La sala del sexo
Una pareja viaja a un país extranjero donde serán secuestrados por el ejército local.
Por fin iban a llegar las ansiadas vacaciones. Normalmente, mi marido Alfredo y yo, solíamos irnos a otro país durante la temporada de verano.
Aquel año decidimos ir a ver a nuestro amigo Vicent, que llevaba en aquel país exótico tres años como periodista y que aunque los asuntos políticos estaban revueltos, no cesaba de comentarnos a través de sus correos, lo maravilloso que resultaba vivir allí.
Íbamos a estar un mes, nos había ofrecido su casa. Vicent era de la edad de Alfredo, 45 años, mientras que yo acababa de cumplir los 40.
Después de varias horas de viaje, llegamos al aeropuerto de destino. Vicent nos vino a recoger.
- Paloma, Alfredo, cuanto tiempo.............. Por fin os habéis decidido a venir
- Te mostraste muy insistente, además, nos has hablado maravillas de este país. No podíamos pasar la oportunidad de visitarte, le respondí.
- He visto mucha policía y miembros del ejército en el aeropuerto. Está la situación complicada en el país, verdad? Comentó Alfredo
- Si, lo cierto es que estamos todos bajo sospecha, con independencia que seas extranjero. Tenemos que tener cuidado. Ya os iré enseñando todo lo que aquí sucede.
Llegamos a su casa. Vivía en una zona residencial de la ciudad, bien cuidada y con fuertes medidas de seguridad en la que la mayor parte de la que lo habitaban eran extranjeros.
Tenía una mujer interna en la casa que se encargaba de las labores domésticas. Celebramos el encuentro, saliendo a cenar a un lujoso restaurante de la ciudad, y nos acostamos tarde.
Quedamos al día siguiente en acudir a la oficina de Vicent, que estaba situada en un barrio de la capital. Nos dijo que cogiésemos un taxi y que después iríamos a un restaurante junto a una playa preciosa, donde pasaríamos el resto del día.
Normalmente trabajaba solo, mandando la información de lo que sucedía en el lugar al resto del mundo .Nos presentamos, tal como habíamos hablado en su despacho. Nuestro amigo nos estuvo explicando la represión que existía, con focos revolucionarios que se saldaban frecuentemente con heridos en sus enfrentamientos con las fuerzas de seguridad del país.
Estuvimos charlando distendidamente, cuando de repente, sonó el timbre de la puerta. Noté como Vicent mostró cara de asombro al oír las voces. Me asusté mucho.
- Abran, policía. Se oyó al otro lado de la puerta.
En ese momento, mi corazón comenzó a latir fuertemente. Vicent les abrió, y varios hombres uniformados entraron de forma violenta en el pequeño habitáculo que nos encontrábamos.
El que parecía el jefe, un militar de no más de 35 años, dio orden de registrarlo todo, algo que hicieron de forma bastante violenta. Yo me encontraba aterrada, y sólo acertaba a decirle que éramos extranjeros, a lo que se limitó a responder gritando que nos callásemos, si queríamos salir de allí con vida.
Los policías entregaron varios documentos al hombre que estaba al mando, que además se apropió del ordenador portátil de Vicent.
- Bien, llevároslos a todos de aquí. Dijo el capitán.
Nos bajaron de malas maneras por las escaleras, en la que habían más hombres uniformados para introducirnos en una furgoneta, nos taparon los ojos y nos ataron las manos en la espalda con unas esposas.
Cuando llegamos, nos introdujeron en una habitación grande y nos quitaron las vendas de los ojos. Era una sala diáfana, que debía haber sido un antiguo gimnasio, puesto que aún conservaba las espalderas colgadas en la pared, en las que fuimos esposados..
A los pocos minutos entraron tres hombres. Uno de ellos era el capitan que nos había arrestado, acompañado de otros dos mandos militares.
- Vaya, tenemos aquí a unos subversivos que quieren derrocar a nuestro presidente.
- Para nada, capitán, yo soy periodista, estos mis amigos que sólo están pasando unas vacaciones aquí, dijo Vicent.
- No me repliques, hablarás cuando yo diga que puedes hablar, hasta ese momento quiero que te calles.
Los tres militares fueron caminando entre nosotros, hasta que llegaron a mi.
- Y tú, zorra, qué coño has perdido en este país?
El tono me asustó. Comencé a temblar. Mi marido intentó salir en mi defensa, pero con unos fuertes gritos le amenazaron.
El capitán, hizo entrar a dos soldados rasos, armados con pistolas, situándolos en cada una de las esquinas de la sala.
El tono del militar, tal como nos hablaba, aún me hizo temblar más. Qué se proponían? No éramos ciudadanos de este país, pero nos estaban tratando como auténtica basura.
- Tu amiga es muy guapa, dijo sonriendo, dirigiéndose a Vicent.
- Dejadnos en paz. Además, ellos no tienen nada que ver con mi labor como periodista, sólo han venido de vacaciones.
Iba vestida con unos pantalones vaqueros cortos, tipo piratas, y una camisa azul, sin mangas, puesto que hacía calor, así como unas chanclas en los pies. El capitán se acercó a mi y comenzó a acariciarme la cara y el pelo.
- Una mujer rubia, eres una preciosidad. No estamos acostumbrados a tener visitas tan distinguidas por aquí. Dijo riendo.
- Qué quiere de nosotros, somos ciudadanos extranjeros. No tenemos nada que ver con este país, le dije indignada.
- No te enciendas, preciosa, guarda tus fuerzas.
Con su dedo índice, recorrió mi frente, bajó por mi nariz y boca, pasando entre los pechos, recorriendo los botones de mi camisa, hasta llegar a mi ombligo.
Una señal suya fue suficiente para que de inmediato, uno de los soldados soltase mis esposas. Con ayuda del otro soldado, me llevaron en volandas hasta una habitación de unos veinte metros cuadrados. Tan sólo tenía una pequeña mesa, unas sillas y un pequeño mueble a uno de los lados.. Las paredes estaban desnudas, con tan solo unas poleas en el techo
Volvieron a colocarme las esposas, esta vez por delante, y los dos soldados salieron de la sala, para a continuación entrar de nuevo el capitán y otros dos mando bien vestidos, que luego supe que eran comandante y coronel de aquel corrupto ejército.
- Vaya, capitán, tenía usted razón. Es madura pero se conserva muy bien.
El capitán debía ser algo más joven que yo, mientras que los otros dos mandos superiores rondaban los 50 años. Entre los tres me agarraron y situaron mis manos esposadas colgadas de una polea.
- A ver, putita, vas a decirnos que coño haces en este país?
- Estoy de vacaciones. He venido con mi marido a ver a nuestro amigo. Sólo somos turistas.
- Turistas de sol y playa?, dijo el coronel riendo
- Íbamos a ir a la playa hoy. A comer a un restaurante junto a ella, y a pasar el día allí, hasta que ustedes nos han arruinado la jornada.
- Veamos si es verdad que ibas a ir a la playa. Dijo el coronel.
Los otros dos hombres me agarraron y comenzó a desabrochar mi camisa, quedando abierta y a su vista mi sujetador.
- Así que no llevas puesto el bikini, y pretendes que nos creamos que ibais a ir a la playa? Por cierto, habéis visto que tetas tiene la zorra?
- Lo llevaba en la bolsa que se ha quedado en la oficina de nuestro amigo, por favor, créanme.
Empezaba a estar muy asustada, por lo que decidí cambiar mi estrategia. Les mentí para que me dejaran en paz, o al menos ese era mi objetivo.
- Si, soy periodista y he venido a escribir un reportaje sobre lo que está sucediendo aquí, así que suéltenme inmediatamente.
- Vaya¡¡¡ Así que contarás lo mal que se porta el ejército, verdad?
Se acercaron a mi cara, me besaron en las mejillas, mientras el dedo del coronel bajó por mi escote, entre mis pechos, hasta llegar al botón de mis pantalones.
Mis manos estaban colgadas de la polea, intenté echarme para atrás para evitar que me lo desabrochara pero mi culo, tropezó con las manos del capitán.
- Bonito culo, muy prieto, como a mi me gustan, dijo
Acarició mi trasero y lo empujó hacia adelante, lo que aprovechó el coronel para desabrocarme el pantalón, y tirar de la cremallera hacia abajo. El capitán hizo el resto del trabajo, deslizando el pantalón por mis caderas, con cuidado de no bajar a la vez el tanga. Mientras comencé a gritar, a insultarlos en voz alta, pero no sirvió de nada.
- Puedes gritar todo lo que quieras. Te aseguro que en esta sala ha gritado gente mucho más de lo que puedas hacerlo tú y con la insonorización, no se oye nada fuera.
Ahora si estaba realmente asustada. Aquellos delincuentes me habían dejado en ropa interior. Nunca pensé que se hubieran atrevido a tanto.
Me encontraba con un pequeño tanga y el sujetador, ambos de color blanco, mi camisa totalmente abierta y delante de tres hombres en un lugar, en los que mis derechos no valían nada. Gritaba y pataleaba, pero sólo conseguía incrementar sus risas.
Empezaron a acariciarme las nalgas, Yo intentaba moverme, pero al estar atada al techo, sólo conseguía dar pequeños pasos cortos, en círculo, imitando un esperpéntico baile.
Noté como uno de los hombres agarraba mi cintura y me acercó a él. Comenzó a besarme por el cuello y los hombros. Sentí otra boca al otro lado de mi cara, mientras que unas manos, paseaban libremente por encima de mis pechos.
Se separaron de mi, no sin antes recibir un fuerte cachete en el culo. Mis ojos estaban cerrados, y cuando los abrí vi al comandante con un enorme cuchillo en frente de mi.
Comencé a gritar y a suplicar que no me hicieran daño. Les volví a decir la verdad y a contarles que era una turista y había venido con mi marido a pasar las vacaciones.
- Ahora cambias la versión de nuevo? Dijo el capitán.
- Por favor, créanme, no soy nadie que perjudique a su gobierno. Sólo sé de su país por lo que nos cuenta nuestro amigo Vicente.
- Quiero ver esas tetazas que se cubren con ese estiloso sujetador, expuso el comandante acercando el cuchillo a ellas.
- No, no, por favor, no, supliqué llorando y chillando.
Sentía la afilada punta del machete en mi esternón. Respiraba de forma agitada, temía que en cualquier momento me lo pudiera clavar, pero eran otras sus intenciones.
Agarró mi sujetador por el punto en el que se unían las dos partes que cubrían mis pechos. Estos quedaron tapados por las copas. Después, cortó cada una de las gomas que lo sujetaban por encima de mis hombros.
Mis tetas eran muy grandes, así que la prenda no se cayó por si sóla, quedaron las copas agarradas a mis pezones, que fruto del nerviosismo, estaban de punta. Con la punta del cuchillo fue desplazando poco a poco la tela que los tapaba, primero de una y luego de la otra, hasta dejar mis pezones a la vista de mis tres verdugos.
Siguió jugando con el cuchillo, hasta que metiendo la mano por la espalda, debajo de mi camisa, consiguió hacer caer el sujetador al suelo.
Jocosamente, los comentarios sobre mi cuerpo, mis pechos y mi culo me sonrojaban. Empezaba a darme cuenta que iba a ser violada.
No sabía que hacer. Estaba indefensa. Nadie iba a venir a ayudarme. Los hombres me besaban. Sacaban sus lenguas y las pasaban por mi cara. Me tocaban los pechos sin ningún reparo.
- Por favor, soy una mujer casada, déjenme marchar.
- Las mujeres europeas, vais muy bien depiladas, verdad? Aquí son más decentes, llevan pelo en sus partes íntimas, como nosotros. Tú vas depilada?
No contesté. Lloraba y sólo les pedía que me soltasen.
- Ahora te soltaremos..................las bragas. Diciendo esto el comandante riendo.
Rompió por un lado mi pequeño tanga. La tela cayó ligeramente, pero aún cubría mi sexo aunque supongo que para ellos la situación era de lo más erótica. Hizo lo mismo por el otro lado y ahora si, mi rajita quedó al descubierto.
Cerraba las piernas para evitar que cayese mi tanga al suelo aunque ya no me tapaba nada. Los hombres giraban a mi alrededor y me observaban. De repente noté un tirón fuerte, por detrás, por la de mi braguita, quedando totalmente desnuda, con tan sólo una camisa abierta ante la mirada de excitación de los militares.
- Nunca había visto un coño tan perfecto. Sin pelo se ven mejor las rajas. Lo tiene bonito, sólo una pequeña línea de vello por encima.
Volví a suplicar que me soltaran y me dejaran ir. Les hacía entender que estaba casada, que sólo estaba de vacaciones. Entonces, el coronel les ordenó.
- Soltadla. Dijo con voz seria al capitán y al comandante.
Pensé que todo había terminado, pero nada más lejos de la realidad. Lo que hicieron fue soltarme las esposas y descolgarme. Me obligaron a sentarme en una banqueta, mientras los tres militares se sentaron a mi lado en otras tantas sillas
Estaba aterrorizada. Comenzaron a tocarme. Yo intentaba desplazar sus manos como podía, pero eran seis y yo poco podía hacer. Volví a suplicarles, diciendo que era una mujer casada, mientras intentaba que me acariciasen lo menos posible.
- Sabemos que eres casada. Tu marido está en la otra sala. Seguro que con él eres más cariñosa. No se está quieta la puta, atadla de nuevo. dijo el coronel.
De nuevo me colocaron las esposas, esta vez en la espalda, por lo que tuvieron vía libre sobre mi cuerpo y comenzaron de nuevo a pasar sus asquerosas manos sombre mi piel.
Les escupía, insultaba, pero ellos hacían caso omiso. Sólo pasaban sus manos por mi cuerpo centrándose en mis pechos y mi sexo. Me sentía sucia. Sólo intentaba tener mis piernas cerradas lo máximo posible para evitar que me metiesen los dedos.
- Coloquémosla encima de la mesa, estaremos más cómodos.
Me cogieron entre los tres y en volandas, me situaron encima de la mesa. Sólo llevaba mi camisa, ya desabrochada, mientras que veía en el suelo mi ropa interior, hecha guiñapos.
- Por favor, por favor, por favor, déjenme, decía en voz baja mientras tenía mis ojos cerrados.
- Si eres buena, te marcharás pronto
Estaba tumbada en la mesa. Me separaron las piernas. Ahora tenían vía libre para tocarme y verme todo lo que querían. No quería mirar, sólo me limitaba a decir basta, y que era una mujer casada.
Me separaron las piernas, y noté como varios dedos empezaron a acariciar mi coño. Noté dos bocas en mis pechos, succionándolos y lamiendo mis pezones.
Sentí dos manos que agarrando mis tobillos hicieron que abriese más las piernas.
- Dado mi mayor rango, seré yo quien le haga un examen exhaustivo. Dijo el coronel.
Después de hacer un simulacro de registro, en el que sus manos se pasearon a su antojo por mis pechos y mi vagina, se dirigió directamente a mi coño y metió el dedo hasta el fondo. Comencé a gritar y a moverme, pero con mis manos a la espalda y sujeta por los tobillos, poco más podía hacer a parte de moverme y gritar. Levantaba mi culo de la mesa, lo que hacía que ellos hicieran comentarios obscenos y aún les excitase más.
Notaba su dedo dentro de mi vagina. No podía soportarlo. Quería morirme en aquellos momentos.
- Comandante, puede usted seguir con el dedo? Pretendo que me haga una mamada a la vez que usted la excita.
- No, por favor, volví a suplicar
Sabía que aunque me quejara, no tenía nada que hacer ya que mis palabras no obtenían ninguna respuesta.
Dejé de hablar cuando la polla del coronel se introdujo en mi boca. Casi no podía respirar porque mis llantos habían taponado la nariz, Oía a los hombres hablar aunque no sabía lo que decían.
- Voy a comerle el coño, oí a lo lejos, aunque no sabía si era el capitán o el comandante.
Noté como una lengua se introducía entre mis labios vaginales, mientras dos fuertes brazos me obligaban a mantener las piernas abiertas. No podía pensar, el olor acre del miembro del coronel en mi boca y la lengua del otro oficial en mi sexo me volvía loca de vergüenza, humillación y asco.
Después de varios bamboleos, el líquido del hombre inundó mi boca. El siguió agitándome, por lo que no tuve la oportunidad de escupirlo y todo ello pasó a mi garganta.
Démosle la vuelta, dijo el comandante. De nuevo, entre los tres, como si fuera un fardo, me giraron, quedando de espaldas a ellos. Comenzaron a manosear mi culo, lo separaron y uno de ellos introdujo un dedo dentro de mi ano.
- Está bien prieto, dijo riendo. Creo que lo voy a desvirgar.
- No, por detrás no, lloraba y gritaba desesperadamente.
El comandante me separó las piernas y se colocó entre mis piernas. Intentaba apretar mi culo lo máximo posible, aunque sabía que eso sólo me produciría un mayor daño.
De un primer golpe, batió toda mi resistencia, mientras yo daba un grito desgarrador. Mis manos atadas a la espalda y los otros dos hombres sujetándome por los hombros y por la cabeza.
Mis ojos estaban nublados y mis oídos conmocionados, por lo que sólo podía atisbar los insultos y comentarios que hacían sobre mi.
El capitán, que había visto toda la escena mientras me sujetaba decidió que era su turno. Sin moverme, fue él quien me separó las piernas y su pene quien penetró en mi ano sin ninguna piedad.
No podía soportarlo, ahora ya no era tanto el daño físico como el moral. Si a mi me habían hecho esto, como estaría mi marido?
De nuevo noté el líquido caliente dentro de mi culo y pensé que al menos, aquello habría terminado.
- Estoy recuperado, dijo el coronel. No voy a desperdiciar la ocasión de probar un coño tan bien cuidado, depilado y que me está pidiendo que se la meta hasta dentro.
- Sus deseos son órdenes, dijo el capitán, mientras entre los tres, me dieron la vuelta y me situaron sobre la mesa, mirando al techo.
El comandante se situó detrás, abrió mi camisa completamente para poder tocar mis pechos. Mientras, el coronel se colocó entre mis piernas e hizo suya mi vagina.
Aguantó considerablemente, disfrutando de cada momento. El coronel aprovechaba a besarme y con ayuda del capitán, mis pechos eran su feudo, sin parar de magrearlos.
Un mayor esfuerzo del coronel hizo que me diera cuenta que iba a correrse. Lo hizo fuera de mi coño, resfregando su miembro con el escaso pelo que cubría mi coño.
Estaba llorando. El capitán me acercó un rollo de papel para que me limpiara.
- En breve verás a tu marido. Vístete.
Me dio los pantalones y las zapatillas, mientras que se quedó con lo que quedaba de la ropa interior.
Me vestí lo mejor que pude, sobre todo intentando que no se moviesen mis pechos, y así, mi marido no se enterase de todo lo que había pasado.
Una vez me había recompuesto, el capitán me llevó a otra sala, donde se encontraban Alfredo y Vicent.
- Estás bien? Me preguntó mi marido.
- Si, si. Estoy bien. Vámonos por favor.
- Alfredo. Antes de irse, quiero darle esto y además decirle, que tiene usted una mujer estupenda. Dijo el capitán.
Mi marido cogió un pequeño paquete y lo abrió en ese momento. Eran mi sujetador y mi tanga hecho añicos.
Alfredo intentó avalanzarse sobre él, pero dos soldados se lo impidieron.
Salimos del cuartel donde habíamos sido retenidos y tras una breve escala para recoger nuestras cosas en casa de Vicent, cogimos el siguiente avión con destino a España.