La rubia del gimnasio me empieza a conocer
La rubia tiene que conocer mi otra cara
Seguía tumbado en la cama cuando volvió Luisa después de ducharse. Dí dos palmadas en el colchón, a mi izquierda, indicándole que se tumbase y la abrace disfrutando del tacto de su piel fresca y ligeramente húmeda.
— ¿Cómo estás cielo?
— Estupendamente, hacía tiempo que no estaba así, ¿y tú?
— Muy bien, me he quedado de lo más relajado, eres un volcán.
— Uuuuhhhmmm —se acurrucó a mi lado.
— Mañana me toca descansar en el gimnasio, no nos podremos ver allí.
— Iba a ser imposible quedar a la salida, vuelve mi marido y seguramente me irá a buscar.
— Pobre de ti, va a volver con ganas después de tanto tiempo fuera.
— Ese ya ni me mira, yo creo que se ha cambiado de acera, siempre está quejándose de lo cansado que llega después de sus viajes.
— Él se lo pierde, ya te lo compensaré en cuanto tenga ocasión.
— Ocasiones, vas a tener, muuuchas ocasiones.
Luisa se levantó para marcharse ya, me hubiese gustado que se hubiese quedado a pasar la noche, pero no podía. Se vistió y me levanté para acompañarla a la puerta donde nos despedimos con un beso tan profundo que me dieron ganas de volver a meterla dentro de casa.
Una ducha y el albornoz, me puse a tomar una cerveza tirado en el sofá, aguante viendo la tele hasta que me entró sueño y a dormir.
La mañana siguiente la dedique a lo que un buen amigo definía como vida sexual activa, todo lo que me jode: limpiar, lavar, poner lavadoras, planchar… vamos lo que se definiría como mañana de ceniciento Vivir solo tiene muchas ventajas, pero los inconvenientes también están ahí y no son pocos.
Después de pasar todo el día en casa ya estaba un poco harto, me vestí y salir a dar una vuelta a despejarme un poco la cabeza. Mientras deambulaba sin rumbo fijo me fijé en una pequeña fachada con ventanas de madera y un discreto cartel luminoso que anunciaba el pub “Manhattan”. Hacía tiempo que no me tomaba una copa y entré, la primera impresión es que desde luego no era un sitio para chavales, la barra de madera, los taburetes en madera y cuero y la disposición de las mesas y sillones junto a las paredes estaba claramente destinado a gente de mediana edad.
Tras la barra estaba la camarera, una mujer de unos cuarenta años con pinta de estar aburriéndose, lo cual no era de extrañar porque el pub estaba completamente vacío. Le pedí mi gin-tonic y me fijé más en ella mientras me servía, era el tipo de mujer que en principio no te llama la atención, pero cuando te vas fijando te das cuenta de que tiene mucho más potencial de lo que parece a simple vista. Ojos marrones, un pelo oscuro y rizado de esos que cuesta dominar y un semblante serio que seguro se iluminaba al sonreír, aunque no tenía aspecto de que fuese fácil sacarle esa sonrisa.
Sabía poner una copa, la lentitud y la altura con la que echaba la tónica para que no perdiese gas, lejos del apresuramiento normal con el que la tiran la mayoría de los camareros, denotaban que tenía práctica y conocía su trabajo.
Con el pub vacío empezamos a hablar, la típica charla intrascendente con la que pasar el tiempo. Y con ella me equivoqué y acerté al mismo tiempo, su cara se iluminaba cuando se reía, pero no era difícil sacarle la sonrisa. Hablamos bastante tiempo prácticamente sin interrupciones, solamente entró una pareja en todo el rato que estuve allí, que fue bastante, pero los atendió y volvió para seguir hablando conmigo. Era un negocio ruinoso aquel pub, con el segundo gin-tonic se lo pregunte directamente.
— No parece que venga mucha gente, ¿o es que se anima más tarde?
— Esto es lo normal casi no viene nadie, cualquier día me quedo dormida aquí.
— ¿Y nunca has pensado cerrar, tiene que ser una ruina tenerlo abierto?
— Me lo puedo permitir, este Pub lo montó mi marido y cuando murió lo mantuve abierto por hacer algo —Así me enteré de que era viuda.
— Si es por pasar el tiempo hay muchas cosas que podrías hacer.
— Me acostumbré a dedicarme a mi casa y a mi hijo, ahora que él se fue a trabajar a Londres ya no tengo apenas nada que hacer, la soledad en casa me mata — Así me enteré de que vivía sola.
Me fijé más en ella, se notaba que no se cuidaba. Llevaba un vestido negro sin forma, iba sin maquillar y con las uñas sin pintar, no intentaba sacar partido de sus encantos, sobre el cuerpo no pude formarme una opinión porque el infame vestido lo camuflaba con gran eficacia.
— Ha sido un placer conocerte, pero ya me marcho, volveré a pasarme por aquí.
— A ver si es verdad, me has hecho pasar una tarde muy entretenida.
— Oye, no te he preguntado como te llamas.
— Mercedes.
— Pues un placer Mercedes, yo soy José, hasta pronto.
Volví a casa disfrutando del fresco de la noche y pensando la cantidad de veces que había pasado por la puerta del pub y no se me había ocurrido entrar.
Entré en casa y lo primero que hice fue quitarme los zapatos y ponerme cómodo, después ya me senté en el sofá y saqué el móvil para ver si tenía algún mensaje pendiente, había uno de Luisa que me había enviado ya hacía rato.
— Hola, ¿Estás?
— Acabó de llegar ahora mismo, salí a dar una vuelta y a tomar una copa.
— Que suerte, yo todo el día en casa con este pesado al lado.
— No te preocupes que pronto se volverá a ir.
— Ya, pero mientras no hay quien le aguante, ahora ha salido a tomar una cerveza con un amigo, tengo un rato de tranquilidad.
Según me dijo eso active la video llamada.
— Así mucho mejor que estar escribiendo.
— Sí, pero me pillas hecha una facha. —Estaba sin maquillar y vestida con una bata de estar en casa.
— Que va, si llevas una bata muy sexy.
— Jajajaja, tonto eres, si es horrible.
— Pues si no te gusta quítatela.
— Si claro porque tú lo digas.
— Exactamente por eso, porque yo lo digo, ¿No te parece buen motivo?
Luisa me miró se puso de pie y se quitó la bata, la verdad es que el conjunto de ropa interior que llevaba debajo no era nada sexy, bragas y sujetador de lo más normal y anodino.
— Ves que poco cuesta ser obediente.
— De la lencería no te digo nada, que no quiero darte ideas.
— Yo tengo ideas propias, ve a echar la llave de la puerta no vuelva el imbécil y quítatelo todo.
Ella se quitó las bragas y el sujetador en un momento.
— El imbécil no se ha llevado llaves, tendrá que llamar al timbre.
— Te das cuenta, así estás mucho más cómoda y fresquita.
— Ya ya.
— Me gusta verte en pelotas, y a ti te gusta que te vea, mira como se te han puesto los pezones, anda acaríciatelos que lo estás deseando.
— Preferiría que me los acariciases tú —mientras hablaba había empezado a tocarse las tetas y acariciarse los pezones con la punta de los dedos.
— Yo te los pellizcare, los morderé y cuando estén bien duros te pondré unas pinzas para que no se te olviden mis dientes.
— Uuuuuufffff.
— Seguro que se te ha mojado el coño sólo de oírlo, eres una perra cachonda Luisa.
— Síiiii.
— Ponte de rodillas en el sofá con la cara en el respaldo y mastúrbate.
Se puso como le había dicho y empezó a tocarse, yo tenía una visión perfecta de su culo y de su mano acariciándose el coño entre sus muslos abiertos.
— Me gusta tu culo perra, cuando se vaya el imbécil te lo voy a romper, te voy a follar el culo hasta que me canse y tú lo disfrutarás.
Se frotaba el coño cada vez más rápido, a ese ritmo no aguantaría mucho sin correrse, justo en ese momento sonó un timbre. Se levantó corriendo y apago el móvil, no sé que cara pondría su marido cuando abriese sofocada como estaba, lo que si sabía seguro es que ella se había quedado caliente como una mona, no pude evitar una sonrisa un tanto perversa. Una sonrisa que todavía me acompañaba cuando me fui a dormir un rato después.
Al día siguiente fue divertido verla en el gimnasio, venía en chándal y todos que estábamos acostumbrados a verla con aquellos conjuntos que nos ponían cardiacos la mirábamos sorprendidos, yo creo que más de uno ni la reconoció, a la mínima que tuve ocasión me acerqué a ella.
— Joder Luisa, en cuanto no te elijo yo la ropa, mira como vienes.
— Encima no me vaciles que a mí no me gusta nada esta ropa, pero con mi marido en casa si me pongo otra cosa tengo bronca segura.
— Pobrecita, ¿ya sabes cuando se marcha?
— Pasado mañana, eterno se me va a hacer, por lo menos esta tarde he quedado a tomar café con una amiga y estaré un rato sin verle.
— ¿Dónde vais a estar?
— Cualquier sitio tranquilo para charlar un rato.
— Te voy a recomendar un sitio, hay un pub que se llama Manhattan, está cerca y es un sitio muy tranquilo.
— Puede ser una opción, he pasado por delante muchas veces pero nunca he entrado.
— Si vais allí a lo mejor nos vemos. Venga anímate.
— Gracias, falta me hace.
— Pues ayer cuando me colgaste la llamada parecías bastante animada.
— Grrrrrr, me quedé con las ganas.
Mire alrededor para asegurarme de que nadie nos veía, y le pellizque un pezón a través de la tela como despedida.
La mañana siguió sin más novedades, alguna mirada cargada de intenciones y poco más, ya al salir “conocí” al marido de Luisa, era alto, delgado y con el pelo corto y gris, me cayó mal nada más verle, era el tipo de persona que mira a los demás por encima del hombro porque se cree mejor que tú. Cuando salió Luisa se saludaron con un simple hola y se marcharon juntos. Me alegré mucho de que me hubiese caído mal, teniendo en cuenta los planes que tenía para su mujer, si me hubiese sido simpático habría tenido luego problemas de conciencia.
El resto de la mañana y la primera parte de la tarde pasaron sin pena ni gloria, creo que lo más interesante que pasó lo debí soñar durante la siesta, porque me desperté empalmado como un burro, la pena es que no me acordaba de la temática del sueño porque debió ser de lo más interesante.
Me fui tranquilamente hacia el pub de Mercedes, tampoco tenía prisa el único motivo para haber salido tan pronto era si podía ver un rato a Luisa. Al llegar el pub estaba tan tranquilo como siempre, pero en una mesa un poco apartada estaba Luisa sentada con una chica morena.
Lo primero paré en la barra a saludar a Mercedes y a pedir un refresco, era demasiado pronto para tomarme una copa, ella seguía más o menos igual que el último día, otro vestido sin forma, otra vez sin maquillar, seguía sin cuidarse. Es un tema que tendría que trabajar con ella, me sorprendió ese pensamiento hasta ahora nunca había pensado en ella como amistad cercana.
Pase a saludar a Luisa, ella y su amiga se levantaron cuando me vieron acercarme y Luisa nos presentó, Isabel se llamaba la amiga, era más bien bajita con el pelo moreno y liso y algún kilo de más, pero no los repartía mal, tenía unas tetas considerables, todo eso unido a una sonrisa simpática le daba bastante atractivo, no me quede con ellas porque cuando llegue tenían una conversación bastante animada y no me apetecía nada interrumpirlas.
Me quedé hablando con Mercedes que pareció sorprenderse de que no me hubiese quedado en la mesa Tenía puesto un disco de Dire Straits que yo personalmente creo que puede estar muy bien para escuchar en casa, pero en un pub no animaba mucho. Además no intercalaba canciones ponía un CD y hasta que se acababa, un poco más de variación no hubiese estado mal. Eso le estaba comentando cuando se acercaron Luisa y su amiga, la amiga ya se iba, pero Luisa dijo que se podía quedar un rato más.
Estuvimos hablando un rato, me sorprendió ver lo bien que congeniaron las dos, en algunos tramos de la conversación me sentí desplazado, porque hablaban más y más rápido, casi ni me dejaban meter baza. Mirándolas se observaba que eran totalmente distintas, no sólo en el físico, en los ademanes, las expresiones. A Luisa se la veía mucho más segura y suelta, Mercedes era más retraída y más de una vez la descubrí mirando a Luisa con lo que parecía una especie de admiración.
Luisa no se pudo quedar mucho rato y se despidió pronto. La hubiese acompañado a casa, pero por el momento mejor no nos viesen juntos. Yo me pedí otro refresco y seguí un rato más hablando con Mercedes.
— Es muy simpática tu amiga.
— Sí, Luisa es una chica muy maja.
— Y muy guapa.
— También, además es una persona que se cuida mucho.
— No como yo, que siempre voy hecha un desastre.
— Tampoco exageres, además para cuidarte siempre hay tiempo.
— ¿Para que si nadie me mira?
— Yo te estoy mirando ahora mismo —No lo dije con ninguna doble intención, pero pareció gustarle y sonrió.
Al final ya salí de allí bastante tarde, otro día terminado.
A la mañana siguiente ya volví a mi rutina habitual: me levanté, desayuné tranquilamente y preparé la ropa de deporte que me iba a llevar al gimnasio En ello estaba cuando sonó el timbre, lo cual me extrañó bastante porque a esas horas de la mañana no se me ocurría quien pudiese llamar.
La sorpresa me la llevé al abrir la puerta y encontrarme cara a cara con Luisa, que con un vestido azul y su mochila al hombro sonreía desde la puerta.
— ¡Hola!, ¿No me invitas a pasar?
— Sí claro pasa, me ha sorprendido verte aquí a estas horas.
— Mi marido se fue temprano y ya pensé en pasarme a buscarte para irnos juntos al gimnasio.
— Pasa y tomate un zumo mientras acabó de preparar mis cosas.
Luisa entró y dejo su mochila al lado de la puerta se acercó a mi espalda y me abrazó por detrás.
— Andaaaaa, dime que te alegras de que haya venido.
— Claro que me alegro —me giré y la abracé, pero tenerla tan pegada empezó a hacerle efecto a mi polla que empezó a levantarse y evidentemente ella lo notó.
— Ya me doy cuenta de que es verdad que te alegras. — dijo mientras me agarraba el paquete y empezaba a acariciarlo.
Esto ya era preocupante, quería mandar demasiado en la relación y si no le marcaba rápidamente el camino correcto luego me iba a costar demasiado quitarle las “malas costumbres”.
— Creo que te tengo que explicar unas cuantas cosas.
— A ver, dime.
— Lo primero ponte cómoda, quítate la ropa.
— Creo que me van a gustar mucho tus explicaciones —dijo sonriendo mientras se empezaba a quitar el vestido.
Cuando vi la ropa interior que traía me quedo totalmente claro que no tenía intención de ir al gimnasio, el culotte negro y el sujetador con transparencias que dejaba ver perfectamente sus pezones, eran señales que hasta el más tarugo de los hombres hubiese entendido.
— Quítatelo todo, el gimnasio puede esperar.
Me obedeció al momento con una sonrisa en la boca, la muy cabrona había venido a provocarme y se estaba saliendo con la suya.
— Pon las manos en la nuca y separa los pies.
Empecé a acariciarle las tetas y a tocarle los pezones, en cuestión de segundos se le pusieron duros como escarpias, aprovechando que estaba en la cocina cogí dos pinzas de la ropa, y se las enseñe, luego con toda la calma le cogí el pezón derecho y lo estire para colocarle la primera pinza, Luisa sólo emitió un ligero suspiro, al que siguió otro cuando le puse la segunda pinza el pezón izquierdo, cuando eché mano a su coño estaba ya más que mojado.
— ¡Ponte a 4 patas perra!
Lo siguiente fue llevarla al salón a gatas mientras le iba azotando el culo con una paleta de silicona, la fui azuzando mientras disfrutaba del bamboleo de sus nalgas desnudas hasta colocarla enfrente del sillón.
— Siéntate en el sillón y pon una pierna en cada reposabrazos.
— ¡Empieza a masturbarte zorrita!
Luisa empezó a acariciarse el coño, en esa postura estaba completamente abierta y podía ver como su coño estaba cada vez más brillante por la humedad y calentura que iba cogiendo.
— ¡Deja de tocarte y pon las manos en las rodillas!
Me puse a su lado con la paleta en la mano.
— Ahora vamos a jugar a un juego tú y yo, te voy a azotar el coño y tú vas a ir contando.
— Uuuuffff 1
— 2
— ¿Te gusta lo que te hago?
— Síiii, 3
— ¡Vas a ser mi zorrita obediente!
— Síii, 4
— Te voy a follar cuando me de la gana y tú siempre estarás dispuesta para mí.
— Síiii, 5.
— Si tu marido quiere follar te dolerá la cabeza o lo que se te ocurra, pero no le dejarás.
— 6
— ¡Contesta!
— 7 ,8 Síiiii
— Sólo te correrás cuando yo te deje y me pedirás permiso educada y respetuosamente.
— 9 Lo harée.
— 10,11, 12 Arrghhhh!
Me arrodillé delante de ella y me puse a lamerle el coño, lo recorría de arriba abajo con la lengua y apretaba al llegar al clítoris, Luisa gemía y hacía esfuerzos por no retorcerse, le separé los labios del coño con una mano y me puse a follarla con dos dedos, eso fue mucho para ella y empezó a jadear.
— Me voy a correr.
— 13,14,15
— ¿Qué te he dicho que tienes que hacer?
— ¿Puedo correrme?
— 16,17,18
— Hazlo mejor.
— Tu perra está ansiosa y quiere correrse por favor.
— Mucho mejor, ¡CORRETE PERRA! —Le pellizqué el clítoris según se lo decía.
— Ya, ya, yaaaaaa.
Vamos si se corrió, me empapó la mano y hasta alguna gota corrió por sus nalgas hasta el sillón, la miré y su cara estaba totalmente colorada, me incorporé y le quité las pinzas, apenas reaccionó y eso que le tuvo que doler bastante.
Le di un besito en los labios y después me saque la polla y se la señale.
— Te toca trabajar, no me voy a quedar así.
Se puso de rodillas y agarrándose a mis muslos empezó primero a lamerla para metérsela después en la boca, mientras me la chupaba le puse un pie contra el coño para que se frotase.
— Chúpala bien putita, lubrícala bien y así te dolerá menos cuando te folle el culo.
Me miró a los ojos, y empezó a profundizar más en sus chupadas, ya se la metía hasta la garganta, aunque veía que le costaba, pronto mi polla además de dura como un palo estaba completamente cubierta de babas.
— Ponte a 4 patas con la cara en el sillón y ábrete las nalgas.
En cuanto se colocó me arrodille detrás suyo y apunte el rabo a su ojete, apoyé el capullo y me puse a empujar, costó un poco meterle la cabeza, pero a partir de ahí mi polla se deslizó dentro de ella sin ningún problema, estaba claro que Luisa había tomado bastante por el culo, me la folle a ritmo sin pausa mientras ella jadeaba, al poco tiempo empezó a tocarse el coño buscando incrementar su placer. Cuando noté que me iba a correr se la saqué del culo y agarrándola del pelo se la metí en la boca.
— ¡¡Chupa!!
Se puso a chupar sin la más mínima protesta y ya no aguanté más, me corrí en su boca como una fuente, le sujeté la cabeza y no la solté hasta que se tomó hasta la última gota y me dejo la polla reluciente.
Me dejé caer en el sillón y la senté sobre mis rodillas, la abracé y dejé que descansará con su cara apoyada en mi pecho.
ATLAS
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