La Señora (Violación un martes)
La Señora de la mansión quiere expulsar a su hijo de casa. Muy enfadado con su madre acaba por violarla brutalmente.
MARTES. LA VIOLACIÓN
Bethelyn estaba sentada tras el escritorio, en el despacho de su marido, en la mansión que ambos poseían. Delante de ella había una carta parcialmente escrita dirigida a un internado masculino. No encontraba la posición adecuada en el sillón. Tenía el culo dolorido por la violación digital de su ano esa noche.
Su hijo gesticulaba airado al otro lado del escritorio, frente a ella.
-¡No pienso ir a un internado de maricones, ni lo pienses!
–Irás. –contestó ella con mirada gélida.
Garse rodeó el escritorio hasta colocarse junto a su madre, a su izquierda. Enfadadísimo, fuera de sí. Acercó su rostro al de ella.
-¿No has quedado satisfecha con la follada de anoche? -Espetó. -¿Por eso me quieres joder a mí?
Bethelyn perdió el color. Quedó petrificada. Su rostro pasó de blanco a morado y después a rojo de ira. Se levantó del sillón con cara de incredulidad pero temblando de rabia. Le señaló con el índice.
-Tú…, tú sabías…, ¿que era yo? -tartamudeó a punto de explotar. -Pues claro que lo sabía, puta, folla jardineros.
A su madre le temblaban las aletas de la nariz. Tenía los ojos inyectados en sangre abiertos como soles. A Garse le divertía ver la cara de su madre, su ceño fruncido, sus labios apretados.
La imagen que observaba cambió de súbito. Dejó de ver a su madre y se sorprendió contemplando la puerta del despacho que se encontraba 90 grados a su izquierda. Un zumbido en el oído llenaba su cabeza, no sentía la parte derecha de su cara y la oreja comenzaba a arderle.
No había visto llegar el guantazo que le arreó su madre. De no ser por la mesa del escritorio en el que se apoyó, hubiese tenido que dar varios pasos para no perder el equilibrio.
Cuando el asustado Garse volvió la mirada, su madre ya estaba cargando el otro brazo para aporrear la otra mejilla. Pero su mano nunca llegó a su destino. Bethelyn recibió un puñetazo en el estómago que le dejó sin aire en sus pulmones.
Intentó respirar sin éxito. Abrió y cerró la boca nerviosa, movió las manos alrededor de su estómago y cuello para intentar captar algo de aire pero era inútil, no llegaba nada. No podía respirar. El miedo comenzó a aflorar hasta que, al final, consiguió dar una pequeña bocanada.
Entonces Garse la empujó bruscamente contra la mesa, sobre la que cayó de bruces, golpeando su cuerpo.
El poco aire que había tomado salió despedido por su boca volviendo a dejarla al borde de la asfixia. Presa del pánico por el ahogo, su único pensamiento era el de conseguir respirar. Entonces notó como le levantaban las faldas por detrás y le bajaban las bragas quedando su culo y sus carnes al aire. No, no podía ser. Otra vez no.
Notó algo caliente y suave paseándose entre sus nalgas, su hijo se estaba excitando con su trasero. Se estaba restregando la polla en su culo.
-No se atreverá –Pensó –A plena luz del día, con todos los sirvientes en la casa de un lado a otro. -Pero su polla había adquirido mayor tamaño y ahora comenzaba a deslizarse entre sus piernas, rozando sus labios vaginales. Su hijo quería repetir lo de anoche por la fuerza.
Si no hacía nada en muy poco tiempo su hijo se la follaría de nuevo. Pero le faltaba aire. Buscó algún objeto con el que golpearle y entonces vio el abrecartas sobre la mesa, podría clavárselo en un muslo y ganar tiempo para salir corriendo pero estaba lejos de su alcance.
Comenzó a marearse, necesitaba aire ya. Su hijo tenía la punta de la polla en la entrada de su coño. Una bocanada de aire llegó a sus pulmones. Por fin, una pequeña tregua. Si pudiera alcanzar ese abrecartas.
Otra bocanada de aire aun mayor que la anterior le dio fuerzas suficientes, estiró la mano para cogerlo justo cuando la polla de su hijo la penetró de un empujón.
Sus pulmones se desinflaron de golpe cuando su cuerpo volvió a caer contra el escritorio empujado por el envite de su hijo y aplastado por su peso. Tuvo que poner las manos sobre la mesa para frenar la caída y el aplastamiento.
Era inevitable, su hijo se la estaba follando impunemente y ella ni tan siquiera podía gritar pidiendo auxilio. Cuando lo intentó de nuevo, de su boca solo salió un susurro inaudible y lo peor, la necesidad de aire le acuciaba horrorosamente.
Dirigió su mirada al abrecartas. Su cuerpo estaba atrapado bajo el de Garse lo que le impedía moverse hacia su objetivo. Además, el entumecimiento empezaba a ser notorio.
El continuo metesaca era violento y frenético. Parecía que su hijo hubiese adoptado las artes amatorias de un conejo. Arremetía sin cesar como un poseso. Incluso las patas de la mesa crujían con cada arremetida.
Las manos de Garse comenzaron a subir nerviosas desde los muslos de su madre hacia la cadera y después por la cintura en dirección a sus tetas sin parar de sobarla. Sus manos se colaban bajo la ropa acariciando su piel. Pero al hacerlo, se erguía para poder explorar mejor, liberando de la opresión de su peso a su madre, casi a punto del desmayo. Gracias a eso sus pulmones recibieron una nueva bocanada de aire.
Bethelyn, no impidió la intromisión a sus tetas y así poder conseguir algo más de oxígeno además de tener mayor libertad de movimientos. Se le iba la cabeza por momentos. Colocó sus manos, con las palmas apoyadas en la mesa, a cada lado de sus hombros, como alguien que hace flexiones. Se incorporó para facilitar otra pequeña bocanada de aire. Al hacerlo, su cuerpo se levantó y se separó de la mesa. Las manos de Garse, sobaron con más libertad sus ya violentadas tetas por debajo del vestido. Pellizcó suavemente sus pezones deslizándolos entre sus dedos.
-Estás ganado la batalla pero no vas a ganar esta guerra, cabrón –Pensó Bethelyn al borde de la asfixia sin apartar la vista del abrecartas. –Hoy no te vas a correr dentro hijo de puta.
Tenía que alcanzarlo y clavárselo en un muslo o mejor, en la punta de la minga. Con el susto y el dolor la soltaría y podría correr hacia la puerta y escapar de él. El problema era que la daga estaba fuera de su radio de alcance. Además, no le quedaba mucho tiempo antes de desmayarse.
Su hijo, cada vez más erguido, estaba absorto en follarla y en amasar sus pezones. No se daba cuenta de que cada vez ella estaba menos aprisionada bajo su cuerpo. Bethelyn lo iba a aprovechar de la mejor manera. Con un fuerte cabezazo hacía atrás, en la nariz, quedaría aturdido lo suficiente como para que ella pudiera coger el abrecartas.
Consiguió tomar una nueva y necesaria bocanada de aire, apretó las palmas de las manos contra la mesa y tensó sus brazos para levantarse lo más rápidamente y con la mayor fuerza posible. Se preparó para descargar el golpe. Un, dos, tres, ahora.
Pero justo en ese momento la mano de su hijo agarró su nuca le hundió la cara contra el escritorio. Todo el peso de él cayó sobre ella aplastándola. Sus pulmones se desinflaron como un fuelle de nuevo.
Su hijo se estaba corriendo. Lo hacía aparatosamente, jadeaba con profusión en su oreja mientras pellizcaba con más fuerza sus pezones, su polla entraba de forma estertórea y salía lentamente una y otra vez. Parecía no acabar nunca. El aturdimiento que tenía Bethelyn era tal que apenas era consciente de lo que le estaba pasando en ese momento.
Por fin la batalla acabó. La había ganado él.
Apunto del desmayo Garse comenzó a incorporarse liberándola de su peso. Ella lo agradeció con moderado alivio. Mareada, sin resuello y preocupada por ganar algo de aire para sus asfixiados pulmones. Tenía el cuerpo entumecido y las piernas y los brazos apenas le respondían.
Cuando fue consciente de que la punta de la polla de su hijo estaba justo en su ano no tuvo fuerzas ni para contraerlo. Un leve empujón y la cabeza de su polla entró sin dificultad. Después un ligero metesaca acabó por alojarla por completo dentro de su culo. Notaba el vello púbico de su hijo acariciarle las nalgas en cada empujón.
Le dolía. Sobretodo en su amor propio, pero no lloró. No delante de él.
Se irguió un poco para poder respirar. Tenía la boca totalmente abierta. El cuerpo casi no le respondía, le fallaban las piernas. Con la espalda casi vertical y su hijo acoplado a ella por detrás. Garse la abrazó por la cintura, bajo la falda. Acarició su vientre y su pubis. Después bajó sus dedos hasta su clítoris y jugueteó con él mientras, con la otra mano, amasaba las tetas por encima de la ropa. Le susurró al oído.
-Querías darme por el culo. Pero resulta que soy yo el que te la está metiendo por el culo a ti. ¿Te gusta putita? –Bethelyn, palideció al oír su tono chulesco.
Entonces, sin motivo aparente, se salió de ella y se separó hacía atrás. La falda, que había estado sobre su espalda cayó volviendo a tapar su culo y sus piernas.
Bethelyn se incorporó por completo y comenzó a recuperar el resuello.
–Eres…, un…, hijo de puta. –Jadeó dificultosamente.
Garse se abrochaba los pantalones mientras sonreía.
-Te vas…, a…, arrepentir…, Edipo de mierda. –Garse no decía nada. Solo sonreía.
-Cuando se lo cuente…, a tu padre…, te vas a cagar, cabrón.
En ese momento la puerta del despacho se abrió y apareció un hombretón de bigote poblado y anchas patillas.
-¿Que hacéis en mi despacho? –Preguntó desde el quicio de la puerta. Era Eduard Brucel, el marido de Bethelyn y padre de Garse.
Bethelyn sonrió al ver a su marido. Había llegado en el momento oportuno. Miró a su hijo con expresión de triunfo, le señaló con el dedo acusador y le dijo a su marido:
-Tu hijo…
-Estamos hablando de Ernest, el Jardinero. –Atajó Garse.
Su madre perdió el color en el acto. Giró la cabeza hacia su hijo. Petrificada y sin habla pestañeaba incrédula.
-Mama dice que quiere despedirle. –Bethelyn puso los ojos como platos y la boca formando una O de sorpresa.
Su marido la miró extrañado. -¿Y eso?
-Pues, pues…, -Balbuceó Bethelyn. -A veces…, no obedece…, no hace lo que le ordeno. -Improvisó.
-Si lo dices por algo que le ordenaste ayer, no le culpes. Le tuve ocupado todo el día y a última hora de la tarde me acompañó a la ciudad.
-Ah, en ese caso…, yo…, no lo sabía.
-Bueno, pues ahora ya lo sabes. Fin de la discusión. Ernest se quedará donde está. Ahora dejadme solo, salid del despacho. –Dijo con tono impaciente mientras movía una mano como espantando moscas.
Eduard echó a andar hacia el escritorio donde se encontraban su mujer y su hijo. Bethelyn, por su parte, comenzó a andar como un autómata hacia la salida rodeando la mesa, pero al hacerlo trastabilló con algo enredado en sus tobillos.
Se apoyó en el escritorio para no caer y al echar la mirada abajo vio con horror que había tropezado con sus propias bragas aun enredadas en sus pies. Levantó la vista y vio acercarse a su marido a grandes zancadas desde la puerta. Se aproximaba rápidamente hacia la mesa. En cuanto la rodease las vería y sería muy difícil explicarle que hacían sus bragas allí.
Sintió que alguien agarraba su tobillo y tiraba de él. Al girar la cabeza vio a Garse arrodillado tras ella. Cuando volvió a levantar la vista, su marido ya había rodeado la mesa y se encontraba junto a ella.
-Se te ha caído esto… madre. –Oyó decir a Garse a sus espaldas.
Su marido la observaba fijamente con el ceño fruncido. Bethelyn le sostuvo la mirada. No abrió la boca para dar explicaciones. Sudaba profusamente y estaba mareada, a punto de desplomarse. Cuando por fin giró la cabeza para mirar a su endemoniado hijo vio que éste sonreía. Siempre sonreía.
Tenía un brazo extendido hacia ella. En su mano sostenía una pluma. La otra mano descansaba en el bolsillo de su chaqueta. Con un movimiento lento y todavía con la respiración contenida cogió la pluma que le ofrecía. Giró la cabeza hacia su marido.
-Se me habrá caído, estaba escribiendo una carta a una amiga. –Acertó a decir.
Dejó la pluma en el tintero y se hizo con la carta dirigida al internado a medio escribir que aun estaba sobre la mesa. Miró furtivamente a su marido y la dobló en 2 pliegues frente a él y se la guardó en un bolsillo.
Su marido seguía observándola con ojos escrutadores. Los de Bethelyn eran de cordero degollado. El señor Eduard paseó la mirada por todo el escritorio.
-¿Y este desorden?
-Buscaba un sobre para la carta. He buscado por todos lo sitios pero…
Sin dejar terminar la frase, abrió el cajón más cercano, extrajo un sobre y se lo ofreció.
Bethelyn se secó la mano antes de cogerlo.
-Gracias. No recordaba donde estaban.
-Bien. No pasa nada. Ahora dejadme solo. Tengo mucho trabajo por hacer. He de preparar muchas cosas.
Sostuvo a su mujer por los hombros y dibujó una leve sonrisa.
-Bethelyn –Dijo mientras posaba sus amplias manos en sus mejillas, atrapando toda su cara entre ellas.
-Van a cambiar muchas cosas. Muy pronto. Estoy a punto de conseguir algo grande.
Bethelyn correspondió con una sonrisa que no pasó de mueca cómica. Pronto terminaría por desmayarse si no salía de allí. Se dio la vuelta y comenzó a alejarse. Con cada paso hacia la puerta se sentía más lejos del peligro, más segura. Con cada paso también notaba el aire entrar bajo la falda hasta su coño. El frescor que le acariciaba sus partes la hacía sentirse desnuda.
Su hijo la adelantó antes de llegar a la puerta. Agarró el pomo y la sostuvo como un caballero mientras ella la cruzaba. Después la cerró tras ellos.
Bethelyn siguió caminando unos pasos hasta alcanzar la escalera que ascendía al piso superior y se sujetó a la barandilla para no caer. Las piernas le temblaban como si fueran de queso. Cerró los ojos y por primera vez en mucho tiempo consiguió respirar profundamente. El sudor formaba pesadas gotas que corría por su cara.
Garse se acercó y se puso frente a ella con un pie en el primer escalón mirando como se sujetaba a la barandilla, aferrada con ambas manos. Comenzó entonces a secarle a su madre el sudor de la frente con un pañuelo. Lo pasó por las mejillas, le limpió el labio superior y la barbilla. Lo hizo dulcemente. Acariciando su rostro con esmero. Le secó la comisura de los labios gentilmente, con delicadeza.
Bethelyn abrió los ojos enfurecidos y apartó su mano de un manotazo.
-No me toques cabrón. No me toques más o te juro que te mato.
Al fijarse en la mano de su hijo vio que no era un pañuelo lo que llevaba. Eran sus bragas. Le había pasado sus propias bragas por los morros.
-¡Serás cerdo! Me estabas restregado mis propias bragas por la cara, hijo de puta.
-¿No te gusta oler tu coño, putita?
Puso los ojos en blanco y apretó los dientes.
-Como vuelvas a llamarme así te juro…
-¿Qué harás, puta? –Dijo con la perpetua sonrisa en sus labios. -¿Chivarte?, ¿te vas a chivar de tu hijo, putita?
-Tú no eres mi hijo, mal nacido. Eres el hijo de un demonio, niñato de mierda. Te vas a arrepentir de haberte follado a tu propia madre, miserable.
Por toda respuesta Garse acercó su cara a la de su madre, le cogió una teta y se la apretó suavemente, en un lascivo sobeteo.
-Te voy a follar el culo, puta. –Susurró.
Su madre no dijo nada. No se inmutó ni le apartó la mano. Le sostuvo la mirada llena de odio.
Garse sintió la punta de un objeto afilado bajo la barbilla presionando hacia arriba. Por primera vez el miedo se dibujo en su rostro. Soltó la teta de su madre y levantó ambas manos en un gesto de rendición. Se desplazó hacia atrás con la cabeza levantada. Ahora no sonreía y comenzaba a sudar. Había perdido el color. Cuando se apartó por completo la miró desde la distancia, perplejo.
Observó el abrecartas en la mano de su madre. Los nudillos estaban blancos de tanto apretar el objeto que ahora se encontraba a una distancia prudencial de su cara. Volvió a recuperar la sonrisa burlona. Se llevó las bragas de su madre a la nariz y exhaló su aroma.
-Te voy a follar el culo putita. No duermas tranquila.
Dicho esto, se dio la vuelta y alejó por el pasillo.
Bethelyn le vio desaparecer. No sabía si llorar o desmayarse. Tras unos momentos optó por no hacer ninguna de ambas cosas. Dio la vuelta, se guardó el abrecartas en el bolsillo y subió las escaleras hacia su cuarto. Cabizbaja y pensativa. ¿Que ha pasado para que su hijo se haya vuelto así?, ¿Por qué la había tomado con ella hasta el punto de violarla?
-Lo vas a pagar cabrón. Lo juro.
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