La reyna y el caballero andante

¿Existía el fetichismo en la Edad Media? Este relato dejará las cosas claras.

LA REYNA Y EL CABALLERO ANDANTE

Aquesta historia que paso a relatar sucedió ha muchos siglos, en las ignotas tierras centrales de ese país que denominan ‘Castilla’ y que estaba poblado, en aquellos tiempos, por gentileshombres nobles e gandules e matronas de pechos como cántaros de aguadores.

Cuenta la leyenda que cierto caluroso día veraniego, de un año del señor perdido en los albores de la memoria, presentose ante su majestad, la reyna Urraca, cierto caballero andante. Este noble personaje era sucio, astroso, e con más hambre que el perro de un afilador, aunque con porte regio y estirado. Por más tardar, púsose delante de la egregia señora e con harta chulería comenzó la perorata:

-Majestad de las Castillas, de las tierras conocidas y las que conoceremos en el futuro, de tierras de moros e de las tierras de herejes, se presenta ante vos Chupetín de Fetiche, caballero andante, a sus celestiales pies.

-Levantad el lomo del suelo, noble caballero e, decidme, ¿qué entuerto venís ha desfacer por estos pagos?

-Vengo a rendir pleitesía a su majestad. Debe conocer mi fama e lustre, supongo.

-¿Por qué debía conocerla? Parecesme vuesa merced un arribista malandrín, follonero e liante que, sin encomendarse a santo alguno, frústrame mi merecido solaz vespertino ¿sería tan amable de relatarme alguno de sus resueltos entuertos?

  • No ha mucho, paseme por tierras de moros, allí donde la costa está bañada por el mar y el sol. Cierta villa bella con mar e habitada por moros mercaderes de cierto fluido negro e incendiario, estaba regida por un condestable con vello sobre el labio, harto chuleta e ladrón. Parescía que la villa había sufrido un encantamiento del mismísimo mago Merlín, puesto que allá hasta donde se perdía la vista, altas fortalezas con sus almenas e torreones surgían del suelo cual coliflores flamencas.

Encomendáronme la misión de enviar de un mandoble a la caldera de Pedro Botero al mencionado condestable de rostro duro como hierro (arda eternamente en el infierno). Dicho y hecho. Presentéme ante su estampa de pecador irredento e con un solo golpe de tizona rebanele el gañote, yendo a parar a hacer compañía al mismísimo Satanás. E aquí le ofrendo a mi reyna e señora su bigote e su Rolex.

-Sabéis, maese Chupetín: ya no parecesme vuesa merced un bellaco, sino un bufón harto entretenido. ¡Guardias! Llevadle a la mazmorra más soleada que tengamos y que dé buena cuenta de una hogaza de pan duro e cuartillo de agua pura e clara. Necesita recuperar fuerzas para aquesta noche, en la que continuará refiriéndome sus desventuras por esos mundos de Dios.

-Favor que su majestad me hace.

Cumpliose la orden de la reyna. Encerráronle en solitaria e luminosa mazmorra repleta de todas las comodidades: jergón de paja, grilletes, ratas… Despachó el pantagruélico yantar de un solo bocado e bebió el agua de trago que pareciole el vino del mismo Baco. Llegada la obscura noche, fue conducido por los soldados a los aposentos de doña Urraca. En el seco recinto esperaba la reyna sentada en majestuosa poltrona.

-Ah maese Chupetín (bufón barbián e menguado), es un placer veros.

-Siempre a sus pies, majestad.

-Tengo curiosidad ¿por qué ese nombre? Se me antoja harto extraño. ¿Por ventura no procederá de tierra de herejes?

-No majestad. Procede de un recóndito valle pirenaico, lindante con las tierras de los gabachos: el valle de Fetiche. Mi nombre Chupetín hace referencia a mi santa habilidad del manejo de la lengua, sólo comparable al de mi espada.

-¿Qué habilidad es esa, maese Chupetín?

-Permitidme, majestad

Levantole los pesados ropajes e las enaguas e intentole quitarle las luengas calzas que portaba con medida desenvoltura. De los bajos de la reyna manaban efluvios de acequia el día después de nochebuena.

-¿Qué pretendéis, noble caballero?

-Mostrar mi mágica habilidad con la singüeso.

-Proseguid pues.

Una vez arrancadas las calzas (no quitadas) quedaron al descubierto pies que no habías visto el sol desde que Cristo bajó de la cruz. Portaban más mierda que el palo de un gallinero. Bajo sus negras e luengas uñas había material para levantar el castillo del rey Arturo, con almenas, barbacanas e foso con cocodrilos. La estancia, repentinamente, adquirió la fragancia característica de Cabrales.

Con seguridad, metiose aquellos despojos inmundos en la boca e comenzó el baile. Arriba, abajo, entre los dedos, las plantas, bajo las uñas… Primero uno, después el otro, la saliva formaba ríos por la comisura de sus labios. El aroma a queso era insoportable pero resistía, como paladín de Fetiche que era. Despacio, muy despacio. Su majestad lanzaba suspiros de dama de taberna con ramo de flores en la puerta, se retorcía en su trono e cerraba los ojos en éxtasis celestial.

-Pardiez caballero Chupetín. Esto es cosa de brujería e aquelarre. Ya barruntábame yo grande aventura con vos en la fortaleza. Siéntome como ramera en orgía. ¿Qué ensalmo, encantamiento o brebaje me estáis dando? Seguid, por Dios, seguid. No paréis u haré que os metan un palo por el culo hasta la crisma.

-Dios no quiera ese extremo, majestad. Aqueste regalo que vos preparáis para mi, producisme cagaleras.

-Para ser caballero andante sois insolente, petulante e lenguaraz. Pero continuad puesto que ya escucho al verdugo sacar punta al rollizo.

Nuestro titán prosiguió (como para no hacerlo) hasta que los reales pies quedaron como bacía de barbero: blancos, limpios e brillantes. Una obra de arte digna de escultura clásica.

Descalza se movió la reyna hasta el lecho real e allí, harto despatarrada, quedose como muerta, momento que aprovechó Chupetín para sacar de la entrepierna su desenfundada lanza e insertar a Urraca como aceituna en aperitivo, entrando a tropel con toda su fuerza. Dentro, fuera, dentro, fuera. Los gemidos podían oírse hasta en las islas de los sajones.

-Sí, sí, siiiii, por Belcebú. Maese Chupetín utilice la singüeso en la cueva protegida con follaje negro. ¡Ahhhh! E su majestad el rey, pobre cornudo, en tierra de moros repartiendo golpes de espada a diestra y siniestra.

El alba con sus dedos rosados apareciose por lontananza e alcanzó a los amantes yaciendo exhaustos en el lecho. La reyna, desnuda, lanzaba ronquidos como oso con sinusitis e el nuestro héroe en paños menores, rumiando su suerte.

-Por Belcebú ¡Cuán harto estoy de aquesta vida! Diríase que se trata de una grande virtud mas es inmenso tormento el tener que, a diario, chupar pies de reynas y mendigas… pero en mi nombre e procedencia está escrito el mio destino. Dios así lo ha querido e yo no soy nadie para cambiarlo

El caballero Chupetín de Fetiche deslizose con harto disimulo por la ventana con luenga cuerda, llegose a su triste y flaco rocín que pareciese comer de San Silvestre a San Manuel e fuese con viento fresco a otro reyno a dar la gorra.

Aquesta leyenda es verida en su totalidad.