Te importa si me meto los dedos en el coño mientras estamos en la mesa? Antes me dejaste muy caliente – dijo ella para mi asombro.

¿Qué acabas de decir? – pregunté para asegurarme.

He dicho que si no te importa no apoyar los codos mientras estamos en la mesa, porque la bandeja del pescado está muy caliente y te vas a quemar con ella si la tocas. – me aclaró.

Ah, sí, sí. – respondí.

Mi imaginación me había jugado una mala pasada. Durante la comida permanecí un poco absorto en mis pensamientos.

¿ En qué piensas? – quiso saber ella.

En nada, en nada. – mentí.

Si es en lo que pasó antes en el sofá, quiero que sepas que siento haberme confundido. – me repitió.

No te preocupes, ya te dije que no pasa nada. – contesté.

De todas formas, también quería hablar de eso contigo. Verás, ya sabes que quiero hacerlo contigo desde que empezamos a salir, pero respeto mucho tu decisión. Si tienes que aclarar tus sentimientos primero, estoy contigo, y te esperaré el tiempo que haga falta. – dijo mientras me miraba con mucho amor.

Gracias Georgina, significa mucho para mí que me entiendas. – concluí yo.

Justo cuando estábamos acabando de comer, sonó el teléfono móvil de Gyna. A los pocos segundos de descolgar, se dibujó en su rostro una señal de asombro y preocupación.

Voy para allá enseguida – dijo mientras colgaba.

¿Qué ocurre? – pregunté preocupado.

Marta ha tenido un accidente con el coche y está en el hospital, he de ir a verla ahora mismo. – dijo mientras su mano temblaba.

Voy contigo – le dije.

No podemos ir los dos, alguien se tiene que quedar cuidando de León, y tampoco quiero que el vaya al hospital, pues se deprime mucho en esos sitios. – negó con la cabeza.

De acuerdo, me haré cargo de él, pero mantente en contacto conmigo por teléfono. – le rogué.

No te preocupes, te llamaré. Báñalo sobre las 9 y dale de cenar. – me indicó.

Después de despedirse de León y de mí, se fue a toda prisa. Estábamos solos en casa, y yo me empecé a preocupar acerca de este hecho. Mi última fantasía aún me consternaba. Con gran entusiasmo, León me pidió que jugara con él. Yo estaba un tanto destemplado por los acontecimientos, así que me negué. El insistió, y usó contra mí aquella sonrisa angelical suya, por lo que al final tuve que ceder y complacerle. Estuvimos un par de horas jugando a la consola, a los muñecos y a las guerras con esos soldaditos de plástico. Más que nada, León jugaba con sus muñecos y yo jugaba con él, así los dos nos lo pasábamos bien.

Oye, ¿tú quién eres cuándo juegas a los soldaditos con mi hermana? – me preguntó con curiosidad.

Yo no juego a los soldaditos. – le dije.

¿Cómo que no? Esta mañana le oí decir a mi hermana que habías puesto un soldadito de guardia en su base. – comentó acertadamente.

Ah, verás es que nosotros, pues... – traté de excusarme.

¿Cómo juegas con mi hermanita? A veces os encerráis en su habitación y se oyen ruidos raros. – nuevamente acertó.

Pues nosotros… en fin - me quedé sin saber qué decir.

Te voy a enseñar cómo juego yo, ven. – dijo él mientras me llevaba de la mano y agarraba un cojín.

Entonces, comenzó a frotar el cojín contra sus genitales de la misma forma que le había visto hacer esa misma mañana. Movía sus caderas como si se estuviera follando ese trozo de tela. Me dijo que le daba mucho gustito, y que ahora me tocaba a mí. Agarró el cojín y me lo apretó contra la entrepierna. Así comenzó a moverlo arriba y abajo. Mi cabeza era un torrente de dudas, pero al final decidí dejarme llevar por la situación. Como él ya no tenía cojín y se le veía excitado, decidió frotarse contra el cojín que estaba usando yo pero por el otro lado. Así estábamos los dos follándonos el mismo cojín al mismo tiempo, una situación que nunca habría creído posible. Pero me gustaba mucho. Con los duros empellones que le estaba soltando León, el cojín se me escapó de las manos y fue a parar al suelo. Intenté ir a recogerlo, pero entonces León empezó a frotarse contra mí. Notaba su bultito en el pantalón, y eso me excitó sobremanera, así que le dejé hacer. Empecé a frotarme yo también contra su cuerpecito. Nuestros movimientos estaban perfectamente acompasados. Al cabo de unos minutos que me parecieron horas, me corrí dentro del pantalón.

Ja, ja, te has hecho pipí. Yo hace dos años que no me hago pipí. – dijo riéndose al verme la marca de semen en mi pantalón.

Bueno, yo… - no sabía que contestar.

No te preocupes, no se lo diré a mi hermanita – me aseguró haciéndome un guiño con el ojo.

Gracias León, eres muy bueno conmigo. – le respondí sinceramente.

¿Qué me estaba pasando? ¿Por qué este niño estaba conquistando mi corazón de esa manera? Estaba completamente desconcertado. Después de haberme limpiado bien, le dije que quería estar un rato estudiando, así que saqué los libros que tenía en mi mochila y les di uso. Entre fórmulas matemáticas, yo solo veía la cara de León y la de Gyna. Mis dudas crecían como la espuma. Mi corazón estaba partido en dos. ¿Qué sentía por cada uno? Demasiada confusión, producto seguramente de los diecisiete años, la segunda adolescencia. Yo al cuadrado, más Gyna al cuadrado, más León al cuadrado, igual a dolor de cabeza. Esa era la única fórmula matemática que aprendí en la tarde de estudio.

Llegaron las nueve de la noche y me tocaba bañar a León, de modo que lo fui a buscar a su cuarto. Allí estaba él, con una sonrisa angelical, como de costumbre. ¿Qué veía yo en aquel niño?

Campeón, es hora del baño. Vamos a ello, ¿te parece? – le dije.

¡Vale! – respondió el.

Oye, ¿te quieres bañar conmigo? – me preguntó, dejándome una vez más sin saber qué decir.

Eh… pues no sé… - balbuceé yo con cara de circunstancia.

Porfaaaa, báñate conmigo… - insistió.

Bueno… vale. – le respondí sin estar muy seguro.

Nos desnudamos y nos metimos en la bañera con agua que había preparado. León estaba apoyado en un respaldo de la bañera y yo en el otro. Maldita sea, la bañera era enorme. Ocurrió lo peor que podía ocurrir. Allí mismo, desnudo con él, me empecé a empalmar. Maldije que ocurriera esto. León se fijo en mi miembro y me lo tocó con la mano.

Se te ha puesto duro el pito, jeje. – rió.

Eh… sí… mmm… yo… – este niño conseguía que pareciera un tonto hablando.

Pues te lo voy a chupar para que se te baje – dijo él mientras acercaba sus labios a mi pene.

¡No! – grité yo, mientras salía de la bañera rápidamente.

Me vestí apresuradamente y le saqué a él de la bañera para secarlo y vestirlo, con mucho cuidado de no tocar sus genitales. Eso estaba mal, lo sabía en mi corazón. León se había puesto muy triste, y yo también de verlo a él así, pero ninguno de los dos dijo nada. Una vez le vestí, fui a hacer la cena.

Cuando hube acabado le llamé para que bajara a cenar conmigo. Entró en la cocina cabizbajo sin decir una palabra. Cuando llevábamos unos minutos sentados a la mesa, León rompió a llorar.

¿Qué te ocurre, León? – le pregunté yo, muy preocupado.

Nada… - mintió.

Así que estás llorando por nada, ¿eh? – le interrogué.

¡Muérete, no quiero verte más! – gritó el de repente, al tiempo que se largaba corriendo de la mesa.

¿Por qué me dices eso, León? ¿Acaso te ha molestado lo que he hecho antes? – quise saber yo.

¡Si no me vas a querer, entonces prefiero que te vayas! – reconoció él.

¿Por qué piensas que no te quiero, León? – le pregunté mientras me agachaba para poner mi cabeza a la altura de la suya.

Porque antes te molestaste conmigo por intentar quererte, así que te fuiste – dijo entre llantos.

¿Intentar quererme? – pregunté extrañado.

Sí. En el diario de mi hermana pone que ella te quiere mucho y quiere jugar contigo como yo intenté jugar antes en la bañera. Pensé que te gustaría, pero al parecer me odias. ¡No quiero verte más! – gritó.

No pude evitarlo. Ahí mismo rompí a llorar con él. León me había llegado a lo mas hondo de mi corazón, había perforado hasta la última de mis defensas. Cuando nos hubimos calmado un poco, continué la conversación.

León, hay algunas cosas que me gustaría explicarte. Ven, siéntate conmigo. – Le dije, mientras le invitaba a sentarse sobre mis rodillas.

Verás, esas cosas que trataste de hacer conmigo son cosas que los mayores hacen cuando se quieren, y sólo con tu pareja. Y hay muchos tipos de amor. Está el amor hacia tu mamá, hacia tu novia, hacia tu hermano o hacia un amigo. Cada uno es diferente, y por eso las expresiones de amor entre las personas son diferentes entre sí – continué explicándole.

¿Entonces no es que no me quisieras? – me preguntó.

¡Claro que te quiero, tonto! Más de lo que puedas llegar a imaginarte. Verás, yo soy hijo único y siempre he querido tener un hermanito. A decir verdad, te quiero como si fueras de mi familia.

¿Sí? – me preguntó mientras yo le limpiaba las lagrimas.

Si. Te quiero con todo mi corazón. – y era cierto.

¿Me dejas llamarte Papi? – quiso saber él.

Ahora lo entiendo todo. Tú no tienes papá, y eso te hace sentirte muy mal. Por eso tratas de que yo te quiera. Pues no tienes de que preocuparte, te quiero con toda mi alma, León. – ahora era yo quien lloraba.

Y así, después de haber aclarado el tema, nos quedamos dormidos en el sillón. Aún estábamos abrazados y nuestros ojos aún revelaban las lágrimas que habíamos derramado esa noche. No se cuánto tiempo pasó después de eso, pero Gyna me despertó tocándome en el hombro. Llevé a León a su cama, le arropé y le di un beso con cuidado de no despertarlo. Acto seguido, fui con Gyna a la cocina para hablar con ella.

¿Qué ha pasado, por qué no me has llamado? – quise saber.

Te he llamado varias veces, pero no lo cogías. Seguramente estabas dormido y no lo oíste – me aseguró.

Ok. ¿Cómo esta Marta? – le pregunté.

Bien, los médicos dicen que está estable. Serecuperará en pocos días. De todas formas ha sido un buen susto. – respondió ella.

¿Y tú cómo estás? – le dije.

Yo estoy mal. Siento mucho lo que pasó esta mañana. Sabía que era el mando de la tele, y no tu pene. Te lo dije para excusarme ante ti por mi calentón. Estoy muy frustrada con este tema, pero te quiero y quiero respetar tu decisión. Lo siento de veras, yo - confesó Gyna.

Shh, no digas nada… - le pedí.

Yo tuve la última palabra, pues una vez más la hice callar con un beso apasionado. Pero algo era distinto. Hablar con León me ayudó a entender mis propios sentimientos, mediante mi propia explicación. Entonces lo vi claro: amaba a Georgina. Se encendió entonces mi pasión por ella. Mis besos fueron como una taladradora. Descargué aquel año y medio de relación sin sexo de golpe, sobre mi novia. Era instinto animal lo que nos dominaba a ambos. De un tirón ella abrió todos los botones de mi camisa. No importaba. Yo le devolví el juego a ella, deshaciéndome de su sostén por debajo de su camiseta. Empezó a pasar su lengua por mi pecho, y poco a poco ir bajando por mi estómago. Mientras, con su mano masajeaba mi paquete por encima de mi pantalón, y yo hacía lo mismo con ella. La estaba penetrando con mis dedos por encima de la tela. No, era ella la que venía hacia mi mano. Había mucho sudor entre nuestros cuerpos, y también muchos gemidos. Al parecer, ella cayó antes que yo, y me abrió la bragueta mientras me besaba por encima del pantalón. Cogió mi polla, ahora dura, en su mano a través del calzoncillo y la apretó fuerte. Seguidamente sacó afuera la puntita y le dio algunos lametones. Yo me sentía en deuda con ella, así que la agarré y la senté sobre la mesa. Ahí mismo, probé su néctar. Pescado. Me gustaba, pero me excitaba aún más.

Finalmente, Gyna decidió que los juegos previos habían acabado y entre jadeos de placer sacó un condón de su cartera, la cual se encontraba en el bolsillo de los pantalones que previamente le había quitado. Yo coloqué mi polla cerca de su vagina y ella me fue poniendo el condón. Una vez lo deslizó hacia abajo del todo, quise hacerla mía completamente. Gyna no tenía escapatoria, estaba entre la mesa y yo. Le propiné fuertes embestidas, una y otra vez. Mientras yo se la metía, ella aumentaba su placer masajeando su clítoris con la mano. Mi boca reposaba sobre su cuello, el lugar donde yo depositaba mi aliento jadeante. No pude más. Ahí mismo me corrí mientras todos mis músculos se tensaban por el placer. Se la saqué rápidamente para que no hubiera peligro de dejarla embarazada. Ella agarró el condón y lo deslizó fuera de mi pene, después nos limpió a ambos con un pañuelo. En ese momento lo supe. Estaba enamorado completamente de Gyna. Todas las dudas que tenía habían desaparecido. Para mis adentros, le di las gracias a mi "hermanito" León. Desde aquel día, mi relación con ambos cambió. Con León pasaba ratos muy entrañables jugando con él. Con Gyna, descubría cada día nuestro amor.

*

Nota: gracias a todos aquellos que me habéis leído hasta ahora, aunque este sólo sea mi tercer relato. Agradecería vuestros comentarios para mejorar mi estilo como escritor de relatos. Un saludo