La señora de los perros. Peregrino Negro

Una señora reparte pan entre famélicos perros y favores entre sus visitantes

LA SEÑORA DE LOS PERROS. El Peregrino Negro

Ya llevaba unos cuantos días metido en aquella inmensa foresta, cuando ante nuestro paso, apareció una primorosa casa de altas verjas, ante la cual merodeaban unos hambrientos perros, muy escuálidos y agresivos, los cuales al vernos a mí y a Nerón, empezaron a gruñir sin saber muy bien porqué.

No habíamos llegado al pie de la casa, cuando por el gran portón llovían unas cuantas hogazas de pan que pronto fueron adquiridas por una de aquellas vestías hambrientas.

Cuando llegamos al pie de la gran puerta, pude observar una madura metida en años, y en carnes, rodeada de cuatro perrillos falderos de extraña raza que ladraban al son de los vaivenes señoriales de la propietaria de la mansión.

Apenas si queda una pequeña hogaza que se repartieron Nerón y Penca a medias, vigilados desde la distancia por la famélica legión de canes abandonados a su suerte.

Me llegué a la puerta y le pedí a la buena señora un poco de agua, si hacía el favor…

La buena señora me franqueó la puerta de la mansión a la que dejaba ver sus encantos de madura querubín envuelta en sedas, sobre la cual saltaban sus fieros perros falderos, más fieros por los ladridos que otra cosa, pues en cuanto Nerón franqueó la puerta, todos ellos se escondieron tras las faldas de la buena señora, aunque no le quitaban la vista de encima Penca, que se sentía curiosa ante aquella reala de pequeños perros de gordas y largas pollas.

La señora me pidió que me quedase ante la puerta de la casa, pues mi olor era muy fuerte y sin marido se enterase de que recibía a alguien en casa se armaría la marimorena, por tanto, me quedé a la puerta viendo las evoluciones de la buena señora.

Penca ya se había echado amigo y se dedicada a lamerles las pollas a tres de los perrillos mientras un cuarto se la quería montar, pese a la diferencia de altura. Nerón prefirió la sombra de un naranjo. Y allí nos quedamos a la espera de la aparición de la señora.

Esta apareció con más pan para los perros, incluidos los suyos, y un buen café cargado para mi y otro para ella, y allí en la terraza trasera de la casa, guardados a la vista de curiosos, nos sentamos a saborear el café y un bizcocho.

En medio de la merienda, la señora me dijo que había olvidado la leche para el café, y que a buen seguro que yo la tenía en abundante y caliente, tras ver mi bulto crecer en el fino pantalón que me había afanado.

No corto ni perezoso, saqué a Bartolo al sol, para admiración de la señora, que al instante de sirvió a capricho, y bien que sabia la buena señora de ordeños y pajotes, pues en un instante me corrí como un verraco, para gusto de la señora y de los perrines que pronto acudieron al festín que de su mano les ofrecía su ama.

Ya caía la tarde, cuando la señora de la casa, Doña Florinda, me dijo que no podía meterme en casa esa noche, pero que me dejaba un cobertizo alejado de la casa, y que una vez a la mañana se fuese su marido podía entrar a  la finca por la puerta de atrás, pudiendo asearme adecuadamente. Ahora me despedía la muy cabrona de buenas maneras, no sin antes darse otro homenaje con Bartolo.

La noche se me hizo larga, pero cuando llegó la luz de la mañana y sentí el coche irse no lo dudé un minuto y me fui directo a la casona a cuya puerta toqué el timbre, apareciendo esplendorosa Doña Florinda, en paños menores y con un sedoso batín que dejaba ver sus amplias proporciones: buenas tetas y buenas nalgas, de una blancura y suavidad inconmensurable

De lo prometido, nada de nada, no me dejó bañarme pues decía que la ponía ese olor de macho negro henchido de sudor.

Me llevó directamente a una habitación siempre seguida de sus perrillos y Nerón, pues Penca debió preferir ir a catar a los famélicos…y debió satisfacerle pues nunca más volví a verla.

Nerón quedó a la puerta de la habitación expectante ante las escenas que se iban desarrollando con la señora Florinda de protagonista del affaire erótico amoroso.

Doña Florinda, tras otra buena mamada, pero sin corrimiento alguno, y apretando bien mis huevos, me pidió perlase sus tetas y almeja de besucones, lo que era un medio fastidio hacerlo, no por la señora que estaba de pan y moja, sino porque los perrillos querían a toda costa participar de la follada.

Florinda, me susurró al oído que tenía un par de fantasías, y que si las hacia realidad, probaría Bartolo su chumino.

Una de las fantasías tenía que ver con Nerón, ya que sus perros eran pequeños y pollones, pero lo que dejaba adivinar Nerón era algo que nunca había tenido, su fantasía era que la follara Nerón, quedando ella arriba y yo abajo, dejando su chumino al alimón de lo que decidiera Nerón.

Dicho hecho, pronto las ropas volaron y nos quedamos en pelota picada en la cama, quedando de espaldas y dejando a Bartolo al aire y para rozamiento de Doña Florinda que pronto se puso encima restriega que te restriega, lo que hizo efecto en Nerón que se puso en posición de firmes mostrando un buen pollón que los perrillos en sus mamadas ya le hacían salir las primeras agüillas.

Bartolo era más bien el cepillo sobre el sobarse, pues pronto Nerón de un salto se subió a la cama, para dar cumplido deseo de la buena señora, que debió ver la estrella láctea, cuando Nerón empezó a chuparle todo el arco divino que ha desde el chumino al ojete.

Me arañaba y me mordía la buena Florinda por tales regustos, y más lo hizo al verse encañonada por el verraco de Nerón que acertó a la primera en traspasarle el chumino y encalomarle prontamente la gran bola de mastín leonés, lo que puso en chiribitas los ojos de la susodicha, que empezó a ensalivarme la cara de espumarajos. ¡Que gozada de polla tiene el can!

Dejé que Nerón se satisficiera a capricho, y una vez desmontado tras media hora de espera, y una breve insertada de chumino por parte de Bartolo, donde apenas me dejó la buena señora correrme, pues debía cumplir su segunda fantasía, la cual consistía en follarla siendo a la vez yo follado por sus perros o por Nerón, y poder filmarlo.

No hubo manera de impedir sus deseos, y tras ponerla en la cama panza arriba le inserté a Bartolo, mientras llamé a los perrillos que lamian por todos los lados, lo que era todo un placer se lamido a cuatro lenguas durante el mete y saca en el chumino de la doña.

Luego fue Nerón quien dio cumplido deseo, teniendo que bajar el culamen para que sus falderos pudieran catar mi culo.

Cuando su deseo fue cumplido, me permitió follarla, para lo cual la puse a cuatro patas para insertale de buena manera a Bartolo que ya ansiaba un buen polvo, estaba en los primeros bombeos cuando se abrió la puerta de habitación y vi por el rabillo un hombretón ya desnudo y de buen pollón dirigirse a mi trasero, amansando en un instante mis nalgas, a la vez que me atizaba un buen escupitajo al ojete.

¡Donde las dan las toman amigo ¡

Era evidente que todo ello era una buena artimaña de Doña Florinda que cuando sintió que insertaba su marido me pidió redoblara mis pollonazos, que eran bien recibidos por un estrecho chumino de muy larga profundidad que me sorbía como una medusa.

Don Anselmo, era un buen follador, pues sabía de culos y de como domarlos y hacerlos dar lo mejor de si mismos, me tiraba de los huevos cada que me daba una empellonada que a su vez recibía su amada Florinda, que daba alaridos a diestra y siniestra.

Fue un buen polvo, tras el cual nos dejamos limpiar por los perrillos.

Llego la otra petición por parte del marido que también quería que le insertase a Bartolo de un buen pitonazo, aunque prefería a Doña Florinda, no pude resistirme a la petición si quería beneficiarme de la duela de la casa. Por tanto, dispuse a Bartolo, medio amorcillado para que se trajinase el culo de D. Anselmo, cuya pirula puso Nerón en plena forma.

Nos dimos un respiro para comer y dormir de forma tranquila la siesta, ya que por la tarde Doña Florinda nos tenia prepara otra fiesta, aun que D. Anselmo me ofreció la alternativa de dejarme a Doña Florinda para mi solo si a cambio le dejaba a Nerón para su disfrute, el cambio me pareció bien y cada cual, a su nido u mochuelo, y a darle al badajo.

Don Anselmo entraba en la cocina por la mañana triunfante con Nerón de su mano, y Doña Florinda desmarañada después de tanta noche de ajetreos.

Me quedé un par de dias más y me fui sin Nerón pues tanto Florinda como Anselmo se encariñaron con su buen hacer y su buena herramienta, por tanto, como mi viaje terminaba, y no sabiendo que hacer con el perro, y habiendo recibido una buena cantidad por su propiedad, me despedí de mis anfitriones satisfecho y contento.

Gervasio de Silos