La señal

Andaba en la busqueda de una señal que me indicara el rumbo que debia de seguir, me encontaba desesperado....

La señal

No había encontrado la señal, desesperadamente pensaba mientras corría escaleras abajo. Me seguían en la carrera mi esposa y mi amante. Iba huyendo de ellos y de todo, mi ánimo alterado me impedía razonar, me sentía impotente ante lo que había ocurrido, según yo un mal irreparable. Estaba en la cúspide del éxito profesional y no me satisfacía, me había arrebatado la libertad, era un esclavo del trabajo. Ni siquiera había podido disfrutar a mi hijo y mi vida entera se empezaba a desmoronar. El implacable destino la había hecho trizas. Detrás de mí escuchaba los gritos de Sylvia y Alfonso. Me sentía acorralado, la cabeza estaba a punto de estallarme, el aire me faltaba. Llegué al primer descanso, el 5º. Piso. Los cristales rotos del ventanal dejaban pasar ráfagas de viento helado que me golpeaban el rostro. La luz de las escaleras era escasa y mi carrera apresurada. No tuve tiempo de ver que en un peldaño, justo el que pisé de lleno, había líquido derramado, tal vez refresco o cerveza. Mi pié resbaló, perdí piso, mi cuerpo dio una pirueta y cayó con fuerza y estrépito para iniciar el descenso descontrolado cuesta abajo. Mientras mi cuerpo descendía escuchaba gritos y sollozos.

Mi cuerpo rebotó una y otra vez, mi cabeza se estrelló y un golpe seco freno la caída. A mi lado estaban ya, ella llorando, el aterrado. Lentamente me fue invadiendo un sopor que me adormecía o tal vez fui perdiendo la noción de todo y dejé de escuchar. Aunque estaba atrapado en un laberinto sin salida tenía miedo a morir, me daba cuenta que estaba tirado pero no podía moverme. No quería abandonarme al sopor pero no puede evitarlo. Mi mente repasaba vertiginosamente mil imágenes. Mi vida pasaba apresurada por mi cabeza, como un remolino. En medio del torbellino llamaba a Javier, repetía incesantemente su nombre, buscaba su mano.

Mi mente queda en blanco por un instante y de pronto se instala la imagen de mi hijo. Su rostro mofletudo e infantil. Duerme tranquilo y sonriente, su cabeza húmeda de sudor que absorbe mi rostro cuando me acerco a besarlo. Mi pequeño hijo, cuanto lamento no ser parte de tu crecimiento, de tu persona, de tus afectos. Si las cosas hubieran sido de otro modo..., ojalá no viva como yo, ojalá no se avergüence de mí, a sus tres años es tan tierno aún. Mis ojos se humedecen, como cuando yo... Tenía tres años, era mi cumpleaños, estaba feliz porque iba a romper la piñata que había hecho para mí Coco, mi madrina que quería tanto. De pronto llegó Manuel mi hermano mayor y anticipándose a mi turno se abalanzó a la piñata y a palos furiosos la destrozó. Me vi llorando mientras mamá me consolaba....

Me vi trepando árboles, jugando fútbol, gritando, peleando y haciendo excursiones solitarias. Volví a sentir la pena por las peleas de mamá y papá, sus desacuerdos, los gritos y lágrimas. La incomprensión abismal de mi padre, su preferencia inentendible hacia Manuel a pesar de que yo era mejor hijo, mejor hermano y mejor estudiante. A pesar de que yo era distinto. Como instantáneas vi las caras traviesas de mis dos pequeñas hermanas tan inocentes y ajenas a mí. Mi dolor con la emigración, las caras tristes de mis amigos, el cambio y la difícil adaptación a la nueva ciudad.

Por mi mente pasaron con la claridad de una película las imágenes del primer amor, Lily, la primera niña a la que toqué los pechos y con el despertar de la primera juventud me enseñó el sabor de los besos. Recordé sus labios rojos y sus enormes ojos negros, el perfume que desprendía su cabellera suelta y ondulante que provocaba mis incontrolables erecciones. Mi primer dolor, Jimy. su asedio, mi aceptación a lo prohibido, sus besos, después sus miedos y finalmente su olvido. A partir de él supe cual era mi destino y naturaleza, sufrí y aprendí que sexo no necesariamente es amor y amor no funciona entre hombres. Lo aceptas o lo descartas de tu vida. En mi caso era demasiado el gusto y la necesidad para omitirlo así que muy pronto tomé una decisión. Tomaría el sexo como tal, podría amar a cualquier mujer. Finalmente podría tener los instrumentos necesarios para satisfacer mis deseos y llenar la parte afectiva de la que carecía. Así pues decidí no privarme del placer que me producían ambos géneros. Eso si, sin hacer ningún vínculo formal con nadie, no estaba en mi cabeza casarme ni tener hijos, como no lo estaba vivir con nadie permanentemente.

Con mucha fuerza y tal vez con mas lentitud mi trayecto por los recuerdos se detuvo en Javier, mi amigo y hermano. Ese con quien había compartido muchas emociones y aventuras, ese que me conocía tanto, quien me demostró mas cariño y lealtad que mi hermano de sangre y me había compartido desde su pan hasta su familia. Me ví en el pequeño espacio de su casa cuando enfrenté a mi padre y me fui a vivir "solo". Después su boda y su partida. Javi se había ido, vivía en otra ciudad y él no sabía de esta angustia, de este miedo, de esta culpa. Si el estuviera aquí conmigo, me ayudaría como siempre lo hizo. Como lo extrañaba y cuanto me hacía falta un abrazo suyo.

Postrado recordaba que las cosas no siempre son como uno las planea. Llegaron casi a la par Sylvia y Alfonso. El, con los aires de cambio, cuando todo en mi vida era nuevo. Nos hicimos amigos, me empezó a enamorar lentamente hasta enloquecerme de pasión, siempre contenida por miedo hasta que finalmente pudo liberarse una noche de tragos. Fuimos pareja sin pedirlo ni exigirlo. Nos convertimos en amantes furiosos pero furtivos. La vida nos separó antes de estar listos para asumirlo. El se enamoró de Estela, me dejó y yo encontré en la primavera a Sylvia que me subyugó con sus encantos y cualidades. Los restos de amor que quedaban y su recuerdo se fue al cajón del olvido.

Ella me enamoró por su pasión de vivir, por su rebeldía y sobre todo por su entrega. Poseía la extraña capacidad de ser feliz y disfrutar su sexualidad. Mi mente fugaz recreaba el brillo de locura en sus ojos que me iluminaba las incontables ocasiones que copulamos. Las muchas formas que conocimos e intentamos hasta encontrar la nuestra donde nos emparejábamos. Descubrimos la maravillosa fórmula para lograr el entendimiento y acoplamiento preciso en el que mil veces morimos lentamente inmersos de placer en la sinfonía de los cuerpos amorosos. Me inundó de nuevo el olor de su piel anhelante y la humedad de su vagina. La piel se me eriza con el recuerdo de sus labios verticales que besan, acarician y aspiran mi caliente verga que enardecía en el juego y exploración. Solo ella fue capaz de permitirle salir y entrar tantas veces como el deseaba. Siento la textura de su piel suave en sus redondeces rotundas, en los desafiantes senos que erectos se elevan como imantados a mi pecho y se erizan temblorosos y se cobijan en él y también siento como se hinchan los pezones oscuros que invariablemente chupo y lengüeteo y pellizco. Me inundan los susurros y silencios, los gemidos y los gritos. Su voz que dijo que mis manos que se volvieron expertas en su cuerpo, que aprendieron a recorrer cada punto que electrizaba su cuerpo. Porque ella enseñó a cada dedo a explorar sus partes mas recónditas, a despertar al pequeño habitante que vive oculto en la parte superior de sus labios y que a fuerza de estímulos se convirtió en una parte importante que no debía ser olvidada nunca mas. Por fin revivo el fuego de la pasión, el triunfo de la posesión y la sensación de estar en su cueva caliente y pegajosa que trémula me enviaba las señales que acompasaban mis movimientos hasta llevarnos a explotar en la dimensión desconocida y rendirnos en la paz del cuerpo satisfecho. Su cuerpo todo se me rebela como en un adiós, sus piernas me siguen atrapando y las uñas de sus manos las llevo todavía clavadas en mi espalda, como si quisiera irse conmigo.

En medio de la inconciencia siento calor en mi sexo, un temblor apenas, estoy empalmado y el placer me recorre.... Las imágenes siguen corriendo. Todo paso tan rápido, tres años me duró la felicidad, porque a partir del nacimiento del único hijo todo cambió. Dejé de ser el rey, mi trono se derrumbó como castillo de arena. Fue entonces cuando reapareció el viejo amante que con pródigas caricias me cobijó y consoló y consolé del engaño que el también había tenido con el abandono de Estela. Mas furtivo aún y con mas fuerza resurgió el amor empolvado. No se había agotado. Ahora veía que mi vida eran ellos, ambos, hermosos y perfectos como únicos ejemplares de su especie, con ellos llenaba todos los huecos emocionales y afectivos que mi vida necesitaba.

Y vuelvo a vivirlo, la última tarde que estuvimos juntos, en que por vez primera ví el miedo en los ojos de Alfonso.

El lugar de nuestras citas clandestinas era su departamento, y la hora cualquiera excepto las de la noche. Esa tarde me excusé para no volver a la oficina. Ya me esperaba, era la imagen viva del erotismo, recién bañado, con solo un pantalón cubriendo su cuerpo moreno, descalzo, sin loción ni desodorante. Algunas gotas de sudor brillaban o se escondían en el vello rizado de su torso. No podía sustraerme al hechizo, era demasiado para mis fuerzas, aniquilaba mi voluntad. Pude ser su esclavo pero para el fui su igual. Lo beso por enésima vez, sus labios no agotan la miel, su cuerpo es mi alimento. Lo atrapo en mis brazos, no lo dejo ir. Mi cuerpo esta hablando al suyo, la cama lo sabe y mullida nos recibe. Con los brazos levantados él se rinde a mi, se abandona al deseo.

Estoy montado sobre su cuerpo, lo observo completamente. El delirio da pinceladas a su rostro pintando su cara de ángel, espera que me lance sobre el. Mi lengua lame cada centímetro de su cuello, torso y axilas. Su olor a tierra caliente enervan mi olfato. El baja sus brazos y comienza a acariciar mi cabeza, hunde sus dedos en el pelo y la nuca, me guía por el camino de su placer. Me quita la camisa, afloja el cinturón e intenta despojarme del pantalón. Yo me retardo, aunque la ropa me estorba el roce de la misma es parte del ritual. Enhiestos se buscan y chocan entre ellos en provocada repetición, hacen presión en el abdomen, presos todavía aunque no por mucho tiempo ya que las manos se encargan de dar libertad, con tirones, con caricias rudas. La ropa se avienta, los cuerpos desnudos inician la contienda prohibida del amor.

Me recibe un hueco que aprieta y que aspira, que empuja y se resiste. El sonríe, me muevo con frenesí hasta arrancar sus gritos ahogados que me enervan mas. Mi cuerpo desmadejado sobre el suyo, cerramos los ojos, nos abandonamos al reposo. Como eco regresan mis palabras. No te veré mas, este es el adiós. Veo su miedo y por solo un instante sus ojos brillan con una lágrima contenida.

Recobro la conciencia fugazmente porque me estoy corriendo, mi verga dura tiembla y explota en chorros intermitentes que parecen interminables. Me debilito más, tengo tantas ganas de dormir pero la mente no detiene la secuencia de imágenes. Es año nuevo, debo decírselo, no merece este engaño, pensaba sentado en la mesa pero cuando veía su cuerpo envuelto en rojo, mi sangre volvía a hervir y solo me levantaba para abrazarla, darle un beso en el cuello y asomarme a sus profundos ojos a decirle que no la merecía. Brindamos y en el sopor el alcohol deseaba ver a Alfonso, él también debía saber que lo extrañaba y necesitaba, no podía seguir así, no pude desprenderme de él. Debía saber también que mi cuerpo no podía empezar el año sin tenerlo junto a mí. Seguimos brindando, hacemos nuevos propósitos, reímos. Mi rostro se ensombrece por la congoja, quiero al menos escuchar su voz y decirle que lo siento, que debe estar presente, es parte de mi vida. Ella me ve, intenta descifrar mis pensamientos, a veces pienso que lo sabe todo. Es entonces cuando me acomete la culpa y sé que debo decirle, pero le haría daño y a mi hijo, como podría vivir sin ellos. Elevo mi pensamiento e imploro al cielo una señal que me indique que debo hacer.

El año nuevo ha empezado apenas y ya me duele su ausencia, creo que ella sospecha, que angustia, me estoy volviendo paranoico o loco. El reloj marca las dos, empiezan a retirarse los invitados. Quedamos solo ella y yo. Me pide ir a dormir, está cansada pero yo únicamente quiero estar solo para hablar por teléfono. La acompaño a la cama, la arropo y el beso febril que le doy me avergüenza. Debo decirle. Suena la puerta y mi sangre fluye apresurada, el corazón bombea ruidoso. Descansa mientras veo quien es, tal vez alguien olvidó algo, digo queriendo equivocarme. Quiero que sea él y esa vez mi deseo se concede. Con solo estar dentro de la casa, mi boca se prende a la suya y nuestras manos chocan en el impulso mutuo de acariciarnos el sexo. Me desprendo de él y lo abrazo sin permitir ningún hueco entre nuestros cuerpos. Me susurra ¡Feliz año nuevo! Sonrío feliz. Le digo a Sylvia que llegó Alfonso y que saldremos a tomar algún trago. Me pide que no salga, que nos quedemos en casa aunque ella no puede acompañarnos, tiene sueño y frío, que esté con él y que no tarde mucho. También yo quiero descansar, le miente mi voz.

Regreso a la sala con Alfonso. Está de pie, esperando. Me atrapa y me besa. Con voz baja me pide que deje a Sylvia, que viva con él. No puedo hacerlo. Ya no hablamos, sentados nos miramos. Apagamos algunas luces, nos basta con estar juntos ahí. Recarga su cabeza en mi hombro, aspiro su olor, me siento pleno. Sin darme cuenta me convertí en el centro, en el hombre de la vida de ambos y he de reconocer que me sentía enamorado de los dos, aunque tal vez mi error fue que nunca se los dijera, ya no lo sabrán. No escucho los pasos que se deslizan por la alfombra. Es Sylvia, su cara refleja sorpresa al vernos juntos. Enciende la luz y dice ¿qué significa esto?. Me levanto como resorte, no sé que contestar, busco la puerta y empiezo a correr por el pasillo hasta llegar a las escaleras, huyo de mí mismo....

Las fuerzas me abandonan mientras el placer del orgasmo me tiene atrapado, creo que tiemblo.... Mi cuerpo se llena de tranquilidad, es plácido estar así, quiero dejarme ir, abandonarme totalmente, solo lamento no haber tenido oportunidad de decirles que los amo. Una fuerza extraña llega a gran velocidad. Se mete en mí, me arrastra, me hace desprenderme del piso. Es solo luz que me toca e inunda mi cuerpo dejándolo incandescente como cuerpo celeste. No siento ya mas, me libero al fin, todo es luz.

En algún momento mi cuerpo desmadejado es azotado e invadido, tiene una gran presión en el pecho que produce dolor y una ráfaga de conciencia, son unas manos firmes y duras que no identifico.... Mi cuerpo es como un muñeco de trapo, como una luciérnaga que agoniza, cuya luz se va extinguiendo mientras es conducido a no se que lugar. Estoy acostado y una voz dice que estoy recuperando color. Vuelvo a percibir mi entorno aunque es confuso, el dolor en cada músculo, en cada hueso de mi cuerpo, me va despertando.

Otra vez estoy aquí, vivo y demasiado débil para entenderlo todo. No tengo noción del tiempo, no sé cuanto he pasado inconsciente, siento vértigo y me parece a cada instante que me voy de nuevo a la nada. En un momento de cordura digo casi sin voz que los amo. A través de mis ojos que no se abren del todo veo las frías paredes blancas. Estoy acostado en una cama de hospital, el olor aséptico me lo confirma. Hay algunas sombras en el cuarto. Ahí están. Sylvia dice que me aman, que lo que estuvo a punto de suceder es una locura. Alfonso no habla a través de la voz sino con los ojos nublados de lágrimas. Me siento culpable del dolor de ambos.

Abro totalmente los ojos, los miro, los abrazo y los beso. La vida me ha dado una segunda oportunidad, lo sé. Me miran perplejos. No se que decir pero no quiero perder esta oportunidad. La verdad es la única que me ayudará porque esa es la señal, es la voz que he oído y la que debo seguir. Es el camino a la libertad aunque tenga que empezar de cero, a pesar de que pueda implicar perder lo que mas quiero.

Jeram.

Febrero 2006.