La rutina de Juan
La rutina de Juan.
Café de por medio conversaban Juan y José de autos, futbol y mujeres. El amor no existe, dijo Juan, lo único que vale es el deseo, que te deseen es lo mejor.
Es verdad dijo José.
Por supuesto agregó Juan. Yo sueño con que mi mujer sea una verdadera puta que arda de deseo. Y que se comporte como tal: quisiera que se vista como una puta, que hable como una puta, que se caliente como una puta, que me desee como una verdadera puta. Eso es mucho más valioso que el amor.
Tienes razón afirmó José.
Mira, invitó Juan. Si observas a esa zorra parada sobre la acera verás su breve falda, su escote bien abierto, sus labios rojos entreabiertos que invitan a desear su lengua. Esa es una verdadera mujer. Así sería una verdadera esposa. Qué distinta sería la vida con una mujer como esa.
Es verdad asintió José.
Nos vemos se despidió Juan. Chau respondió José.
Al llegar Juan a su casa encontró a Elvira, su mujer, vestida con unas calzas blancas tan, pero tan ajustadas, que nadie hubiera imaginado como hizo para entrar ahí. Tan estirada estaba la tela que dejaba ver perfectamente un minúsculo y delicioso hilo dental metido hasta el fondo de sus zanjas. La camisa era una invitación a la guerra. Abierta hasta la mitad de su pecho dejaba ver la hermosa forma de sus tetas que bailaban al compás de sus movimientos. Unos zapatos de tacos bien altos estilizaban la forma de sus piernas de manera sensacional.
El arreglo de su pelo y la pintura de su cara merecen un capitulo aparte. Labios bien rojos, pómulos bien marcados, pestañas extra largas, fuertes sombras demarcando sus sedientos ojos y el cabello sujeto con una vincha para dejar bien expuesta su cara deseosa de placer.
Estaba muy buena Elvirita
- Te sirvo un trago cariño? Preguntó ella.
- Qué haces así vestida? Respondió él.
Me ofrezco a ti, amor. Te deseo y quiero que me folles hasta hacerme desfallecer.
Juan no lo podía creer, su sueño era una realidad. Entonces dijo:
- Joder mujer, menuda zorra crees que eres. Pero ni sueñes que estés hecha para esto. Ve, lávate la cara, cámbiate la ropa, ponte algo decente y sirve la cena que estoy hambriento.
Al regresar, con la cara lavada y vestida con una bata de entrecasa, Juan miraba la tele como de costumbre. Elvira sirvió una sopa y apoyó sobre la mesa las boletas de servicios que habían llegado. Juan las miró y dijo:
- Siempre lo mismo. Estoy cansado.
Café de por medio conversaban Juan y José de autos, futbol y mujeres. El amor no existe, dijo Juan, lo único que vale es el deseo, que te deseen es lo mejor.
Es verdad dijo José.
Por supuesto agregó Juan. Yo sueño con que mi mujer sea una verdadera puta que arda de deseo. Y que se comporte como tal: quisiera que se vista como una puta, que hable como una puta, que se caliente como una puta, que me desee como una verdadera puta. Eso es mucho más valioso que el amor.
Tienes razón afirmó José.
Mira, invitó Juan. Si observas a esa zorra parada sobre la acera verás su breve falda, su escote bien abierto, sus labios rojos entreabiertos que invitan a desear su lengua. Esa es una verdadera mujer. Así sería una verdadera esposa. Qué distinta sería la vida con una mujer como esa.
Es verdad asintió José.
Nos vemos se despidió Juan. Chau respondió José.
Al llegar Juan a su casa encontró a Elvira, su mujer, vestida con unas calzas blancas tan, pero tan ajustadas, que nadie hubiera imaginado como hizo para entrar ahí. Tan estirada estaba la tela que dejaba ver perfectamente un minúsculo y delicioso hilo dental metido hasta el fondo de sus zanjas. La camisa era una invitación a la guerra. Abierta hasta la mitad de su pecho dejaba ver la hermosa forma de sus tetas que bailaban al compás de sus movimientos. Unos zapatos de tacos bien altos estilizaban la forma de sus piernas de manera sensacional.
El arreglo de su pelo y la pintura de su cara merecen un capitulo aparte. Labios bien rojos, pómulos bien marcados, pestañas extra largas, fuertes sombras demarcando sus sedientos ojos y el cabello sujeto con una vincha para dejar bien expuesta su cara deseosa de placer.
Estaba muy buena Elvirita
- Te sirvo un trago cariño? Preguntó ella.
- Qué haces así vestida? Respondió él.
Me ofrezco a ti, amor. Te deseo y quiero que me folles hasta hacerme desfallecer.
Juan no lo podía creer, su sueño era una realidad. Entonces dijo:
- Joder mujer, menuda zorra crees que eres. Pero ni sueñes que estés hecha para esto. Ve, lávate la cara, cámbiate la ropa, ponte algo decente y sirve la cena que estoy hambriento.
Al regresar, con la cara lavada y vestida con una bata de entrecasa, Juan miraba la tele como de costumbre. Elvira sirvió una sopa y apoyó sobre la mesa las boletas de servicios que habían llegado. Juan las miró y dijo:
- Siempre lo mismo. Estoy cansado.