La senda de Keith
El inicio tras la Devastación de Ascalon.
-Arufel, estaré aquí mañana por la mañana.-espetó ajustándose el cinturón.
El tigre abrió los ojos mirándolo, y aunque Valandyl intuía que prefería no quedarse solo, no hizo amago de levantarse de su manta junto al fuego bajo. Si no fuera porque se conocían muy bien, el guardabosques habría pensado que a la bestia no le importaba lo más mínimo su suerte. Y así debería ser. En un mundo como Tyria, se estaba tan vivo como muerto. Pero eso no importaba. La vida, dura, cruda, desgarradora, cruel, a la vez que mágica y excitante debía seguir para el resto. Eran días en los que nadie (o casi nadie) pensaba en el mañana. Tras la Devastación, el mañana no existía para los hombres de Ascalon.
Se ajustó el carcaj de cuero, cogió su arco y tensó la cuerda para comprobar que estaba bien engrasada. El tigre seguía mirándolo, inmóvil. Esbozó una sonrisa, y se agachó a frotarle la cabeza.
-Eres un canalla, si no fuera porque algo fuera de lo normal nos une, te vendería a Jaruk para que te llevara en una jaula a un circo, y verías tierras con las que no me atrevo a soñar. ¿Sabes? Dicen que hay bichas parecidas a tí, pero con la piel lisa y parda como los campos de trigo en verano. ¿Te gustaría una novia así?
Al no responder el tigre, Valandyl se dió la vuelta sonriendo divertido, aunque una nube de preocupación atravesaba su mente. Miró por la ventana como si quisiera asegurarse de que de verdad era de noche, se volvió y salió del cobertizo. Caminaba por entre las casas de Ashford en silencio, pero la noche era tan calma que le pareció que podrían acertarle en la oscuridad a 50 metros. La idea no le gustó en absoluto, y decidió arrimarse a los aleros de los tejados, buscando la protección de las sombras. Al doblar una casa vió la construcción. Era el viejo molino de viento de Ashford, sobre una pequeña colina que dominaba la plaza central de la aldea. "Es de teja roja como los mofletes de mi prima Martel", pensó. Su prima le había adorado, para él había sido más que una hermana. Una mueca de dolor se dibujó en su cara al recordar que hacía ya muchos años que no veía su cara regordeta, rodeada de una melena larguísima, dorada y rizada. Y no la vería jamás. O eso le decía el corazón.
Entonces vió las sombras. Dos figuras envueltas en capas, rematadas por sombreros verdes ribeteados de plata y púrpura. "Púrpura, maldita sea...otra vez nigromantes...".-pensó, uniendo sus manos a la boca para gorgotear el canto de un mirlo. Las figuras se volveron hacia él, y una de ellas levantó la mano en su dirección, de la que emergió una pequeña lucecita verde, como un fanal. Instintivamente, se subió la máscara para ocultar su rostro, y empezó a caminar algo más confiado hacia el molino.
Las dos figuras desaparecieron tras la construcción, ocultas a la sombra de la luna, y Valandyl la rodeó para encontrarse con ellos junto a un montón de leña mojada ya por el rocío de la noche.
-Que Grenth guíe tus pasos entre la niebla, Valandyl Minyatur.-dijo el más alto y esbelto. Tenía una voz aguda, como una vieja chillona a la que el paso del tiempo ha ajado la voz y endurecido los tímpanos, necesitada de oirse a sí misma para saber que todavía sigue viva.
Valandyl se estremeció. Un escalofrío recorrió su espalda. Entonces tuvo la sensación de nuevo. Era un presentimiento que le venía a la mente instantes antes de meterse en problemas. Y algo le decía que estaba a punto de tenerlos. Y grandes.
-Que Melandru acoja tu reposo, nigromante.-dijo inclinando la cabeza levemente.
El más bajito hizo una reverencia tan cómica que el guardabosques se hubiera echado a reir a carcajadas al ver que se le caía el sombrero de ala ancha en un pequeño charco de barro mugriento. Al intentar recogerlo, el báculo puntiagudo perforó el fieltro. El otro no dijo nada, pero le miró con una cara de cansancio tal que pareció envejecer por momentos. Tras la máscara, la boca de Valandyl murmuró imperceptiblemente "Al menos ya sé quien es el listo...y el menos listo."
-Dejémonos de bendiciones.-espetó el alto, molesto. Se trata de un viaje. Tres días, a lo sumo cuatro. Confiamos en que eso es lo que tardéis desde aquí al valle del Regente. Protegerás a una persona importante, Valandyl Minyatur -el vello de la nuca se le erizó de nuevo al oir su nombre de boca de tan siniestro personaje-. No hablarás con él de nada personal. Esto es muy importante. Ni una palabra. No debes oir su voz, y el oirá la tuya lo justo para tener una travesía sin incidentes.Confiamos en que tu silencio como guardabosques sea parejo a tu destreza con el arco. Partiréis inmediatamente. No hay preguntas, él sabrá dónde ir una vez en la Propiedad de Marlor. ¿La conoces?
-La conozco.
-Tienes 5 minutos, os encontraréis a la salida del puente pasado ese tiempo.
Valandyl levantó levemente la testa, en un gesto claro de desafío.
-¿Y bien?
-No hay más preguntas.- contestó el bajito, molesto.
El guardabosques negó para sí mismo con la cabeza, se dió la vuelta y empezó a caminar de vuelta con Arufel. Era un alivio, el asunto no le había gustado nada.
Una voz chilona que ahora le pareció un susurro agradable sonó tras él.
-Seis de platino. Cuatro ahora mismo y dos al llegar a casa de Marlor. Si cumples estrictamente con lo pactado, es posible que sepamos ser...más generosos.
Valandyl frenó el paso en seco, cerrando los ojos, sopesando la situación. Seis de platino daban para un invierno tranquilo, e incluso para unas buenas mallas y una cuerda nuevas...
Se sorprendió a sí mismo, como si de verdad no hubiera sido él el que hubiera pronunciado la palabra: "Acepto"
El alto de la voz chillona esbozó una sonrisa siniestra que se le escapó a Valandyl. Al darse la vuelta solamente le dió tiempo a verle moviendo la cabeza con un gesto rápido, como indicándole al otro que le pagara. El bajito sacó una bolsa tintineante de su morral, y al tendérsela al joven, se le escapó de las manos, cayendo de nuevo en el charquito sucio. El guardabosques intuyó lo que iba a ocurir...al agacharse el nigromante otra vez a recoger la bolsa, su báculo se clavó en el cuero mojada, agujereándolo. La luz de la luna se reflejó en las monedas doradas. La mueca de cansancio apareció de nuevo en el alto, pero Valandyl seguía tan asustado que no se atrevía a reir.
Cogió la bolsa de manos del torpe mago de muerte e inclinó la cabeza en una mueca de despedida.
-Tres días bastarán.-aseguró seriamente.
-No olvides nada de lo que te he dicho, muchacho.-contestó el otro con sequedad.
El tono era ahora abiertamente amenazante. De todos modos, Valandyl estaba seguro de que, de no haber aceptado la misión, lo habrían atacado esa noche mismo. Y las posibilidades de salir con vida de un lance con dos nigromantes eran prácticamente nulas, incluso con Arufel como ayuda. Simplemente, no había tenido otra opción. Un sentimiento de final de sus tiempos le invadía mientras caminaba hacia el puente. "Tres días, tras ellos nada quedará para tí aquí, tan sólo muerte" eran las palabras que le asaltaban la razón en esos instantes. "Aunque puede que alguna vez lo haya tenido peor...", trataba de consolarse.
Al otro lado del puente de piedra, bajo un fanal colgado de un poste desvencijado estaba la figura esperada. Medía más de dos metros, y bajo armadura de placas de acero de reflejos dorados se adivinaba una constitución extremandamente musculosa. Un yelmo ocultaba por completo el rostro del guerrero. Pero Valandyl no era precisamente un joven corto de entendederas, y no pudo evitar de nuevo que el vello se le erizara al ver el caballo blanco sobre campo verde de la hebilla del cinturón. El emblema de la Casa Real de Ascalon. Aldebern en persona, frente a él. O Rurik. Se decía de él que había partido más de cien cráneos de Charr antes de retirarse en el Muro del Norte. Y, a juzgar por el tamaño de la espada que colgaba de su cinto, debía ser verdad...
(Continuará...)