La Señora (4)

La cada vez menos altiva ejecutiva continua su progresiva degradacion moral y personal, y acabara recibiendo el primer castigo por su mal comportamiento.

Un completo silencio y una relativa tranquilidad reinaba en aquella apacible noche de otoño, en la que hacía mas de una hora que yo siguiendo las instrucciones de mi señor me encontraba completamente desnuda a excepción del flamante collar canino que ceñía en aquellos momentos mi cuello, por supuesto, estaba a cuatro patas con las rodillas bien separadas como a él le gustaba, enseñando sin ningún reparo mis dos orificios, siempre dispuestos a lo que mi dueño quisiera depararles.

Como últimamente me sucedía estaba tremendamente excitada y mi mente una y otra vez iba rememorando los últimos sucesos y cambios acaecidos en mi vida.

Después del último y extraño incidente con Sonia el resto de la jornada y el posterior día habían transcurrido con relativa monotonía y tranquilidad.

Había atendido mis rutinarias obligaciones, y el centro y mi entorno parecían ajenos a mi nueva y proscrita doble vida.

Mejor así, pensé para mis adentros, aunque después de meditar mucho sobre ello había llegado a la conclusión que en el fondo me importaba un rábano si algún día se descubrían mis peculiares aficiones sexuales.

Siempre había sido consecuente con mis actos y nunca me había avergonzado de ellos. Y había decidido que no tenía ninguna necesidad de cambiar mi manera de pensar.

No me avergonzaba de mis últimas acciones, únicamente destinadas a la búsqueda de la siempre escurridiza felicidad y además no perjudicaba a nadie con ello.

Quizás a mi marido si lo descubriera, pero si llegaba el caso ya tendría una larga conversación con él, donde saldrían a la luz todas mis mal cubiertas necesidades y donde ambos tendríamos que responsabilizarnos de nuestros propios errores y competencias.

En fin, me dije, mejor no adelantar acontecimientos, lo que tendría que ser, sería tarde o temprano, sentencié con ese dejo de fatalidad tan realista que era una característica muy propia de mi carácter.

Unos pasos que se iban acercando con ese sonido que ya me resultaba muy familiar me interrumpieron de mis meditaciones.

Mi señor acababa de entrar en mi despacho y tras un corto pero exhaustivo repaso a mi aspecto, asintió con satisfacción.

Su perra sumisa estaba en perfecto estado de revista.

Sin mediar apenas palabra esta vez, colocó la correspondiente cadenita a mi collar para dirigir mis pasos, y de un suave tirón me indicó que me pusiera en marcha hacia mi destino, que no era otro que la acostumbrada ronda nocturna de vigilancia por el centro.

Para mi propia sorpresa y supongo que también la de mi Amo, el trayecto se acortó considerablemente en su duración, debido a que pese a ser la segunda vez que me veía forzada a caminar a cuatro patas al mas puro estilo perruno, me había acostumbrado a hacerlo con relativa soltura, y es que el ser humano tiene una facilidad asombrosa para adaptarse a las mas extrañas y extremas condiciones, por lo que en apenas una hora esta vez, estábamos llegando de nuevo a la relativa comodidad y seguridad de mi despacho.

Yo estaba muy contenta y satisfecha de mi actuación y me las prometía muy felices, pues sin duda mi amo me premiaría por mi buena, aplicada, y dócil actitud de superación para cumplir el mas mínimo de sus deseos, y tal vez, fantaseé, en breve tomaría posesión de mi ansioso y necesitado coño, como tantas veces ya en estos últimos días había anhelado que hiciera.

Pero una nueva y desagradable sorpresa me aguardaba al llegar, pues nada mas encender la luz descubrí que teníamos una invitada no deseada, al menos por mi, ya que Aitor no dio muestras de sorpresa alguna cuando vimos a Sonia, cómodamente instalada en mi sillón del despacho, con la bata de limpieza medio desabrochada y tomándose una de mis cervezas con una insolencia y falta de consideración hacia mis dominios que en circunstancias normales hubiera sido causa de despido inmediato.

Se saludaron con familiaridad dándose un largo y profundo beso con lengua que fue peor castigo para mí que si me hubieran dado una bofetada.

El cruel fantasma de los celos se apodero de mí al ver a mi señor tratando con tanta familiaridad y afecto a la que ya veía como a mi rival más enconada.

Y estaba tan enfrascada en mis sentimientos de rencor e ira que ni siquiera me había parado a pensar con claridad el motivo por el que Sonia se encontraba en mi despacho.

¿Sorprendida, perra?-me increpó Aitor

¿De verdad creías que no iba a enterarme de tus correrías sexuales desobedeciendo mis ordenes expresas?

Ya que parece que no me estas tomando demasiado en serio, me temo que voy a tener que enseñarte de una vez por todas quien es el que manda aquí, y si no te apetece aprender por las buenas tendrá que ser por las duras.

Yo permanecí en absoluto silencio, era incapaz de decir nada, pero por otro lado, nada había que decir, había sido pillada en una falta flagrante, y traicionada por la misma persona que me abocó a cometerla. Así que solo me quedaba aceptar el castigo que mi señor quisiera imponerme con la resignación y sumisión mas absoluta de la que fuera capaz.

El castigo no se hizo esperar, cogiendo una fusta de no se donde, sin duda de su abultada mochila, la puso delante de mis vista para que me hiciera una idea de lo que vendría a continuación, pero para hacer mas humillante mi situación mi señor decidió que no seria él quien iba a azotarme y mientras me comunicaba sus intenciones le dio la fusta a Sonia que la cogió entre sus manos con verdadera ansia mientras su rostro iba transformándose lentamente en un rictus de crueldad, satisfacción y lujuria.

El primer y seco golpe en mi expuesto trasero no se hizo esperar, y fue causa de que diera un incontenible grito provocado no tanto por el dolor como por la sorpresa al recibirlo.

Aitor entonces me dijo reprobando mi actitud, que podía gritar cuanto quisiera que en esos momentos solo estábamos nosotros tres en la superficie comercial y nadie iba a oírme, pero que por cada grito, gemido, o súplica que saliera de mis labios se incrementaría en tres golpes el justo castigo que me había merecido.

Naturalmente sus palabras tuvieron el efecto deseado, pues a partir de entonces traté por todos los medios que ni un solo gemido o sonido de dolor saliera de mis labios.

Así que los cerré, y apreté mis mandíbulas todo lo que pude mientras los golpes seguían sucediéndose lentamente, con una cadencia perfectamente estudiada para causar el mayor dolor y humillación posible.

Había perdido ya la cuenta de los azotes que llevaba recibidos pero en un cálculo aproximado aventuré que debían andar por la docena, cuando mi señor se compadeció o eso pensé, pues poniéndose delante de mí comenzó a acariciar mis pechos poniendo especial énfasis en mis sensibles pezones a causa de la excitación.

Así que la segunda parte del castigo se compuso de una extraña mezcolanza de dolor y placer. Y quizás es lo mi señor deseara que asociara, el placer del dolor.

No obstante al término de los 25 azotes, en cuya realización Sonia se había tomado casi media hora en procurármelos, yo acabe completamente recubierta de sudor, muchas lagrimas vertidas en completo silencio, y el trasero completamente enrojecido y con numerosos surcos que surcaban toda su superficie e iban del violeta mas sutil al púrpura mas intenso.

Pero lo que mas me dolió de esa noche fue que acto seguido ambos se desnudaron y empezaron a follar como lobos hambrientos en mi presencia, obviándome como si yo no estuviera en la habitación.

Esa fue la humillación mas terrible de todas, ver a mi adorado Amo follando con aquella detestable hembra delante de mis morros, y encima de no poder siquiera emitir la mas mínima queja, quedar en ese estado de ansiedad sexual no saciada, pues ninguno de los dos hizo lo mas mínimo por ayudarme a llegar a ese orgasmo que necesitaba experimentar tan acuciantemente.

Estuvieron follando en todas las posiciones imaginables y alguna que otra mas, yo calculo que unas dos horas, mientras yo permanecí quieta e inmutable a cuatro patas con mi trasero escocido y la boca cerrada tratando de digerir toda la humillación que mi Amo sin duda me estaba infligiendo como castigo y para enseñarme a ser mas humilde y sumisa.

Para mas vejación, cuando terminaron Sonia me ordenó que le lamiera tanto su coño como el ojete del culo, y debo confesar que no sabría decir cual de ambos agujeros estaba mas rebosante del añorado semen de mi señor.

Mientras estaba de lleno en dicha tarea con mi boca incrustada en el coño de Sonia, no perdí la esperanza de sentir la polla de mi dueño taladrando mi culo ya que desde la posición en la que estaba sin duda era una abierta invitación a voces a ser penetrada sin reparos.

Pero para mí, una vez mas, completa decepción, no fue así, y esta vez ni tan siquiera lo hizo con aquella porra negra que hacía de sustituta y que ya había empezado a anhelar también.

Una vez Sonia considero que ya le había limpiado lo suficiente sus agujeros, no en balde había estado lo menos media hora larga desempeñando tal tarea, se levantó de mi sillón, donde había estado cómodamente recostada todo el tiempo, y poniéndose rápidamente su bata de limpieza, se despidió de Aitor con un breve pero procaz beso en los labios y salió del despacho dispuesta a continuar con sus quehaceres.

Solo entonces y una vez quedamos solos mi señor y yo, éste se dignó dirigirme la palabra de nuevo.

Pero solo lo hizo para explicarme que lo de esa noche había querido ser un castigo ejemplar por haber tenido relaciones con otra persona, aparte de mi marido, sin consultárselo y sin pedirle su consentimiento, y todavía peor, por no habérselo contado una vez consumado el acto, algo completamente imperdonable en una puta sumisa que era en lo que yo me había convertido a sus ojos, y reconozco que también a los míos propios.

Esa noche me fui de muy mal humor a casa y mis impulsos de masturbarme incluso mientras conducía de camino a ella eran casi insoportables.

Y solo me paró el hecho de que mi señor me había prohibido muy específicamente todo tipo de autosatisfacción hasta nueva orden como complemento de ,a su forma de ver, que era la que en realidad importaba en nuestra relación, merecido castigo por mi infidelidad y falta de respeto a su autoridad.

Y aunque en el fondo yo me sabía inocente de tales cargos, la verdad es que desde un punto de vista objetivo algo de razón llevaba, pues de lo que no había ninguna duda era que había mantenido relaciones sexuales con Sonia y se lo había ocultado.

Así que me dije a mi misma que si quería que esta relación tuviera algún futuro, y la verdad es que deseaba con todas mis fuerzas que así fuera, no me quedaba mas remedio que cumplir sumisa y obedientemente con mi penitencia.

Cuando llegué a casa, mas o menos sobre las 4 de la madrugada, mi marido dormía placidamente ajeno a todos estos acontecimientos.

Me avergüenza confesar que me aproveché de él de una forma bastante censurable, pues empecé a acariciar su polla por encima del pantalón de pijama y aun entre sueños comprobé con gran placer que se le ponía dura de inmediato, así que con mucho cuidado para no despertarle me la metí como pude y de algún modo pude desfogarme y mitigar mi insoportable ansiedad sexual.

Y aunque reconozco que fue uno de los peores polvos que he echado y que me sentía culpable por usar a mi marido de esa manera, al menos sirvió para tranquilizarme y aplacar mi turbado espíritu y mis acuciantes necesidades sexuales.

Sin embargo mi marido pareció disfrutar bastante, pues aun incluso sin despertarse, una vez se hubo corrido en mi ansioso coño, siguió durmiendo placidamente como si tal cosa pero con un beatifico gesto de relax y paz interior en su cara.


Habían transcurrido tres semanas desde el día en que Aitor me hizo su perra, y durante las tres o cuatro sesiones que manteníamos por semana no hubo ninguna novedad especialmente reseñable.

Afortunadamente la inclusión de Sonia en nuestra relación se había limitado a aquella noche puntual en que fui severamente castigada por mi señor.

Además no se que tipo de acuerdo o relación mantenía con ella, pero el caso es que desde esa noche Sonia no había vuelto a acosarme y ni siquiera la había visto en persona, pues durante nuestras particulares rondas de vigilancia, imagino que a instancias de mi señor, ella se preocupaba de no cruzarse con nosotros, lo que me dió que pensar si Aitor tendría también algún tipo de ascendencia sobre ella, quizás también fuera su esclava de alguna manera, y rizando mucho el rizo incluso puede que toda aquella escena y acoso hubiera estado preparado por él.

Deseché tales pensamientos por improbables. ¿Seguro? Me dije a mi misma .¿Hasta que punto conocía a aquel hombre ,frío y misterioso?.

Tal vez algún día tuviera la respuesta a mis teorías pero desde luego eso era algo que yo no podía preguntarle directamente a mi señor, ya sabía como se las trataba en cuanto al talante y al comportamiento de sus sumisas. Y no me quedaba mas remedio que esperar a que él quisiera informarme o no de sus intenciones o sus motivaciones.

La verdad es que el tema no me preocupaba demasiado, y sabía por los mucho relatos que había leído sobre el tema que no era absoluto raro que un mismo Amo tuviera dos o incluso varias sumisas a su servicio.

Además tenía en mi mente otras preocupaciones mas inmediatas, pues Aitor había desarrollado otra forma de someterme y domar completamente mi voluntad, y no era otra que mantenerme en un estado de ansiedad sexual permanente.

Pues pese a que cada nueva sesión incluía algún nuevo refinamiento o nueva experiencia a la que yo me sometía cada vez mas servil y dócilmente, y cuyo propósito no era otro que humillarme y vejarme bajando mi autoestima sutil y lentamente, peldaño a peldaño,

Mi señor se preocupaba muy mucho de llevarme a las puertas mismas del orgasmo para cuando apenas me quedaban unos instantes para alcanzar el clímax total, parar de golpe con lo que me estuviera haciendo (y dejo a la imaginación de los lectores tales refinamientos por considerarlos innecesarios para el ritmo de la narración, pero si insisten les diré que se componían de todo tipo de inserciones en mis dos agujeros de cualquier objeto de tipo fálico y no tan fálico que mi amo tuviera a mano o trajera ya con esa intención, tocamientos cada vez mas sucios, procaces, y denigrantes por cualquier parte de mi cuerpo y prodigados de cualquier manera, a veces de una forma realmente asquerosa, pinzamientos en mis tetas, azotes a la mínima ocasión etc etc etc.

Todo ello encaminado a un mismo objetivo: la búsqueda del placer en cualquiera de sus variantes)y dejarme en un estado tal de excitación y deseo sexual que hubiera hecho cualquier cosa, y repito, cualquier cosa, con tal de satisfacer mi irrefrenable anhelo sexual.

Era frecuente que me arrastrara a sus pies lamiéndoselos y suplicando entre lamentos y gemidos que me permitiera tener un orgasmo, le prometía fidelidad eterna, que me sometería a cualquier deseo suyo, por extremo o aberrante que fuera.

Realmente Aitor había hecho un excelente trabajo conmigo, se había hecho el dueño por completo de mi cuerpo y lo mas importante de mi voluntad ya que en sus manos era como arcilla maleable a su entera disposición.

Pero Aitor siempre me respondía de la misma manera, me miraba en silencio, con esa mirada tan suya, mezcla de frialdad, cinismo, burla y ternura. Y sonriéndome enigmáticamente me decía – Todo a su tiempo, perrita, todo a su tiempo.

Y claro está, como suele pasar siempre, los deseos tarde o temprano suelen hacerse realidad, aunque a veces no se realizan exactamente según nuestras intenciones.


Acabábamos de terminar una de nuestras ya rutinarias rondas nocturnas. La práctica hace maestros y ya las hacíamos en menos de una hora, me había acostumbrado por completo a desplazarme a cuatro patas, y mis rodillas y las plantas de mis manos se habían endurecido y encallecido lo suficiente como para que apenas sintiera dolores o molestias al gatear, aunque eso si, siempre terminaba sucia y sudorosa por el esfuerzo.

Y a su término, mi amo solía premiarme dándome una cerveza que yo solía sorber indefectiblemente a cuatro patas y directamente de un bebedero de perros que Aitor había comprado expresamente para mi uso.

Y estaba de pleno inmersa en mi tarea lamiendo las ultimas gotas del dorado, fresco y reconstituyente liquido cuando de pronto e inesperadamente la puerta de mi despacho se abrió de pronto y lo que vi hizo que el corazón me diera un vuelco de vergüenza y de completa vejación.

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