La segunda cita
Cuesta admitirlo, soy adicta a sus palabras, a sus caricias, a su voz quebrándose cuando termina dentro de mí.
¿Llegaría?
La duda estaba justificada, la cita se acordó cinco días atrás y desde entonces no tenía contacto con él. Más que una duda, era casi una certeza de que mi cuerpo, mis ganas y mis ansias se quedarían esperándolo. Cuesta admitirlo, soy adicta a sus palabras, a sus caricias, a su voz quebrándose cuando termina dentro de mí.
Me estoy arriesgando con ese hombre, tengo mucho en juego. No nos conocimos para esto. Y, aun así, él me hace vibrar de una forma que no comprendo y que he permitido. Le di entrada en mi cuerpo…, pero lo grave fue darle entrada en mi mente. No es sencillo ver que ahí está todo mi ser, en una relación a corto plazo que jamás prometió ser otra cosa.
Odio darme cuenta de que no puedo actuar con él como con cualquier otro hombre. Me congelo. Es tonto, lo sé, pero acudo a la cita convencida de que él no estará ahí. En mi cabeza se han desarrollado todos los escenarios resultado de su olvido, imagino sus palabras si es que después lo recuerda, imagino mis palabras si es que jamás pasa por su mente. Pero no puedo decirle que voy para allá, no puedo decirle que ya he llegado, no puedo decirle que me he preparado para sus manos, para su lengua, para ser poseída por él. No puedo. Prefiero presentarme así, con un sexo húmedo e implorante, y toparme con una silla vacía.
Bajo del taxi que oportunamente me ha dejado en el otro extremo de la entrada de la cafetería. Regreso unos pasos, nerviosa, ansiosa, giro a la izquierda y ahí está él. ¡Ahí está él! ¡Dios!, mi corazón explota y sus pedazos arman una represa en mi garganta. Sentí pánico mientras me acercaba, ese era nuestro segundo encuentro. Habíamos tenido una primera cita abrumadora de sexo, de pasión, de entrega. Pero, ¿y si sólo fue el resultado de jugar con los mensajes del móvil? Ahora no sabía si en realidad nos gustábamos, si de verdad había ensamble entre nuestros cuerpos.
Estaba a punto de saberlo.
Él, al verme, saltó de su silla y rodeó la mesa donde estaba instalado con su laptop. Sonreímos, ¿dijo algo?, lo he olvidado. Se borró de mi mente en el instante en que me acercó a su cuerpo y empezó a besarme. Todo lo demás perdió importancia. Sus manos en mi cuerpo, su lengua dentro de mi boca. Me derretí. ¿Quién es este hombre que tanta potestad ostenta en mi ser? Olvidé donde estaba, olvidé que esto es una aventura, que somos amantes, que deberíamos cuidarnos de la gente. Después de ese momento sólo me interesó ser suya, cada minuto del resto de esa mañana.