La sargento
Una nueva sargento viene destinada a mi compañía.
Decididamente, el mundo es un pañuelo. Me llamo Luis Varona, capitán de una compañía de una bandera de paracaidistas. Creo ser un buen oficial, conozco a mis hombres, debería decir a mis hombres y mujeres. Aunque meto bastante caña no soy un jefe odiado. Me respetan, nunca pido nada que no haga yo primero. Estaba un día, hace pocos meses, repasando la ficha de un nuevo sargento que iba a venir destinado a mi compañía. Primera sorpresa, era una tía. Al fijarme en su nombre me dio un vuelco el corazón. Susana Varona ¡Coño, mi hermana! ¡Hay que joderse, mi hermana pequeña venía destinada a mi compañía! Comprobé sus notas, experiencia, aptitudes, etc. Había realizado las prácticas en otra unidad, no sé porqué no la habrían destinado allí en vez de mandarla conmigo. Mis padres se habían divorciado hacía muchos años, cuando yo tendría unos 15 y Susana unos 6. Mi madre se enrolló con otro tío, se montó un follón tremendo y se separaron. A pesar de que la tutela se la dieron a ella, yo me fui a vivir con mi padre, el pobre no tenía culpa de nada. Vaya zorrón estaba hecha mi progenitora. Mi hermana pequeña se quedó con ella. Para no estar cerca, nos fuimos a vivir a otro sitio, quedándose ellas, encima, con la casa, la pasta... en fin, con todo. Ya instalados en otra ciudad, mi padre y yo llevamos una vida muy agradable, haciéndonos grandes amigos. A mi madre no la volví a ver, ni ganas que tenía, a mi hermana tampoco, aunque me hubiera gustado. Siempre le eché en cara que se hubiera quedado con ella, con lo golfa que era, en vez de venir con nosotros. -¿Da su permiso mi capitán? Allí estaba, en la puerta, su cara no me sonaba de nada pero me quedé anonadado de lo guapa que era. ¡Y que tipazo! Si yo tenía 29 años, ella andaría por los 20, no la había visto hacía 14, normal que no la reconociera. -Pase - Contesté, dejando a un lado mis pensamientos -Se presenta la sargento Varona que ha sido destinada a esta compañía, mi capitán. ¿Y ahora, yo qué hacía? Tanto si la recibía bien como si no, el mal ya estaba hecho. No sé si me hacía ilusión verla. ¡Joder, joder, joder! Con cara hierática contesté... -Bien Varona, descanse. Bienvenida a esta compañía. La voy a destinar, en principio, a una sección de fusileros, la 1ª, con el teniente Martín. Si prefiere otro destino, dígamelo. Aquí nos preciamos de ser la mejor compañía de toda la bandera, el trabajo es duro, tanto los oficiales como suboficiales son siempre los primeros delante de la tropa ¿Alguna pregunta? -No mi capitán. -Bien, retírese -La despedí -Con su permiso mi capitán, quería comunicarle que soy su hermana. Soy tu hermana Susana, Luis. Prefiero decírtelo yo antes de que te enteres por otro sitio. ¿Esta tía era boba?. A lo mejor pensaba que no me iba a dar cuenta. Yo seguí tratándola "de usted", como al resto, que supiera que no iba a tener ningún privilegio. -Como usted comprenderá Varona, ya me había percatado de ese detalle. ¿O me considera usted idiota? -¡No mi capitán! - Contestó con énfasis. -¿Entonces? - La estaba acorralando -Es que como no nos hemos visto desde hace muchos años, a lo mejor no me recordaba, mi capitán. -Mire Varona, no se si me está tomando por imbécil o algo parecido. Lo que quiero que quede claro es que no va a tener ninguna diferencia de trato con respecto a sus compañeros, es más, va tener que demostrar el doble que ellos. Ya me he encargado de eso con sus superiores. Y si me entero que anda por ahí diciendo que es la hermana del capitán para obtener algún beneficio o escaquearse, la empapelo ¿Ha quedado claro? Se puso muy colorada y no acertaba ni a contestar. Supongo que había imaginado algún recibimiento mejor por mi parte. Pero yo ya estaba muy curtido y los años pasados eran muchos. No me caracterizaba precisamente por mi blandura. En la Brigada no hay nadie blando, somos fuerzas de intervención rápida y hay que estar siempre al límite. -¿Tiene algún problema, Varona? - Volví a insistir -¡No mi capitán! ¡A la orden de usted, mi capitán! ¿Ordena alguna cosa para mí? - Me contestó en posición de firmes y mirando al techo (o, como se decía vulgarmente, a los huevos de San Pedro) -Retírese. Bien, ¿y ahora qué? Vaya coña marinera. Hiciera lo que hiciese siempre iba a estar en el candelero, ella también. Debería hablar con el Tcol jefe de la bandera para ver si la podían trasladar a otra compañía, mejor a otra bandera y en otro acuartelamiento. Pasaban los días y las semanas. Susana se portaba bien, con una entrega admirable, intentando siempre superarse tanto en la instrucción de orden cerrado como de orden de combate... Me sentía orgulloso de ella, estaba muy pendiente para que el teniente y resto de suboficiales de su sección no le dieran un trato de favor. Lo que era imposible evitar es que la miraran de forma diferente que al resto Fijándome en ella me daba cuenta de que era muy mona, causaba sensación en la compañía, diría que en toda la bandera. A pesar de que el traje de faena no le suele sentar bien a casi ninguna chica, ella lo lucía como un maniquí. Hubiera servido para los carteles publicitarios de los banderines de enganche. ¡Coño! ¡Estaba buenísima! Me ponía, reconozco que me ponía, me daba un morbazo especial. Sin embargo, yo era el jefe, no podía demostrar ni atracción ni rechazo. Había una cosa que me comía la cabeza ¿cómo había podido hacerse militar? Ya me enteraría... Yo estaba soltero y tenía un pisito cerca del cuartel, mi vida la realizaba en el pueblo, solía salir a tomarme algunas copas por ahí, con compañeros oficiales de otras compañías. Un día, tomándonos unas cañas después del trabajo, entró al bar en el que estábamos un grupo de sargentos de mi compañía. Entre ellos venía mi hermana. Vestida de civil estaba para comérsela, unos vaqueros ajustados, el pelo suelto, camiseta sin mangas pegada a sus pechos.¡Coño, qué tetas tan bien puestas! En cuanto nos vieron se pusieron serios. -A la orden mi capitán. - Dijeron a coro -Sigan, sigan - Contesté. Y seguimos a lo nuestro. Viendo que se sentían un poco incómodos decidimos irnos para no aguarles la tarde. Íbamos a salir cuando mi hermana dijo que nos invitaban a otra cerveza. -Tómense otra caña mi capitán. Invitamos nosotros. Serían cinco o seis, todos chicos menos ella, estaba claro que habían bebido algo, sino no se hubieran atrevido a invitarnos, aunque la mitad miraban horrorizados a Susana. No pude menos que sonreír. Estaba con tres tenientes de mi compañía y conocíamos a todos, estábamos de buen humor. Decidimos aceptar el ofrecimiento. Nos sentamos con ellos en unas mesas y pedimos unas jarras de cerveza para todos, iniciando la típica conversación entre soldados... -Bueno ¿que tal lo lleva, Varona? ¿es como imaginaba? - Preguntó el tte Martín, uno de mis acompañantes. -Bien mi teniente. Es muy duro pero de momento lo voy aguantando. Eso sí, cuando llego a la cama, por la noche, caigo rendida. -¿Y le han hecho alguna novatada? Aquí contestó demasiado rápido y supuse que mentía. Claro que no es lo mismo un suboficial que la tropa. -No mi capitán, nada de novatadas. Las novatadas estaban prohibidas desde hacía varios años, los castigos eran muy fuertes, prisión militar como poco. Sin embargo, siempre les hacían algo a los reclutas, era inevitable. Lo que se había conseguido es que no sufrieran un trato vejatorio como sucedía antiguamente. Todavía recordaba lo del "plátano Baloo" o los partidos de fútbol en los que la pelota era una moneda y había que moverla con la polla. Seguimos charlando un rato con ellos de cosas del cuartel. Mi hermana me miraba continuamente, charlaba por los codos, era realmente extrovertida y simpática, pero me estaba poniendo nervioso. La situación no era natural, todos sabían nuestro parentesco. Al cabo de unos minutos me levanté aduciendo que me tenía que ir. Se pusieron todos en pie y me despidieron, todo de forma muy reglamentaria. Me fui a casa, me sentía un tanto confuso. He de reconocer que Susana me gustaba, el hecho de ser hermanos no me influía pues prácticamente no la conocía. Sin embargo era una verdad categórica que no podía, ni quería, evadir. También estaba el tema de que yo era un oficial y ella un sargento en prácticas. En el momento de abrir la puerta del portal una voz me llamó por detrás. -Mi capitán, mi capitán. Al volverme la vi, venía corriendo hacia mí. La esperé con la mano en el pomo de la puerta. -Mi capitán, me gustaría hablar con usted.- Me dijo al llegar hasta mí. -Pida "conducto reglamentario" Varona. Ya sabe como funciona. - Le contesté -No mi capitán, me gustaría hablar con usted en privado y, si me lo permite, de temas más personales. No creo que debiera pedir "conducto reglamentario" para eso. Aunque no era muy ético y debería haber rechazado, o irnos a otro sitio, le dije que pasara. Pensé que al ser mi hermana nadie se extrañaría. Entramos al cuarto de estar y nos sentamos en el sofá. Previamente había traído una botella de güisqui, hielo y unas latas de cola de la cocina. Se sirvió un pelotazo y yo otro. -Bien Varona, dígame de que cosas personales quiere hablar. -Mira Luis, en el cuartel o en la calle, eres mi capitán, pero en privado creo que tengo el derecho de tutearte como mi hermano ¿No? Una cosa es que no nos hayamos visto en 14 años y otra comportarnos como gilipollas. -Vale, vale. Pues ya que estamos, me muero de ganas por saber que coño haces aquí. ¿Qué piensa tu madre de todo esto? -Pues no ha dicho nada. Desde que te fuiste ha sufrido muchísimo, nunca volviste y ella lo estaba deseando. -Mira Susana, tú eras muy pequeña y no te acuerdas, pero mamá le puso a tu padre unos cuernos de escándalo. Se tenía que agachar para pasar por las puertas. Eso tampoco lo olvido. -Pues ella han estado siguiendo siempre tu carrera, preocupada por ti. Cuando yo le dije que iba a la academia de Talarn no puso ninguna pega, todo lo contrario. Después de estos tres años, lo único que me ha pedido es que intentara reunirme contigo. He sudado mares para que me destinaran a tu compañía, menos mal que era de las primeras de mi promoción y aún así no ha sido nada fácil. Está arrepentida Luis, quiere verte... -¡Je! ¡Lo que me faltaba por oír! 14 años Susana, 14 años, se dice pronto. Pero dejemos el tema, cuéntame de ti. ¿Cómo se te ha ocurrido meterte en el ejército? -Pues sabiendo que tu eras capitán me fue entrando el gusanillo. Así que nada, me presenté a las pruebas de ingreso a la academia de suboficiales, aprobé y aquí estoy. -¿Así, sin más? ¿Y quién te dijo que era capitán? - Me tenía cada vez más asombrado -Papá, quién iba a ser. Hablamos de vez en cuando ¿Sabes? No tenía ni idea de que mi padre hablara con mi hermana, nunca me había dicho nada. Tomándome la copa, me serví otra. Disimuladamente miraba el cuerpazo de mi hermana. ¡Qué desperdicio! Podría haber sido modelo, o actriz, o cualquier cosa que se hubiera propuesto donde lucir ese palmito. Solo viéndola se le ponía a uno el rabo tieso. Control, control, control. Que era mi hermana y una subordinada... ¡Jesús, que tía más cojonuda! Estaba para echarle, no uno, veinte polvos seguidos. ¿Cómo puede haber tías que estén tan buenas? Estando ella allí me estaba poniendo nervioso, muy nervioso. Después de charlar un poco sobre nuestras respectivas vidas, me puse en pie con ánimo de despedirme. No me hizo ni puto caso, es más, se autoinvitó a la cena. -Oye Luis, ¿Porqué no nos preparamos algo de cenar y así seguimos contándonos cosas? A ver que tienes por aquí... Se dirigió a la cocina y empezó a trastear en la nevera... -¡Uy, que bien! Tienes vino blanco fresquito. ¡Me encanta! Abre la botella, anda... Me pasó un sacacorchos y serví un par de copas. Mientras, ella había empezado a preparar una ensalada y unos filetes. A pesar de mi incomodidad, no podía negar que mi hermana me atraía muchísimo. Si no hubiera sido mi familia me hubiera lanzado a saco allí mismo. Después de cenar nos sentamos en el sofá del cuarto de estar. Terminamos la botella de vino y nos servimos unos licores. Empezábamos a estar más que achispados, también más relajados. Cada vez estaba más con una hermana y menos con una tía buena, sin embargo, seguía sintiendo cierta desazón, demasiadas confianzas para un solo día. Me levanté para acompañarla a la puerta... -Bueno Susana, mañana hay que madrugar y hay que ir preparando las maniobras de la semana que viene. Me ha encantado que te quedaras este rato. -Le dije mientras abría. Puse la mejilla, un poco cortado, para darnos un beso. No recordaba haber besado a mi hermana en la vida. Mi sorpresa fue mayúscula cuando, en vez de la mejilla me besó en los labios. Y casi me caigo de culo cuando, como quien no quiere la cosa, cerró la puerta con el pie. Estuve a punto de decir algo, de dar una orden, de cualquier cosa... Pero mi ardor guerrero se vino abajo a la misma velocidad que mi campeón se izaba en una erección imponente. Poco a poco, mientras me besaba, me fue llevando al sofá otra vez. Yo iba de espaldas y al llegar a él caí sentado. Desde arriba Susana me miró, tenía los ojos brillantes, la boca semiabierta... Quitándose la camiseta se echó sobre mí, sin haberme dado tiempo a reaccionar. No reaccionaba ni mentalmente, era la primera vez que una tía se me lanzaba de esa manera, solía ser yo el que hiciera estas cosas, no ellas. Me estaba soltando los botones de la camisa, acariciando el vello de mi pecho. Chupaba y mordía el cuello y las orejas, metiéndome la lengua en el oído. Me estaba llevando al cielo, apenas me atrevía a soltar el cierre del sujetador, pero ella si se atrevió con el cierre de mis pantalones. No pude más, de un brinco me incorporé tirando a mi hermana al suelo. -¡Susana! ¿¡Qué coño estás haciendo!? ¿¡Se puede saber que te pasa!? Puso cara de asombro, de no entender mi reacción. Estaba claro que no estaba acostumbrada a que la rechazaran, menos en un momento de máxima excitación. -¿Y a ti? ¿Qué pasa, que eres marica o qué? -Desde luego, no le había sentado nada bien que me rebelara. Se levantó para sentarse en el sillón. -Vamos a ver, me parece demasiado que me preguntes eso. Tú, que pasa... ¿que se te mete un tío entre ceja y ceja y ya, te lo follas sin importarte ni quién es ni nada? ¿Incluso si es tu hermano? -Precisamente. Porque eres mi hermano quiero follar contigo. Desde que te vi en tu despacho me quedé alucinada. Estabas para comerte, eras el capitán, eras mi hermano perdido. Vamos hijo, que no te faltaba nada. Y que conste que no me iría a la cama con cualquiera... -¡Pues quién lo diría! Además, siguen sin convencerme tus argumentos: Primero, si soy tu hermano, es un elemento en contra, no a favor. Segundo, ser tu capitán tampoco ayuda mucho, que digamos. Vamos, que hay muchos más contras que pros. -¡Qué poco entiendes a las mujeres! He soñado contigo desde que recuerdo. Papá me daba algunas fotos tuyas, me enamoré de esas fotos. Hay una de la entrega de despachos que estás... Ahí dije que tenía que verte, tenía que estar cerca de mi amor ¡Y solo tenía 14 años!. Desde entonces he hecho lo imposible por llegar a estar contigo. -¡Joder! ¡Esta si que es buena! Mi hermana se enamora de unas fotos mías y no para hasta estar conmigo ¡Alucinante! ¿Nadie te dijo que yo era un fruto prohibido? -¡Hombre! Pero eso son convencionalismos sociales. ¿No te gusto? Yo creo que sí. Y si te gusto, no veo el problema... a no ser que seas un mojigato con todo ese tema de la moral... Viendo que yo también me sentaba, sin pensárselo dos veces, se volvió a lanzar, a comerme los labios, su lengua y sus dientes hacían maravillas dentro de mi boca, sus manos no paraban quietas aprovechando el momento de desconcierto en el que me hallaba sumido. Estaba claro que mi hermana me gustaba a rabiar, cualquiera daría su brazo derecho por echar un polvo con ella, pero era sangre de mi sangre, era su superior... Me estaba acariciando la polla entre el pantalón y el calzoncillo... ¡Cómo me estaba poniendo! ¡Al carajo la moral! Pensé mientras le sobaba una teta. ¡Qué suave! ¡Parecía de anuncio! ¡Lavado con Mimosín! ¡O lavado con Perlán!. Aquello no era natural, jamás había tocado o acariciado una piel tan tersa. No dudé un segundo en intentar engullir un pezón, el más cercano... Jugué con mi lengua, raspé suavemente con los dientes, mis dedos se dedicaban al otro, necesitado igualmente de caricias. Susana jadeaba, había dejado de masajearme el paquete y se abrazaba muy fuerte. Sonreía triunfante, había conseguido su objetivo ¿Habría algo que ella no consiguiera? Dejé de pensar en chorradas mientras intentaba quitarle los pantalones. Su ayuda fue inestimable, los llevaba verdaderamente ajustados. Tenía el coño acorde con su figura, bien recortado pero no afeitado. Ahí recostada, solo con el sujetador puesto, abriendo sus piernas para mí, era la viva imagen del erotismo y la sensualidad. ¡Que buena estaba! No recordaba haber visto a otra chica que estuviera tan buena, ni siquiera en las revistas. Arrodillado entre sus piernas fui pasando las yemas de mis dedos por todo su cuerpo. Acariciaba con extrema suavidad, quería disfrutar de esa piel inmaculada... Se le ponía la piel de gallina, me esperaba anhelante... yo me hacía esperar, con los ojos cerrados disfrutaba de cada rincón de su perfección. Rodeando con sus brazos mi cuello, intentó atraerme hacia ella, me ofrecía sus labios, levantaba las caderas buscándome. Me deslicé hacia su pubis, ya puestos, quería comérmela enterita. Besé sus muslos mientras los acariciaba, me sorprendieron lo fuertes que eran, fui acercando mis labios hacia sus genitales dejando un reguero de saliva en sus ingles. Su olor a hembra me excitaba, cada mujer huele de forma distinta, Susana no era una excepción, pero era mucho más suave de lo que había probado hasta entonces, creí reconocer algo de desodorante íntimo ¡Enervante! Me apliqué con esmero sobre toda la zona, lamía el perineo, mordisqueándola al mismo tiempo e iba subiendo, muy lentamente hacia su guardado tesoro. Al abrir sus labios con mi boca aparecieron los primeros signos de su excitación, su flujo vaginal podía desbordarse libremente, lo mezclaba con mi saliva... intentaba penetrarla con la lengua, hacía juegos con ella en su entrada, Susana subía el ritmo de su respiración, soltaba quedos gemidos, se acariciaba los pezones, me acariciaba el pelo... Estaba disfrutando, disfrutando tanto o más que yo. Cuando la creí totalmente preparada, ataqué el clítoris, lo movía como un pequeño badajo de campana para luego succionarlo. Repetí varias veces la operación a la vez que introducía un dedo en su vagina buscando esa zona rugosilla de la parte superior conocida como punto G. La fricción de ambos centros de placer simultáneamente le provocaron un orgasmo como pocas veces he visto. Gimió fortísimo apretando los dientes, levantando su pelvis todo lo que pudo mientras me apretaba la cabeza con las piernas y me tiraba fuerte del pelo. Fue apoteósico. Cuando se relajó y conseguí soltarme de su abrazo, volví a acariciarla con mucha suavidad, solo con las yemas de los dedos. Me miraba con amor, nadie me había mirado nunca así. Me atrajo hacia ella y nos besamos con pasión, nuestras lenguas se buscaron y encontraron, mordíamos los labios, las caricias, poco a poco se intensificaban. Empezó a mover las caderas buscándome, me abrazaba con las piernas mi cintura, me miraba fijamente a los ojos... -¡Por favor, Luis! ¡Házmelo ya! ¡No me hagas sufrir! Ayudándome con una mano busqué la entrada que me ofrecía. No me costó mucho encontrarla, me encajé lo suficiente y comencé un lento pero poderoso avance hacia su interior. ¡Joder como costaba! Ella se ayudaba con los talones, apretando fuerte contra mis nalgas. Intenté unos movimientos de vaivén para ir ensanchando ese estrecho coñito. Parecía que iba cediendo, pero no, no conseguía avanzar demasiado. Revelación súbita... -Susana, ¿no serás virgen, verdad? -¡Pues claro! ¿No te he dicho que desde los 14 años solo he pensado en ti? ¡Pero no te pares, Luis! ¡Ahora no! La verdad es que se me había cortado todo el rollo. En ese momento pensé en cuando era pequeña, cuando vivíamos todos juntos, aquella niñita no podía ser la pedazo de hembra que me estaba follando... ¿O me estaba follando ella a mí? Me dio no sé qué el hecho de desvirgar a mi hermana. No sé como explicarlo, me daba la sensación de aprovecharme de ella, me volvían de golpe todos los prejuicios morales. Debió de ver la duda en mi cara, yo la miraba pero no la veía, sumido en mis pensamientos, pensaba que estaba realmente mal lo que estábamos a punto de consumar. Iba a levantarme cuando ella, con un ágil golpe de cadera, sujetándome fuerte con piernas y brazos, se ensartó hasta el corvejón. Puso cara de dolor durante unos segundos cerrando fuerte los ojos. Cuando se relajó y los abrió, se encontró con los míos que la miraban con asombro. No dije nada, una vez hecho y ante lo inevitable, me dejé llevar, tampoco le iba a dejar con el mal sabor de boca del desvirgue y nada más, como poco, no era de caballeros. Intenté que gozara todo lo posible. Para mitigar ese bestial empujón me mantuve quieto durante un rato. La basaba en los labios, en los ojos cubiertos de lágrimas, lágrimas de amor y pena, no de dolor. Reconozco que me gustaba pero no estaba enamorado de ella. ¿O si? Los movimientos de mete-saca iban subiendo de ritmo. Sus tetas se balanceaban al son de su respiración, me excitaban muchísimo. Abría cada vez más las piernas, sus jadeos llenaban la habitación. Susana estaba a punto de correrse sin remisión. Yo también, notaba ese cosquilleo que nace en la base de la polla hacia las pelotas, signo inequívoco de que iba a descargar toda mi virilidad. Quise salirme pero me lo impidió. Mientras gritaba y se convulsionaba me clavó las uñas en la espalda, me volvió a abrazar con sus firmes muslos y me introdujo en ella todo lo que mi nabo daba de sí. Me vacié como nunca lo había hecho, golpe tras golpe soltaba mis chorros de semen en su interior mientras ella lo gozaba como una loca -AAAAAHHHHHHHHHHH LUIIIIIIIISSSSS, SIIIII, SIIIIII, MAAAASSSS ¡Joder, qué corrida! Al cabo de un ratito de descanso, de intentar recuperar el resuello, me apartó suavemente hacia un costado... Se incorporó para besarme los labios... -Gracias Luis, me has hecho la mujer más feliz del mundo. ¡Coño, que guapa estaba. La cara arrebolada, el pelo suelto, la perfección de su pecho... Estando sentada se inclinó, me cogió la polla y se la introdujo en la boca. Ya la tenía fláccida pero chupaba y chupaba, la descapullaba y recorría el glande con la lengua, limpiando cualquier resto de leche que quedara. Siguió durante mucho tiempo, hasta que consiguió que me recuperara. Sin soltar mi miembro, me ofreció su coño para darnos placer mutuamente. Me dediqué a ello con ansia, succionaba su clítoris, introducía un dedo en la vagina, hasta me atreví a metérselo en su sonrosado culito. Respingó, no debía esperárselo pero tras unos momento de duda se incorporó, se situó frente a mi y ayudándose con una mano, fue dejándose caer, introduciéndose el nabo en su estrecho paso trasero. Por la cara que ponía, debía de estar haciéndole daño pero a mí me estaba partiendo en dos. Me dolía muchísimo e intenté que parara sujetándola por las nalgas. No se dio por vencida. Se levantó rápidamente yéndose al cuarto de baño. Volvió con un bote de gel de ducha, me embadurnó bien y se lo hecó también en el culito. Volvió a repetir la operación, ahora con mayor facilidad. Poco a poco iba entrando, ella controlaba, lo hacía muy, muy despacio. A mi ya no me dolía, así que subía mis caderas para intentar ayudar. En poco tiempo estuve entero dentro de ella. Me sentí en la gloria, su esfínter me apretaba la base de la polla, sentía sus latidos, era una sensación maravillosa. Nunca había sodomizado a nadie. Se empezó a mover despacio, con una mano se excitaba el clítoris y la vagina, con la otra me acariciaba el pecho. Yo no podía soltar sus tetas, parecía que tenían un imán. Pellizcaba tiernamente los pezones, sin hacerle daño, repasaba las areolas y amasaba todo el pecho. Minutos después botaba como una loca sobre mí en la llegada de otro de sus orgasmos bestiales. Tampoco pude aguantar más, aquel conducto era demasiado estrecho, me volví a correr con todas mis ganas dentro de su prieto culo mientras se derrumbaba sobre mí. Aunque me pesaba estuvimos largo rato besándonos tiernamente. Su cara era realmente la de una mujer enamorada. ¿Cómo iba a desilusionarla?. Nos duchamos tranquilamente y volvimos a la cama. Esa noche se quedó a dormir conmigo, pero no era algo que pudiera prolongarse. ¿Qué iban a pensar en el cuartel de esa situación? La verdad es que fue más fácil de lo esperado. Ya era "vox populi" que éramos hermanos así que a nadie extrañó que ella viniera a vivir conmigo. Había ciertas reticencias dentro de los mandos de la compañía, pero como vieron que no la distinguía de los demás, pronto fue aceptado por todos. Dentro de poco voy a ascender a comandante y no sé donde me van a destinar. Estoy seguro de que querrá venir conmigo, desde luego no se lo voy a impedir. A fin de cuentas es difícil no enamorarse de alguien que te tiene tal devoción.