La señora del vestido rojo

Inesperada, placentera e intensa infidelidad con una guapa señora ataviada en un entallado y escotado vestido rojo.

LA SEÑORA DEL VESTIDO ROJO

Uno de mis negocios es una empresa dedicada al mantenimiento de residencias. Frecuentemente, por lo tanto, me llaman por teléfono o me visitan amas de casa que requieren algún trabajo en sus casas. Por lo general envío a uno de los arquitectos a realizar el presupuesto de los trabajos que se requieren y conmigo cierran el trato. Debo decir, antes de continuar, que pese a mi edad me conservo delgado gracias al ejercicio diario que me gusta practicar. Soy casado, con hijos y, debido a que aprecio mucho mi vida familiar, soy discreto y muy rara vez intento una relación extramarital. Definitivamente nunca cedería a una relación más allá de la que se da en una relación sexual sin ningún tipo de compromiso. Eso sí, cuando he sido infiel, por lo menos, aparte de la atracción física que pueda provocarme una mujer, procuro ocuparme de ella para conocer un poco de su forma de pensar y sentir.

Pero volviendo a mi relato, una mañana en que todo el personal se encontraba ocupado, llegó a mi despacho una señora muy guapa, entre 35 y 40 años, bien conservada. Llevaba puesto un vestido rojo, entallado y escotado, que dejaba ver su estilizada figura y lo abundante de sus senos. Me dijo que ella residía en otra ciudad y que su visita obedecía a que en ésta ciudad posee una propiedad que estaba por rentar pero que necesitaba mantenimiento urgente y que ella deseaba que se hiciera en tres días, pues era el tiempo que disponía para arreglar todo y firmar el contrato de arrendamiento con sus nuevos inquilinos.

Le comenté que no tenía personal para que hicieran la visita de inspección para hacer el presupuesto correspondiente. Entonces me pidió que hiciera lo posible por tener el presupuesto ese mismo día. Fue cuando le pedí me indicara a que hora estaría por su casa, pues personalmente haría la visita ocular para determinar los alcances de los trabajos que se requerían. Ella me dijo que por la tarde le era más fácil. Quedamos entonces que a las cinco de la tarde estaría por su casa.

Inesperadamente, posterior a su partida, me surgió un compromiso urgente fuera de la ciudad. Avisé a mi esposa de mi salida y le dije que no iría a comer. Para no parecer desatento me comuniqué con mi clienta y me disculpé con ella explicándole la situación que me orillaba a salir de la ciudad. Ella me reiteró la urgencia de esos trabajos y fue entonces que le dije que iría en ese preciso momento. No la noté muy convencida, pero me dijo que le diera una hora.

La realidad es que una hora se me hizo mucho tiempo y decidí ir en ese preciso momento, de lo contrario me vería en la necesidad de viajar posteriormente a gran velocidad con destino a mi compromiso y la verdad prefería hacerlo con cierta calma.

De inmediato llegué al domicilio de mi nueva clienta y llamé a la puerta, más con la intención de dejar un recado que hiciera constar mi visita a la casa que esperando me abriera la guapa señora.

Pero después de unos instantes escuché su voz diciéndome que esperara un momento. No tardó mucho en abrir, apenas asomó su cara por el extremo de la puerta, cubriéndose el cuerpo con ella. Vi su pelo mojado, escurriendo. Se sorprendió al verme y se disculpo por la forma en que la encontraba, pero la realidad es que me esperaba más tarde ya que cuando le hablé por teléfono, ella se encontraba nadando en la piscina de la casa. Fue cuando le dije que quien debía pedir una disculpa era yo por lo apresurado de mi llegada, pero le comenté que mi intención era no quedarle mal a pesar de mi compromiso inesperado. Ella me dijo que me entendía y que le agradaba saber la formalidad con que mi empresa asumía los compromisos y que eso le inspiraba confianza de que los trabajos que haríamos serían de calidad. Después me dijo que la disculpara por recibirme en esas fachas pero que más le importaba tener arreglada la casa para sus nuevos inquilinos.

Ella se hizo un poco hacía atrás y abrió un poco más la puerta para que pasara. Me volvió a pedir disculpas por la forma en que la encontraba, que la realidad era que como originalmente yo iría por la tarde y debido al intenso calor que hacía decidió sin haberlo planeado meterse a nadar un rato. Inclusive me dijo que no había llevado la ropa apropiada para meterse a la piscina, pues eso no estaba en sus planes. Fue como entendí el hecho de verla escurriendo, con el vestido rojo con el que me visitó en la mañana. La realidad es que daba la impresión que se lo había colocado muy de prisa, sin tener el tiempo suficiente de secarse bien. Además, las gotas que caían de su cabello estaban humedeciendo aún más su vestido. Empecé a notar que se le pegaba todavía más a su cuerpo y sobre todo pude darme cuenta que no llevaba sostén, pues los pezones se notaban mucho. Quise evitar mirarle ahí, pero la realidad es que esa situación me estaba poniendo muy inquieto.

El caso es que me empezó a mostrar la casa y me iba indicando los detalles que requería. La mayoría de ellos en cocina y baños y un poco de jardinería. Ella caminaba por delante de mí para mostrarme los puntos a arreglar y yo, tratando de no ser muy obvio, no podía evitar notar que con el vestido semimojado notara que debajo de él sólo llevaba puesta una tanga negra. Como dije, esa situación me estaba excitando mucho. Emocionado por lo que veía, tomé valor para indicarle que la casa era preciosa, pero no tanto como su propietaria. Ella agradeció el piropo con una leve sonrisa. De ahí en adelante me dediqué a decirle piropo tras piropo. Eso sí, todos muy educados y, sobre todo, sinceros.

Ella reparó entonces en su apariencia y pareció sonrojarse un poco. Me dijo que iría a cambiarse. Yo se lo impedí diciéndole que yo ya no tardaría mucho en irme y le dije que ella en cambio podría seguir, a mi partida, refrescándose en la alberca.

Ella insistió en irse a cambiar. Yo se lo impedí cruzándome en su camino y le dije que era en serio que no tardaría en irme. Pero al cruzármele no pude evitar sentir, al contacto de nuestros cuerpos, un gran intercambio, digámoslo así, de energía. Ella al parecer sintió lo mismo, porque pude notar su estremecimiento.

El contacto fue muy leve, pero hizo que nos quedáramos viendo fijamente a los ojos por unos segundos y movido por no se qué, la tomé de los hombros, suavemente la atraje hacia mi y acerqué mis labios a los suyos para darle un pequeño beso. Sólo fue el inicio de una serie de besos, cada uno más prolongado que el anterior, hasta que terminamos fundiéndonos en un largo y apasionado beso donde nuestras lenguas jugaban entre sí. Mis manos empezaron a acariciarla, sus pezones sobresalían erectos y de vez en vez los acariciaba ligeramente. No esperé más, desabroché su vestido rojo y la dejé solo en tanga.

Ella, por su parte, empezó a quitarme mi camisa y me desabrochó mi cinturón y luego el pantalón. Este lo deje caer, mientras ella me quitaba los zapatos y calcetines. Ahí estábamos los dos, ella en tanga y yo en boxers, semi desnudos, besándonos, acariciándonos, dando rienda suelta a nuestra atracción y a nuestra pasión.

La casa solo contaba con una de las recámaras amueblada. Nos dirigimos hacia allá. Mientras subíamos las escaleras me recreé viendo sus nalgas cubiertas con esa pequeña tanga, las movía riquísimo, con toda intención, para excitarme más.

Llegamos a la habitación, la acosté en la cama y le quité la tanga, le hice un oral, ella gemía y gemía y después de un rato alcanzó un orgasmo que robé todo con mi lengua. Ella me dijo que ahora ella me atendería a mí, bajó mis boxers y besó mi erecto miembro. Ella metía casi todo mi pene en mi boca, se notaba su experiencia. La hice que girara 180 grados y nos hicimos un rico 69. Yo boca arriba, ella encima de mi. Yo aproveché para lamer su concha y me atrevía a lamer su ano. Sentía el sabor al cloro de la piscina, mi lengua hacía presión sobre la entrada de su agujero. Era un acto arrebatado, casi violento el que nos dábamos. Con determinación la hice ponerse en posición de perrito, me coloqué un condón que por suerte llevaba, uno de mis dedos empezó a jugar con su anito, poco a poco fui introduciéndolo. Luego metí otro de mis dedos, Cuando noté que había dilatado lo suficiente, acerqué el glande de mi pene a su ano. Poco a poco fui metiéndolo. Al principio ella se quejaba. La realidad es que los dos estábamos muy excitados y ella, a pesar del dolor, quería más. Yo fui paciente, fui metiéndolo de poco a poco y no hacía movimiento. Su ano apretaba rico a mi pene. Me sentía en la gloria. Finalmente lo metí todo, mis huevos chocaban en sus ricas nalgas. En ese momento empecé con mis embestidas, primero suaves, después cada vez más pronunciadas. Sus exquisitos senos se bamboleaban, los ví reflejados en el espejo que tenía la recámara. Era una escena morbosa y excitante. Los dos lo estábamos gozando como locos.

Cuando sentí que estaba a punto de eyacular me salí de su ano, la hice voltearse frente a mí, empecé a masturbarme frenéticamente para alcanzar pronto la eyaculación. Cuando estuve a punto, dirigí mi pene hacia sus senos y los llené de una gran cantidad de esperma. Fue una eyaculación abundante y prolongada, como nunca.

Sabía que mi tiempo era limitado, rápido me enjuagué bien con agua y jabón y me vestía. Me despedí de ella con un largo beso y con la promesa de que al siguiente día iniciarían los trabajos de mantenimiento de la casa.

Por supuesto cumplí en el tiempo estipulado y el servicio fue gratuito. Bueno, no totalmente gratuito, porque al tercer día repetimos nuestro encuentro, pero esa segunda vez dispusimos de más tiempo para intentar más posiciones y darnos mutuamente placer y el mantenimiento que ambos necesitábamos.