La señora Lourdes

Una relación deliciosa entre una elegante señora y el amigo de su hijo.

LA SEÑORA LOURDES.

(Del amor inconfesable entre un joven y la mamá de su amigo)

Todavía me parecía increíble a pesar de los dos años largos que llevábamos en estos amoríos, que ella estuviera encima de mí, desnuda acariciando mi espalda y hablándome palabras facilongas de amores primerizos, cual si fuera una adolescente furtiva escapada de la casa de sus padres en una tarde traviesa de los días colegiales. Pero no. No era ninguna adolescente a quien yo tenía encima después del sexo arduo, y a quien hacía el amor una vez por semana de manera vulgar y descarada. Era a mi vecina, madre de mi amigo Luis, amiga de mi mamá, esposa de mi vecino. Era la bonita señora Lourdes con su aire distinguido y elegante la que me acariciaba la espalda y me besaba el cuello descansando y recuperando las energías empleadas minutos antes en una escena ardiente que nadie imaginaba .

Minutos antes había salido a barrer la terraza de su casa con la escoba de cerdas azules, señal de que estaba sola y dispuesta a copular con migo. Era un viejo código que ambos habíamos inventado para las tardes de travesura. Pues cada vez que yo advertía la señal disimuladamente me adentraba en a su casa para ser su enamorado. Hacíamos tan bien las cosas que los vecinos y hasta mi familia pensaban que yo simplemente me iba a jugar con mi amigo Luis o a investigar tareas en la biblioteca completa que allá tenían, pero difícilmente se les pasaba por la mente que yo, un chico colegial, tímido y reservado de 17 años recién cumplidos entrara en la casa vecina para acostarse desnudo con la picha metida en la concha de una mujer que superaba su edad por 20 años y que era el cincuenta por ciento de un matrimonio consagrado por la iglesia varios lustros atrás.

Culeabamos sobre el colchón de los domingos de marido como ella lo llamaba porque era el único día en el que éste la montaba y le echaba un "polvo triste" para cumplir con su deber de macho casado. Era una tarde del miércoles como casi todos los miércoles tranquilos del año. Ella me sentaba en la cama con un empujoncito suave después de los besos voraces que solíamos estamparnos de pie. Se desnudaba como puta barata sin quitar su calzón. Luego se arrodillaba frente a la cama y con su cabello despeinado derramado sobre su rostro terso y bonito a pesar de sus 37 cumplidos, de un tirón se deshacía de mis calzones tipo boxers para darse gusto mamando una "verga joven, fresca y sabrosa" como solía decir; "en vez de la picha blanda y maluca de mi marido". Se daba gusto engulléndola hasta mas de la mitad y no permitía que yo dirigiera la función, siempre desde un principio, desde la primera chupada que me dio en la cocina de mi casa ella impuso el ritmo hasta adivinar la venida de mis efluvios lácteos que tanto disfrutaba sentirlos derramar sobre su persona donde quiera que cayeran. Luego se acostaba justo en la misma posición que yo tenía al principio, boca arriba y con sus piernas abiertas para que yo le quitara el calzón rojo y diminuto con el que me esperaba. "Despacito por favor" me ordenaba mientras la alcoba se invadía de sus olores vaginales. Le contemplaba la concha amplia y densa de pelo negro y espeso como lo eran sus lindas cejas bien demarcadas por la naturaleza. Luego era yo quien me entretenía hasta cansar mi lengua lamiendo y chupando los jugos que lubricaban a su chucha rojiza y carnosa que nunca perdía su calor silvestre y prohibido. Se la besaba con pelo a bordo cual si fuera su boca de labios gruesos hasta que ella se saciaba con gemidos alborotados que se ahogaban en las paredes confidentes de estas infidelidades impensables. Luego yo me acomodaba boca arriba y ella se ensartaba como jiente a cabalgar con mi verga adentro meneando las tetas pequeñas y caídas no por la edad, sino porque así eran; de pezones oscuros y amplios como gelatinas. "Las saqué igualitas a las de mi mamá" me decía cada vez que yo se las mamaba o las piropeaba. El calor de su chucha se adueñaba con la humedad abundante de mi verga y ella convulsionaba como perra en celo y hambrienta; mis ojos se deleitaban con ese cuerpo delgado y curtido que bien lo quisieran tener algunas chicas de mi edad. Lourdes forcejeaba con locura encima de mí. Cuando se excitaba demasiado empezaba la lluvia de vulgaridades sin control "jodeme, cojéeme, soy tu puta, culeame hasta matarme a verga malparido, párteme la chucha, dame por el culo si quieres...". luego me encimaba yo sobre esa mujer dando un giro sin control que varias veces nos tumbó sobre la alfombra color pardo que el viejo Luis Alfonso, su esposo, tanto cuidaba con recelo de que no le pasara nada pero que estaba ya desgastada por un matrimonio moribundo de aburrimiento. Embestía sobre esa mujer atrevida y hermosa hasta que mi palo agotado vomitaba leche espesa casi siempre sobre sus tetas que ella me enseñó a chupar como si fuera un bebé. De pronto llegaba la calma y el silencio, Lourdes la que minutos antes era la mas puta de las putas en la cama se acostaba sobre mi cuerpo desnudo a decirme palabras dulces y casi maternales que nada tenían que ver con el marasmo de plebedades que tan solo instantes llenaban mis oídos bajo el frenesí de la pasión descontrolada.

Así era el libreto de los miércoles como casi todos los miércoles tranquilos del año de tres a cuatro y media de la tarde, porque era el día en que su marido llegaba mas tarde, porque era el día en que Luis, su hijo y mi amigo, practicaba béisbol en el campo del barrio, porque era el día que ella así lo había dispuesto. Ella con su entusiasmo viril. Era el momento semanal que ella reservaba para mí, solo para mi. Eso sucedía desde hacía dos años y pico en que una tarde de un miércoles como casi todos los miércoles tranquilos del año intempestivamente todas las barajas del momento se enfilaron para que ella y yo quedáramos solitos un rato en la cocina estrecha y calurosa de mi casa y por primera vez yo sintiera una boca carnosa y húmeda saborea mi palo que hasta ese entonces y desde hacía tres años cuando descubrí el placer único de hacerme la paja, estaba acostumbrado a las caricias de mi mano izquierda bajo la ducha de las tardes antes de hacer las tareas. Y todo empezó por un aguacero intenso y lento típico de fines de octubre que atrapó a Lourdes en mi casa cuando ella fue a prestar el teléfono para hacer un par de llamadas telefónicas. Mi madre en el trabajo al igual que mi padre y mi hermano en la universidad me hacían gozar de la soledad en casa. El aguacero soltó todo su ímpetu y obligó a Lourdes a quedarse mas tiempo en mi guarida, así que entrarnos a la cocina. Ella se sentó en una banco tosco de madera que mi madre usaba para subirse y alcanzar las cosas de la alacena mientras yo le preparaba un café solo por atención a la vecina mas deseada de la cuadra y que ya para ese entonces hacía parte de mis fantasías arremetiendo contra el respeto que sentía por mi amigo Luis Enrique.

Esa tarde gris y lluviosa sentí algo raro y pesado en ella como en el ambiente. En la manera de mirarme percibí que sus ojos rastreaban mi cuerpo con olfato de mujer y no con olfato de señora que mira al amigo de su hijo como si fuera también su hijo. Tal vez eran solo ideas mías, pero lo cierto fue que esa percepción fugas me hizo lanzar un piropo educado traicionando mi timidez crónica, "Señora Lourdes usted esta muy linda con esa blusa roja, se ve mas joven y bonita. El señor Luis debe cuidarla y quererla mucho". Fue lo único que se me ocurrió decir aprovechando un silencio que ella me prestó después de no parar de hablar sandeces sobre lo mal que funcionaba su teléfono y de lo costoso de las facturas. Rompí el hielo porque su rostro sonrojó y la conversación cambió hacía temas tan personales de ella tales como la relación con su esposo y lentamente fue particularizando hacia asuntos todavía mas íntimos y por lo general indecibles, llegando a expresar lo mal que le iba en la cama. Me habló de eso a pesar de que yo era un jovenzuelo contemporáneo con su hijo único. Me sentí mayor en ese momento, pues los grandes nunca hablan esas cosas con los chicos. "Solo algunos domingos él y yo tu sabes....", me decía con tristeza y como a la vez recordando viejos tiempos mejores. A mi solo se me ocurrió acercarme, agacharme y acariciarle la frente, besarle sin mala intención la cabeza con ternura para consolarla y manifestarle que no era justo, que como era posible que una mujer tan bonita que a muchos nos gustaba pudiera tener una vida tan triste. Allí me delaté porque admití de manera ingenua y velada que a mi ella, una señora que bien podía ser mi madre, gustaba a varios y en particular me gustaba mucho a mí.

Por un momento sentí morirme de vergüenza. Ella solo me miro como complacida de oírme decir eso. Nos miramos fijamente por unos segundos de infarto, ella con una sonrisa rosa y yo sorprendido de lo que estúpidamente había dicho, pero contra todo pronóstico un beso inimaginado en la boca no se hizo esperar. ¡Por Dios, me estaba besando con la mamá de mi amigo, con la amiga de mi mamá, con la mujer de mi vecino!. Nos besamos. Fue un beso suave como para morirme de emoción que poco a poco y sin darnos cuenta fue tornando hacia formas mas morbosas acompañándose de caricias inconfesables. Ella me pasó la mano por mi pelvis y luego por mi pene; y eso me hizo sentir autorizado para acariciar su espalda y sus piernas descubiertas por la falda de jovencita color caqui que para mi fortuna llevaba puesta. Sin parar de jugar con nuestras lenguas mi mano atrevida se poso y apretujó con intensidad y suavidad esos pechos pequeños y elegantes escondidos tras su blusa escotada y tras los sostenes color negro que medio se asomaban. El beso tomó color rojo intenso mientras el café mal servido se enfriaba sobre el mesón en un par de tazones de peltre. Ella puso la mano sobre mi verga otra vez que ya hacía un bulto inocultable bajo la pantaloneta de futbolista que yo llevaba puesta. Me la apretó delicadamente y entonces expresó una frase que nos lanzó hacia el siguiente paso: "estas parado carajo!", fue lo que me dijo jocosamente. Yo sentí vergüenza, y ella me la amáinalo en un santiamén con un recurso propio de una mujer jugada. "ponte de pié para conocértela" dijo riéndose. Yo lo hice sin estar convencido todavía de que pudiera estar sucediendo todo lo que estaba sucediendo. Eso solo podía ocurrir en mis sueños mojados o en las películas porno que Luis y yo veíamos a escondidas. Eso solo hacía parte de las fantasías que mi mente creaba mientras mi mano izquierda meneaba y meneaba bajo la ducha de las tardes solo para sentir el placer de botar leche. Pero esta vez todo éste idilio era real, vivo y en directo.

Me levanté con la mirada absorta sin despegarla de su vista. De un tirón como sucedería siempre me bajó la pantaloneta hasta las rodillas y luego mi calzoncillo hasta un poco mas abajo de mis huevas. Mi palo salió lanzado cómicamente como gusano de juguete que se regala envuelto en cajas de sorpresa para que salte y asuste cuando aquella se abra. Lourdes era la primera mujer que acercaba tanto el rostro a mi zona íntima totalmente desnuda. Lo mas lejos que había hasta entonces alguien llegado era Susana Arenas, una traviesa compañera de estudios quien me propino en la pinga unas caricias esquivas tras perder una apuesta en la que se le impuso pasar la mano por el huevo de varios compañeros de clase. Yo fui uno de los elegidos. Pero eso estaba a mil años luz de distancia de lo delicioso que era sentir a una mujer bonita 20 años mayor que uno dispuesta a acariciarle el pene en una actitud de sexo adulto. "La tienes gruesa, mas que la de mi marido" dijo con una frescura y un descaro en su hablar cual si estuviera viendo cualquier otra cosa con la cual no hay que ruborizarse. Mi erección era inevitablemente máxima, y mi corazón daba tumbos confusos dirigidos por sentimientos de vergüenza, excitación y morbo a la vez. La tomó con la mano derecha, en la misma que brillaba el anillo de casada y me la acarició sin despegar su vista de ella, y mientras la sobaba me la describía como si se tratara de un artículo de vanidad. "es gordita y con venas como ríos verdes. La tienes bonita, curvada hacia abajo, me provoca". Fue entonces cuando lentamente mi palo seco se humedeció con las salivas que su lengua arrastró con su lamida firme y definitiva. Creí desfallecer del placer máximo sin saber que eso era tan solo el principio de sensaciones todavía mas elevadas. Me lamía la verga con lentitud desde el pegue hasta la cabeza morada como si se tratara de una paleta de helado en boca de una niña golosa, Luego se detenía en la punta y hacía sus mejores alardes con la lengua suave. Mi pene parecía estallar mientras mis piernas flaqueaban un tanto dobladas intencionalmente para alcanzar la altura suficiente que mi sexo requería para que Lourdes lo saboreara. Luego me miró con mirada de perra y metió la cabeza y un pedazo mas de mi palo en su boca grande y cálida. Los primeros chupones los sentí tan deliciosos que un cosquilleo me recorrió toda la columna vertebral y me erizó hasta los cabellos. Lourdes inició entonces una mamada para enmarcar. A un ritmo lento que plácidamente fue en aumento el calor de su boca me paraba mas la picha ya inflada. Las venas amenazaban con explotar. Yo no pude contener los gemidos repetitivos "ah, ah, hm, hm". Por momentos ella descansaba su boca de chupar, pero su hábil mano no paraba de masturbarme. EL olor a verga y a sudor se hizo intenso en la estrecha cocina y se confundía con el olor a café caliente. Lourdes volvió a meter mi palo en su boca dando chupones fuertes y rápidos que me elevaban a un mundo de éxtasis indescriptible. Mi mente no podía pensar en esos instantes, solo me entregaba a las ráfagas de un placer desconocido que cruzaban mi cuerpo y mi cabeza mientras la visión de un pene entrando y saliendo rítmicamente de una boca insaciable me atrapaba. Se notaba a leguas que le fascinaba hacer eso. Me lo confesaría después: "culear sin chupar verga es como no culear". Mientras mamaba el palo me miraba fijamente a los ojos con mirada ardiente como diciendo "mira como te la chupo". Su otra mano, la que no agarraba el tronco de mi mazo acariciaba las bolas o mis nalgas o bien mi abdomen. Se le puso la boca colorada y relajada de tanto mamar y mamar. Paró de engullirse la verga y se dedico a masturbármela con la sabiduría de mujer veterana de las mil guerras en la cama. Entonces me decía cositas que incrementaban mi excitación: "te gusta papito?", "quiero tu lechita en mi boquita", "dame tu crema mi amorcito". Y fue allí donde la sensación sabrosa de eyaculación irreversible se hizo inevitable. No le avisé y no fue por maldad, sino porque el placer tan intenso mucho mas allá de cualquier paja que yo me hubiera hecho antes, no me dejó balbucear ni una sola palabra. Justo cuando ella se disponía a darme otra ración de mamadas voraces, justo cuando su mano suave acariciaba mi huevo y su boca carnosa entreabierta buscaba la cabeza de mi polla mojada de sus salivas, ésta con la mayor fuerza posible escupió ingentes cantidades de leche espesa y caliente sobre la persona de la señora que me hizo hombre. Recuerdo que el primer pringo se estrelló contra su boca entreabierta entrando cierta parte de la crema y los siguientes disparos ella misma los dirigió contra sus mejillas y luego su barbilla. Metió la verga en su boca y bebió los eyaculaciones mas débiles hasta hacerme desfallecer de placer. "te gustó?", preguntó ociosamente para luego decirme: "ya me di cuenta que esta es tu primera vez", con una sonrisa pícara en sus labios chorreados de semen. Miró la hora en el reloj de pared que colgaba en la cocina y fue entonces cuando caímos en la cuenta de que ya había pasado una hora y diez minutos desde que ella colgó el teléfono. Nos dimos cuenta de que ya no estaba lloviendo y también advertimos de que el café estaba frío. Se levantó cadenciosamente con una mirada plácida, yo le agarré las nalgas por vez primera y le besé el cuello. Fue entonces al baño y se lavó la cara con jabón de olor a fresas. Le presté mi toalla, la misma con la que me seco la verga todas las tardes. Me subí la pantaloenta que a pesar de todo, aún hacía un efecto de carpa de circo con el mástil erecto que mi palo aún mantenía. La verdad quería seguir haciendo sexo con ella.

Se me acercó con su rostro limpio, terso y adornado por sus lindos ojos, ni parecía que dos minutos antes esas mejillas chorreaban el semen caliente que de mi pinga brotó. Me dio un besito, me dijo que lo que había ocurrido le había gustado y me lo agradeció con creces. Supe después que esa era su primera mamada después de mas de año y medio. Me dijo que lo que acababa de ocurrir entre ella y yo era un secreto grande de los dos no mas. Se agarró la concha como mostrándola con su mano derecha y sonriente me dijo que vendrían cosas mas deliciosas. Yo solo alcancé a decirle un gracias muy sincero y la abracé cual si fuera mi novia. Se marchó y en la puerta me guiñó el ojo si antes advertirme que me avisaría para estar juntos otra vez.

Dormí como una piedra esa noche, aún sorprendido de lo que había sucedido. Sabía que eso no lo podía contar a nadie, ni mucho menos a Luis Enrique, mi amigo, hijo único de Lourdes con quien mas o menos concurría a tocar esos temas. Hasta ahora el había llegado mas lejos en cuestión de sexo a pesar de tener un año menos que yo, pues el cada vez que vacacionaba en la finca de su tío Jorge Luis en los diciembres ventosos, volvía con historias eróticas no se si ciertas entre el y su prima Mimi. En todo caso esto que yo había hecho con su propia madre superaba todo lo pensable por los chicos del barrio.

No tuve que esperar mucho tiempo para volver a estar con Lourdes. El martes siguiente en horas de la tarde justo cuando yo llegaba del colegio y aprovechando el hecho de que Luis, su hijo, no llegaba aún, Lourdes me esperó en la puerta de su casa con la excusa de solicitarme para que le comprara unas cosas en la tienda mientras ella cocinaba. Yo gustosamente acepté y cuando me entregó el billete me guiñó el ojo. El billete estaba envuelto en un papelito color amarillo de los que se usan en el portapapeles de memos telefónicos. Decía: "mañana a las tres estoy sola. Ven si quieres!" y luego había una lista de las tres cosas por comprar; media libra de zaragoza, dos plátanos verdes y una libra de azucar. Camino de vuelta mi corazón latía fuerte y mi mano temblaba. Cuando le entregué la bolsa con la compra, le dije con voz cortada y débil del susto: "aquí estaré". Me sonrió, me dio las gracias y guiñándome el ojo hizo migas el papel para asegurase de que no quedara evidencia alguna.

EL momento que trascurrió entre la una y las tres de la tarde de ese miércoles como casi todos los miércoles tranquilos del año se me hizo eterno y tuve que encerrarme en mi alcoba para que no se dieran cuenta de que yo sudaba frío y para evitar delatar mi nerviosismo y emoción caminando como gallina clueca. Cuando llegó el momento, y el reloj de mi alcoba marcó las dos y cincuenta y nueve tomé un cuaderno cualquiera y mi bolígrafo con la excusa implacable de buscar una tarea donde Lourdes. Vi pasar a Luis Enrique con su guante de béisbol y su uniforme parecido al de los Yankees. Pensé con cierta sorna de verguenza cuan curios era el hecho de que mientras el practicaba a batear de "hit", yo practicaba a ser amante con su propia madre. Sudando frío toque la aldaba sencilla de la casa que se convertiría en mi refugio de amor de mitad de semanas. Ella con naturalidad notable como si de verdad fuera yo a buscar una tarea colegial me hizo entrar. Lo único diferente era su vestimenta. No tenía puesta una falda larga o su vestido azul de estar en casa después de los quehaceres, sino que lucía esta vez una blusa ajustada color blanco que dejaba entrever los pezones oscuros mas lindos del mundo. Un short de tela justa cubría parte de sus muslos sin verse vulgar sin embargo. Su cabello mojado goteaba agua y un aroma a limones tiernos y frescos fluía de su piel. Se acababa de bañar. Me hizo sentar en la habitación de Luis justo en la silla giratoria frente al armario de libros. Ella se sentó en la cama de su hijo que estaba cubierta con una sábana decorada con motivos deportivos. "Como estas?" preguntó por preguntar mientras yo no atinaba a encontrar una respuesta coherente a la pregunta mas fácil del mundo en la confusión de una mente asustada. Sonreí con notable timidez. "ven siéntate aquí" me dijo con firmeza y ternura a la vez. Yo me postré junto a ella con las manos sobre mis piernas. "quieres hacerme el amor verdad?". Yo le dije que sí mirando lo bonita y fresca que estaba. Entonces se levantó y se puso frente a mí con una cadencia de reina sin dejar de mirarme. Se bajó lentamente el short y yo casi me desmayo. Su piel blanca contrastaba con unos calzones pequeños de encaje negro que muy sexy y atrevida la hacían ver. Mi verga hacía bulto bajo el pantalón caqui que me puse a pesar del miedo ancestral que me embargaba. Contemplé su semidesnudez con un asombro de niño grande. "Te gusto?" preguntaba con picardía. Me dio la espalda y entonces descubrí que sus nalgas eran mas promisorias de lo que parecían ser con su habitual ropa, también le conocí un lunar amplio que tenía debajo de la nalga derecha. Se veía sencillamente atrevida y preciosa con ese calzón de mujer atrevida que bien usaban las colegialas. Provocaba.

De espaldas se quitó la blusa con la misma lentitud con la que habla y regaña a su hijo. Yo no comprendía mucho como era posible que un marido solo tirara con una belleza así tan solo los domingos teniéndola todas las noches disponible. Sentí envidia. Desnudó su espalda y contemplé la blancura de su piel tersa y limpia. Giró lentamente hasta encontrar mi mirada. Luego me atreví a visionar sus pechos. Eran los primeros pechos desnudos que tenía tan cerca y para mi solito. Los tenía separados, un tanto caídos, pero firmes. Me fascinaron sus aureolas ovaladas, amplias y oscuras que tan bien contrastaban con el fondo claro de una piel bien conservada. Sus pezones eran gruesos y elegantes. Sentí unas fuertes ganas de mamar de ellos tal como lo había imaginado repetidamente en las fantasías de las pajas de las tardes antes de las tareas. "Te gustan?. Me sacó de mi estado atónito con una pregunta que ya tenía respuesta. Dio un paso adelante y pude percibir aún mas los aromas de su piel. Miré su vulva carnosa tras los encajes de su calzón. Pude darme cuenta de su abundante pelaje a pesar de que el color del interior era negro, tan negro como su abundante cabellera de mujer bonita. Me tendió la mano derecha, la misma que le tendió al viejo Luis muchos años atrás para que le colocara el anillo de compromiso. Yo le extendí la mía sin dejar de contemplar su desnudez semioculta tras los encajes negros del calzón pequeño. Me levanté y me hallé frente a ella. Podía escuchar mi respiración fuerte y el tum tum de mis latidos. Ella leyó mi asustadizo estado y me sentenció a la calma con una frase certera: "tranquilo mijo que esto es lo mas sabroso del mundo". Me ayudó a despojarme de la camisa amarilla que me había regalado mi tía Carla de cumpleaños cual si fuera una madre ayudando a desvestir a su hijo y me acarició el pecho desnudo. Me dijo que le gustaba porque ya pintaba unos vellos muy suaves. Mientras me acariciaba se dio cuenta de la prominencia en mi pantalón. "Ya tan rápido estas así de caliente?". Agarró el bulto y me estampó el primer beso. Ésta vez con una fuerza salvaje. Nos abrazamos fuertemente y por vez primera sentí el calor de los senos desnudos de una mujer apretados contra mi. El beso se hizo jugoso y atrevido. La lengua maravillosa de esa mujer hacía fiesta en mi boca. Un sinnúmero de sensaciones morbosas me excitaron. Sus labios carnosos y húmedos unidos con los míos se acompañaban de caricias atrevidas que iban y venían por parte y parte. Ella sobre mi bulto duro o bien sobre mis nalgas; yo manoseando su espalda y asiéndola contra mi sintiendo esa vulva tantearse en mi pinga atrapada en el calzón, justo cuando mis manos buscaban sus nalgas bajo los encajes estrechos ella detuvo el beso con la misma decisión con la que lo había iniciado. Me empujó con delicadeza para que yo cayera sentado en la cama. Lo logró. " Esto es con calmita papito" me dijo con una sonrisa ardiente en su rostro. Se arrodilló y con la habilidad que dan los años, me deshizo el broche y me bajó el pantalón. Contempló el bulto bien formado tras la delicada tela del calzón gris y se deshizo de éste dejando que mi verga desnuda, seca y dura apuntara su cabeza hinchada y cónica hacia el techo que nos refugiaba. Sonriente expresó que hoy me la veía mas larga y mas gorda. Tal vez era el ángulo de visión le contesté. La contemplaba sin tocarla como si se tratara de un cuadro de Boticelli, o de una obra de Fidias.

Empezó luego a acariciármela con su mano. Esas caricias suaves se definieron mas hacia una masturbada descomunal. Se divertía con el espectáculo visual de ver el forro de la pinga cubrir y descubrir la cabeza cónica de un color indescifrable. Luego hizo lo que mas le gusta hacer en ésta vida: su boca relajada y jugosa inició una chupada de encanto. Esta vez se dedicó a engullir la mayor longitud posible. Me la chupó a mayor ritmo que la primera vez. Yo me resigné a un gozo indecible y profundo viéndola con los ojos cerrados lamer mi palo con su lengua blanda y cálida. Luego mamaba con rapidez bajando y subiendo la cabeza como diciendo si, si, si. Bajaba la velocidad y me masturbaba. Su mano desocupada acariciaba mis piernas o bien mi pecho con fuerza según la excitación que ella sintiera con la verga adentro de su boca. El falatio se hizo para mí incontenible y a pesar de que logré esta vez decirle que ya me corría, ella siguió campante engulléndose el cilindro carnoso. No derramó ni una gota de semen. Todo se entró en su boca. Cuando la verga dejó de contraerse de tanto chorrear los efluvios del placer, fue cuando permitió que ésta respirara sacándola de su boca feroz con un orgullo de puta barata. "que rica tu crema mi amor". Su boca estaba limpia. Se había bebido todo mi líquido proteico. La polla estaba roja, pero mantenía erecta. Me la dejó descansar y se reclinó junto a mi en la misma pose que yo. Por fin pude por vez primera mamar sus pezones. El sabor era sencillamente el de ella. La sensación de una teta carnosa y cálida fue deliciosa y ella gozó con migo viéndome mamar. Me mimaba y acariciaba mi cabeza que hurgaba entre sus pechos. Mi boca se deshacía de placer chupando y lamiendo las montañitas de carne que mis manos apretaban para hacerlas mas fáciles de acceder por mi boca ansiosa de explorar nuevos placeres. Mamé unos senos por primera vez cayendo en un abismo de placeres idílicos. Mamé los senos de la madre de mi amigo, la amiga de mi mamá, la esposa de mi vecino.

Acostada boca arriba alzó las piernas tremendamente excitada y me pidió que la desnudara toda. "Encuérame papito lindo". Yo me levanté con cadencia. Ya me sentía mas relajado y tranquilo a pesar de la excitación tremenda. Tomé el calzón por los encajes laterales y lo retiré con los ojos puestos sobre el triángulo oscuro de pelos brillantes que se descubría ante mí. Fue entonces cuando conocí el olor a concha de mujer. Inicialmente me resultó poco agradable, pero con el tiempo no solo se me hizo familiar, sino que se convirtió en el perfume que estimularía mucho los momentos de sexo. Su cuca era muy estética, o por lo menos a mi así me resultaba. Su pelo abundante escondía los labios. El triángulo bien definido se extendía desde su alta pelvis hasta cerca al ano. Y sus labios rojizos escondidos se veían provocativos cuando ella los explayaba con las yemas de sus dedos para mostrarme como era una chucha y por donde era que yo debía entrar el palo.

Me enseñó entonces a explorarlo con mi dedo índice. "Toca sin miedo que eso no me duele". Sentí un blandura cálida en mi dedo puesto sobre unos repliegues flexibles y amables a mi tacto. Ella con su mano sobre la mía fue indicándome y dirigiéndome hacia el hueco mágico: "mételo todo". Lo hice. El calor allá dentro era mas intenso y los jugos aún mas viscosos, "anda mijito así, mételo". Advertí que ella empezaba a experimentar placer con mi dedo en su concha, y a mí también me empezaba a gustar el jueguito. "Mete tu palo por favor" alcanzó a decirme ya casi jadeante. Se acostó totalmente sobre la cama con sus piernas abiertas en posición de parto y con una ansiedad incontenible. Yo me encime con torpeza, pero con mi verga recuperada apuntando al hueco ayudada por su propia mano. Me dejé caer lentamente y mi pene mojado de salivas hizo realidad lo que hasta ese entonces solo mi mente había tenido la potestad de crear y recrear tomando fragmentos de fotografía y películas pornográficas. Las sensaciones fueron increíbles. Sentir la polla inflada y hambrienta entrando en el calor y la humedad de un chocho mojado no se comparan con mas nada en éste mundo. No solo era el hecho de mi verga metida, sino todo el cuerpo. Su piel desnuda contra la mía, sus senos aplastados en mi pecho, su rostro sonriente y expresivo cerca al mío dispuesto a caricias y besos fugaces, los susurros constantes del deseo expresivo. Todo, todo era inmejorable. Empecé a menearme para embestirla. Al principio me costó hacerlo con ritmo, pero al pasar los segundos aprendí a mejorarlo. Mi verga pistoneaba en ese hueco rico. "Hm, hm ,hm, asi, así" se empezó a oír en la alcoba en una voz femenina susurrante, la cama traqueteaba un tanto, las sábanas se descompusieron y unos ahhs, haas de una voz adolescente y masculina se unieron al concierto; el plap plap de mi cuerpo contra el suyo también llenaron el espacio pequeño y cálido. Era el sonido del sexo en su máximo esplendor. Su cuerpo se contorneaba sin control alguno cada vez que mi palo entraba con fuerza y se relajaba cuando yo lo sacaba para volver a meterlo una vez y otra vez. El placer simplemente no lo puedo describir, pero fue hecho de las sensaciones deliciosas que me hicieron hombre. Ya podía morir tranquilo.

Me estaba cogiendo a toda una mujer. Dimos un giro que ni yo supe como, pero lo cierto es que ella quedó a horcajadas encima de mi. Encogió sus piernas con mi sexo dentro del suyo. Empezó entonces a cabalgar con fuerza y pude por vez primera contemplar como mi palo duro y grueso era tragado por una vorágine de pelos espesos. Me gustaba verlo perderse entre la selva oscura de ese chocho único. Caliente y mas caliente lo sentía cada vez que Lourdes subía y bajaba. Su cabello húmedo y abundante que le cubría medio rostro todavía se agitaba salvajemente, sus pechos brincaban como gelatinas y yo la sostenía por las caderas ayudándola a menearse. El éxtasis reinante nos sacudía a ambos y sobre todo a ella, a una mujer que a pesar de dormir con un hombre todos los días de su vida no sabía desde hacía rato lo que era elevarse en un torbellino de placeres carnales.

Le advertí entonces que mi leche no demoraba, se desmontó con parsimonia como si ya hubiera calculado la venida de los chorros lácteos y agarro la pinga con su mano suave para verla derramar. La orientó hacia el pelaje espeso y ambos nos deleitamos contemplando con asombro teatral como la crema que brotaba de mi palo se estrellaba y se enredaba como hilos haciendo tiritas blancas sobre el fondo negro de la vulva peluda que me enseñó el placer y que 18 años atrás parió a uno de mis amigos.

Fue un polvo feliz como hacía mucho tiempo Lourdes no experimentaba y fue además el polvo que inició una etapa nueva en nuestras vidas. Conversamos un rato sobre lo que habíamos hecho y fue entonces cuando se le ocurrió la idea de instituir al miércoles como el día oficial del "culeo" para los dos. "Cuando sean las tres yo salgo a barrer el piso de mi terraza, te asomas y si las cerdas de la escoba son azules es porque te estoy esperando, pero si barro con otra escoba es porque hay moros en la costa, si?". Me quedé asombrado de lo ingeniosa que son las mujeres para mentir, lo son con mucha mas finura que cualquier hombre inteligente.