La secta de la dominación 1

A toda puta le gusta que la controlen

Ritual de iniciación a la sumisión

Una vela se ha encendido en el medio del salón. Sé perfectamente lo que significa. Su olor llega hasta todas las habitaciones de la casa como señal de aviso. El señor quiere nuestra presencia.

El señor, el señor, el señor. ¿Quién es? Todavía no lo he visto.

—    Corre, no vaya a ser que se enfade. Él quiere que seamos obedientes y eficaces.

—    Sí, disculpa. Pero ¿quién es?

—    No hay tiempo que perder. El señor nos espera. Ahora lo descubrirás.

Con un tirón de mi blusón, me sacó de mi habitación y me empujó hasta la fila que estaban haciendo las mujeres. Todas estábamos vestidas iguales porque al entrar nos habían despojado de cualquier pertenencia (ropa, maquillaje, comida, recuerdos personales, móvil…). No podíamos salirnos de la cola infinita de mujeres porque había mucha vigilancia. «Cualquier movimiento extraño será castigado» decían los altavoces del lugar.

El señor, el señor, el señor. ¿Qué quiere de nosotras?

—    Perdona, ¿a dónde vamos?

—    Cállate, joder. ¿Quieres que nos escuchen? Sigue la fila y no pienses. No voy a sufrir ni un castigo más por culpa de una estúpida curiosa.

—    No hacía falta ponerse así. Lo he dicho casi susurrando y tú eres la que está haciendo más ruido. Vete a la mierda.

Seguimos avanzando, como hormigas que transportan sus alimentos, por las galerías del recinto. Parecía una cárcel como las que salen en las películas. Pero no era una cárcel. Todas estábamos allí por nuestra propia voluntad. ¿Todas? Ninguna recordaba por qué estaba allí, pero tampoco hacía falta preguntárselo. No se respiraba un ambiente tétrico, solo se vivía un clima de obediencia y disciplina.

—    Ay, perdón. No, no ha sido queriendo. Me he caído. Volveré a la fila rápidamente. Disculpas.

—    Puta, se ha acabado tu tiempo. Ahora verás lo que les pasa a personas como tú.

—    No, por favor. Que me ayude el señor, que me ayud…

Se la llevaron arrastrando dos guardias del lugar. No eran guardias pero ejercían toda la autoridad ante nosotras. Quizás porque eran hombres. O porque estaban vestidos de forma autoritaria y destacaban entre nuestros uniformes apagados.

¿El señor permitiría eso? ¿A dónde se la llevaban? Ay, ay, noto el ruido de los …

—    Ahora te vas a enterar de lo caro que cuesta un error aquí.

—    Por favor, no he hecho nada. Me he tropezado conmigo misma porque soy torpe.

—    Cállate y empieza a quitarte la ropa. Tienes unas tetas de vaca que tienen que ser usadas.

Sin esperar una respuesta de ella, comenzó a destrozar los harapos de su vestimenta. Se lanzó como animal en celo por su presa, sin dejarle tiempo a que procesara lo que iba a pasar. Rompió de un solo arañazo la blusa grisácea que llevaba y dejó al descubierto sus tetas.

Señor, no veas esto. No veas lo que va a ocurrir, por favor.

—    Joder, son gigantes. Son incluso más grande de lo que se podía notar. Nos lo vamos a pasar muy bien ellas y yo.

—    Ah, ah. No agarres más fuerte, por favor. No puedo aguantar. Aaaaaaaah. Para, por favor.

—    Te vas a enterar de lo que puedo hacer con tus tetas, guarra.

Era un sádico. Comenzó a pellizcar con mucha fuerza sus pezones mientras hundía sus uñas en las areolas rosadas y grandes de la pobre mujer. Le escupió en la boca para que dejara de gritar. Solo se escuchaba el silencio de sus movimientos, que estrujaban como si fueran zarpas furiosas los pechos de la dolorida mujer. No podía cogerlos por completo con sus manos, eran demasiado grandes. Pero disfrutaba cargando y apretando la masa sin forma que caían en sus manos.

Señor, porque tú me lo enseñaste. Señor, solo soy tu intercesor. Señor, ven pronto.

—    ¿Te gusta? Estás muy callada. Quizás quieras más fuerte…

—    No, por favor. Te suplico que no. Estaré callada pero no aumentes la fuerza.

—    Cállateeeeeee. Aquí mando yo, zorra de mierda.

Empezó a lamerlos. Aliviaba la rudeza de sus movimientos. Los había dejado rojos en menos de un minuto. Ante la sensación de la lengua que enfriaba los calientes pechos de ella, no pudo contener un suspiro de placer. Comenzaba a disfrutar.

Señor, solo lo hago por ti. Señor, por ti. Solo por ti.

—    Ya veo que te gusta, eh, puta. Verás ahora cuando saque las pinzas.

—    […]

—    ¿No dices nada? Te vas a enterar.

La hostia no la vio venir. No esperaba más dolor por parte de aquel hombre. Lo que no sabía era lo que le esperaba. Sacó una pinza del bolsillo y se la clavó en la punta del pezón mientras le dedicaba una sonrisa complaciente a pocos centímetros de su casa. Acto seguido, se quitó el cinturón del uniforme y se lo guardó en la mano. Bajó los pantalones de ella y la obligó a ponerse de rodillas echada hacia delante con el culo en pompa.

Que sea rápido, señor. Se lo suplico, clemencia. Señor, ayúdame

—Abre las piernas que quiero verte bien el culo.

—Por favor, eso no. Te lo suplico.

—Ábrelo ya, joder.

Levantó lo más que pudo el culo y recibió los azotes con el cinturón. Uno tras otro. Cada vez más fuerte. Aprovechó para abrirle el culo y meterle un dedo. Entró con dificultad mientras le tiraba del pelo contra él y le tapaba la boca para que no hiciera ningún ruido. Solo quería follársela analmente.

Su coño le pertenece al señor. El señor, su dueño. Oh, señor.

—    Joder, noto como te palpita el culo, zorra. Querías sentirlo dentro, ¿verdad?

—    […]

—    Voy a reventarte el culo. Prepárate.

Aprovechando el movimiento de mete-saca de su dedo y el hueco que estaba formando, metió un segundo dedo. Cada vez notaba el culo de esa zorra más abierto para su polla. Pero todavía no estaba preparado. Necesitaba seguir sufriendo y sintiendo daño para que después se pudiera liberar y tuviera placer.

Solo con dolor se siente placer, señor. Solo con dolor. Dame dolor y deja que disfrute, señor.

—    Creo que vas a estar lista pronto para meterte mi polla. Te va a doler, por eso lo hago. Son 16 centímetros que te van a taladrar hasta lo más dentro de ti.

—    […]

—    Antes te voy a morder el culo muy fuerte para dejarte mi marca. Tómatelo como un recuerdo de lo que ha pasado hoy.

Clavó sus dientes con mucha fuerza en la nalga izquierda. Ella ya no gritaba. Hacía tiempo que había dejado de mostrar dolor. Solo sentía placer por el contraste de sensaciones. El frío se había convertido en calor. El dolor en placer. Ella era una puta, lo estaba permitiendo todo e incluso se sentía cómplice.

¿En qué me he convertido, señor? Ven por mí pronto, señor.

—    Ya no te resistes, puta.

—    […]

—    Sabía que querías que ocurriera. Lo has provocado tú sola. Qué guarra eres.

Cuando se cansó de apretar y babear su nalga, le escupió en el agujero del culo que seguía dilatado por sus dedos. Parece que esto le gustó porque se estremeció y se le escapó un suspiro.

No quiero pensar más, señor. Me dejo sentir, señor. Soy libre, señor.

—    Parece que ya estás lista para mi polla.

—    Sí.

—    Cállate y aguanta.

Era la primera vez que volvía a hablar después de todo lo que estaba pasando. Había permanecido en un silencio que solo rompían sus suspiros y gemidos. Había hablado para responder afirmativamente. Estaba deseando que ocurriera. Ya no hay marcha atrás.

Toma mi culo, señor. Aquí lo tienes. Haz lo que quieras con él, solo soy tu sierva, señor.

—    Joder qué caliente está. Estabas muriéndote por que te la metiera, eh.

—    Ufffff

—    Nadie te ha dado permiso para gemir, zorra.

Le rellenó su culo con la polla. Cada estacada que le metía le sabía a gloria. No podía aguantar tanto placer anal. Su culo había sido entrenado para eso y no podía aguantar ahora todo el placer que le causaba el daño que le había hecho antes. Iba a correrse sin haberse tocado el coño. Pensaba que no sería tan guarra de hacerlo, pero lo hizo. Cuando él comenzó a acelerar las embestidas, ella no aguantó más y se corrió como nunca se había corrido. Fue un orgasmo mantenido en el tiempo. Las venas de la polla de él le hacían fricción por dentro del culo, una sensación que no había sentido antes. No quería que terminase nunca. Quería ser suya para siempre. Entregarle el culo y todo lo que le pidiera. No quería que terminase nunca. No quería, no. Pero él tenía más cosas que hacer. Ella no era más que un entretenimiento fugaz como tenía cientos a lo largo del día. No quería perder más el tiempo con la puta y se corrió. Lleno de semen las entrañas de ella. Sintió como se resbalaba todo hasta dentro a la vez que seguía empujando. Cuando no aguantó más, el semen rebosó hacia fuera llenando las piernas de ella. No le cabía más semen. Cayó al suelo rendida.

Señor, he cumplido con mi misión. Alabado seas, señor.

[Continuará...]

Tenéis mi correo para encargar relatos personalizados: saritagarciasanz@gmail.com . Espero vuestros comentarios y una valoración positiva para seguir esta serie de relatos. Esto solo es el comienzo. Merece la pena.