La rubia iii

Fin del sometimiento de Alicia

A la hora convenida del lunes, nos vimos en la maquina del café, había mas gente así que no pudimos hablar, pero la hice un gesto con la cabeza y ella asintió. Le mande un mensaje al teléfono para quedar en vernos por la tarde en el sitio habitual.

Confirmó su deseo de ser mi esclava, le hice que suplicara tal condición y como llevaba falda, cosa ya casi habitual, le ordene que se quitara las bragas allí mismo, en la mesa. Una vez que se las quito, me las dio y me quede con ellas. Hablamos de nuestras cosas. Entre ellas que fijaba un plazo de dos meses para probar y le recordé que una negativa supondría el fin, pero que siempre tendría esa posibilidad. Quedamos en una cita para el viernes en el mismo sitio.

No sé porque pero llevaba las bragas en el bolsillo, las tocaba y me excitaba. El miércoles le mande un msn para que fuera a la cafetería del edificio sobre las 16 horas, después de la comida estaba muy tranquila.

Cuando llegue estaba allí, tomando un café, yo pedí otro. Me lo tome y la hice un gesto para que me siguiera, como ya dije la discreción era fundamental en el trabajo. Espere fuera, cuando salió, camine por un par de pasillos y llegamos a un cuarto de mantenimiento del edificio, allí no iba nadie y menos a esas horas. Si mediar palabra, la apoye contra la pared. Comencé a tocarle los pechos y las nalgas. Saque las bragas de mi bolsillo y las metí en su boca. La gire y subí su falda, su culo estaba a mi vista, aparte la parte trasera del tanga, busque su vagina y la penetre. Fue un polvo rápido, solo me preocupe de mi placer, si ella llegaba bien y sino pues también. Cuando explote dentro de ella, Alicia no había culminado, pero si estaba muy excitada. Salí dejándola en el cuarto, no me importaba si quería masturbarse o no.

Fuimos teniendo sesiones en el club, al principio en privado y luego en público, cosa que la ponía especialmente nerviosa. De vez en cuando incorporaba a otra esclava. Me confesó que eso la excitaba mucho. Incluso una vez hicimos una sesión con una Ama y su esclavo. Así fue pasando el periodo de prueba.

Cuando llego el momento quede con Alicia para saber si quería seguir, yo suponía que lo deseaba, pero nunca se sabe. Por supuesto que dijo que si, respondió que era mía sin condiciones. El tiempo que llevábamos juntos hizo que la conociera mejor y comprobé que era una mujer deseosa de avanzar en su sumisión. Se notaba que estaba contenta. Procure que no afectara a su trabajo pero se hicieron comentarios de que había cambiado algunos aspectos de la relación con sus trabajadores.

El siguiente fin de semana quede con ella a la salida del trabajo. La lleve a una tienda de tatuajes y piercing. El dueño era un conocido del club, mientras que nos atendía, me entretuve viendo los diferentes tipos de aretes para pezones. Pregunté a la rubia sobre si le gustaban algunos de los que vimos. Estaba intrigada y la curiosidad puedo con ella.

Me vas anillar los pezones –me preguntó-

No la conteste, pero mi silencio la hizo comprender cuál era la respuesta.

Mi amigo nos saludó, le dije esta es la esclava de la que te hable, mientras había cogido el pirsing que quería para sus pezones. Le seguimos a la parte de atrás, disponía de una camilla divida en tres partes, uno de los extremos estaba bajado. Desnúdate y túmbate ordene a mi esclava. Lo hizo rápidamente. Fue atada con una correa por la cintura, sus muñecas a los bordes de la camilla y los tobillos a las patas de la camilla para que sus sexo quedara abierto y a la vista.

El profesional se lavó las manos y se puso guantes quirúrgicos. Luego higienizo los pezones y las aureolas con algún tipo de desinfectante. Alicia parecía tranquila, aunque su cara si manifestaba algún temor.

Me pido que le ayudara sujetando y estirando los pezones, mientras que él procedía a perforarlos. Por el gesto de la rubia, aprecie que debió dolerle, pero no grito. Apenas salieron un par de gotas de sangre. Metió la barrita y le puso las dos tuercas de las puntas. A continuación procedimos de la misma forma con el otro pezón.

La verdad es que eran bonitos y quedaban bien.

La deje reposar unos minutos, mientras que elejia las anillas. Se las di al dueño del establecimiento. Me volvió a pedir ayuda. Cuando Alicia notó que le estiraba uno de los labios vaginales dio un respingo. La mire y estaba pálida. La agarre de una mano y se procedió a perforarle el labio. Dio un grito de dolor. Mi amigo le puso el anillo. Con el otro labio se le saltaron las lágrimas al perforarlo. En esta ocasión sangro un poco más que con los pezones.

Salimos a la tienda, dejándola sola. Pague el servicio. Cuando volví la acaricie la cabeza y la cara, pero no le dije nada. La desate. Se incorporo. La acompañe ante un espejo para que se viera. Estas muy bella, le dije, te sientan de maravilla. No sé qué decir, respondió, me ha pillado de sorpresa. Vístete la ordene.

La lleve a mi casa, durante el trayecto no hablamos, parecía que estaba pensando en lo que había ocurrido. Nos sentamos en el sofá.

Te voy a dar unas pautas de comportamiento –dije-

Sí, Señor.

Cuando estemos en tu casa o en la mía –la indique- estarás siempre desnuda.

Sin decir nada, comenzó a desnudarse. Muy sumisa y obediente, pensé.

Di una palmada en el sillón y se sentó.

Puedo preguntarte una cosa, Señor.

Claro –respondí-

¿Alguna razón para que esté desnuda?, aparte de que es tu deseo.

Claro que la hay, esclava, eres preciosa y quiero disfrutar de ti en cualquier lugar o circunstancia, le respondí.

Hablamos de temas intrascendentes. Voy a por una cerveza –dije- ¿quieres una?

Si Señor –respondió- ¿pero no debería ser tu esclava la que fuera?

Tal vez, pero no quiero una esclava domestica, le respondí. Anda ve a por las cervezas le dije.

Cuando volvió tome mi cerveza y le dije que se arrodillara.

Te voy a enseñar la postura de descanso para cuando no tengas alguna tarea o yo te diga otra cosa –le comente-

Una vez arrodilla, apoya tus nalgas sobre los talones, rodillas juntas y las manos repósalas sobre los muslos. La vista baja, salvo indicación mía –le indique-

Terminamos las cervezas.

¿Alicia cuanto mides y pesas? –le pregunte-

1,66 y unos 59 kilos –respondió-

Tengo la impresión que te sobra dos o tres kilos.

Me levante y fui al baño a por una bascula. Tengo una digital de esas que hablan. La puse en el suelo y le ordene que se subiera. Pesó 59 kilos y 120 gramos.

Tienes dos semanas –le dije- para pesar 57 kilos. Deberás mantener ese peso, ni perder ni engordar. Tienes un margen de oscilación de 100 gramos hacia arriba o abajo, ¿entendido rubia?

-Sí Señor –respondió-

-Por cierto, por cada gramo que te pases recibirás un azote, incluyendo los 100 de margen que tienes, es decir si pesas 57,124, recibirías 124 azotes. ¿Te ha quedado claro?

Asentó con la cabeza.

Desde este momento tienes prohibido cualquier tipo de sexo obtenido por tu cuenta. Solo lo tendrás cuando yo te autorice. No dijo nada.

Fui a un armario y saque una cosa que había comprando sin que ella supiera nada. Le enseñe el contenido de la caja.

-¿Sabes lo que es?

-No Señor-me respondió.

Ponte de pie -le ordene- Es un cinturón de castidad, se lo coloque mientras que le decía que como era una mujer caliente y fácilmente excitable, quería evitarle el problema de tener que confesarme que no había cumplido mi orden sobre el sexo. La explique que por su moderno diseño no tendría problemas cuando tuviera que usar el water ni para el aseo de la zona.

Por su cara supe que no le gusta nada la idea ni el cinturón.

Me senté en el sofá y ella se arrodillo como tenía que hacerlo. Al rato la hice señas para que viniera conmigo. Se sentó junto a mí y la abrace, apoyando su cabeza en mi. Esa tarde habían pasado muchas cosas y considere que debía mostrarme cercano y que supiera que estaba con ella.

Al poco tiempo estaba prácticamente tumbada, su cabeza en mis rodillas. Yo no podía dejar de mirarla. Tenía una media sonrisa, parecía contenta y una expresión luminosa. Me preguntó por qué la miraba tan fijamente. Se lo dije.

Estoy contenta por todo lo que está sucediendo –me respondió- Hoy me he sentido como una propiedad tuya, me has hecho lo que has querido y estoy contenta, tranquila, quizás feliz.

Hice que se incorporara, yo también me puse de pie. La di una palmada en el culo y le dije que se vistiera que nos íbamos a cenar. Se fue hacia donde tenía la ropa diciéndome

-Si mi Amo.

Era la primera vez que me llamaba así.

FIN