La salida del tren
Un encuentro en la noche, en un tren... Hace muchos años.
La salida del tren.
La salida del tren se retrasó casi una hora. A las cinco de la tarde en Sevilla, quince de agosto… Con 44ºC. Y un sol de justicia. Desde luego sin aire acondicionado que era algo inimaginable en 1965…
El retraso previo condicionó el trayecto retrasándolo más y más en su lento desplazamiento cuesta arriba, a saber cuándo llegaríamos a Alcázar de San Juan, donde se cambiaba el sentido de la marcha para dirigirnos hacia Albacete y Valencia.
El vagón en el que me senté estaba casi vacío. Apenas tres o cuatro compartimentos era raro siendo domingo, quizás por el calor sofocante que ni siquiera la noche lograba paliar. El aire quemaba…
Amodorrado tendido en los asientos dejé pasar las horas. Pasado Andújar nos internábamos en Despeñaperros a velocidades bajísimas. A pesar de estar entre montañas el calor no cedía. De todos modos bajaba algo la temperatura. Una necesidad fisiológica me obligó a salir al pasillo y recorrer los metros que me separaban de WC
Una mujer sacaba la cabeza para aprovechar el poco aire fresco; no pude ver su rostro, cubierto con el pelo revuelto por el viento.
—¿Me permite? — Dije al llegar a su altura.
Se giró levemente, sonrió y asintió con la cabeza.
Al pasar tras ella empujó su trasero en mi dirección apresándome contra la pared. Culo con culo. Extrañado me libré de la presa y logré pasar. Las cortinillas del compartimento, donde supuse que ella viajaba, estaban cerradas y el interior con las luces apagadas.
Milagrosamente, el servicio, estaba bastante limpio, supuse que debido al bajo número de pasajeros. Pude aliviarme con relativa comodidad, viendo pasar las piedras de entre las vías, por el agujero del excusado. Me lavé las manos, milagrosamente había agua, y me refresqué la cara. Me sequé con mi pañuelo de bolsillo.
Al volver me encontré a la mujer en la misma situación. Repetí:
—¿Me permite? — Respondió con un escueto:
—Sí…
Al pasar tras ella lo hice de cara y ella repitió la maniobra, solo que en este caso no me aparté. Acepté el reto. Un ligero giro de cabeza me mostró parte de su rostro con una pícara sonrisa.
Llevé mis manos a su cintura y atraje su cuerpo hacia el mío. Mi paquete se hinchaba rozándose con sus mullidas nalgas. Pude comprobar que el vestido que llevaba era muy ligero, sedoso, resbalaba con facilidad y al subirlo no encontré resistencia alguna. Acerqué mi boca a su cuello y besé el lóbulo de la oreja. Percibí un estremecimiento y un acercamiento aun mayor a mi hombría. Aspiré el aroma de su pelo, mezcla de perfume caro y sudor, delicioso…
Subí su vestido hasta la cintura desnudando sus suaves posaderas, acariciándolas, con una mano, subiendo hasta acariciar su pecho, sobre el sostén con la otra, sin dejar de besar y hablarle al oído.
—… Qué bien hueles… Tienes la piel suave, caliente, me vuelves loco… Te comería entera… Me encantaría lamerte desde los pies hasta donde tengo ahora mi boca. — Mi lengua acariciaba su lóbulo. — Tu imagen, con el pelo revuelto acariciado por el viento me estaba volviendo loco.
Ella bajó una mano para acariciar el bulto de mi bragueta.
Bajé su braga hasta los tobillos y ella facilitó la maniobra, levantando los pies para poder quitársela.
De rodillas, le quité un zapato y me lo llevé hasta la cara. Lo olía, me gustaba.
De nuevo en pie pasé mis dos manos bajo el vestido para llegar al sostén. Lo levanté y saque sus pechos por debajo, acariciándolos y pellizcando sus pezones que se endurecieron al contacto.
Ya eran sus dos manos en mis bajos intentando bajar la cremallera del pantalón. Lo hice yo. Desabroché mi cinturón, bajé el pantalón hasta las rodillas y restregué mi pene entre sus muslos, llegando hasta la entrada de su cueva. Lo dejé allí y me dediqué al resto de su cuerpo. Su piel suave se erizaba intermitentemente, alternando su parte derecha y la izquierda, según le mordisqueaba su parte derecha o izquierda del cuello. Rasguñé su nuca y emitió un lamento, como de un gatito.
—Tu aroma es delicioso. Tu piel es tan fina, tan delicada. — Eran frases que musitaba en su oído.
Ella dobló su espalda de forma que mi carne se incrustó en su intimidad. Comenzó a moverse lentamente incrementando la velocidad hasta menearse de forma endiablada. Solo pude abrazar su cintura y dejar que ella se penetrara, tomando el control.
Las respiraciones agitadas. Sus manos agarrando el alfeizar de la ventana. Mis manos en sus pechos…
—¡¡¡AAAGGG!!! ¡No puedo másss! ¡Me corrooo! — Gritó.
Intenté taparle la boca para que no nos oyeran. En ese momento entramos en un túnel. Los sonidos cambiaban, se amortiguaban… El pitido del tren disimuló mi grito que evidenciaba mi clímax. Las piernas me temblaban, trastabillamos los dos, manteniéndonos abotonados como los perros.
Aflojamos y nos dejamos caer suavemente al suelo. Ella sentada, yo arrodillado tras ella. La abracé, le giré la cara y la besé en la boca con suavidad. Sus labios sabían deliciosamente.
Nos reímos los dos.
—¿Cómo te llamas? — Pregunté.
—Marta, ¿y tú?
—Pablo. He tenido mucho gusto en conocerte.
Estallamos en risas nerviosas.
—¿Te vienes a mi compartimento? Estoy solo.
—No, verás, estoy en este con mi marido. Ahora está dormido, se toma un somnífero y así estará hasta que lleguemos mañana a Valencia. ¿Y tú, donde te bajas?
—Yo tengo transbordo en Chinchilla. Aún faltan unas cuantas horas.
—¿Quieres ayudarme a hacer realidad una fantasía? — Me dijo.
—¿Cuál es esa fantasía? — Pregunté escamado. Ella sonrió…
—Que me lo hagas, en el asiento, junto a mi marido mientras duerme.
La sorpresa que me llevé fue mayúscula. Pero intenté serenarme…
—Por mí… Si tú crees que no se va a despertar…
—No te preocupes. Tiene para dormir hasta mañana. Seguramente, en Valencia, tendré que darle con una toalla mojada en la cara para despertarlo… Jajaja.
Entramos en el compartimento. Ella no se cortó ni un ápice. Se sacó el vestido por la cabeza, se desabrochó el sostén y se quedó como la trajeron al mundo. Con las bragas me había quedado yo. En el rincón, sentado con el cuerpo apoyado en el respaldo, estaba el marido durmiendo. Roncaba.
—¡Venga, desnúdate y ven aquí! — Me ordenó.
No lo dudé, fuera zapatos, camisa, pantalón, calcetines y calzoncillos.
Encendió una tenue luz de lectura y pude ver su cuerpo. Morena, con cara aniñada, pechos grandes y macizos, así como sus nalgas redondas, rotundas.
Sonreía y con el dedo índice de la mano derecha me llamaba.
¡Pero es que estaba sentada al lado del marido, joder!
Hice de tripas corazón y me coloqué entre sus piernas, se abrió y pude vislumbrar un pubis cubierto por una densa melena, negro como el azabache, con una grieta roja palpitando en el centro. Soltaba un hilo de crema, supongo que mía y suya. Con los dedos intenté quitar lo más que pude para enterrar mi cara entre sus rollizos muslos. Su gruta parecía un volcán, ardía. No me extrañó que buscara follarse al primero que pasara, pensé. Mi lengua se paseaba desde su monte de Venus hasta el ojete, pasando por el perineo. El olor era bastante fuerte, habida cuenta las horas que llevábamos en el tren, era de esperar. Escupí y comencé a lamer toda la cavidad. Me pasaba a la parte interior de los muslos, para eliminar la mayor cantidad posible de fluidos y seguía mi labor. Apenas unos minutos después, mientras le asaeteaba su clítoris, comenzó a temblar, sus muslos me atrapaban, gritó, fuerte… Me dije a mi mismo, aquí muero yo, si no asfixiado, por el porrazo del marido al despertarse tras los gritos.
Un orgasmo brutal la hizo retorcerse de gusto, sus piernas rodeaban mi cuello.
Al incorporarme pude ver que estaba abrazada a su marido besándolo en la boca.
Había desabrochado su pantalón, sacado su miembro y lo pajeaba de forma brutal. De pronto se agacha sobre él y se introduce el pene en la boca. Sube sus rodillas al asiento, en posición de perrita y me indica, con la mano, que la penetre por detrás.
No me hago rogar. Embarro su ya empapado agujero con mi brocha y entró con deliciosa suavidad en su horno. Veo cómo los empujones que le doy hacen que se trague el miembro del marido hasta chocar su nariz con los testículos. Los pechos, colgando, bailaban al ritmo que yo marcaba. La escena me resultaba sumamente erótica. Yo le palmeaba las nalgas con fuerza y ella, se sacaba un instante la carne de la boca para gritar:
—¡Más, cabrón, dame más fuerte!
Y yo le daba más fuerte. El haber eyaculado una vez me daba un margen amplio. Marta se corrió una vez más.
—¡Por el culo! ¡Córrete en mi culo!
La verdad, jamás había dado por culo a nadie. Y falto de experiencia, apunté y empujé, fuerte, muy fuerte.
El grito fue desgarrador, como imagino fue el desgarro de su culo. Intentó zafarse pero no se lo permití. Me detuve, esperé, se tranquilizó y seguí con mi mete saca.
—¡Cabrón, me ha dolido! — Gritó lanzándome una mirada asesina.
Pasados unos minutos, no sé cuántos, descargue en su vientre. Me separé de ella, me limpié en sus bragas y al intentar vestirme…
—¡Espera Pablo! ¡Déjame que te limpie!
Se arrodillo a mis pies y se tragó mí, ya arrugada, daga. Relamió todos mis atributos y al terminar se pasó los dedos por el ano y vagina para recoger la mayor cantidad posible de líquidos, para restregarlos en la boca y cara de su esposo. Yo estaba muy sorprendido. Ya vestido me senté frente a ellos.
—¿Por qué haces esto? ¿Odias a tu marido? — Pregunté.
—No… Sí… Bueno no sé. Pero… Veras… Llevamos diez años casados. Tenemos una hija y ya no puedo tener más. Tuve problemas en el parto. Él es muy recto en cuanto a sexualidad. Jamás me ha hecho nada más que uno o dos polvos al mes, posición del misionero. Me abro, se coloca encima, me penetra, se mueve, se corre y yo… Yo me quedo a dos velas. Generalmente tengo que ir al baño a masturbarme. Pero hace poco, me sorprendió. Me pilló sentada en la taza, desnuda, con una mano abajo y otra en mis pezones. Al parecer estuvo viendo que hacía. Entró de golpe, me dio un bofetón, me llamó puta degenerada y se fue a dormir tan tranquilo. En ese momento decidí ponerle los cuernos en cuanto tuviera ocasión. Y estas guarrerias que le he hecho son mi pequeña venganza. Mañana se despertará con sabor a semen en la boca y la piel muy… muy… suave. Jajaja.
—Vaya, estamos llegando a Alcázar. Vete, Pablo, no quiero que nos vean juntos.
—¿Vives en Sevilla Marta? ¿Podemos vernos allí?
—No querido, lo siento. No quiero problemas de enganches amorosos ni nada de eso. Sexo, solo sexo. Una vez y ya está. Dame un beso.
—Yo también lo siento. Ha sido una experiencia muy agradable. Perdona, pero después de chupársela a tu marido, besarte me da… Reparo… ¿Me comprendes verdad?
—Claro que te entiendo. Por cierto, no voy a poder sentarme en una semana, me has roto el culo cabrón… Pero lo he pasado muy bien… Gracias.
Me levanté, estreché su mano y fui al departamento donde tenía mi equipaje. Co él a cuestas me desplacé hasta otro vagón, encontré otro departamento vacío, me tumbé y me dormí. Cuando desperté me había pasado de estación. Tuve que bajarme en Játiva, donde esperé cuatro horas para coger otro tren que me llevara al pueblo…
Desde ese día, cada vez que viajo solo, recorro el tren tratando y temiendo, encontrar a Marta.