La Secre y el Jefe
¿Qué jefe o qué secretaria no ha pensado en esto alguna vez?... quizás a alguno, hasta le haya pasado.
Secre
Todo empezó con un gesto tan tonto como inocente.
Mi jefe se acercó a mi con un fax en la mano. Él se puso a hablar con la otra secretaria y yo me agaché a cotillear el escrito.
Cuando iba por la tercera linea me di cuenta del silencio que se había hecho.
Levanté la mirada y, ahí a unos escasos 10cms. de mi cara me encontré con su paquete. Más arriba me esperaba su atónita mirada y más allá la contenida sonrisa de la otra compañera. Él elevó el fax y a mi se me sonrojaron hasta los tobillos.
Mientras se marchaba no pude evitar echar una ojeada a su trasero.
Dos minutos más tarde mi compañera se partía a carcajada limpia. -"Joder, sólo te ha faltado bajarle la bragueta".
-"No digas tonterías... Ya me conoces. Si quisiera chupársela le bajaría los pantalones enteros". Ahora la que lloraba de la risa era yo... Y ella callaba... Y me miraba seria, con los ojos como sandías, roja, casi muerta de miedo.
-"No.no, por favor. No"- me repetía mientras me giraba hacia la puerta. Sí, sí... Hay volvía a estar mi jefe, plantado con el fax en la mano y con una cara parecida a la de ella....
Sin decir nada se giró y se fue por donde había vuelto.
Mi cabeza se estrelló contra la mesa mientras las carcajadas de la otra llegaban a cotas de histerismo puro.
No volví a saber de él hasta la hora de comer. Sonó el teléfono y contesté como si nada: -"¿Si?".
-"Hoy comeré aquí. Seremos dos. ¿Puede llamar al bar a ver qué hay de menú?.
Colgué, descolgué y tomé nota de los platos.
De nuevo hablando con mi jefe le recité: -"de primeros ensalada, canelones y gazpacho. De segundo conejo en su salsa, calamares a la romana y mejillones al vapor".
-"para mí ensalada y conejo en tu salsa".
-"¿Perdón?- le digo convencida de no haber oído bien.
-"Ensalada y conejo. Asegúrese que lo sirven con todo su jugo".
Yo apunto.-" ¿Y para la visita?".
-"A ver... Ensalada y almejas".
-"Lo siento pero no hay almejas. Eran mejillones. Un momento"- oigo como le dice a su visita hasta que se hace el silencio al otro lado del teléfono. Supongo que ha tapado el auricular con una mano pero oigo una voz lejana, como si estuviese en la otra punta del planeta: -"y la almejita jugosa que tiene tu secretaria no está en el menú?"
-"Sólo en mi menú"- le contesta mi jefe. Las risas las oigo a través de la puerta.
Me estremezco hasta las orejas de pensar en ser el primer y segundo plato de mi jefe. -"Esa almeja si que la tendrían con todo su jugo"- digo mientras espero que dejen de reír.
-"¿Perdón?. ¿Qué ha dicho?".
-"¿Yo?. No,no, nada"- contesto rauda y veloz. Mierda, siempre me pilla.
-"Pues unos calamares. Gracias".
-"Muy bien. Ahora se lo suben.".
-"Gracias. Asegúrese que el conejo llega bien calentito y jugoso".
-"Descuide. De eso me ocuparé yo misma".
Ya con la comida servida, entré a retirarlo todo cuando él estaba solo. -"¿Estaba bien el conejo?"- le pregunté.
-"Sí. Pero espero comerme alguno mejor en otra ocasión." su mirada me traspasó por completo. Si no me bajé los pantalones allí mismo fue porque sabía que tenía otra visita esperando fuera.
A la mañana siguiente yo estaba apoyada sobre una mesa charlando con otra secre cuando él pasó por detrás de mí. Cerca. Muy cerca. Tanto que noté perfectamente el dorso de sus dedos rozando mi culo. Fue un instante, pero lo suficiente para erizarme hasta el vello de la nuca.
Nos miramos. Él escrutaba en mi mirada cualquier signo reprobatorio sobre el roce. Era como un cauto juego de ajedrez, él movía y luego esperaba mi respuesta. Sólo sonreí y le pregunté qué quería.
Un rato más tarde era él quien se apoyaba y yo la que pasaba por detrás. Y mis dedos los que tocaban carne. Mis nudillos surcaron sus nalgas y se hundieron un poco en la raya de su culo. Él se levantó como si le hubiesen metido una escoba entera por el culo, y no se relajó hasta ver quien era la culpable del toqueteo.
De nuevo unas sonrisas tontas en nuestros labios y unas miradas cómplices bajo nuestras pestañas. Asì, sin decir ni una sola palabra, estaba claro que yo aceptaba el reto.
La cosa siguió con algunos roces de rodillas, de codos demasiado abiertos o tetas demasiado cerca mientras se acercaba a pedirme algo.
Un día me vestí con el jersei más escotado que tengo. Antes de entrar en su despacho, me acomodé las tetas empujándolas con fuerza hacia arriba. Ya en su despacho me senté en la silla de delante suyo. Él leía el orden del día sin mirar sus apuntes. Sus ojos iban y venían enloquecidos hasta mi escote, un balcón al que se asomaban las dos hermanas gemelas, a cuál más bella.
-"¿Puede venir aquí?. Si mira directamente el ordenador lo verá más claro.
-"¿Yo o usted?"- pensé mientras me acercaba a la mesa. Apoyando mis codos en la mesa me aseguré de que, hasta mi ombligo, quedara visible desde su posición. Yo miraba atentamente la pantalla. Él sólo tenía ojos para las hermanas. Noté perfectamente como los pezones se me endurecían y mi entrepierna cosquilleaba alborotada.
-"Ahora lo veo más claro"- le dije.
-"Yo también"- me contestó antes de levantarse. Su paquete volvió a quedar a centímetros de mi cara. Yo me lo miré sin tapujos. Desde luego la bestia rugía y se retorcía en su interior. Luego subí mi mirada hasta su cara y, desde ahí abajo reseguí la dirección de su mirada.
Pude comprobar como el pezón derecho sacaba su cabecita por encima de la barandilla del balcón. Le sonreí.
Su polla seguía a la altura de mi boca. ¡Que fácil sería alargar mis manos!, bajarle la bragueta, meter mi mano dentro. Sacarla. Separar mis labios y acercarme...
Entonces sonó el teléfono.
Lo cogí sin moverme. Él seguía contemplando. -"Sí,sí. Que pase.". Y colgué.
-"Su visita".-
-"Qué asquerosamente puntual".
-"Pero si a usted le encanta la puntualidad".-
-"Hoy no. Hoy no".
Yo me retiré cerrando la puerta a la espalda y resoplando apoyada en ella.
Un par de días después me puse la minifalda más corta de mi vestuario. No tuve ni tiempo de sentarme en la mesa. Nada más pasar por delante de su puerta, soy reclamada con su potente chorro de voz.
De nuevo sentada en la silla, consigo que no se fije en mi escote.
-"No sé por qué- me dice mirando al techo- pero tengo antojo de volver a comer conejo". Yo sonrío y le respondo intercambiando el cruce de mis piernas. Todo lo lentamente que puedo.
-"Pues no se si hoy volverán a tener...". Ya no mira al techo.
-"Entonces unas almejas no estarían mal"- me dice volviendo a mirar muy por debajo de mi cara.
-¿Las mismas que le apetecían a su visita de ayer?"
-"Las mismas"- contestó mientras me dirigía una mirada interrogativa y suspicaz . ¿Por qué me apetecerán tanto?" se pregunta él mismo.
Contengo mi respuesta mordiéndome el labio inferior y sacudiendo nerviosamente el bolígrafo.
-"Pero no tendré tiempo ni de comer... Tendré que contentarme con el jugo del conejo... O de las almejas". Y dicho esto, se levanta y se acerca hacia mí.
Yo me pongo tan nerviosa que el boli se me escurre entre los dedos.
Él corre veloz a recogerlo.
Se agacha.
Me mira con el boli ya entre sus dedos.
Mi pie izquierdo cae al suelo.
Mis rodillas se dicen adiós... Y sus ojos caen en mis profundidades, en mi oscura humedad de fondo blanco y un lacito rosa que echa humo.
-"Sólo con ese lacito podría alimentarme años enteros"- me dice mientras se relame.
-"No voy a ser yo la que le haga pasar hambre"- y dicho esto mis piernas se abren aún más
-"Toc, toc"- nos interrumpe la madera de la puerta.
Mis piernas se cierran de golpe y él se alza.
-"¿Si?"- y entonces la puerta se abre dejando ver al jefe supremo.
-"Perdona. ¿Podemos hablar un momento?".
-"Claro. Puedes irte"- me ordena.
Yo me levanto y me voy. Al pasar por el lado del jefazo, vuelve a llamarme.
-"No te olvides de pedirme ese plato de lacitos que me has dicho. Me lo puedes dejar en la mesa si no estoy".
-"Comes demasiada pasta"- le dice el jefazo a mi jefecito.
-"De la pasta a la que me refiero no te cansarías nunca. Te lo prometo"- le contesta mi jefe.
Yo siento como me sudan hasta los ojos y me largo cabizbaja. Creo que hasta el suelo refleja el intenso rojo de mi cara.
Paso un buen rato en mi mesa incapaz de concentrarme. Estoy hecha un manojo de nervios. No quiero cagarla. Miro una y otra vez hacia esa puerta cerrada.
Harta de no hacer nada me levanto y me dirijo al baño. Me siento en la taza sin quitarme nada. Abro las piernas como lo he hecho en el despacho. Mis manos recorren mis muslos y se clavan en las ingles. Enseguida veo mis bragas y el lacito de la discordia.
Paso un dedo por el centro. De arriba abajo. Una y otra vez hasta dejar mi herida vertical bien grabada en la tela. No puedo evitar tocarme por dentro. Mis dedos se enredan con los pelillos. Unos pocos caen hasta el fondo y ahí los dejo. Me abro los labios con una mano y, con la otra, presiono con fuerza. Me aseguro que las bragas queden bien empapadas. El señor jefe tendrá su lacito con jugo de conejo recién exprimido.
Salgo del baño y me meto en su despacho. Me apoyo contra la puerta mientras me saco las bragas, que dejo en uno de los cajones de su mesa, escondidas bajo su agenda y me marcho.
Al día siguiente tiemblo cuando suena el teléfono.
-"Reunión con todas las secretarias. Ahora mismo"
Si me pinchan no sacan sangre... Este tipo de reunión no es muy normal... ¿y si no entendí bien sus palabras?
El hecho es que cumplo sus órdenes y nos juntamos las tres secres en su despacho.
-"Usted"-
-"¿Yo?"
-"Sí. Acérquese y coja mi agenda".
Obedezco. No me desmayo por poco. Las rodillas me tiemblan mientras me acerco.
Abro el cajón. Ahí están mis bragas.
Yo le miro. Sólo él y yo las podemos ver.
Mi mano se adelanta y toca las bragas. Están húmedas. Manchadas.
Por primera vez desde que he entrado respiro.
Él sonríe.
Cojo la agenda y vuelvo a mi sitio. La reunión versa sobre un nuevo e importantísimo cliente sobre el cual todas hemos de estar al tanto por si llama o pide lo que sea.
En un momento de pausa, huelo mi dedo. Ese olor oceánico, de infinita profundidad no deja lugar a dudas.
Con el dedo en mi nariz le miro. Me sonríe disimuladamente y me lanza un guiño cómplice. No me corro ahí mismo por poco.
Me paso el día consternada y oliéndome el dedo. He de contenerme para no chuparlo.
La oficina está desierta. Entonces él aparece por la puerta dispuesto a irse.
Nuestras miradas vuelven a coincidir. Sin órdenes de mi cerebro, el dedo manchado se mete en mi boca. Está bien seco pero noto el sabor agrio y el tacto acartonado que lo cubre.
La maleta se le cae al suelo.
Yo continúo aspirando con fuerzas.
-"¿Puede venir un momento a mi despacho?".
-"Sí, claro"- le contesto sin sacar el dedo.
Paso por su lado cruzando el umbral de la puerta. A mi espalda oigo como esta golpea el marco al cerrarse y el ruido de una llave girando.
Mis ojos se cierran. Mi respiración retumba en mis oídos. Ya no hay vuelta atrás.
Siento como su nariz aspira muy cercana a mi cuello. Me giro y nuestras mejillas casi se rozan.
Mi boca se entreabre. Nuestras cabezas giran y los labios pasan uno tan cerca del otro que ni un pelo hubiera pasado.
Cierro los ojos... Si llevase una bombilla en la mano seguro que se encendería de tanta electricidad concentrada entre ambos...pero no hay bombilla y él pasa de largo de camino a su mesa.
Así estuvimos un rato en silencio: yo de pie mirando al suelo y él sentado y con la mirada perdida por la ventana.
-"Ayer te dejaste algo en mi mesa".
-"Sí"- le contesté alzando la cara. -"Y ya he visto que lo ha encontrado... Y usado".
-"Y bien usado". Entonces gira en la silla y se me queda mirando. -"Ahora me iré y me gustaría que me dejases otro regalo... Lo que lleves hoy".
-"No"- le contesto enseguida. Él se queda mirándome entre sorprendido y decepcionado.
-"No, no hace falta que se vaya". Y entonces paso mis manos por debajo de la falda, mucho más larga que la de ayer, y voy bajando mi ropa interior hasta los tobillos mientras contorneo mis caderas ayudando en la extracción.
-"¿Se refiere a esto?"- le pregunto mientras sostengo el tanga con un dedo. La pobrecilla cuelga hay el suelo. Casi ni se ve. Es tan poquita cosa...
Él asiente con un leve movimiento de cabeza. -"me encantan los tangas"
Yo me acerco a la mesa y se lo tiro a la cara. Él la sostiene con sus manos y aspira profundamente. Sus ojos se cierran y su cabeza cae hacia atrás completamente extasiado.
Cuando se recupera del golpe de mis aromas abre el cajón y me ofrece las bragas de ayer. -"Póntelas"- me dice guardando el tanga en el mismo cajón.
He de admitir que no me esperaba eso. Podría mentiros diciendo que sentí asco, repelús al pensar en su esperma seco incrustado en mi sexo... Pero no os mentiré.
Entonces repito la maniobra anterior, pero a la inversa. Siento el acartonado contacto de las bragas en mi raja y, aún, algún pequeño resto húmedo. Es ligeramente incómodo pero infinitamente excitante. Necesito tocarme, sentir mis dedos hundirse en mí, necesito correrme sobre su esperma.
Las rodillas me tiemblan. Las piernas no aguantan mi peso y caigo sobre la silla con todo mi peso (que no es mucho). Mis piernas se separan y mis dedos reptan bajo la falda. La punta de uno de ellos toca fondo y se humedece, de nuevo, con los restos vivos de su semen. Mi cabeza cuelga, hacia atrás, sobre el respaldo de la silla. Mis ojos cerrados me permiten imaginar su semen entrando en mi raja a través de mis dedos. El calor es insoportable. Con la otra mano me toco un pecho intentando aplacar el sofocón.
No puedo ver como se acerca a mí, pero sí siento sus manos subiendo mi falda hasta dejar las bragas de ayer completamente expuestas, con el bulto móvil que mi mano forma en ellas.
Hecho esto se vuelve a sentar en su silla a observar mis evoluciones masturbatorias. ¡Cómo me utiliza!. ¡Como manda utilizando su posición en lo alto de la pirámide"
Me clavo un dedo hasta el fondo. Luego dos. Me raspo el clítoris con desespero. Me muerdo la mano libre, me pellizco un pezón, me chupo el dedo masturbador y cambio de mano. Aprieto mis muslos, contraigo el ano y grito cuando me deshago sobre mis bragas convirtiendo su mancha en una anécdota.
Cuando me recupero compruebo que ahora es él quien no ha aguantado más. Mi tanga a modo de mascarilla y su polla de zambomba así lo demuestran. Aún aturdida por la sacudida orgásmica estiro mi cuello para espiar sobre la mesa. Su polla emerge como una tortuga. Una tortuga bastante decente, diría, desde la distancia. Mis dedos continúan, dentro de mi, moviéndose por instinto. Mirándolos dirías que están quietos, pero yo siento como se mueven en mi interior. Aunque sea unos milímetros.
Estoy exhausta, adormecida pero sumamente satisfecha. Observo su paja con una sonrisa tonta en mi boca y mi corazón recuperando el ritmo normal. Reúno las fuerzas suficientes para levantarme y acercarme a él.
Mi falda continúa enrollada y convertida en un cinturón que permite ver mis bragas empapadas y manchadas de nuestros orgasmos.
Por encima de la negra maraña que cubre su nariz y boca, sus ojos siguen mi trayectoria de acercamiento. Con mis muslos tocando el brazo izquierdo de su silla, separo los pies y me bajo las bragas hasta medio muslo.
AL notar el calor que emana de mi cuerpo, sin decir nada, cambia mi ropa interior de mano y prosigue con la paja pero, ahora, con mi tanga como guante. Su mano libre encuentra enseguida otras ocupaciones dentro de mi cuerpo.
No sé porque, pero me excita sobre manera que me meta los dedos estando yo de pie y él sentado. Quizás entren mejor, quizás logre tocar cosas que estando estirados es imposible tocar, quizás es que me siento usada sin hacer más que brindar mi agujero para que se excite. Puede ser todo eso, o simplemente, que soy una guarra y que voy salidísima.
Parece un DJ controlando los platos con ambas manos. En algún momento su coordinación peligra, sin saber cómo mover cada mano, pero el ritmo empieza a controlarme. Mis caderas empiezan a moverse lentamente. El universo entero se concentra en mi coño empieza a arder.
Entonces él parece ahogarse. Su respiración se para y me mira con los ojos desorbitados y un rictus de dolor. Como una exhalación se levanta.
Veo su polla en completo esplendor, reluciendo y contrastando con su traje oscuro. Extiende rápidamente mi tanga sobre la mesa y apunta con su fusil.
Una ametrallada de semen sale disparada impactando en mi trozo de tela, en la mesa, en los papeles que la cubren. Sus dedos se me clavan hasta los nudillos mientras él tiembla con cada eyaculada.
Él boquea y jadea a medida que se va vaciando. Con la corrida más contenida y continua logra acertar en mi tanga, absolutamente incapaz de contener tanta leche con tan poca tela.
Acaba derrumbándose en su silla sin fuerzas ni para levantar la mirada pero con sus dedos aún bien clavados entre mis piernas.
Cuando los saca, vuelvo a enfundarme la ropa interior húmeda y limpio el estropicio que ha provocado en la mesa. Un par de documentos no tienen salvación posible así que los restituyo con una nueva impresión. Al volver ya no hay nadie en el despacho. Sólo los muebles y mi tanga inseminado en un cajón.
Apago las luces y les deseo felices sueños a los millones de espermatozoides que agonizan dentro de la mesa.
En una esquina brilla la fotocopiadora con su luz verde brillante bajo la tapa. Miro hacia fuera. Nadie.
Cierro la puerta y me dirijo hacia la luz como una mosquita atontada.
Abro la tapa.
Repito lo que he hecho antes con la falda y las bragas.
De un salto aterrizo con mi culo sobre el vidrio. Presiono hacia abajo moviendo mi culo de lado a lado hasta que siento la fría superficie besando mi raja y me mantengo un rato. Lo suficiente para asegurarme que mi huella vaginal queda grabada sobre el vidrio: un rastro lineal con un rombo en el centro.
Bajo y me recoloco las bragas. Mientras van subiendo me miro la marca que acabo de dejar. Es demasiado sutil. O no lo entiende o esto se perderá bajo el trapo de una mujer de la limpieza. Sin pensarlo me acerco y planto un beso sobre el vidrio, justo al lado de mi huella. A tientas logro apretar el botón. Pese a tener los ojos cerrados la luz me ciega mientras se desplaza de un lado al otro. Mis labios quedan estampados en la hoja. Un color gris al lado de un fantasmal rastro romboide.
Genial.
Dejo la hoja bajo mi tanga y observo como, de mis bragas, va cayendo el semen sobre mis labios fotocopiados. Espero que capte la indirecta.
Cierro la luz y me marcho sonriente y pensando en que mañana deberé traerme el cepillo de los dientes al trabajo.