La Senda de un esclavo (parte 3)

Este es un texto que encontre hace muchos años en internet, traducido, he dejado todas las referencias al autor y traductor. Si alguien lo conoce mas alla del capitulo 11 le agradecería se pusiese en contacto conmigo. Espero les guste.

La senda de un esclavo (fragmento)

Título original: A slave's road

Autor: Neil (c) severin98@aol.com, tomado de BDSM Library (www.bdsmlibrary.com)

Traducido por: GGG, mayo de 2007

Parte 3

Llegamos a la parte sur de Indy (N. del T.: abreviatura coloquial de Indianápolis) sobre la 1:00

de la tarde. Yo vivía en un complejo de apartamentos en la zona más alejada del noroeste de la

ciudad, y Tom y Sheila vivían entre 15 y 20 millas (entre 24 y 32 Km.) al noroeste. A la gente de

Indiana le gusta la tierra. Calculo que la parcela media de una casa en los alrededores de la

ciudad es de un tercio de acre (unos 1.300 metros cuadrados). Son frecuentes las parcelas de

medio acre (unos 2.000 metros cuadrados) y las de un acre (unos 4.000 metros cuadrados) no

son raras en absoluto. Cuando las afueras empezaron a llenarse en los setenta, la gente

empezó a trasladarse a los pueblos cercanos y las zonas que los rodean. Tom y Sheila

compraron diez acres (unos 40.000 metros cuadrados) de tierra cerca de un pequeño pueblo

llamado Whitestown. Su terreno había sido parte, de hecho, de una extensa granja. Su casa

estaba donde antes estuvo la casa de la antigua granja. Había incluso un antiguo establo

pequeño cerca de la casa. Lo usaban como taller. Tom era arquitecto, de modo que él y Sheila

habían diseñado casi todo lo hecho por el hombre en aquella propiedad, desde el acceso de

media milla que cruzaba el arbolado, hasta la enorme chimenea del salón familiar. Como su

propiedad era, básicamente, un pequeño bosque, exceptuando el pequeño claro que rodeaba a

la casa y el establo, no suponía mucho mantenimiento externo. Era lo mejor de ambos mundos,

intimidad total, y un trabajo mínimo externo. El exterior de la casa era una combinación de

caliza, cedro y vidrio. El interior era un diseño con tres niveles, con la adecuada combinación

de suelos de madera, alfombras de lujo, remates de cedro, claraboyas, dos chimeneas y vigas

de roble en el techo. La parte trasera de la casa se abría a una enorme terraza, equipada con

muebles de madera roja con cojines, una parrilla de gas construida en caliza, bar y un enorme

jacuzzi. Aunque la casa podría haber aparecido en la revista de las mejores casas y jardines,

Sheila y Tom no eran de los que ofrecían su casa como espectáculo. De hecho su casa daba la

sensación de ser muy cómoda, hogareña.

"Vuelta al mundo real," dije mientras íbamos hacia el norte por la 465.

"Pero un nuevo mundo para todos nosotros," dijo Sheila sonriendo.

Llevaba unos vaqueros cortados, una camiseta negra ceñida, sin sostén, y un tanga. También

se había vuelto a poner el brazalete del tobillo. Otra vez su silla de capitán estaba a medio

camino entre Tom y yo.

"John, ¿estás saliendo con alguien especialmente?"

"No, realmente no. Quiero decir que salgo, pero con nadie en serio. Ya dejé de intentar

encontrar a alguien a quien de verdad le encantara tener un novio medio esclavo de forma

permanente. Supongo que si ocurre, ocurre. Si ese es tu único objetivo cuando quedas con

alguien te estás buscando mucha frustración. Creedme, lo sé por experiencia."

"Resulta divertido," dijo Tom. "Uno pensaría que a la mujer de hoy día le encantaría tener un

criado que haga las labores mundanas y la mime cuando ella quiera."

"En realidad no. La mayoría de las mujeres son bastante conservadoras en lo que se refiere a

las relaciones. Incluso aunque quieran igualdad en el mercado laboral y en casa, desean la

relación hombre/mujer tradicional. Y eso es genial, lejos de mí intentar persuadir a nadie para

que adopte una forma de vida en la que no se sienta cómodo. Como decía antes, ha habido

unas pocas mujeres en mi vida que disfrutaban del papel dominante en plan juego. Pero

cuando el juego se acababa todo volvía a ser normal."

"Eso era hasta ahora." Dijo Sheila sonriendo. "No es que no te crea, John, pero puedo pensar

ahora mismo en algunas amigas a las que les encantaría tener un esclavo a su entera

disposición. Podrían no quererte como marido o novio, pero les encantaría tener alguien que

las mime y haga las tareas domésticas para ellas en cuanto chasqueen los dedos."

"Supongo que estoy saliendo con un tipo de mujer erróneo." Dije sonriendo.

"Podría ser," dijo Sheila.

Salimos de la 465 y fuimos hacia el norte por la 421 y subimos hasta la calle 96. Mi

apartamento estaba a solo una milla o dos hacia el este por la 96. Cuando llegaron a la zona

de aparcamiento y pararon delante de mi apartamento les di las gracias por unos momentos

maravillosos. Había cambiado tanto en nuestra amistad que no encontraba las palabras. Dejé a

Sheila que rompiera el hielo.

"¿Vas a tener pronto tiempo libre, John?" preguntó Sheila.

"Me quedan tres días de asuntos propios y dos semanas de vacaciones."

"¿Con cuánto tiempo tienes que avisar para tomarte una semana libre?"

"Ahora mismo tenemos poco trabajo, así que podría tomarme el tiempo que hiciera falta.

Mientras no te necesitan desesperadamente, son bastante buenos en eso."

"¿Podrías llamarles mañana por la mañana y pedirles una semana libre?"

"Naturalmente, creo que sí. ¿Por qué?"

"Al final vendí aquel inmueble grande en Zionsville la semana pasada, así que creo que podría

tomarme algo de tiempo libre. Además estoy medio retirada. Todavía deseas servirnos,

¿Verdad?"

"Sí, por supuesto?

"Entonces pensé que sería un buen momento para domarte. ¿Qué opinas, cariño?"

"Creo que es una idea excelente," contestó Tom. "Esta semana tengo que trabajar, pero estoy

seguro de que podrás entrenarle. Yo me limitaré a llegar a casa por la noche y disfrutar de la

recompensa."

"No creo que tenga ningún problema en moldearlo a nuestra manera," dijo Sheila sonriendo.

"John, quiero que te des una ducha, prepares algo de ropa para una semana y estés en

nuestra casa esta noche a las siete."

"Sí señora."

Luego metió la mano en el bolso y sacó uno de veinte.

"Ten. Paras en el mercado Boston cuando vayas para allá y compras algo para cenar. No me

veo cocinando esta noche... ni en toda la semana, con tal motivo," se rió.

"¿Algo en particular?" pregunté.

"Por mi parte basta con un poco de pollo y maíz," dijo.

"Yo me apunto al pollo, maíz y puré de patatas y salsa," añadió Tom.

Salí de la furgoneta y me apoyé en la ventanilla de Sheila. "Os veré a los dos a las siete,

entonces."

"Espero que estés preparado para servirnos esta semana," dijo Sheila con seriedad.

"Me siento muy bien al respecto, señora."

"Bien, nos vemos en un rato, entonces," dijo. "Y recuerda no masturbarte."

Levanté mis bártulos y me encaminé a mi apartamento. Había sido un largo fin de semana y

estaba listo para echarme un sueñecito. Me quité la ropa, me di una larga ducha caliente y me

tumbé en la cama. Puse el despertador a las 5:00. Cada vez que cerraba los ojos pensaba en

los últimos dos días. Había pasado tanto. Se me estaba poniendo tiesa de pensar en todo por

lo que me habían hecho pasar. Quería masturbarme de mala manera. Aunque sabía que no

debía. Esta sería probablemente mi única oportunidad de vivir mi fantasía. La ventaja de

conocerlos desde hacía tantos años era que sabía cuando bromeaban y cuando no. No

estaban bromeando, querían que fuera su esclavo. Solo esperaba poder satisfacer todas sus

necesidades. La idea de ser rechazado, en este punto, como esclavo suyo me hacía realmente

daño. Quiero decir, soy una persona fuerte y acabaría por superarlo, pero en el fondo de mi

mente siempre estaría pensando que dejé escapar la gran oportunidad. A mi edad sabía que

era ahora o nunca. Sheila era tan dominante. Sentía que estaba solo en la punta del iceberg en

lo que afectaba a mi entrenamiento. Me parecía casi surrealista. Siempre la había conocido

como una mujer inteligente, alegre y excitante, con un gran sentido del humor. La esposa

perfecta, la anfitriona perfecta, una agente inmobiliario de éxito y una buena amiga. Nunca

antes de este fin de semana se me había ni siquiera ocurrido que pudiera desear un esclavo.

La sola idea de que fuera mi dueña y me usara, casi hacía que me corriera. Me había dejado

totalmente impresionado su confesión de que practicaban el intercambio de parejas. Y la forma

en que Tom admitió que era bi, como si solo fuera una cuestión de hecho. Realmente admiraba

su confianza y su coraje. No me importaba lo más mínimo que no quisiera reciprocidad,

después de todo yo era también su esclavo. Mi mente seguía pensando y pensando...

RRRíínngg. ¡Mierda, esa alarma está demasiado alta! Finalmente tuve que pararla. Me levanté,

me di una larga ducha caliente, me afeité, me cepillé los dientes y preparé ropa para una

semana. Intenté ver la tele durante veinte minutos y finalmente salí para su casa alrededor de

las 6:20. Paré en el mercado Boston y recogí lo que íbamos a cenar, como se me dijo. A las

7:00 estaba llamando a su timbre. El portero automático me sobresaltó.

"Ven a la cocina, esclavo," resonó la voz de Sheila.

Abrí la puerta y caminé hasta la cocina. Estaban sentados alrededor de la mesa de madera

maciza. Era en esta donde ellos hacían la mayoría de las comidas. Era cómoda e informal.

Tenían el comedor para las cenas más formales. La mesa estaba preparada para tres

personas. En el centro de la mesa había una garrafa de Chablis rosado (N. del T.: Chablis es

una región de la Borgoña francesa que produce un vino blanco seco, muy apreciado; al parecer

también se utiliza este nombre como genérico para unos vinos californianos de no mucha

calidad). Noté que tanto sus vasos como la garrafa estaban casi vacíos. Sheila llevaba un

kimono rojo que terminaba justo debajo del culo. Tenía los pies descalzos y me di cuenta de

que todavía llevaba el brazalete en el tobillo. Tom llevaba unos calzoncillos negros de seda y

nada más.

"Buenas noches, esclavo," dijo Sheila sonriendo. "Por favor, sirve la comida y toma asiento."

Tom rellenó la garrafa y sirvió tres vasos de vino. Yo serví lo que me habían encargado y me

senté.

"Tom y yo estábamos discutiendo precisamente la mejor manera de entrenarte. Nos habíamos

tomado la libertad de suponer que aceptarías nuestra propuesta de esclavitud, de modo que

hemos estado comprando juguetes y equipo durante casi un mes. Tom incluso construyó unos

cuantos artículos que esperamos que encuentres interesantes."

"Oh, estoy seguro de que contaré con su aprobación, y si no, a quién le importa. Su opinión no

va a volver a importar nunca más, en todo caso." Dijo Tom sonriendo.

"Cierto," confirmó Sheila. "De hecho será más divertido si no disfruta con todo lo que le va a

ocurrir. Tenemos que probar tus límites, ¿verdad, John?"

"Sí Ama."

"¿Tienes idea de cuáles son tus límites? ¿Cuánta humillación o dolor puedes soportar?"

preguntó Sheila.

"No Ama, solo sé que haré todo lo que pueda para complaceros, sin que importe lo que me

pidáis."

"Muy noble por tu parte, John," dijo Tom. "Pero de momento vamos a tomarnos la cena antes

de que se enfríe."

Comimos y bebimos abundantemente. La conversación era interesante, pero definitivamente

sentía el cambio operado en nuestra relación. Incluso en las conversaciones informales me

sentía como un ciudadano de segunda. Estoy seguro de que era intencionado por parte suya.

Sabía, en mi corazón, que de ahora en adelante sería, en primer lugar, su esclavo, y su amigo

en segundo lugar. Después de cenar me dijeron que recogiera todo y me reuniera con ellos en

la terraza. También me dijeron que me desnudara antes de salir.

Sheila y Tom estaban sentados en el sofá, bebiendo vino. Había velas encendidas en los dos

extremos de la mesa. Noté que Sheila estaba fumando un purito negro. Me acerqué

lentamente, sin saber exactamente que hacer. Me sentía un poco incómodo con mi desnudez,

especialmente estado ellos vestidos.

"Antes de que te pongas cómodo, John, sírvenos otro vaso de vino," dijo Tom.

"Sí señor."

Volví con lo que había quedado de la botella de medio galón (unos dos litros), les serví una

copa a cada uno, y pregunté si necesitaban algo más.

"Deja aquí la botella y túmbate sobre la espalda, frente al sofá." Dijo Sheila.

Me tumbé con la cabeza hacia Sheila y el resto de mí hacia Tom. No perdieron tiempo en dejar

sus pies descansando encima de mí. Uno de los de Sheila sobre mi cara, el otro en el pecho.

Tom me puso uno en el estómago y el otro en la entrepierna. Por supuesto que me empalmé.

Muy embarazoso, especialmente con el pie de Tom encima de ella.

"Parece que nuestro esclavo disfruta siendo una alfombra," dijo Tom.

"Eso espero," se rió Sheila. "Va a pasar un montón de tiempo en esas."

En ese momento Sheila se dobló hacia abajo, y con su rostro como a un pie (unos 30 cm) del

mío, exhaló lo que pareció la mitad del puro sobre mi rostro. Luego, sin parpadear, hizo caer un

buen trozo de ceniza sobre mi pecho. Sentí como se chamuscaban un par de pelos. La piel se

me calentó, pero la ceniza se apagó antes de quemarme. No podía evitarlo, mi polla empezaba

a palpitar.

"Parece que también le gusta ser nuestro cenicero," dijo Tom socarronamente.

"¡John! Eres bastante masoquista," dijo Sheila en plan provocador.

No sabía como responder, así que me quedé callado.

Sheila bajó la mirada hacia mí con una expresión maligna en su rostro. "Abre la boca, John."

Obedecí. Sacudió la ceniza del final del puro en mi boca.

"Trágatela," fue todo lo que dijo.

Lo hice. Hubo un momento de silencio incómodo mientras me miraba a los ojos.

Luego habló.

"Eres mucho más sumiso de lo que nunca pensé. Realmente creo que me dejarías que te

apagara el cigarro encima."

De nuevo era incapaz de pronunciar palabra. Había perdido momentáneamente la capacidad

de pensar, aunque mis sentimientos de sumisión estaban muy amplificados. Me limité a mirarla

intimidado. Finalmente habló.

"Aunque no será esta noche. Lo guardaremos para más adelante." Luego dejó el cigarro en un

cenicero y volvió a dirigirse a mí. "Sabes que te dije ante la hoguera que yo no era sádica, pero

usarte de esta manera, infligirte humillación y dolor, está haciendo que me humedezca mucho.

Veo que voy a tener que explorar mis límites también."

Luego Tom empezó a besar a Sheila. No pasó mucho tiempo antes de que estuvieran como

una pareja de quinceañeros. Sheila tumbada sobre el sofá con Tom encima de ella. Puesto que

ahora sus pies ya no estaban sobre mí, me sentía casi innecesario. Sus respiraciones se

hacían cada vez más pesadas. Sentí que el kimono de Sheila caía sobre mi pecho. Lo

siguiente de lo que tuve noticia fue a Tom abriéndome la boca y metiéndome sus calzoncillos

hasta la garganta. Podía paladear su líquido preseminal.

"No queríamos que te sintieras excluido," fue todo lo que dijo, antes de volver su atención hacia

Sheila.

Pronto estuvieron follando en serio. La respiración de Sheila se iba acercando al ritmo

orgásmico. Finalmente los dos se corrieron a la vez. Sabía, para entonces, que necesitarían de

nuevo mis servicios. Sentí de nuevo dos pares de pies descansando sobre mí. Sheila avanzó

las manos y me quitó los calzoncillos de Tom de la boca.

"Oh esclavo," dijo Sheila musicalmente.

"Sí Ama," contesté.

"Tienes que limpiar este desorden."

"Sí Ama."

Luego me arrodillé en primer lugar entre las piernas de Sheila y empecé a limpiarla, pasándole

la lengua desde la raja del culo hasta la cima de su hermoso montículo. Tragué varias

bocanadas de su corrida. Cuando acabé con Sheila me trasladé a Tom. Le lamí y chupé los

genitales hasta que quedó completamente limpio. Sentía que yo mismo me estaba poniendo

muy excitado. Los huevos me dolían a muerte. Sheila lo notó y se apiadó un poco de mí.

"¿Tenemos aquí un caso de dolor de huevos, esclavo?"

"Sí Ama."

"Recuerda, nunca te vas a masturbar sin nuestro permiso. Pero no somos totalmente ajenos a

tus necesidades. Date la vuelta y ponte con la cabeza en la base del sofá. Ahora levanta las

piernas y dóblalas sobre la cara."

Luego me colocó los pies en los hombros, me agarró de los tobillos y tiró de ellos, de modo que

la polla me apuntaba directamente a la cara.

"Adelante con la paja, esclavo," dijo.

No sabía que hacer. Esto era tan humillante. Nunca había probado mi propia corrida.

"¿Necesitas que te animen un poco, puta?" dijo Tomo mientras se levantaba y se colocaba

entre mis piernas. Luego me colocó un pie en los huevos y empujó con fuerza, provocándome

algo de dolor. A continuación Sheila me agarró la polla con la mano derecha mientras me

seguía sujetando las piernas con la izquierda. Me la peló tres veces. Fue todo lo que pude

aguantar. Debo haber soltado una pinta (algo menos de medio litro) de corrida por toda mi

cara. Luego me soltó las piernas.

Tom volvió a sentarse junto a ella. Yo me quedé allí recuperándome de mi tremendo orgasmo.

Lo siguiente que sentí fue un dedo del pie de Sheila recogiendo mi corrida y forzándome a

tragármela. Cuando acabó de hacerlo, ella y Tom se quedaron allí sentados, desnudos,

tomándose su vino, disfrutando de la hermosa noche de verano. Se acurrucaron y charlaron

sobre cosas de las que hablaría cualquier pareja normal de casados. Por supuesto que

seguían usándome como alfombra, como si realmente fuera solo parte del mobiliario. Debieron

quedarse allí otras dos horas sin decirme ni una palabra, ni siquiera dando pruebas de saber

de mi existencia. Luego Sheila me habló.

"Nosotros nos vamos a la cama, esclavo. Quiero que limpies este desorden, y subas a nuestro

dormitorio cuando hayas terminado."

"Como desee, Ama."

Se levantaron los dos, pasaron por encima de mí y me dejaron en el suelo con otra erección.

Me levanté, recogí los vasos, la botella de vino y el cenicero. Puse el vino en el refrigerador y

todo lo demás en el lavavajillas. Apagué las luces y eché a andar escaleras arriba, hacia su

dormitorio. Puesto que la casa tenía tres niveles solo había medio tramo de escaleras. Esta

parte de la casa estaba sobre su garaje. Solo había estado una vez con anterioridad en su

dormitorio. Había sido cuando acababan de construir la casa y me la enseñaron entera.

Recordaba bien la habitación. Era probablemente de ochocientos o novecientos pies

cuadrados (entre 70 y 80 metros cuadrados). Solo el armario era del tamaño de un pequeño

dormitorio. Cuando crucé la puerta lo primero que vi fue una pequeña chimenea con un

ventanal a cada lado. Estaba hecha en ladrillo rojo y adornada con roble nativo. Un suelo de

ladrillo se extendía hasta unos cinco pies (como metro y medio). Había dos cómodos sillones,

con una mesa y una lámpara entre ellos, situados mirando hacia la chimenea.

El resto del suelo era de parqué de madera noble, con grandes alfombras orientales llenas de

colorido, colocadas por toda la habitación, en los lugares adecuados. Las paredes estaban

cubiertas de arte de buen gusto. Hacia la pared de la izquierda de la chimenea estaba su

cama. Estoy seguro de que fue hecha de encargo porque era más grande que las de mayor

tamaño comercial. Era de roble macizo con un bello dosel sobre ella. La cubría un material de

seda azul claro. La cobertura se podía desenrollar para que te cubriera completamente. Todo

su mobiliario era de roble macizo. Sobre la pared opuesta había puertas francesas que

llevaban a una terraza, que se extendía a todo lo largo de la habitación. El mobiliario de la

terraza era cómodo, mientras que la vista hacia los bosques era espectacular. Había un

pequeño riachuelo apenas visible a través del follaje de los árboles. La última pared, la de la

puerta de entrada, estaba totalmente cubierta de espejos. Tenías que mirar cuidadosamente

para ver la puerta de espejo que daba al armario. El armario, de andar por dentro, estaba

alfombrado lujosamente. El lado izquierdo contenía la ropa y calzado de Sheila, mientras que el

derecho era para la ropa de Tom. Todo estaba organizado. De los cien pares de zapatos más o

menos de Sheila, unos veinte estaban en el suelo. Me imagino que eran los que se ponía más

a menudo. Los otros estaban en estanterías para zapatos montadas en la pared. Incluso

aunque solo hubiera estado aquí una vez, los olores de todos sus zapatos y ropa siempre

estaban presentes en mi memoria. Me di cuenta de que siempre había estado enamorado de

Sheila. Solo que ni en mis más salvajes imaginaciones hubiera soñado que todo esto ocurriera,

de modo que mantenía reprimidos esos sentimientos. Lo cual demuestra que la verdad es más

extraña que la ficción. En el lado del armario opuesto a la puerta de entrada al armario había

una puerta de batiente de estilo antiguo, que llevaba a un vestidor. Esta habitación tenía un

lavabo doble con un espejo de maquillaje profesional, donde podías controlar la iluminación

para el tipo de atmósfera que desearas. El mostrador y las estanterías estaban completamente

llenos de cosméticos, pintura de uñas, productos para el pelo, lociones corporales, etc. Frente

a cada lavabo había dos escabeles forrados situados al nivel adecuado. Había un

reposapiernas normal debajo de los lavabos. Cerca de la pared trasera estaba colocada una

tumbona de cuero negro. Las cuatro paredes estaban completamente cubiertas de espejos,

incluida la puerta de corredera situada en la lado opuesto a las puertas de batiente.

Esta puerta conducía al cuarto de baño. El cuarto de baño era espectacular. Los suelos eran

de mármol blanco, mientras que la bañera, la ducha, el retrete y el bidé eran de mármol de jade

verde. La bañera, doble, estaba colocada en un soporte elevado. Había chorros de jacuzzi

montados en las esquinas. En dos de las paredes había ventanas panorámicas y en el techo

una claraboya. Por todas partes plantas naturales.

Mientras me acercaba a la puerta abierta, escuché la televisión. Me detuve en el umbral, sin

querer interrumpir. Estaban allí desnudos, tumbados sobre el edredón. Siguieron viendo la tele

e ignorando mi presencia. Esperé hasta que escuché un anuncio y finalmente hablé.

"He terminado de limpiar el patio."

"¿Qué has hecho con nuestra ropa y con la tuya?" preguntó Sheila.

Inmediatamente supe que me había olvidado de recogerlas. Podía sentir de hecho una oleada

de ansiedad que me recorría el cuerpo. Hubo un silencio incómodo antes de que hablara.

"L-l-lo siento. Las he dejado en el suelo," balbuceé.

No hubo respuesta. Solo silencio.

"Las recogeré ahora," dije por fin.

"No." Dijo Sheila. "Ven aquí y arrodíllate en el suelo."

Me encaminé al lado de la cama donde estaba Sheila y me arrodillé junto a la cabecera, de

cara a ella.

"Creo que es hora de empezar a usar los artículos que hemos comprado durante el último mes,

¿no te parece, Tom?"

"Tiene que aprender," dijo Tom sonriendo.

Su dureza me indicó que disfrutaba con esto tanto como Sheila. Sentí, también, que me estaba

excitando. Sheila se sentó en la cama, las piernas colgando sobre el borde, mirándome

directamente a los ojos. Luego me puso el pie en el pecho y me empujó con fuerza. Caí de

espaldas sobre la alfombra.

"Aparta de mi camino," dijo mientras pasaba por encima de mí en dirección al armario.

Desapareció dentro del armario. Volví a ponerme de rodillas y esperé. Tom siguió viendo la tele

como si yo no estuviera allí. Al cabo de unos quince o veinte minutos Sheila reapareció. Estaba

preciosa. Se había recogido el pelo hacia atrás formando un moño. Los labios pintados de rojo

oscuro. Llevaba un bikini de cuero. La parte superior y la inferior eran solo un armazón hecho

de tiras de cuero y broches de cromo. El pecho completamente al aire. Una única tira le bajaba

por la raja del culo y subía por encima de su montículo. Llevaba las piernas al aire, y zapatos

de tacón de 5 pulgadas (unos 12,5 cm) que dejaban al aire la hendidura de sus largos dedos.

Llevaba un maletín de cuero de buen tamaño. Volvió hacia mí. Dejó el maletín sobre la cama y

lo abrió delante de mis ojos. Había equipo de sado: mordazas, tapones anales, pinzas,

diferentes tipos de látigos, y unos cuantos artículos que ni siquiera reconocí. Me esposó las

muñecas delante de mí, les enganchó una corra y me arrastró hacia la puerta del armario.

Luego ató con firmeza la correa al pomo de la puerta, dejando poco o nada de holgura. Yo

estaba de rodillas, mirándome en el espejo, incapaz de moverme.

"¿Estás cómodo?"

Sabía que su sarcasmo no precisaba respuesta.

Sonrió con desprecio y volvió al maletín y sacó un látigo. Era un pequeño gato de nueve colas.

Podía ver todo lo que hacía en el reflejo del espejo. Se echó atrás y se colocó detrás de mí.

Levantó el látigo. Sentí la intensa punzada en la espalda. Luego la vi sonreír y sus ojos llenos

de lujuria. Y luego volvió a levantar su brazo musculoso. Me puse tenso, preparándome para

otro golpe. No me defraudó. Dolió más que el primero. Esta vez grité. Luego otro, aún más

duro. Una y otra vez descargó sobre mí el látigo, golpeándome ahora con toda su longitud.

Perdí la cuenta.

El dolor era tan intenso que perdí la capacidad de enfocar la vista. Me flageló durante varios

minutos, aunque pareció ser mucho más. Cuando acabó yo estaba gimiendo de dolor. Nunca

me sentí más humillado, y sin embargo nunca me había sentido más sumiso. Desató la correa

y me introdujo en el armario. Me llevó a un gancho, sujeto a la pared, a unas seis pulgadas

(unos 15 cm) del suelo. Estaba en su lado del armario, cerca de los zapatos. Sujetó bien la

correa al gancho. Yo estaba sobre la espalda, mirándola. Me miraba directamente a los ojos.

Me puso la punta de su zapato sobre los huevos y empujó con fuerza. Hice una mueca de

dolor. Habló despacio.

"Espero que hayas aprendido la lección."

"Sí, Ama Sheila," me quejé suavemente.

Apretó más.

"Le juro que he aprendido la lección, Ama," dije con más fuerza y claridad que en la respuesta

anterior.

Sonrió, y finalmente retiró el pie. Luego se dio la vuelta y salió, dejándome conmigo mismo.

Dejó abierta la puerta del armario. Pude escuchar que volvía a la cama. Luego les oí a ella y

Tom hacer el amor. Luego se hizo el silencio. Se prepararon para dormir y yo seguí despierto,

sintiéndome más como un esclavo de lo que nunca pensé que sería posible. Al final me debí

pasar con la dosis.

Lo siguiente que sé es que la habitación se llenó de luz. Abrí los ojos adormilado. Pude

distinguir la figura de Tom sobre mí. Estaba desnudo.

"Se acabó la mañana para ti," dijo sonriendo.

"Buenos días señor."

"Sheila todavía no se ha levantado. Son solo las siete, de modo que probablemente tendrás

otra hora o así de estar atado. Me voy a duchar y a prepararme para trabajar." Luego se dio la

vuelta y se dirigió al baño. Dejó la puerta abierta, porque la siguiente cosa que escuché fue a él

orinando en el retrete. Luego el ruido de la ducha. Luego se paró. Tenía que estar secándose,

porque durante unos minutos no escuché nada. Luego sonó el grifo del lavabo del vestidor. Le

oí afeitarse, cepillarse los dientes, etc. Luego volvió al armario, sacó su ropa de diario y volvió

al vestidor. Veinte minutos más tarde volvió al armario, vestido con traje de negocios, con

aspecto de estar listo para un día de oficina.

"Que os divirtáis los dos hoy," gorjeó.

Salió al dormitorio. Diez minutos más tarde oí arrancar su coche y la puerta del garaje se abrió

debajo de mí. Me quedé allí tumbado, en el suelo del armario, esperando a que Sheila se

despertase. Estuve allí otra hora antes de escuchar la alarma del despertador. Cinco minutos

después entró en el armario. Estaba desnuda. Incluso recién despertada se la veía hermosa.

Pasó por encima de mí, colocando un pie a cada lado. Se arrodilló, se inclinó y desató la correa

del gancho. Pude oler su aroma de la noche anterior. Luego se levantó.

"Mientras hago mi trabajo matinal en la sala de ejercicios, quiero que llames a tu trabajo y

arregles lo de tu semana de vacaciones. Después de eso puedes ducharte y afeitarte. Quiero

que te afeites toda la zona púbica y debajo de los brazos. Esto te hará acordarte

constantemente de tus dueños, incluso cuando no estés en nuestra presencia. Utilizarás el

dormitorio de huéspedes de abajo para todo tu aseo personal.

"Pero Ama, cuando utilice una ducha pública en el gimnasio o la piscina todo el mundo lo verá."

"Eres nuestro esclavo. Eso significa que te mantendrás afeitado mientras seas de nuestra

propiedad. Si te resulta demasiado embarazosa la entrepierna sin vello, te duchas en casa. Si

no quieres afeitarte, podemos poner fin ahora a esta relación. ¿Quieres ser nuestro esclavo?"

"Sí Ama, y obedeceré."

"Bien," sonrió. "Entonces ocúpate de tus asuntos y yo me ocuparé de los míos. Y a propósito, si

acabas antes de que termine los ejercicios, reúnete aquí arriba conmigo. Desnudo, por

supuesto."

Dicho esto volvió al dormitorio, se puso unos pantalones cortos de los de correr, de seda negra,

una camiseta blanca sin mangas, calcetines blancos y zapatillas altas negras de correr. Luego

salió sin decir ni una palabra más. Llamé al trabajo y planteé las vacaciones. Como predije, no

hubo problema. Luego bajé a la cocina, me puse los pantalones y salí a mi coche para recoger

mi maletín y la bolsa de viaje. Volví al cuarto de huéspedes de abajo, abrí la ducha y me

desnudé. Me di una ducha larga y caliente. Salí y empecé a echarme crema de afeitar en la

cara. Una vez afeitado me eché crema en los sobacos. Me los afeité. Estaba sorprendido de lo

fácil que resultaba quitarse el vello. Me hacía sentirme femenino. Me miré en el espejo. Incluso

aunque de entrada no fuera muy peludo, me sentía más desnudo que nunca. Había dejado la

entrepierna para el final. Para esto me la empapé en agua caliente, y me apliqué la crema de

afeitar. Me senté en el borde de la bañera y empecé a pasarme la maquinilla por toda la

entrepierna. Me llevó tres pasadas más antes de dejar el área despejada. Luego a la ducha y

enjuagarme. Me volví a mirar al espejo. Me veía diferente. Quiero decir que mi aspecto me

hacía sentirme diferente por dentro. El afeitado parecía haberse llevado cualquier ego de

macho tradicional que quedara. Me sentía más esclavo que hombre. Lo cierto es que me sentía

bien. Me encantaba ser su esclavo. Pero también sabía que no podía vivir el resto de mi vida

bajo su dominio. En una semana tendría que reentrar al mundo real. Aunque ahora ese mundo

pareciera a miles de millas. Cruzaría ese puente cuando fuera el momento. Volví a subir y

esperé al Ama Sheila. Tomé una revista, salí a la terraza y disfruté de la hermosa mañana. El

cielo estaba azul, la temperatura en la parte alta de los 70 (N. del T.: son grados Fahrenheit,

unos 25 grados centígrados) y los pájaros cantaban a coro. Era una sensación especial. La

misma clase de sensación que la primera vez que me enamoré de una chica. Quién sabe, tal

vez me estaba enamorando de Sheila. Parecía más que un Ama. Con todo lo hermosa que era,

me estaba dando cuenta de que la parte más excitante de ella era su inteligencia. Era tan

agradable, tranquila y capaz de controlar. Su sinceridad era auténtica. Esto era su fantasía

tanto como la mía, y no intentaba esconderlo.