La señora (Capítulo I)

El había sido invitado por su amiga a su casa, al llegar quedo impresionado por la escena que vivió viendo como su amiga era sesionada sin compasión por su ama de llaves.

Ella me había invitado a su casa al anochecer y me esperaría en consonancia a lo que ya sabía de mí.

Remate los informes y sin prisa comencé a prepararme para abandonar la oficina, eche un último vistazo y cerré la puerta me despedí de mi secretaria indicándole también que entregase los informes, fui directamente a mi casa donde me pude tomar una reparadora ducha y luego me vestí para la ocasión, delante del espejo me daba los últimos toques al tiempo que meditaba en la cita.

Al fin estaba en la calle y entre en el coche lo puse en marcha y en breves minutos estaba frente a su puerta, me disponía a hacer sonar el timbre cuando la puerta se abrió una preciosa señora madura de pelo negro y melena corta con unos redondos y grandes ojos marrones de mirada intensa vestida de traje chaqueta con falda de tubo un poco por encima de las rodillas, me dio las buenas noches y me dijo que la señora me esperaba en el salón cruzando el pasillo hasta el final, pase le di las buenas noches y ella cerrando la puerta se marcho.

La imagen que me encontré me dejo impresionado, allí estaba ella su ama de llaves la había atado boca arriba totalmente desnuda con los ojos vendados sobre una pequeña mesa, lo que la dejaba en una posición muy forzada y tremendamente expuesta, sus pezones estaban erectos y brillaban, sus pechos no eran excesivamente grandes tal y como a mí me gustan la visión era espectacular, entre le dije buenas noches y me senté a observar, su cuerpo era pura provocación así dispuesto, su respiración profunda hacia que sus pechos y vientre se moviera acompasadamente resaltando aun mas su belleza, los pensamientos me fluían a borbotones y casi no era capaz de ordenarlos…

Entonces el ama de llaves entró, venia acompañada de una joven esta era de piel morena, y cabello rubio a mechas, no muy alta, pero enfundada en unos poderosos tacones de charol negro. Esa era su única vestimenta, junto con el collar de esclava que delataba su condición de sumisa. Traía los pechos cubiertos de polvo de oro, al igual que su pubis, absolutamente depilado, y llevando tan solo una cadena de oro por medio de los labios de su coño; la cadena le rodeaba también la cintura, y se metía por detrás suelta, entre sus nalgas; introducido ya, un plug dorado en el que la cadena se encajaba. Al entrar se me echó a los pies, y entonces tuve claro lo que vendría a continuación.....

Aun estaba intentando asumir el impacto inicial, y esta nueva situación sobrepasaba cualquier deseo o fantasía que se me pudiese pasar por la imaginación, aquello empezaba a parecerse a una especie de escena de película francesa. la pequeña rubia era preciosa.

La señora madura se volvió hacia mi dejando a la sumisa de pie en el centro de la estancia con la cabeza gacha.

-“Buenas noches de nuevo señor espero se encuentre a gusto y este disfrutando de su estancia entre nosotras, mi nombre es Kara y si necesita alguna cosa no dude en pedirlo, será atendido de inmediato”.

Se giro y de un tirón lanzo a la sumisa hacia su señora que seguía allí expuesta sin emitir ni un solo murmullo, esta cayó de rodillas y su cara se encajo en el pubis de Clara, así se llama mi amiga o conocida, inmediatamente esta comenzó a succionar el ya jugoso coño de Clara que hacia un rato rezumaba líquidos que caían por sus desnudos y forzados muslos,

Kara abrió un cajón del mueble que decoraba la pared más cercana, y sacando unas pinzas metálicas se las coloco sin preámbulo alguno a su jefa en los pezones, la mujer fue muy cruel ya que se los coloco procurando coger la mínima expresión del pezón casi se podía decir que le pellizcó la piel, provocando que ella se contonease salvajemente con movimientos descontrolados debido a la tremenda mordida que las pinzas le produjeron.

La escena destilaba tal excitación que me resultaba imposible permanecer sentado, era tremendamente morboso ver como Kara torturaba a su jefa con extraordinaria frialdad, aun así pude vislumbrar en el instante en que Clara se debatía en fuertes movimientos como a pesar de la exhaustiva tortura a la que estaba siendo sometida hallo un segundo para esbozar una sutil sonrisa mientras la saliva le resbalaba por la comisura de sus carnosos y rojos labios.