La señora Castillo (2)
El señor Castillo nos cuenta como consigue lesbianizar a su mujer.
La Señora de Castillo II:
Mi nombre es José Castillo. Vivo en Cisneros, en el Departamento de Antioquia, Colombia. Escribí mi historia hace un par de años. Yo deseaba que mi mujer hiciera el amor con otras mujeres. Mi mujer Isabel, es una mujer de cuarenta y tantos años, muy bonita y sensual, morena, simpática. Yo estoy muy enamorado de ella. Pero me obsesionaba la idea de que hiciera el amor con otra mujer, No se si a Ustedes les ha pasado eso alguna vez.
Bueno, después de casi dos años estoy aquí. Después de unos cuantos intentos fallidos, y de exponer lo sucedido en aquel relato, y aquella chica llamada Nerea me fallara de la forma que lo hizo, decidí hablar con Dolores.
Dolores es una amiga de mi mujer. Es lesbiana. Todo el mundo lo sabe Mi mujer también lo sabe, claro, y por eso en un principio no me parecía muy adecuada para llevar a cabo mis planes. A pesar de eso, y de lo estrecha que me estaba resultando mi mujer con el tema del lesbianismo, la verdad es que se llevaban muy bien. No eran amigas de la infancia ni del instituto. Nos la habían presentado en una fiesta, y claro, yo no le interesé demasiado a Dolores, en cambio, Isabelita desde el primer momento quiso hacerse amiga suya. Siempre sospeché intereses poco claros de Dolores por mi mujer, pero tenía confianza ciega en mi mujer.
Dolores tiene más o menos la edad de Isabel, pero una forma de vestir, de comportarse, en ademanes, en tratar a los hombres y las mujeres mucho más abierta.. Es una seductora nata. Seduce con sus gestos, con su mirada, con su manera de vestir, sus escotes, su forma de pensar, sus sutilezas, sus insinuaciones Inteligente y vitalista. Ambiciosa, lesbiana Una loba.
Aquella mañana, que la llamé desde el trabajo No sabía como empezar. Pedí verla para hablar con ella, comentarle unas cositas de algún asunto de impuestos que le llevamos en el despacho. Cuando llegó me la llevé a tomar un café al tranquilo y discreto bar de nuestro edificio de oficinas. Después de una conversación sin importancia, le manifesté mi intención y mi fantasía de ver a mi esposa Isabel hacer el amor con otra chica y hacer un trío con las dos. Este comentario lo hice a sabiendas de que ella es lesbiana.
- Verás Dolores, a parte del tema que te comenté por teléfono sobre los impuestos, quería comentarte algo más - Dolores se me quedó mirando esperando que le contara. La verdad es que siempre la he visto con cierto aire de superioridad, por eso tal vez es tan irresistible Mira Dolores como decírtelo Bueno Me encantaría ver a Isabelita hacer el amor con otra mujer-
Dolores me miró sin pestañear y se tomó un largo sorbo. Estaba seguro ahora de que no era la primera vez que se lo pedían. Después, estrelló el cigarrillo que fumaba contra el cenicero, deformándolo hasta partirlo.
-No sé por qué todos los casados cuarentones quieren ver ahora a su mujer haciendo el amor con otra mujer ¿Sabes cuantas veces me han insinuado eso? ¡No te lo puedes ni imaginar!-
Perdona, mujer Le dije. Parecía molesta.
No te preocupes ya estoy acostumbrada e inmunizada. Mira, José, yo no estoy por la labor, por que la verdad es que Isabel es una mujer deliciosa, dulce amable sensual pero es que yo no se si ella quiere, a mi me parece que no. Mira José, las mujeres tenemos un sexto sentido una miradita para nosotras es una insinuación y los silencios hablan-
-¿Entonces?-
-Búscate a otra, José; de verdad-
-¿Por qué?
Dolores sostenía en su cara un gesto de resignación y fastidio. Mira, José. No creo que tu mujer sea lesbiana. Eso lo se por que las mujeres eso lo sabemos por que las mujeres tenemos una intuición -
-Bueno, pero tú...No será la primera vez que te llevas a la cama a una nueva.-
-Muchachitas calentonas deseosas de nuevas sensaciones, José. No señoras hechas y derechas con unos principios muy sólidos como Isabel. No, José. No lo pienso hacer.-
Dolores rechazó la idea. Recuerdo que después de tomar el café, de preguntarme extrañada por el origen de lo que llamó mi manía se alejó, una vez pagué la cuenta, (por que era mujer y cliente) meneando la cabeza, como pensando que estaba loco, o que por qué todos los hombres le tenían que proponer eso a ella. O yo que se.
Aquella noche, mientras mi mujer dormía, con el camisoncito traslúcido, de suave tela, me imaginaba el cuerpo también sensual de Dolores, y a las dos abrazadas, comiéndose la boca, dejando escapar los pechos por el escote del camisón, hincando sus dedos en su sexo.
Me arrimé a Isabel y comencé a tocarle el trasero. La tanga dejaba desnudas sus nalgas generosas. Sentía su piel suave y caliente. El miembro viril comenzó a remontar el vuelo, al sentir la piel caliente de sus muslos en mi vientre, hasta rozar su sexo cubierto por la mínima tela de sus braguitas.
Eso fue suficiente para despertarla -¿Qué te pasa?- me decía mientras se daba la vuelta para mirarme. Un muerdo fue mi respuesta. Ella abrió sus labios y resistió toda mi impetuosidad hasta que separándose de mi lanzó un -¡Amor!- al aire, que no se sabía si era una invitación a seguir o un reproche.
Le desabroché el camisón y sus pechos se me ofrecieron dulces y generosos, mientras Isabel, con su mano comprobaba la excitación de mi miembro. En un suspiro, Isabel se desprendió del camisón y la tanga y yo me bajé los calzoncillos y me coloqué sobre ella, que ya me esperaba con las piernas abiertas.
Mi mente comenzó a volar mientras entraba y salía dentro de ella, imaginando que otra chica participaba en la parada, comiéndose el pecho que yo no podía comer, besando su boca mientras yo me bajaba a sus senos.
La poseí con agresividad, casi con rabia. Me vacié completamente, mientras ella, un poco extrañada por tanta impetuosidad se corría también.
-Amorcito eres un toro malvado, que me toma a la fuerza, como hizo Júpiter con Europa- Y se callaba como concentrándose en recibir el orgasmo.
Me quedé un rato dentro de ella, con la imaginación aún entretenida en imaginar la cara de la amante furtiva, mientras la besaba la cara, la boca, el cuello, todas las partes donde mi boca pudiera llegar.
Para mí fue una sorpresa cuando al día siguiente, Isabel me saludó cuando llegué a almorzar. Isabel me dijo que Dolores la había llamado. Creo que estaba al fondo del infarto, esperando una traición de una lesbiana andrófoba que pretendiera vengarse en mí por el hecho de que la naturaleza hubiera puesto sobre la tierra al género masculino, pero no fue así. Isabel me anticipó que era por un tema de impuestos que nosotros, los de la asesoría le habíamos llamado. Respiré, aunque no me quedé tranquilo no mucho menos.
No me llamó ese día, pero a los tres o cuatro días me dijo que se lo había pensado mejor.
- Mira José. La verdad es que tu mujer me flipa. No puedo resistir la tentación que me haces. Es superior a mis fuerzas. Me he masturbado todos los días imaginando que me lo hago con Isabel. Así que acepto-
La felicité por su decisión. Dolores se ofreció a ayudarme desde ese momento. Quedamos de nuevo, esta vez después del trabajo. Me explicó su estrategia. La intentaría seducir primero y luego, me introduciría en el trío. Yo pensé que tal vez debía de cobrarle un tributo a Dolores por seducir a mi mujer. Un tributo en carne, es decir, un polvo, por que la verdad es que está bastante buena. Es una broma. Pues desde e primer momento pensé que ya me recompensaría Dolores cuando hiciéramos los ansiados tríos.
Dolores empezó por hacer por quedar con mi mujer, e intentó en varias oportunidades seducirla, pero fue imposible. Para mí, la situación había mejorado un poco con respecto a la relación de mi mujer con Nerea, por que Dolores, ciertamente quería seducirla. Isabel nunca me decía nada, pero Dolores me informaba de sus intentos y sus fracasos. Ir de compras con Dolores, ir a una fiesta, ir a la piscina encerrarse con Dolores en una sitio a solas era todo un peligro para mi mujer, que se veía atacada con un roce indecoroso, con una frase casi obscena, con un intento de retenerla contra la pared de la que siempre, mi mujercita sabía como zafarse.
Si iba de compras. El vestuario era un sitio ideal para intentar besarla. Mi mujer no hacía nada. Pegaba los brazos contra los costados, cerraba la boca con fuerza y dejaba que pasara el maremoto de pasión de Dolores. Si entonces metía su mano entre las piernas de Isabel, entonces las cerraba y cuando por fín conseguía obtener alguna ventaja, Isabel empezaba a levantar la voz, diciendo que la dejara probarse la ropa y que era una pesada. El tercer día en que fueron de compras, Dolores se aburrió.
Si en una fiesta mi mujer iba a los servicios, Dolores la seguía, no fuera q que en el camino las importunara algún borracho, o para hacerse compañía en la cola, o para sostenerse el bolso. Dolores se metía con Isabel. Le decía que por que no se depilaba el monte de Venus, que eso nos gusta a los hombres, que la dejara tocar, por que hacía mucho que no veía una rajita en estado puro. Mi mujer la regañaba cariñosamente y no le hacía caso.
Incluso cuando se intentó abalanzar sobre ella, interpuso los brazos y poniendo a su asaltante el índice sobre los labios la hizo desistir de su ataque pronunciando una simple palabra -¡Golosa!-
Y situaciones así, que deberían haber hecho desesperar a Dolores y a mí mismo, pero en lugar de esto, hacía que nos apasionáramos más aún.
Cuando Dolores se pasaba, o mi mujer se hartaba, estaba un par de días sin llamarla, pero luego, siempre terminaba acordándose de ella. Mi mujer es de una ternura sensacional. Dulce, amable y de un corazón grandísimo.
Todas estas circunstancias me las contaba Dolores. Pero mi anhelo crecía y cada vez estaba más dispuesto a dar un paso definitivo, por que me las imaginaba a las dos, en el vestuario, defendiéndose una de la otra, poniendo en jaque ésta a aquella, en braguitas, sin braguitas, de todas las maneras y entre los dos nos volvíamos a confabular para dar un gran paso en la siguiente oportunidad.
Hace como ocho meses, cierto día que habíamos quedado con amigos, estábamos los tres en una terraza de un bar; Mi esposa, Dolores y Yo, tomamos unos tragos. Os amigos se habían ido ya, pero la noche era agradable y Dolores y yo nos dimos cuenta de que tal vez esa podía ser nuestra oportunidad. Ellas hablaban de muchas cosas, inclusive de asuntos de sexo, entre hombres y mujeres, de tríos, etc. No tenían reparos, como suele suceder cuando los hombres nos encontramos en minoría, de ridiculizarnos. La conversación no obstante resultaba excitante, por que mi imaginación iba por delante de los acontecimientos y percibía que Dolores mandaba un mensaje oculto, le convencía para que probara una manzana prohibida, pues siempre contaba el poco aguante de los hombres, en comparación con la insaciabilidad de la hembra, y cómo en una relación entre mujeres los orgasmos se sucedían unos a otros. Dolores explicaba que siempre existía algo para sustituir al miembro viril, y mi mujer la miraba extasiada, un poco tal vez escandalizada, pero desde luego, con una curiosidad inmensa.
Luego ya tarde de la noche nos retiramos del lugar donde habíamos estado disfrutando de la música, donde ellas bailaban entre un trago y otro y yo las veía contornearse al ritmo de la cumba y de la salsa, meneando sus caderas e insinuando sus curvas deliciosas, y en un giro un poco más rápido de la cuenta, me imaginaba que había existido un roce.
Ya tarde, como digo, salimos para nuestras casas. La casa de Dolores está por el mismo sector que la nuestra, y cuando llegamos a su casa, yo, deseando que la noche llegara más lejos, le dije que la invitaba a que siguiéramos hasta nuestra casa y nos tomáramos otros tragos y habláramos de cosas, ella acepto, lógicamente, por la mismas razones.
Ya en nuestra casa nos servimos unos tragos y colocamos música, ellas empezaron a bailar de nuevo. Luego yo también lo hice, cuando empezó a sonar un disco de románticos boleros, siguiendo un plan que malévolamente había trazado. Casi de inmediato empecé a besar a mi esposa y acariciarle los senos. Ella siempre se molestaba un poco, sin duda por la presencia de Dolores, porque yo se que cuando Isabel bebe, se pone muy fogosa, pero claro, Isabel presentía que Dolores nos observaba. Aunque un poco a la fuerza, ella se dejaba. Ya podéis imaginaros: Ahora te dejo hasta aquí, ahora sólo te dejo hasta aquí, ahora te vuelvo a dejar hasta aquí.
Paso un buen rato en el que yo hacía lo mismo mientras Dolores, expectante, pero haciendo como si el tema no fuera con ella, solo se dedicaba a bailar y ver lo que nosotros hacíamos. Yo lo tenía calculado para poner a Isabel muy caliente y en efecto, empecé a sentirla muy ardiente. No en vano llevamos muchos años juntos y la conozco muy bien. Le desabroché un par de botones de la camisa, y se la saqué de la falda. Me abracé a ella. Busqué el filo de su falda y al levanté para meter mis manos y agarrarle con fuerza por las nalgas. Isabel me entregó su más tierno beso, tal vez sin darse cuenta que Dolores, colocada justo detrás de ella, ahora sentía el deseo de tenerla.
Mis manos sobaban las nalgas desnudas de Isabel, de piel suave, cálida. Yo de reojo me di cuenta de su expresión de loba hambrienta que miraba los muslos y las nalgas de Isabel, así que en un momento dado, le indique a Dolores, con un leve gesto sin que Isabel que le tocara las nalgas a mi esposa. Ella lo hizo con mucho cuidado, es decir, solo se le arrimaba y lo hacia simulando un accidente, un tropezón, mientras yo la mantenía agarrada contra mí. Isabel no se inmutaba, o sea, que participaba de manera pasiva., por lo que a mi parecer no le molestaba; por tanto, le agradaba.
Así estuvimos un buen rato hasta que me atreví y le quite la blusa a mi esposa. Le quité un botón tras otro sin dejar que se separara de mí. Estaba muy caliente. Yo también. Se le notaba por su respiración y por las cosas que se dejaba hacer por mí y por Dolores, que cada vez más atrevida se había colocado tras ella y rozaba su vientre contra sus nalgas. Isabel llevaba un brasier de esos que no tiene tirantes. Comencé a besarle la parte superior del pecho. Ella se resistía ahora, pero no le servía de nada, por que no estaba dispuesta a soltarla.
Dolores le desabrochó el brasier, como queriéndome ayudar en mi empeño, al que Isabel se oponía como muestra de decoro hacia su amiga. Yo le empecé a besar los senos, mientras que Dolores los acariciaba, situada a su espalda, como ofreciéndomelos, y besaba su cuello. Las nalgas de Isabel se clavaban en el vientre de Dolores, que se restregaba para calentar aún más a mi mujer y que recibía sobre sus hombros la cabecita de mi mujer, estirada entre los dos para hacer máximo su placer, mientras yo le comía los pechos y rozaba con mis manos su vagina, intentando apartar la delgada tira de sus tangas de la boca de su sexo.
Me encontré la mano de Dolores en el sexo de Isabel. Yo la atacaba por delante y ella por detrás. Mi mujer estaba al borde del orgasmo, y al girar su cabeza hacia el lado, encontró la boca de Dolores, que la esperaba y que la besó con impaciencia, con lujuria Aquella súbita entrega de mi mujer me excitó y le dí un tironcito a su pezón con los labios mientras mis dedos se hincaban en el sexo aún medio cubierto de Isabel. Creo que Dolores hizo lo mismo por detrás, por que Isabel lanzo un largo suspiro, mientras tensaba su cuerpo hacia detrás..
Como por telepatía, Dolores y yo nos pusimos, yo a bajar las bragas de mi mujer y Dolores, a desabrocharle la minifalda. Estaba convencido que mi fantasía se cumpliría esa noche, por que a mi esposa la teníamos al borde de su orgasmos, por las caricias, besos y toqueteos que recibía en todo su cuerpo por parte de sus dos Amantes.
Así estaba, desnuda de cintura hacia arriba, con nosotros dos confabulados y ya casi sin podernos parar cuando de pronto, con las bragas a la altura de las rodillas y la falda a medio caer reacciono y dijo: -¡Que me pasa!¡Que me están haciendo!-. Y dicho esto se retiro a su habitación que queda en el segundo piso de la casa.
Los dos amantes nos quedamos muy calientes y totalmente descolocados. Éramos dos catetos sin su hipotenusa. Estuve por insinuarle a Dolores que nos desahogáramos mutuamente, pero se impuso la cordura. Nos mirábamos desbordados por el contratiempo. Después de darnos muchas explicaciones mutuamente despedí a Dolores. Le pedí nuevamente disculpas, pero en realidad era ella la que se disculpaba con gestos y miradas. Al poco rato llegue a la habitación y la encontré llorando. Me acosté enfadado y recalentado. No hablamos del tema, ni esa noche, ni al día siguiente, ni nunca lo hemos hablado.
Dolores, su amiga, sí habló con ella del tema y lo que le dijo mi esposa es que jamás estaría en trío con otra chica y conmigo, y que estaba muy enojada con ella. Y efectivamente estuvieron enojadas mucho tiempo.
No obstante, hable nuevamente con Dolores. Estudiamos la situación, la actitud de mi mujer, que se dejó hacer al principio, para cerrarse en banda al final, la negativa a hacer un trío conmigo, pero curiosamente, no a hacer el amor con otra mujer . En un momento, no se si fue ella o fui yo quien soltó que a Isabel sólo la venceríamos por la fuerza. Me quedé en silencio y después de sopesar con más pasión que cordura lo que acababa de exponerse, le manifesté mis pensamientos
-Dolores, Te autorizo para que violes a mi mujer-
-¿Estás loco?- Dolores, como la primera vez que le planteé que sedujera a mi mujer, en principio no acepto. Se cerró en banda, pero luego, a los pocos días me dijo que sí lo haría, pero con la condición de que la dejara hacer las cosas a ella sola, a su manera, yo acepte.
Ha pasado algo de tiempo. Dolores ha quedado muchas veces con Isabel. Se echó una novia. Yo creía que habría perdido el interés por mi esposa, aunque seguían quedando y a escondidas seguíamos confabulándonos, aunque yo lo hacía ya más bien por mantener una conversación morbosa con una lesbiana atractiva, que para obtener algún resultado interesante.
Hace unos días, Dolores quedó con Dolores y sus amigos. Mi esposa llego tarde, a altas horas de la noche, a casa, con tragos y un poco enojada. No me dijo absolutamente nada, por que tampoco le insistí en que me contara. Era tarde y tenía sueño. Solamente cuando ella se empezó a desvestir noté que no traía ropa interior, ni el brasier ni la tanga, no le pregunte nada, se acostó desnuda.
Me tomaréis quizás por tonto, pero los celos empezaron a asaltarme ¿Y si alguno de esos payasos amariconados con aficiones artísticas que se encuentran entre las amistades de Dolores se hubiera intentado propasar con mi mujer? Al día siguiente hable con Dolores y le pregunte que había pasado, ella me contó que había violado a mi esposa.
Me callé como negándome a entender lo que Dolores me decía. Sí, la violaron. Entre ella y su amante. Me quedé de piedra. Yo pensaba que me diría que Fulanito se había ofrecido a traerla y pensaba ir a romperle la cara a fulanito, pero esto me resultaba increíble. Empecé a notar vivo mi miembro viril, como si quisiera escuchar él también, lo que Dolores iba a contarme
Le dije que me contara todo tal como sucedió, y conforme me lo iba contando, nos sentíamos, yo y mi miembro, a veces culpables, y otras muy satisfechos y totalmente excitados. Sobre todo, muy excitados.
Sucedió así, según me contó Dolores.
Estuvieron bailando con amigos, esos a los que me he referido antes, e ingiriendo licor. Me las imagino bailando salsa, cumba, moviendo la cintura entre un trago y otro, insinuando las curvas, pegando y separando el cuerpo, roces, vestidos que se suben, muslos que quedan al descubierto de las miradas indiscretas, nalgas. Isabel llevaba una falda de vuelo, a la altura de la rodilla y un jersey escotado y sin mangas. Llevaba un collar de esos que ella llama inspirados en la naturaleza, de conchitas y caracolas inmaculadaente blancas. Unos zapatos de tacón largos, y sin medias, por que hace calor y se había depilado hacía un par de días.
Sí. Isabel había ido a la esteticista con Dolores. Ambas se habían depilado juntas. Ambas se habían quitado la falda y habían recibido los servicios de aquellas muchachita morena que aplicaba la cera en sus piernas. Ambas habían depilado su monte de Venus y su sexo, recortando el vello. Dolores tuvo que contenerse, cuando la chica morenita se apartó, para no asaltarla allí misma, pero decidió que Isabel sería suya antes de final de mes, de forma que se inventó un motivo para organizar una fiesta, e invitó a Isabelita.
Isabelita bailaba en la terraza del bar, esta noche, con gotas de sudor que resbalan por la frente, más licor, bromas, risas, pelmazos a los que hay que espantar y esa risita orgullosa de la mujer que se sabe deseada, y le gusta sentirse deseada.
Dolores bailaba con ella y dejaba que bailara, la observaba con auténtico deseo. Clavaba sus ojos de loba, incluso a despecho de su novia, que celosamente reclamaba su atención, bailando también con Isabel, queriendo ser más que ella. Pero Dolores conservaba la cabeza fría y procuraba por todos los medios que Isabel la perdiera, y la invitaba a bailar, y a beber y a bailar de nuevo.
Ya avanzada la noche mi esposa, que había estado bailando varias canciones con un desconocido, les dijo que ella se retiraba porque yo la esperaba en casa, pero hizo una mueca indicando que la relación con el caballero estaba empezando a dejar de ser agradable. Ellas habían accedido a acompañarla, y a traerla en coche. Yo puse esta condición, pues se que a Isabel le afectan bastante las copas. No pensé para nada que esto iba a servir a los planes de Dolores, aunque si lo hubiera sabido, igualmente hubiera puesto esta condición, pero esta vez por doble motivo.
En el camino a la casa todo eran risas, comentarios sobre sus amigos, sobre los espontáneos admiradores. Dolores quería disimular cierto nerviosismo, cierta preocupación. Isabel estaba sentada detrás. Dolores la vigilaba a través del espejo. Se sentía excitada al verla sonreir, desenfadada, alborotada, ocurrente borracha. Miró sus piernas que apenas cubría la falda, miró entre sus piernas, deseó probar el sabor de su sexo, el calor de su vagina, la estrechez de su más recóndito agujero.
La amiga de Dolores propuso una última copa y baile, así que se entraron al apartamento de Dolores. Colocaron música, se sirvieron tragos y empezaron a bailar las tres, mi esposa, Dolores y la amante de esta. Mientras bailaban hablaban de sexo y de otras cosas. Dolores estaba repitiendo la misma estrategia que unos meses antes casi la había hecho triunfar.
Hablaron del sexo entre un hombre y una mujer y también del sexo entre dos mujeres. Isabel no se escandalizaba. Asumía que estaba en casa de una lesbiana con su novia. ¿No se imaginaba lo que podía suceder? ¿Es que pensaba que eran de piedra?
El ritmo del baile se fue parando. las manos se fueron posando en los hombros de las otras, en las cinturas. Las distancias se acortaron. Dolores bailaba con su amiga muy junta y no podían evitar acariciarse. De reojo miraban a Isabel, que parecía no atreverse a mirar, como una niña vergonzosa. Entonces se separaban cuando una nueva pieza, más animada empezaba a tocar. Las dos lesbianas se repartían en darle atenciones a Isabel, que ahora bailaba más con esta, y ahora con esta, ahora aceptaba una copa de esta y ahora de la otra, un sorbito de mi baso, una caricia inofensiva en la cara, un agarrón de la mano. Un abrazo, un beso. Isabel era la reina de la fiesta.
Ya se encontraban bastante alicoradas las tres. Dolores empezó a acariciar a mi esposa en forma muy sutil al, ritmo de una canción de Gloria Stefan. Se... que aún tendré otra oportunidad Era la escena de meses antes repetida, sólo que Dolores me había sustituido por su amante y ahora era ella la que llevaba los pantalones. Sus manos recorrían su cintura. Ahora las caras se pegaban, sus pechos entraban en contacto. Las piernas se entrelazaban levemente y sentían mutuamente la suavidad de las piel que días antes habían visto en la esteticista.
La letra de la canción parecía un vaticinio de lo que Dolores pretendía. Su amante también se acercó para acariciarla también con suma delicadeza. Primero las tres formaron un corro. La agarraron por la cintura y sin que se pudiera molestar sacaron el jersey del borde de la falda. Su vientre apareció y las chicas se lo acariciaban sin aparente malicia. Dolores buscó la boca de mi mujer. Un ligero roce de las comisuras de los labios primero, luego, un beso suave. ¿Aceptaría? Aceptó.
La boca de Isabel empezó a ser solicitada a la izquierda y a la derecha. La agarraban de la cintura pero su puntería era mala, de manera que algunas veces la mano acababa en las nalgas de Isabel, que recibía el suave homenaje que contribuía a que se sintiera más excitada, otra acariciaban la base del pecho, por detrás de la espalda, lo que hacía que se despertaran sus más tiernos sentimientos. Dolores se embriagaba ahora con el perfume que desprendía el cuerpo de mi mujer.
Así lo propio, con besos en la boca, con roces cada vez menos disimulados en sus pechos, poco a poco fueron logrando desinhibirla. Se pusieron a bailar las tres, bailes lentos, boleros románticos que cantaban al amor, colocándose Dolores frente a Isabel y su amiga, detrás de mi mujer. Ambas se acercaron. La acorralaron y ahora los roces eran indiscriminados y las bocas tomaban su boca y recorrían la piel de su cuello y sus hombros que iban apareciendo mientras dolores hacía que subiera sus brazos y la convencía con una leve mirada de perrita lastimosa a que se desprendiera del jersey.
La amiga de Dolores acariciaba las nalgas de Isabel, por debajo de la falda, cada vez con menos recato, buscando la línea que separa una de otra, tirando de la tira de la tanga y pasando un dedo por detrás, una y otra vez, hasta que indisimuladamente, colocó sus dedos en la parte trasera del sexo de Isabel. Dolores, por su parte se comía la parte de los pechos que dejaba ver el sujetador.
Isabel suspiraba. Cerraba los ojos y callaba mientras las dos amigas se la comían. Dolores desabrochó el sujetador de Isabel, su amiga agarró con fuerza los pechos de Isabel, para que Dolores pudiera comérselos a su antojo, mientras le metía la punta de la lengua en la oreja, lo que hacía que Isabel se estirara hacia detrás, deseando recibir todavía más placer. Dolores enloquecía de deseos, Isabel gemía de placer ante la impetuosidad de sus amantes.
Isabel se dejaba hacer y no ponía oposición a que las dos mujeres disfrutaran de sus senos, con sus manos, y con sus ardientes labios. Le daba igual que fuera Dolores o su amiga, estaba de pié entre las dos. Dolores ahora besaba a Isabel mientras su amante le comía los pechos, apareciendo por detrás, y metiendo su pierna flexionada entre las piernas de mi mujer. Las manos se colaban por debajo de su falda y la encontraban húmeda y caliente. Las dos lobas estaban excitadas ante la presa que estaba a punto de caer. Así que se decidieron a dar un paso más.
Primero cayó la falda blanca de vuelo y vieron la tanga de color rosa, que sólo cubría un trocito de su espalda, que se perdía entre las nalgas y que se abría por delante, pero cubriendo apenas el monte de Venus.
Pero cuando intentaron desnudarla del todo, cuando la falda ya deslizada por sus muslos, se arremolinaba alrededor de sus zapatos y las bragas se encontraban un poco más arriba de las rodillas, le historia se repitió.
Inesperadamente, a Isabel le entraron escrúpulos. Se enojo e intento retirarse del apartamento. Ellas no estaban dispuestas a dejarla marchar. Estaban muy calientes. Habían estado planeando toda la noche lo que debía de ocurrir. Habían estado a punto de conseguirlo y no estaban dispuestas a dejarla escapar tan fácilmente. Primero quisieron convencerla con tiernas palabras, pero sin dejar de atraparla entre sus brazos y sus vientres de seda. Pero Isabel no se dejaba convencer. La encontraban cada vez más decidida a marcharse, rebelde, incluso oponiéndose con cierto vigor físico, así que, seguidamente entre las dos, Dolores y su amante, la cogieron a la fuerza mientras se intentaba subía las bragas.
No hubo inteligencias entre ambas. La amiga de Dolores actuaba por rabia, por venganza por el deseo que mi mujer provocaba en Dolores. Las dos actuaron de manera espontánea y vencieron sus forcejeos. Primero le atraparon las manos y la amiga de Dolores, que estaba detrás se las retuvo a la espalda. Isabel se quejaba. Pedía, suplicaba que la dejaran, pero las amigas no estaban dispuestas a respetarla.
Dolores intentó bajarle las bragas a mi mujer de nuevo, pero se resistía tanto, casi lanzando patadas indiscriminadas, por lo que decidieron tumbarla. Isabel se resistía. El collar se rompió y las conchas y caracolitas se esparcieron por todo el salón. Dolores entonces se cabreó. Soltó un taco impronunciable y llevaron a Isabel por la fuerza, a empujones y a rastras hasta el dormitorio, por que no querían comérsela en el suelo del salón, para que no se le hincaran las caracolas esparcidas. Esos miramientos le demostraban por otra parte a mi mujer, que sólo querían una cosa, y es amarla y que se dejara amar.
Dolores se sorprendía a sí mismo. Le excitaba la manera en que estaba tratando a su amiga, la manera en que la traicionaba. Sentí a su cuerpo oponerse y le excitaba empujarla, vencer su resistencia. Sentía a Isabel de una manera nueva. El pulso entre las dos fuerzas. Era como un instinto de caza resucitado. Era como una nueva diosa Diana.
Isabel no podía hacer nada, pero la verdad, según me dijo Dolores, bien por el licor, bien por que no esperara la firme determinación de sus dos amigas, no opuso la resistencia de la mujer que va a hacer algo contra su firme voluntad. No hubo arañazos, ni mordiscos, ni gritos SI hubo súplicas y el intento de soltarse, pero más dejándose escurrir que por la fuerza o la violencia Hubo llantos, pero no tenían lágrimas.
La tiraron sobre la cama y entre Dolores, que estaba entre sus piernas, y su amante la controlaban totalmente, agarrándole los brazos por encima de su cabeza. Dolores le susurró al oído palabras de consuelo, palabras para convencerla, pero Isabel no dejaba de suplicar y de amenazar. Me dice que estuvo a punto de reírse cuando Isabel, en un aire de despecho les dijo que ¡En el gabinete de mi marido hay muy buenos abogados!
La amiga de Dolores le sostuvo los brazos mientras Dolores le arrancaba las bragas. Notaron la excitación que esto produjo en Isabel. Incluso podían oler el aroma de su sexo excitado. Las tangas eran unas tangas nuevas de color blanco satén. Quedaron a un lado. Dolores le abrió las piernas a la fuerza y se colocó recostada sobre ella. La otra chica sostenía sus brazos en altos y cada vez que mi mujer se rebelaba más de la cuenta clavaba sus uñas en las muñecas de Isabel, que entonces cesaba momentáneamente en su lucha.
Entonces, las dos masas que constituían los pechos de Isabel dejaban de bambolearse de una lado a otro, miraba fijamente a Dolores y ponía una expresión riquísima, que excitaba a Dolores y por otro lado, la invitaba a compadecerse, una mezcla de súplica y de expresión rebelde.
Empezaron las dos a besar por todas partes, especialmente Dolores: sus senos, su boca, su vagina. Mi esposa forcejeaba para no dejarse. Cerraba las piernas y se agitaba una y otra vez, pero nadie conoce los secretos del placer de una mujer como otra mujer. Dolores respondía con un bocado en los pezones, o en el clítoris que hacían que Isabel se asustara e incomprensiblemente, sintiera mucho placer. Dolores acariciaba su clítoris e insinuaba con su dedo una penetración mientras su amante cometía una infidelidad consentida, comiendo la boca, penetrando la boca de mi Isabel, que se retorcía y las maldecía a las dos. Isabel respondía entonces con un respingo primero, y luego con una oleada de excitación imposible de disimular.
Pero mientras más se rebelaba Isabel, mayor era la determinación de sus amigas y mayor la lascivia con la que se ensañaban en sus senos y su vagina. Dolores atrapó su clítoris entre los labios y dio un tirón. Sintió como se renovaba la humedad del sexo de Isabel. A continuación, le dio un lametón por toda la raja que hizo estremecerse a mi mujer.
Mi esposa empezó a rendirse, pues estaba a punto de llegar a su primer orgasmo aunque fuera a la fuerza. Dolores hundió sus dedos en el sexo de mi mujer mientras le arrancaba unos gemidos de placer. Buscó su boca y la besó, mientras su amante comprobaba como Isabel perdía fuelle y podía empezar a participar activamente en la fiesta. Fue un orgasmo que les pareció largísimo, eterno, y que ellas, con sus artes sibilinas se esforzaron en alargar.
Después de su primer orgasmo las dos amigas la aflojaron y continuaron haciendo con ella de todo, pero ya con la aceptación de mi mujer. Su boca aceptaba las lenguas de sus impetuosas secuestradoras, sus piernas se abrían cuando la penetraban con los dedos por su ano y vagina, las dos a la vez mientras una de ellas la besaba en la boca y la otra en los senos. Sus bocas la tomaron por el sexo una y otra vez, mientras ella se limitaba a gemir y a esperar la llegada de un orgasmo tras otro.
Le hicieron de todo. La novia de Dolores había trabajado de masajista, y conocía técnicas muy sofisticadas. Provocó un orgasmo a Isabel en los pechos, mientras la frotaba utilizando ella misma los suyos e hincaba su muslo en la vagina de Isabel. Luego, Dolores, para no ser menos, frotó sus pechos contra el sexo de mi mujer, y le arrancó otro orgasmo, mientras Dolores se rociaba con el néctar del sexo de su presa. Se la turnaron de nuevo. La hizo suya la amiga de Dolores, con la que estuvo acostada durante por lo menos un cuarto de hora. Dolores le trabajó los pechos, consiguiendo provocarle un orgasmo en los pechos, cosa cuya existencia yo desconocía, y luego estuvo haciendo la tijera, metiendo sus piernas entre las suyas, tumbada la una contra la otra, presionando todo su sexo. Así que se corrió entre las piernas de Isabel, juntando sus vaginas mojadas, mientras Dolores comía la boca de una y otra y manoseaba los cuatro pechos.
En un intento de defenderse, Isabel consiguió darse la vuelta. No le sirvió de nada. La amiga de Dolores se puso encima de ella, atrapándola y mordiendo su cuello y sus orejas, mientras Dolores separaba sus piernas y le hincaba de nuevo sus dedos. Puso su lengua en el ano de Isabel, que comenzó a moverse desesperada y excitada. Dolores entonces comenzó a meterle otros dedos por el ano, penetrándola doblemente. Isabel sólo paró cuando se sentó totalmente insertada. La amiga de Dolores comenzó a frotar su sexo contra la espalda de mi mujer. Acabó masajeando sus nalgas con sus muslos, lo que provocó un gran placer. Isabel gemía de placer, estirando su cuello hacia detrás y sus piernas.
Los orgasmos cada vez tardaban más en llegar y se hacían mas largos, más placenteros y las dos mujeres aprovechaban la insatisfacción que un orgasmo provoca para comenzar a provocarle uno nuevo.
Luego después la tomó la amiga de Dolores, que disfrutaba más con el culo delicioso de Isabel. Le tenía reservado algo especial, tal vez por los celos que la había obligado a sufrir durante el baile. Fue a buscar un hielo que había quedado en el baso de uno de los tragos. La tendieron en la cama y Dolores la obligaba a estarse quietecita, tumbada de espalda a la pared. La chica le dio un azote en el culo mientras ordenaba a Isabel a abrir un poco las piernas.
El hielo rozó la espalda, recorriendo toda la columna vertebral. Luego, la chica recorrió el sexo de mi mujer, llevando el hielo en los dedos hasta tenerlo un rato en la vagina. La chica decía que era para enfriarla, pero el resultado, según decía Dolores, es que Isabel pegaba un respingo, y luego se aguantaba.
El destino final del hielo era el ano de mi mujer. La amante de Dolores presionaba con fuerza, mientras Dolores misma separaba las nalgas de Isabel.
Poco a poco el hielo desapareció dentro de Isabel, pero la novia de Dolores, para cerciorarse le metió el dedo profundamente en el ano. Mi mujer gemía de placer.
De un azote la obligaron a ponerse con el culo en pompa y la amiga de Dolores comenzó a comerle el sexo, mientras Dolores, de rodillas en la cama y al lado de mi mujer acariciaba sus senos y su sexo. Dolores se metió debajo de Isabel y le comenzó a comer los pechos, mientras su amiga se ponía de rodillas y acariciaba con su vientre las nalgas de mi esposa, pero sólo por un momento. Dolores notó como Isabel se estremecía. Ya suponía ella lo que su amiguita hacía. Metía y sacaba sus dedos de la vagina de Isabel mientras los giraba, como si apretara una tuerca. Dolores podía imaginarse el placer de Isabel. Buscó su boca y la encontró dulce, cálida, sensual. Estuvo besándola hasata que Isabel se volvió a correr. Mi mujer gritó de placer y se derrumbó sobre la cama.
Isabel se despertó mientras las dos chicas, de rodillas sobre la cama le comían el sexo y el ano. Comenzó a acariciarse los pechos y sin darse cuenta acarició la cabeza de Dolores, que lamía y ahora metía los dedos de nuevo en la vagina, mientras su amante hacía lo propio en el ano. Isabel se sintió llena, doblemente penetrada. Las chicas no pararon hasta arrancarle un nuevo orgasmo. Isabel parecía delirar, parecía gemir como una enferma de fiebre, palabras incoherentes.
Según Dolores, a lo largo de la noche, la hicieron llegar al menos siete, ocho o nueve veces, mientras que ellas también habían tenido varios orgasmos.
Decidieron que ya era suficiente, entre otras cosas, por que Dolores y su amiga decidieron sin ponerse de acuerdo que había llegado su momento, de forma que se pusieron a realizar difíciles contorsiones sobre la cama, mientras Isabel se recuperaba.
Las chicas no prestaron atención. La habían utilizado y ya no les interesaba. Se entregaban la una a la otra por primera vez en la noche. Isabel se vestía discretamente, pero ahora las otras dos mujeres estaban demasiado ocupadas para impedirles nada, además, ya no querían impedirles nada.
Ya mientras Dolores y su amante tenían otro orgasmo, mi esposa muy enojada se vistió y se retiro sola para nuestra casa. Solo hasta el día siguiente se enteraron las dos amantes que mi esposa había dejado allí su ropa interior. Su brasier y su tanga de color blanco satén.
Mi esposa no me ha mencionado absolutamente nada de lo anterior, yo sigo planeando la forma, conjuntamente con su amiga Dolores, de hacer el trío y ver a mi esposa haciendo el amor con otra chica.
Respecto a mi esposa, al parecer no esta afectada. Lo único es que procura no estar a solas con su amiga, o que estemos los tres juntos en algún programa, pero nosotros seguimos con nuestros planes porque Dolores, al ser lesbiana, le encanta mi esposa, y desea ayudarme y así me lo ha prometido.
Yo, por otra parte, admito sugerencias, ideas, colaboraciones
Saludos a todos.