La risa de Rosa
Amigas desde hace años, a las dos nos gusta jugar, ¿qué es la vida más que un juego erótico?
Es difícil describir lo que sentí cuando su pie descalzo se deslizó entre mis muslos, mientras concluía con aquel postre de frutas tropicales y yogur. Seguí comiendo sin inmutarme, acostumbrada a sus "bromas", cuando estábamos en sitios públicos y se ponía caliente. Rosa era así.
Desde que la conocí en la facultad, cuando estudiábamos segundo curso de Derecho, ella siempre me había mostrado que se sentía atraída por mi forma de ver las cosas, a lo que denominaba como: "esa singular inocencia que te caracteriza". Aunque éramos de la misma edad, ella siempre se sentía responsable de mí, como si fuera una hermana mayor a la que le han encargado sus padres que cuide de la niña. No me molestaba, y ella respetaba mis negativas a sus juegos cuando se producían.
Comenzó a acariciarme el clítoris, apartando con su dedo más gordo mi tanga, y llegó a penetrarme con él. Entonces la miré, y le dije que se estuviera quieta, que me estaba poniendo nerviosa. Retiró su pie discretamente y se calzó. Pidió la cuenta. Le dije que tenía que ir al baño, ella se quedó para pagar.
Tras tirar de la cisterna abrí la puerta del retrete y allí estaba Rosa, arreglándose ante el espejo, me miró de reojo y se rió como una puta que ha logrado hacer que su cliente se corra sin follarla. Me gustaba su risa, le cogí los pechos por detrás y se dio la vuelta, para meterme su lengua hasta la campanilla, tenía una lengua larga, muy larga. En ese momento una señora mayor entró en el servicio, y rápidamente nos fuimos mientras sentíamos su mirada clavada en nuestras nucas.
Tenía ganas de que Rosa recorriera mi coño con su lengua, y nos dirigimos al despacho, ella estaba también caliente. Se notaba. Tardamos unos diez minutos en estar echadas sobre el sofá de la sala de espera, las secretarias tardarían todavía una hora en llegar, teníamos tiempo suficiente para complacernos, ella cerró la puerta del despacho con llave desde dentro, dejándola cruzada para que no pudieran abrir y no nos molestaran.
Se tiró sobre mí, me besó, me acarició, se aproximó a mí sexo con ternura y comenzó a lamerme los labios externos muy suave, para luego pasar a los internos, metió su lengua en mi vagina, y yo suspiré, pero luego se instaló en mi clítoris y lo succionó entre sus labios, yo comencé a jadear, y ella entonces aplastó su lengua sobre mi apéndice haciéndola vibrar al mismo tiempo. Me corrí y sentí como chorreaba sobre el sofá en la que quedó una mancha visible y olorosa.
Ella se dio la vuelta, levantó su falda, deslizó sus bragas y me dijo que la lamiera alrededor del ano, lo hice, aunque me daba un poco de asco, eso le excitaba mucho, tanto que al poco tiempo se corrió, se vistió, me sonrió y me dio un beso. En ese momento sonó el timbre, María, la secretaria de Rosa trataba de abrir, ella abrió retirando la llave sin que se percibiera, dejando que la chica entrase, y diciendo con esa voz de vendedora de placeres que había que echar 3 en 1 en la puerta, porque cada vez se atascaba más.
María se acercó a donde yo estaba sentada, tapando la mancha de mis jugos, mientras pensaba como iba a limpiarla con ella allí, y me dijo: "le ha llamado su marido, y ha dicho que no le espere a cenar", y dirigiéndose a Rosa le dijo: "por cierto, el suyo me ha dicho que se ha retrasado su vuelo, pero que procurará coger el siguiente y que llegará tarde también".
Rosa había reaparecido, y le dijo a María que tenía que buscarle el expediente del caso del chico que había atropellado a una señora con su moto, que era muy urgente, la secretaria se fue rápidamente, y Rosa me dijo que me levantara, traía un quitamanchas en la mano, pero antes de retirar la prueba de nuestro placer, se arrodilló y lamió aquel líquido que ya se secaba. Se dio la vuelta, y sonriendo me dijo:
- Que te parece si cenamos juntas esta noche, hay algo que se me ha olvidado decirte, te he comprado un vibrador nuevo, que puedo accionar a distancia -, la idea me resultó sugerente. Le dije que sí.
Otro día les contaré lo que ocurrió con la maquinita infernal el día que acudimos juntas a una vista en el juzgado. El juez todavía debe estar pensando que me gusta, jajajaja, sobretodo por como le miraba mientras me estaba corriendo. Rosa se reía discretamente sentada entre el público asistente.