La Señora (Lunes, La confusión)

Aprovechando la ausencia de su marido, la señora de una gran mansión acude a la cama de su amante durante la noche. Las cosas no son lo que parecen ni suceden como ella quiere.

LA SEÑORA BRUCEL

LUNES. LA CONFUSIÓN

La oscuridad ocultaba su felonía. Todo el mundo dormía y ella no hacía ruido al caminar descalza por el pasillo de la mansión. Llegó a la puerta. Palpó hasta encontrar el pomo y lo giró lentamente. Se deslizó dentro del cuarto que ella sabía vacío y se metió en la cama a esperar con una sonrisa nerviosa en los labios.

El aroma de la otra mujer, la que ocupaba esa cama cada noche, se respiraba entre las sabanas. Era una de sus empleadas, una mujer del servicio, la cocinera. Pero ahora, su sirvienta, se encontraba muy lejos. Lejos de la mansión, al igual que su propio marido, el señor de la casa.

Bethelyn tenía la noche para ella sola, libre de su marido y de la mujer de su amante.

Ernest, el jardinero y marido de la cocinera, vendría a acostarse en cualquier momento y ella sería su sorpresa de buenas noches.

La puerta se abrió, una oscura figura se coló dentro y comenzó a desnudarse, ella sonreía en silencio. Cuando el hombre se metió en la cama apenas se sorprendió al encontrarla, supo al instante quien era ella y por que estaba allí.

Sintió el cuerpo de su hombre desnudo. Él comenzó a acariciarla bajo el camisón, sus pechos, sus piernas, su coño desnudo. Estaba muy excitada. Ninguno quería romper el silencio que les protegía de los oídos de los demás miembros del servicio.

Notó como levantaba su camisón y comenzaba a lamer sus pezones mientras le recorría el cuerpo con sus manos nerviosas, húmedas y frías. Ella le abrazó, palpó su cuerpo delgado y fibroso, después llevó sus manos hasta su cabeza y le palpó su pelo lacio.

Algo no iba bien. No iba nada bien.

Aquellas no eran las manos grandes, fuertes y ásperas de su hombre. Tampoco era su lengua cálida y tierna la que le recorría el cuerpo y no había rastro de su ensortijada cabellera. No abrazaba el fornido y musculoso cuerpo de su amante sino un nervudo cuerpo de muchacho. Alguien estaba usurpando el lugar de Ernest el jardinero, su amante.

No fue difícil llegar a la conclusión de que el hombre que la lamía y sobaba era el amante de la cocinera, su sirvienta que, desconocedor de la apresurada partida de su criada a últimas horas de la tarde, creía estar regocijándose con ella.

La situación era dramática. Por un lado, alguno de sus haraposos sirvientes se estaba dando un festín con ella, mancillándola. Por otro, la vergonzosa y complicada posición en la que se encontraría si alguien supiera que la Señora de la casa, la esposa de un político y prestigioso hombre de negocios, visitaba furtivamente la cama del jardinero.

Un sudor frío le recorrió el cuerpo y el pánico hizo presa de ella. No sabía qué hacer para salir de allí sin levantar las sospechas del intruso que manoseaba y besuqueaba. Se mantuvo en silencio, con la oscuridad como cómplice de su identidad. Manteniendo su anonimato por encima de todo para salir de allí sin ser descubierta.

El zagal no dejaba de amasar sus tetas y de restregar continuamente la polla contra su cadera. En una de las ocasiones en las que su mano pasó entre las piernas de ella aprovechó para meterle un dedo en el coño que le produjo un gemido de sorpresa y asco. Arqueó en cuerpo como acto reflejo a su intromisión y se retorció levemente cuando comenzó un continuo metesaca digital. Tenía los ojos abiertos como platos y respiraba como si estuviera hasta el cuello en una bañera de agua helada.

¿Quién coño sería este mequetrefe que se atrevía a follarla con el dedo? –Cuando descubriera quien era el sucio amante de la cocinera lo mataría y después lo despediría. Y a la cocinera también, por puta.

El muchacho se colocó entre sus piernas con la polla en ristre frotándola contra sus labios vaginales. Ella respiraba agitadamente, nerviosa, bloqueada por el miedo mientras su captor besaba su cuello y jugueteaba con sus pezones. Gimió de espanto cuando notó la punta de su polla en la entrada de su coño. Por acto reflejo puso las manos en los hombros de él y lo empujó para evitar la penetración. El intruso pareció entender la negativa de ella y no insistió en su intento por penetrarla. En lugar de eso, bajó sus labios hasta sus tetas y comenzó a besarlas. Las lamió y mordisqueó hasta hartarse de ellas y cuando lo hubo hecho, continuó su camino descendente hasta el pubis de la mujer.

Se entretuvo un buen rato antes de meter su lengua entre los pliegues de la señora. Buscó su clítoris, lo encontró e invirtió un buen tiempo en aquella zona.

La señora, horrorizada no paraba de retorcerse ligeramente para evitar, sin éxito, el contacto entre la lengua del allanador y su clítoris, lanzando apagados jadeos de repulsión.

El zagal no podía ser ninguno de los criados, todos eran gente mayor y este mequetrefe solo era un adolescente. Debía ser el hijo de alguno de ellos. Los hijos de los criados también trabajaban en la mansión. Como ayudantes.

Un dedo húmedo, empapado de saliva jugueteó con su ano y comenzó a penetrarla. Sobresaltada y horrorizada, apretó las sabanas entre sus manos, echó la cabeza hacia atrás con los ojos y la boca cerrados con fuerza. Tensó el cuerpo y levantó la cadera a la vez que contraía el ano lo que pudo. Era inútil. El dedo invasor ganaba terreno poco a poco, entrando y saliendo,  se introducía lenta e irremisiblemente.

Le hacía daño, la fricción del dedo le producía dolor. Dolor y asco. Además, con la cadera levantada dejaba su coño más expuesto a los lametazos del joven que ya no se contentaba solo con su clítoris y había extendido sus caricias bucales a toda la zona oscura. Al final, después de retorcerse y de pelear contra la lengua y el dedo del muchacho una batalla perdida desde el inicio, optó por la decisión más sabía pero mas humillante.

Relajó su cuerpo, bajó la cadera, y levanto ligeramente las piernas para facilitar la violación anal y reducir de esa manera la fricción del dedo que ya se encontraba dentro de ella por completo.

Iba a matarlo en cuanto supiese quien era ese degenerado. Había varios mocosos habitando la mansión. El ayudante de cocina había partido con la cocinera aquella misma tarde, por lo que quedaba descartado. El ayudante de las cocheras era rechoncho y blandito, descartado. Uno a uno eliminó todos lo muchachos de la mansión. Solo quedaba el porquerizo pero tampoco podía ser, el olor a estiércol de ese muchacho ya le habría delatado. Entonces ¿Quién?

Notó los labios del mozo ascender por su cuerpo y llegar hasta su cuello que besó, y succionó con fruición. De nuevo la polla de aquel individuo merodeaba su coño que no estaba dispuesta a ofrecer a un ayudante de criado infecto.

Y entonces lo descubrió, supo quien era. El olor era la clave. El olor de su perfume que tantas veces ella le había visto aplicarse.

Su hijo.

Su propio hijo estaba intentando follársela. Él era el amante de la cocinera. Ese pequeño judas había ido en busca de la cocinera y sin embargo ahora estaba intentando meterle su polla a ella, a su madre. El peor de los incestos.

Abrió la boca para chillarle pero su grito quedó ahogado por un beso húmedo que le tapó la boca. Sus protestas, convertidas en sordos gemidos, nunca llegaron a salir de sus labios. El peso del muchacho y sus manos aprisionaban su cara y su cuerpo.

Volvió a notar de nuevo la punta de la polla de su hijo en la entrada de su coño. Con el corazón desbocado y paralizada por el miedo solo pudo gemir como protesta cuando la polla comenzó a deslizarse dentro de su coño mientras la mano de él apretujaba su culo contra su cuerpo. Comenzó a follársela.

A punto de llorar, con la boca tapada y recorrida por la lengua de él sintió como su hijo entraba y salía de ella frenéticamente, desbocado. Al menos su polla no era grande, pensó, el metesaca era más desagradable que doloroso.

Su coño penetrado sin parar por la polla de su hijo, sus tetas sobadas y pellizcadas sin cesar, su cara aprisionada por una mano en su barbilla y su boca recorrida por la lengua de su captor dificultando su respiración.

Pero lo peor estaba por llegar. Su hijo aumentaba la cadencia de sus embestidas y ello solo significaba una cosa. La eyaculación. Su hijo iba a correrse dentro de ella.

Le empujó de las caderas, brincó y retorció la pelvis para zafarse todo lo que pudo pero todo fue inútil, no pudo evitar lo inevitable.

Él se corrió abundantemente mientras ella gemía de horror y asco. Dejó de arremeter con violencia el coño de su madre y convirtió su cadencia en un suave balanceo de entrada y salida de su polla. Disfrutó metiéndola y sacándola despacito en toda su longitud. Bethelyn había dejado de luchar. Había perdido. Soportaba como una espectadora de trapo el lento metesaca de su hijo, el monótono sobeteo de sus tetas y su culo. Su lengua todavía paseaba por su cara y su cuello.

Cuando por fin acabó su felonía, se quedó sobre ella, descansando, inerte, con sus manos sobre sus tetas y su polla dentro.

Aguardó en silencio, aguantando el llanto y la rabia. –me lo vas a pagar cabrón. –pensaba en la oscuridad de aquel dormitorio. –Garse, señorito de mierda.

Garse, el señorito de la casa, su vástago. El vil, cruel y mal nacido hijo del diablo que tenía por hijo se estaba tirando a su cocinera y ahora se la había follado a ella, a ella, la Señora de la casa, su madre, la dueña de la mansión, descendiente de familia ilustre, mujer de un político notable.

Pasaron los minutos, él se había dormido sobre ella, su respiración era rasposa y lenta. Lo empujó a un lado, apartando sus asquerosas manos de su cuerpo, liberándose por fin de su polla que había quedado alojada en ella durante todo el tiempo. Se deslizó por el borde de la cama y abandonó la habitación sin hacer ruido.

Cuando regresó a su habitación, a hurtadillas, protegida de nuevo por la oscuridad de la noche, sabiéndose a resguardo allí dentro, ya lo tenía claro. Al día siguiente el pequeño judas ingresaría en un internado, bien lejos. Lejos de ella y de la cocinera, esa puta. Donde no pudiera verle ni hacerle recordar aquella noche. Ciertas amistades en los puestos de dirección del colegio harían posible su ingreso de inmediato.

Arrebujada entre las sábanas de su cama y con una mueca de asco no pudo dormir esa noche. Si mi hijo supiera lo que ha hecho –pensaba. -Si tan siquiera pudiera imaginar que es su madre y no la cocinera la mujer a la que se ha follado, a la que ha llenado de semen y saliva. Si supiera que me ha hecho pasar la peor noche de mi vida.

Mientras tanto en la otra punta de la mansión, un adolescente volvía a su dormitorio y se tumbaba boca arriba en su cama. Ufano y con una sonrisa de oreja a oreja se acariciaba su polla de nuevo en erección.

A última hora de la tarde había oído a su padre pedir al marido de la cocinera que le acompañase en un viaje que les llevaría lejos de la mansión. Fue entonces cuando se le ocurrió visitar el dormitorio de ésta en el momento propicio, haciéndose pasar por el marido de la cocinera. Recreó los momentos de pasión en aquel cuarto.

Recordó como la mujer gemía de placer mientras la tocaba. Como se agitó de gusto al meterle un dedo por el culo mientras le comía el coño y como levantó las piernas para facilitarle la tarea. Como brincó y se agitó de placer mientras la follaba y se corría como una loca. Era un gran amante, un dandi, un conquistador sin parangón.

-Si mi madre supiera que era yo y no su amante el que la estaba follando. Que era mi cuerpo con el que disfrutaba. Si tan siquiera pudiese imaginar que era conmigo con quien se ha corrido como nunca y que la he hecho pasar la mejor noche de su vida.

Nota: Bueno, no se si os habrá gustado. No sé si quereis que siga con más desventuras de Bethelyn o preferís que lo deje aquí. No se si quereis historias más escabrosas o más light o si preferís que no escriba nada más.

A todos gracias por leerme.