La Señora y el Jardinero Fiel

¡Echa el pestillo y desnúdate!

LA SEÑORA Y

EL JARDINERO FIEL

¡Echa el pestillo y desnúdate!.

Le habían comprado a mi jefe unos árboles para que los plantásemos en una finca, a mí nunca me había gustado estudiar, a si que hice EFP en jardinería y mantenimiento de fincas, aquello sí me gustaba, todo lo que tuviera que ver con el manejo de herramientas se me daba muy bien. Cuando terminé los estudios me mandaron a un almacén de jardinería para hacer las prácticas, vendíamos todo tipo de plantas, árboles, cercados, casetas de jardín y un largísimo etcétera de cosas, pero también dábamos la posibilidad de ser nosotros los que realizasen el trabajo, montándolo y colocándolo, y aquí entraba yo.

Cuando no había ningún trabajo que realizar ayudaba en el almacén o atendía en el mostrador, pero por suerte para mi y para el jefe, nos sobraba el trabajo y siempre me encontraba colocando o reparando una alambrada, un jardín o como en esta ocasión, plantando unos árboles. Había entrado para unos meses de prácticas y llevaba ya cinco años. A mis veinticinco años me había convertido en chico para todo, e intentaba por todos los medio que los clientes quedasen contentos. En realidad no había ningún secreto, yo había elaborado una pauta de trabajo que tenía tres puntos.

El primero una sonrisa: eso consistía en ser amable, el cliente siempre tenía razón, etc.

El segundo: realizar el trabajo rápido y bien, cuidando en los detalles. Me había dado cuenta que en los detalles, un trabajo daba la apariencia de bien o mal realizado.

Y el tercero: que el cliente quedase con la sensación que había recibido más de lo que había pagado.

Eso me había convertido en el chico más deseado, incluso había clientes que preferían esperar y que fuera yo quien los atendiese.

Esa mañana el jefe me llamó a su despacho para encargarme un trabajo especial - según sus propias palabras - nada de otro mundo pensé, para él todos los trabajos eran especiales. Consistía en plantar unos árboles en una finca, pero quería quedar bien con la dueña, pues podía convertirse en una buena cliente. Había insistido que quería un buen profesional, que fuese rápido, limpio y silencioso. Y allí me encontraba yo, parado frente a una gran verja de hierro solicitando la entrada a través de un portero automático. Conduje la furgoneta hasta una casita que se hallaba cerca de la puerta y me salió a recibir un señor de unos sesenta años que se presentó como el chófer de la Señora, me acompañó al lugar donde debían ser plantados los árboles y me dijo como los querían, al retirarse me indicó que cuando hubiese terminado estuviese con él, porque había más trabajos que realizar.

Aquel trabajo se convirtió en otro y después en otro más, para terminar en una lista nunca inferior a la docena. Había ido a la finca a plantar unos árboles y llevaba cerca de dos meses - había perdido la cuenta - realizando todo tipo de trabajos. Había reparado enchufes, cambiado bombillas, arreglado cerraduras, vallas, grifos y hasta la caseta del perro.

Yo me encontraba a mis anchas, haciendo lo que siempre había deseado hacer, diferentes arreglos y trabajos de mantenimiento. Los primeros días pasaba por el almacén para informar al jefe de los trabajos que iba realizando, pero un día me dijo que no hacía falta, había llegado a un acuerdo con La Señora y le facturaba por días completos, eso me ahorraba media hora que aprovechaba para estar en la cama, incluso había dejado la furgoneta del trabajo y ahora utilizaba un todo terreno de la casa.

Cuando terminaba mi jornada me presentaba al chófer de La Señora y le informaba de los trabajos que había realizado, luego marchaba a mi casa conduciendo el todo terreno. Al día siguiente a las ocho de la mañana me presentaba a él y me entregaba una nueva lista que complementaba la anterior.

En esos dos meses había ido conociendo a las diferentes personas que vivían y trabajaban en la gran casa y la finca que la rodeaba. Al primero que conocí fue a Antonio, tenía sesenta años y era el chofer de La Señora, su mujer Tomasa era la cocinera, había una chinita que luego supe que era filipina y que llamaban Li, que ayudaba a la cocinera; imposible determinar su edad, decía que tenía dieciocho años pero en realidad no aparentaba ni catorce. Li hablaba mal nuestro idioma, con La Señora y sus hijas lo hacía en inglés, con los demás incluido yo con medias palabras y por señas, sea como fuere, con Tomasa se entendía muy bien, la cocinera la trataba como si fuese su hija y ella mantenía esa sonrisa constante que se le supone a todos los asiáticos. En lo físico, era delicada y hermosa, y si tuviese que asemejarla con algo lo haría con esas florecillas que viven sólo un día pero dando toda su exquisita belleza .

A La Señora sólo la había visto en unas pocas ocasiones y quitando el saludo de rigor al cruzarme con ella, no habíamos mantenido ninguna conversación. Yo la había observado cuando se bañaba en la piscina de verano o cuando tomaba el sol y lo cierto es que parecía cualquier cosa menos una Señora. Tenía treinta y ocho años pero cualquier persona la hubiera echado menos de treinta, el pelo era negro haciendo juego con sus ojos, y la piel morena color aceituna. No era muy alta y aunque un poco delgada su cuerpo lleno de curvas hacía que a cualquier hombre al verla se le quitase el hipo. Eso le debió ocurrir al señor, según me contaron fue conocerla y casarse con ella, algunas malas lenguas sin embargo añaden que con ella venía una gran fortuna. Sea como fuere el señor tampoco debía de estar en la indigencia. De eso hacia al menos diecinueve años, ahora el señor sólo aparecía por la hacienda muy de vez en cuando. En los dos meses que llevaba trabajando, tan sólo había venido en dos ocasiones, en la primera estuvo tres día y en la segunda marchó a la mañana siguiente.

Los señores tenían tres hijas, la mayor María con dieciocho años era igual que su madre, el mismo pelo negro, los mismos ojos igual de grandes y negros, una altura similar y la misma delgadez, si había alguna diferencia era en las curvas, María no las tenía tan rotundas como su madre y sus pechos eran más pequeños. La mediana se llamaba Elisabetta, y encontrar algún parecido con su madre se hacía muy difícil. Tenía el pelo color zanahoria y una piel totalmente blanca como su padre, los ojos de un azul turquesa que cuando te miraban daba la sensación que te estaba leyendo el pensamiento; era callada y observadora y tenía un cuerpo espigado y extremadamente flexible. En conjunto era con sus catorce años más guapa que su hermana María pues a la belleza había que sumarle un aire enigmático y taciturno que la hacía parecerse más que a una niña a una princesa de cuento . Sandra tenía once años y era la pequeña, en lo físico era igual que Elisabetta aunque menos retraída y más sociable, se la podía ver todo el día trotando por la cocina o dándose un chapuzón, o tratando de que Li o alguna de sus hermanas jugasen con ella. En esencia esas, junto con el señor, eran todas las personas que vivían en la casa.

Ahora también estaba yo, no sabía como ni por cuanto tiempo, en realidad intentaba pasar lo más desapercibido posible, realizaba los trabajos de la interminable lista y cuando me lo pedían, trabajos que no admitían demora y que yo añadía a la lista una vez realizados.

Aquel lunes había sido un día de intenso calor, el fin de semana lo había pasado trabajando, no por gusto si no porque me lo pidió Antonio el chofer, ya había hecho planes con una chica que llevaba un tiempo saliendo, y lo cierto es que no me hizo mucha gracia tener que decirle que no podíamos quedar. A medida que pasaba el día me había ido metiendo más y más en el trabajo y al terminar la jornada me encontraba en una esquina de la finca desbrozando unas malezas, sudoroso, y sin camisa, sólo llevaba puesto unos pantalones cortos y unas zapatillas. Me llamaron por mi nombre y al volverme pude ver a Antonio que venía para darme un recado de La Señora; "quería verme de inmediato" y cuando le pregunté si sabía para qué, no me supo contestar. Si La Señora decía de inmediato, significaba de inmediato, cogí la camisa y me la puse por encima mientras me aproximaba a paso ligero a la casa.

Llamé despacio a la puerta y esperé, pasados unos segundos escuché una voz que decía ¡adelante!. Entré en una habitación de al menos cien metros cuadrados, en un lateral había una cama con dosel y junto a ésta sentada en una butaca de época La Señora; me hizo señas para que pasara, entré y cerré la puerta como me indicó. Lo primero que me vino a la mente fue que me iba a echar la bronca por estar trabajando medio desnudo y rebuscaba en mi interior para encontrar una disculpa por un error que por supuesto pensaba decirle no iba a ocurrir nunca más. Me mantuvo de pie mientras me observaba sin ningún reparo, mi aspecto dejaba bastante que desear, sudoroso, medio desnudo y sucio, pues ni tan siquiera me había parado a lavarme las manos.

Me desconcertó al preguntarme como me sentía trabajando para ella y me desconcertó aun más cuando me propuso hacerme un contrato de trabajo. Me explicó que había hablado con mi jefe y habían llegado a un acuerdo para que me quedase con ella, si yo estaba de acuerdo, claro. Me ofrecía aumento de sueldo, pagarme las horas extras, como este fin de semana trabajado, pero era requisito indispensable que me quedase a vivir en la finca. Junto a la verja de entrada se encontraba la casa del servicio, ahora desocupada, pues Antonio y su mujer después de recoger la mesa de la cena marchaban a la suya en el pueblo a pocos kilómetros de la finca, y Li dormía en una habitación cerca de la de Sandra, supuse que la ocuparía yo. Si aceptaba el trabajo había tres puntos que tenía que cumplir.

El primero era, que tenía que tener claro que a partir de aquel día era ella la única que me mandaba, y que lo que me mandaba no admitía réplica alguna.

La segunda que no se admitía ningún chisme ni habladuría sobre nadie, ni con nadie de la casa, y por supuesto mucho menos con alguien de fuera.

Y la tercera que sólo admitía una lealtad ciega y absoluta, cualquier problema, duda o lo que surgiera, se lo consultaría sólo a ella. A partir de hoy Antonio ya no me daría ninguna lista y todos los trabajos y reparaciones me lo harían saber a mi.

-¡Una última cosa, recuerda esto, estoy dispuesta a perdonar muchas cosas, pero nunca una traición!.

Me preguntó qué me parecía y yo le contesté que no se arrepentiría de su decisión y que podía contar conmigo para todo.

-Muy bien -me contestó- ¡pues echa el pestillo y desnúdate!.

-¿Que no has entendido? -Preguntó al de un rato, al ver que yo no había movido ni un músculo

-Perdón -contesté -es que no la he entendido bien.

-Me has entendido perfectamente y espero que mi primera orden no la cuestiones.

Me acerqué a la puerta y eché el pestillo, me quité las zapatillas, la camisa el pantalón corto y me quedé esperando.

-¿Como te llamas?.

-Jaime - contesté.

-Muy bien Jaime, quiero que entiendas una cosa, cuando mando algo quiero que se haga como lo mando, si crees que no lo has entendido bien, quiero que me preguntes, pero doy por hecho que si no me preguntas es porque has entendido perfectamente lo que te he ordenado, ¿está claro?.

Estaba clarísimo, no sé lo que pretendía, pero lo que sí sabía era que desobedecer su primera orden era quedar despedido. Me quité el slip y me quedé desnudo al lado de la puerta, esperando. Asintió ligeramente con la cabeza en un gesto complacido.

-Ven acércate.

Dí unos pasos hacia ella y volví a pararme.

-Acércate más, ven ponte aquí.- y señaló justo frente a ella.

Me coloqué a escasos centímetros de su persona y se tomó unos minutos en observarme, hizo que me diera media vuelta, que me pusiera de costado y otra vez de frente, no sabría decir si se trataba de una broma pero su expresión daba a entender que su observación era meticulosa y seria. En un momento dado me cogió el pene con su mano derecha y lo sopesó.

-y bien ¿que sabes hacer con el?.

Había puesto una expresión burlona en la pregunta, su seriedad y rigidez habían desaparecido de su cara, se había echado hacia delante y casi rozaba mi pene con la boca. Me miró y abrió los ojos esperando una respuesta, mi excitación rayaba la locura y creo que no me quedaba ni una sola gota de sangre en el cerebro, toda se encontraba en aquel enorme falo, lo cierto es que yo no lo recordaba tan grande y eso que era mío. Pude balbucear algo como.

-¡pues creo que algunas cosas!.

Y la respuesta no se hizo esperar

-¡Pues demuéstramelo!

Se levantó de la butaca y agarrándome del pene me llevó hasta la cama, se quitó la bata y me enseñó su cuerpo desnudo, adornado con unas medias negras con ligueros. Sangre en el cerebro no me quedaba, pero saliva en la boca ni una gota. La expresión de mi cara debía de ser ta idiota que para relajarme pasó el dorso de su mano por ella, en una caricia dulce y tierna, que hizo que tomara conciencia de la realidad. Y la realidad era que yo después de una jornada agotadora de trabajo y calor, sudoroso y desnudo me encontraba ante la Diosa más maravillosa que uno pudiera imaginarse, y que esta deidad agarrandome del pene me sonreía.

-Cuando te dirijas a mi, tanto en la intimidad como cuando haya personas delante me tratarás de Señora, pero cuando estemos en la cama quiero que me trates como a una furcia.

Y la traté, vaya si la traté. Le demostré lo que sabía y podía hacer con aquella verga; de entrada mi excitación era tal, que antes de caer de espaldas en la cama ya se la había metido hasta el fondo. Ella emitió un gritito y de la misma comenzó a correrse. No te jode, encima era multiorgásmica y yo que pensaba que eso era una fábula, pues de fabula nada; en tres horas la destrocé el coño y yo me desollé el pene, literal, tuvimos que parar porque teníamos los sexos en carne viva. Si yo estaba con necesidad, la suya no era menor. Cuando paraba para recuperarme un poco, ella me instigaba con palabras como -¡cabrón trátame como a una fulana, fóllame como a una puta!- y yo la follaba, vaya si la follaba. En aquella primera sesión ninguno de los dos estábamos para malabarismos, las tres horas las pasamos, ella tumbada de espaldas recibiendo mis envites, y yo encima de ella intentando destrozarla con mi verga. Al final tuvimos que parar, a mi me ardía el pene y ella no estaba mejor que yo. En mi último envite me vacié en ella y la metí hasta mi última gota de semen y ella paró de correrse con un último estertor. Desde que se la metí hasta que se la saqué, en ningún momento dejó de correrse, sus orgasmos subían o bajaban de intensidad pero sin dejar de tenerlos. Quedé encima de ella y en un último esfuerzo conseguí tumbarme de espaldas, jadeante, sin fuerzas, respirando fuertemente por la boca. La Señora no se encontraba mejor, en algún momento de la sesión, había perdido sus medias y los ligueros. Me incorporé sobre un brazo y observé largamente su cuerpo desnudo, relucía empapada en sudor; sus pechos grandes aunque no excesivos, se apreciaban turgentes y duros; su vientre totalmente plano terminaba en un pubis casi infantil sin ningún tipo de pelos, al pasar la palma de la mano por encima se podía apreciar que no estaba afeitado, sencillamente no existía, ni tan siquiera bello. Se me hacía difícil pensar que aquel cuerpo había tenido tres hijas.

Terminada la orgía no sabía como comportarme con ella, ¿yo que era, sólo un semental o se esperaba algo más de mi?, una caricia me sacó de dudas, me atrajo hacia sí y me abrazó.

-Tenemos que hacer algo, me escuece la vagina, creo que me la has desollado.

La contesté que yo no me encontraba mejor, al ir bajando la excitación se incrementaba el escozor, vestirse se iba a convertir en algo realmente desagradable. Me beso y me acarició, me dijo que era importante guardar las formas pero que eso también podía convertirse en algo excitante. Ella sería para mi La Señora, tanto en público como en privado y una puta y una zorra en la cama, y yo sería para ella un empleado y un chico en público, y su chulo y su puto en privado. Oírselo decir me volvió a excitar y el escozor ya convertido en dolor se incrementó. Pasamos una hora haciéndonos caricias y confidencias, me confesó que desde el primer día que me vio deseó llevarme a la cama, pero tenía que estar segura que tenía una cabeza encima de los hombros y que no era sólo un niñato. Le había gustado de mi, la forma de resolver todos los problemas que se me habían ido presentando, la mayoría puestos por ella, y la forma madura de encararlos; mi seriedad y responsabilidad de la que había hecho gala, pero sobre todo mi esfuerzo por pasar desapercibido, esa discreción la había llevado a pensar que era una persona de confianza. Más tarde me confesaría que yo le recodaba físicamente a un tío suyo, hermano de su padre del que fue amante cuando ella tenía quince años y él treinta y seis, y que el primer día cuando me vio no sabía si despedirme o llevarme directamente a la cama. Nunca le perdonó que se casara y se fuera de la casona, nunca quiso volver a verlo, lo único que no estaba dispuesta a perdonar era una traición.

Me habló de la relación que llevaba con su marido, hacía varios años que cada uno vivía su vida, pero preferían seguir casados por comodidad y seguridad, ya que en su circulo social y para los negocios les convenía. Cada uno hacía su vida, pero con una total y absoluta discreción, por lo demás, su marido regresaba cuando podía o le parecía, sobre todo para estar con sus hijas. Cuando venía se alojaba en otra habitación, pero su relación era de amistad y cariño. Nadie había salido herido con la separación y por eso existía entre ellos una cordialidad absoluta. Luego quiso saber de mi vida, de mis novias, de mi familia, me escuchó cuanto le dije, pero estaba seguro que ella ya lo sabía todo sobre mi; al rato se levantó de la cama y se fue al baño, enseguida volvió con una pomada que me extendió por el pene, me alivió un poco pero seguía escociéndome bastante.

-Mañana compraré algo mejor, estoy tan escocida que creo que no voy a poder ni andar; esto te aliviará algo, si ves que mañana no puedes trabajar, tómate el día de descanso. Mañana vuelve a la misma hora, de hecho ven todas las noches. Si alguna noche no debes venir ya te avisaré antes, de todas formas, llama antes de entrar y espera a que te diga que lo hagas. Si pregunto que si ocurre algo, respondes que has creído escuchar un ruido y que venías sólo a comprobar, yo te diré que no pasa nada, pides disculpas y te marchas. Puedo estar con alguna de mis hijas, con mi marido es imposible porque ésta habitación es la única en la que no puede entrar de toda la casa.

Me dio un beso, me vestí y salí con sigilo. Era tarde y había dispuesto una habitación en la planta superior. Me explicó que al principio había pensado que me alojase en la casita del servicio, pero luego pensó que para llamar menos la atención era mejor que viviese en el piso de arriba; su habitación se hallaba en el extremo de un ala del primer piso y por una escalera auxiliar se podía subir al segundo piso con total discreción, concretamente en esa planta iba a ser el único inquilino. Ya conocía el lugar, durante la última semana había realizado alguna reparación en la que iba a se mi habitación, aunque yo aun no lo sabía.

(CONTINUARÁ)