La Sargento Irina 1
La sargento Irina es secuestrada y torturada para conseguir información reservada, ¿logrará aguantar?.
Llevaba ya tres días en el sótano. Tres días de torturas y vejaciones. Tres días en que sus captores intentaban sacarle la información. Pero no cedía, no les permitiría descubrir las claves que le habían sido confiadas.
Cada día acudían para hacerla sufrir, torturándola... y no contentos con eso, la maltrataban también con la comida.
Tres veces al día recibía la visita de los carceleros. Delante suyo se masturbaban los diez hombres y recogían sus fluidos seminales en un vaso de leche de vaca, que luego la obligaban a beber mediante golpes y tapándola la nariz. En ocasiones la hacían desayunar cereales mojados en esa mezcla de leche y semen.
Al principio intentó vomitarlo, pero recibía una buena tanda de latigazos con los cinturones de los soldados en su cuerpo por delante y después la obligaban a que su propia mano fuera la que los masturbase uno a uno hasta lograr sacarles otra nueva lechada y bebérsela esta vez pura... así que no volvió a vomitarla, ganándose los más delicados elogios con comentarios sobre lo putas que eran las rubias y las rusas... y ella el doble al ser rusa y rubia.
Luego empezaban las sesiones de interrogatorio, siempre con un foco enchufando a sus azules ojos tan especialmente sensibles por estar en esa celda oscura sin ventanas.
En la primera sesión la ataron a una silla, situando sus brazos a la espalda, justo por detrás del respaldo y cruzados, de tal forma que cada muñeca estaba atada a la pata contraria de la silla, mientras que cada tobillo quedaba atado a la respectiva pata para impedir que juntase las piernas... mientras uno de los interrogadores siempre estaba detrás suyo, tocándola sobre la ropa las tetas y el coñito. Así la interrogaron buscando que cediese ante las insinuaciones de lo que la pasaría si no cooperaba, estrujando y pellizcando sus sensibles tetas a la vez.
Cuando eso falló, empaparon su ropa y la dejaron colgando de una viga, sujeta por las cadenas que enlazaban sus muñecas, esta vez juntas... colgando estirada y con las piernas inmovilizadas atadas de rodilla para abajo a una tabla que la impedía siquiera doblar las rodillas o levantar un poco las piernas... y sin poder tocar el suelo por apenas unos centímetros. En todo el proceso no dejaron de insinuar que como era una rubia y rusa además, era una puta... y que como las putas eran unas cerdas, la iban a dejar colgada como a una cerda hasta que hablase.
Cada poco tiempo volvían a entrar, la enfocaban y usaban la manguera para empaparla mientras la invitaban a rendirse y contar todos sus secretos, entre insultos y tocamientos sobre su ropa.
Ella se negaba... y así continuaron varias veces... hasta que cambiaron de táctica.
La tumbaron sobre un potro. Esta vez la inmovilizaron boca abajo, con piernas y brazos atados de forma separada por muñecas y tobillos a los extremos de las cuatro patas del potro. En esta ocasión decidieron que ya era el momento de dejar de sobarla por encima de la ropa. Le fue arrancado el pantalón, cortado sin miramientos con unos cuchillos que la hirieron varias veces, aunque logró ahogar sus gemidos de dolor.
Luego llegaron los azotes. Un duro castigo recibido con varas marcó su culo al rojo mientras ella chillaba pasados los primeros golpes... hasta que los interrumpieron para preguntarla de nuevo si cedería y daría los códigos... momento que algunos aprovecharon para escupirla en el culo tras arrancarla las bragas. Luego usaron sus salivazos y la sangre que salía de algunas de las marcas de las varas para meter sus dedos por el ano y la vagina de la pobre Irina, pues así se llamaba la rusa secuestrada.
A pesar de todo eso, Irina volvió a negarse y los azotes continuaron... tras meter a la fuerza sus propias bragas en la boca. Los gritos amortiguados fueron acompañados al poco por las lágrimas, pero sus captores no se compadecieron y siguieron castigándola hasta llegar a los 100 latigazos.
Volvieron a ofrecerla la oportunidad de hablar. Irina la rechazó en cuanto la retiraron las bragas de la boca. Recibió un bofetón y al poco su culo ardiente recibió una nueva visita. Uno de los carceleros apoyó su polla contra la entrada de su culito y antes de poder siquiera suplicar, empezó a introducir su capullo ayudado por la saliva y la sangre de la propia Irina.
Otro la agarró del cabello, cansado de sus súplicas y gritos según la polla del compañero la rompía el ano, y la obligó a abrir la boca para meterla su propio pene, amenazándola con un cuchillo.
Mientras el resto de carceleros aullaban y animaban a sus compañeros, estos seguían rompiéndole el culo enrojecido a la pobre Irina mientras era obligada a chupar la polla que entraba por su boca... llenándola de sabor a meado y los principios del líquido presememinal. La penetración anal proseguía sin piedad, con entradas de golpe acompañadas de azotes con la mano mientras que luego sentía salir el pene hasta justo el capullo... momento en que regresaba hasta el fondo de una violenta estocada. Pero la situación en su boca era peor. Casi no podía respirar y las arcadas se sucedían mientras no podía hacer otra cosa que seguir mamando la polla.
Al final, los dos carceleros lanzaron sus chorros dentro de Irina.
Apenas acabaron, volvieron a colgarla del techo, empapada, con restos de semen cayendo de su boca y con el culo ardiendo por los 100 latigazos y la dura violación anal, además de varias heridas en las piernas causadas por los cuchillos.
Horas después, nuevamente sus torturadores regresaron.
Volvieron a sentarla, pero esta vez la inmovilizaron los brazos a los reposabrazos. También sus piernas fueron severamente inmovilizadas con varias correas apretadas contra las patas de la silla.
No contentos con ello, también fue inmovilizada por la cintura, tras terminar de desnudarla, incluyendo el sujetador, para poder colocar correas de cuero tanto por encima como por debajo de tus turgentes pechos.
Antes de darse cuenta, unas pinzas se clavaban en sus pezones, estirándolos al máximo por su propio peso y volvían a preguntarla si cedería. Se negó una vez más.
La amordazaron con una especie de pelota de plástico... y el dolor llegó. Intenso y ardiente. Recibió una descarga eléctrica en sus pechos.
Apenas se había recuperado cuando llegó la segunda descarga... y nuevamente el dolor. No podía ni pararse a pensar en ello, de tan seguidas que eran las corrientes que la aplicaban... hasta que no pudo evitar ponerse a llorar de nuevo, puesto que por mucho que lo intentase, sus chillidos apenas lograban escapar entre sus labios y no podía hacer otra cosa que morder con rabia la pelota que taponaba su boca.
Tras una larga sesión, por fin la dejaron descansar... justo después de situarse los diez delante e ella y rociar su cuerpo con algunas meadas y los chorros de semen de otros. Cuando se fueron ni siquiera la preguntaron si les daría los datos que querían.
Después de la sesión eléctrica, llegó el momento de la sesión física.
Fin de la primera parte. Esta es una historia inventada.