La Revisión de Carmen.

Carmen, la Protagonista de El Fruto del Incesto (Malditas Uvas), decide hacer una visita al ginecólogo.

***Advertencia:

Este relato es un “spin-off” de “El Fruto del Incesto (Malditas Uvas)”. Les recomiendo haber leído primero esa serie, porque los eventos aquí narrados ocurren después del final de Malditas Uvas.***


Mi vida cambió, literalmente, de la noche a la mañana… y estoy feliz por eso. Mi relación con mis hijos nunca fue tan buena como ahora y ya no aparecen, ni por asomo, esas odiosas discusiones familiares que se iniciaban por cualquier motivo absurdo. Admito que, en la mayoría de los casos, yo era la que provocaba esas situaciones. Pero ahora cambié, ya no soy la vieja divorciada y depresiva que no tenía energías ni para salir de la cama. Ahora me siento a pleno, como si tuviera veinticinco años otra vez.

Sin embargo aún queda algo que me tiene intranquila y no me deja dormir por las noches, una inseguridad que era más psicológica que física. El drástico cambio en mi vida tuvo como punto de partida un aparentemente inofensivo racimo de uvas. Llevada por la desesperante calentura, no tuve mejor idea que meterme esas uvas en concha, con la intención de producirme placer. Bueno, algo de placer hubo… aunque no lo suficiente como para justificar el terror que vino después, cuando me enteré que no podía sacar las uvas.

De todas maneras, sin ese momento de pánico, nada de lo que estoy viviendo hoy hubiera ocurrido. Durante toda esa noche mi hija Luisa y, en especial, mi hijo Fabián, me ayudaron a quitar las uvas… con consecuencias dignas de una película porno.

La pasamos de maravilla, y eso sigue hasta hoy, varios días después de esa extraña noche que lo cambió todo.

Mi miedo radica en que, después de pasar tanto tiempo con los dedos de mis hijos dentro de la concha, mientras ellos intentaban rescatar las uvas, puede que me haya quedado algún daño interno. No siento dolor alguno, pero no soy una experta en la salud vaginal como para asegurar que todo está bien.

Cuando ocurrió el evento de las uvas, no quería saber nada con visitar a un ginecólogo. Me moría de la vergüenza el solo pensar en tener que explicarle que, por pajera, me habían quedado las uvas metidas dentro. Sé que no quedó ninguna uva; pero de todas maneras, hubo mucha acción dentro de mi concha, durante y después de esa noche. Por eso decidí tragarme mi vergüenza y concretar una cita con un ginecólogo.

No quería ir al que suelo visitar regularmente; prefería que me revisara un completo desconocido, y no tener que volver a verlo jamás. Eso me ayudaría a manejar la vergüenza. Sin embargo no se me ocurría ninguno que fuera de confianza. Las pocas amigas que tengo visitan en el mismo ginecólogo que yo… motivo principal por el cual lo descarté. Me moriría de la vergüenza si al tipo se le escapaba algún comentario sobre mi “vida sexual” frente a mis amigas.

―¿Por qué no vas al ginecólogo que me revisa a mí? ―Me dijo Luisa, mi hija, cuando le comenté sobre este pequeño problema.

―¿Es de confianza?

―Sí, muchísima. A mí me atiende de maravilla.

―Pero… me da vergüenza que se entere de ciertas cosas que estuve haciendo.

―¿Como que te estás cogiendo a tu hijo?

―No, tarada. Ni bajo tortura confesaría semejante cosa. ¿Pero qué va a pensar de vos el ginecólogo si sabe algunas de las cosas que hice? Porque es posible que le tenga que contar el asunto de las uvas…

―A mí no me da vergüenza, mamá. Además yo ya sé todo lo que tengo que saber sobre tu vida sexual. Así que no seas boluda, andá a ver a este ginecólogo. Es más, dejá que yo hablo con él y te pido turno, así no metés más excusas.

Le agradecí el gesto. Me sirvió de mucho que ella diera ese importante primer paso por mí, porque seguramente yo hubiera puesto alguna excusa para posponerlo indefinidamente.

El día de la cita llegué al consultorio, me recibió una secretaria muy bonita y servicial, y como no había nadie en la sala de espera, me hizo pasar.

Al entrar vi a un tipo con bata blanca y cabello entrecano, estaba sentado detrás de un escritorio, firmando unos papeles. Los dejó de lado y me miró a los ojos. Su rostro se iluminó con una grácil sonrisa que me recordó un poco a la de George Clooney.

―Buenos días ―me saludó.

―Qué tal. Mi nombre es Carmen. ¿Ustedes es el doctor…?

―Podés llamarme Roberto, con eso es más que suficiente. ―Giré la cabeza y me sobresalté al ver que dentro de la sala de consultas había una chica joven, también llevaba bata blanca y grandes anteojos. Estaba sentada en una silla, con una carpeta en una mano y una lapicera en la otra. Era bonita, con pómulos altos, ojos grandes y boca pequeña. Parecía una ratoncita asustada―. Ella es mi hija, Martina. Es estudiante de ginecología, le falta poco para terminar la carrera. Como se va a dedicar al negocio familiar, le estoy dando pequeñas clases privadas, presenciales. ¿No le molesta que ella se quede durante la revisión?

Sí me molestaba. Claro que me molestaba. Para mí ya era demasiado tener que someterme a la revisión por parte de un desconocido, y más me avergonzaba tener que hacerlo con dos. Sin embargo sería descortés de mi parte decirle a ese amable caballero que su hija tenía que marcharse. Acepté la situación tal y como estaba, aunque no fuera de mi agrado.

―No me molesta en absoluto ―mentí, con una gran sonrisa.

―Perfecto. Entonces, dígame, Carmen. ¿Qué la trae por acá?

Y allí estaba yo. Ya no tenía más tiempo para inventarme excusas y posponer el asunto. Debía hacerle frente. Pero aún no estaba dispuesta a revelar el verdadero motivo de mi visita.

―Em… una revisión de rutina. Solo para estar segura de que todo anda bien.

―Eso es genial ―dijo el tipo―. Siempre le recuerdo a mis pacientes lo importante que es hacer alguna revisión rutinaria de vez en cuando, ahorra muchos problemas. Lamentablemente la mayoría no hace caso.

―A mí me preocupa mi salud ―eso era verdad, de lo contrario no me hubiera sometido a esta humillación.

―¿Quiere pasar por el biombo a ponerse una bata? ―Señaló un rincón de la sala, donde estaba el biombo en cuestión.

―¿Es necesario? No me gustan esas batas. Me hacen sentir enferma.

Él soltó una risotada estridente.

―No es la primera que me dice eso. Pero sabrá que para que yo pueda revisarla, usted se tiene que quitar la ropa.

―Prefiero estar desnuda antes que usar una de esas batas.

―Si a usted no le molesta… a mi tampoco. Puede quitarse la ropa cuando quiera.

Desnudarme frente a extraños no está, ni por asomo, dentro de las prácticas que me agradan. Pero fui totalmente honesta con el ginecólogo, no me agradan en absoluto esas batas. Además me parece ridículo usarlas, si al fin y al cabo el tipo me va a estar revisando la concha, mientras yo estoy con las piernas abiertas. ¿Para qué mierda quiero una bata?

Me mentalicé diciéndome que mientras más tardara en quitarme la ropa, más se extendería esta incómoda situación. Junté coraje y me desprendí el pantalón, cuando lo bajé noté que Martina apartaba la mirada, como si le diera vergüenza ver a una mujer cuarentona, de anchas caderas y enorme culo, desnudándose. Tal vez yo ya no tengo las carnes tan firmes y tan bien puestas como esa joven preciosidad; pero todavía me defiendo y sé que en la calle más de uno se me queda mirando el culo. Lo comprobé una vez más, mientras venía de camino al consultorio. Me enorgulleció mucho que un muchacho joven, que debía tener la edad de mi hijo, me mirara con deseo.

Tal vez yo estaba exagerando un poco, puede que mi cuerpo no le resulte incómodo de ver a la chica, quizás ella apartó la mirada solo por mera cortesía. Aunque volvió a mirarme cuando yo estuve completamente desnuda de la cintura para abajo. Me miró de la misma forma distante y profesional que su padre. Al parecer yo no era más que un sujeto de estudio para esos dos.

―Siéntese acá, Carmen ―dijo Roberto.

Me señaló la camilla ginecológica, que estaba compuesta por tres segmentos que se plegaban de acuerdo a la posición requerida. En ese momento la camilla parecía una silla, con el respaldar levemente inclinado hacia atrás. También contaba con dos estribos, donde yo debía apoyar mis pies… y eso me obligaría a tener las piernas bien separadas, para que mi concha quedara completamente expuesta.

Estuve otras veces en consultorios ginecológicos; pero nunca antes en estas condiciones. Si el ginecólogo llegaba a descubrir que había algo malo en mi vagina, me vería obligada a confesar mis más recientes prácticas sexuales. Algo que de por sí me avergüenza… y más si debo hacerlo frente a un desconocido… o frente a dos.

Con la idea de apurar el asunto en mente, me senté en la camilla y puse los pies en los estribos, casi como si estuviera diciendo: “Acá está mi concha, pueden admirarla todo lo que quieran”.

De reojo miré a Martina, ella estaba tomando notas. ¿Acaso vio algo curioso en mis labios vaginales?

“No seas paranoica, Carmen ―me dije mentalmente―. Tal vez la chica está anotando algo que no tiene nada que ver con vos”.

La maldita inseguridad me lleva a pensar lo peor de cada mínimo gesto. Sin embargo no podía sacar nada de la cara de Roberto, él se acercó a mí y observó mis genitales con cara de póker. Una de las expresiones más neutras que vi en mi vida.

Se colocó un guante de goma en una mano y comenzó a palpar mi vagina. No sentí nada ni remotamente parecido a la excitación sexual. Estaba tan tensa que solo podía pensar en que Roberto pronto me daría alguna mala noticia.

Separó mis labios vaginales e introdujo la primera falange de un dedo. Luego dijo:

―Martina, ¿por qué no te acercás un poco, así ves mejor? Desde allá no vas a aprender nada.

La chica se puso de pie y se acercó sin decir una palabra. Comencé a sospechar que era muda… o tal vez muy tímida. Lo segundo me pareció más probable.

―Carmen, ¿le puedo tomar a mi hija un pequeño examen? Usted nos serviría perfectamente para eso.

Ahora, además de estar expuesta a una situación que se me hacía sumamente vergonzosa, también pasaría a ser el sujeto de experimento de una joven aspirante a ginecóloga. La idea no me agradó ni un poquito; pero una vez más fue la Carmen cortés y servicial la que respondió.

―Por mí, perfecto. Si la puedo ayudar a terminar más rápido sus estudios, entonces encantada.

―Bien… muy bien. ¿Estás lista, Martina? ―Le sonrió a su hija.

―No ―contestó ella, tan despacio que apenas la oí.

―Bueno, acá nadie te va a dar un aplazo si no sabés responder a algo, así que relajate. Estás con tu padre, no con esas brujas de tus profesoras.

―Esas brujas son colegas tuyas ―respondió la chica.

―Sí, y algunas son buenas amigas. Pero eso no les quita lo bruja ―soltó una risotada. Hasta su tímida hija se rió un poquito―. Bueno, empecemos con un palpamiento bien básico, dame tus primeras impresiones.

―Está bien.

La chica se ruborizó, pero casi de inmediato llevó su mano a mi concha… sin ponerse guantes. Estuve a punto de decirle algo al respecto, sin embargo preferí callarme. No quería que su padre le restara puntos por no haber usado guantes. Aunque tal vez él ya había notado ese detalle.

La chica hizo más o menos lo mismo que su padre, separó mis labios vaginales y miró dentro, luego metió un dedo, y después otro más. Entraron con suma facilidad.

―¿Qué ves? ―Preguntó Roberto.

―¿Hay algo malo? ―Quise saber.

―No, Carmen. Quedate tranquila que si llevo a ver que algo no está bien, te lo voy a decir al instante. Por ahora está todo perfecto. Solo estoy viendo cómo mi hija procede con la revisión.

―A bueno, gracias.

Eso me tranquilizó muchísimo. Si las primeras impresiones del ginecólogo eran tan positivas, supuse que no tenía nada de qué preocuparme. Tomé aire y me relajé.

La que no estaba tan tranquila era Martina, ella debía esmerarse en hacer una revisión más o menos satisfactoria, para que su padre le diera por aprobado este improvisado examen.

―Entonces, Martina. ¿Ves algo peculiar? No digo malo… simplemente algún detalle que te llame la atención.

―Em… hay mucha dilatación.

―Así es. ¿Y eso a qué se puede deber?

De pronto noté que la chica se ponía roja como un tomate… y a mí me pasó lo mismo, porque ella había dado con la clave de por qué mi vagina estaba tan dilatada.

―Bueno ―dijo, con voz suave―. La opción más probable es que haya habido actividad sexual recientemente.

―¿Y es así? ―Me preguntó Roberto.

¿Qué le iba a decir? Ni por asomo podía decirle la verdad.

“Mire señor, estoy manteniendo relaciones incestuosas con mi hija y mi hijo. Hoy a la mañana, mi hijo Fabián quiso alegrarme el día, me agarró por detrás… yo estaba desnuda… y aprovechó. Me calvó la pija. Yo le iba a decir que estaba a punto de salir a mi consulta con el ginecólogo, que no podía hacer eso justo en ese momento… pero en cuanto su verga empezó a entrar y salir ya no pude decirle que se detenga. Es más, le rogué que me cogiera como a una puta, que me clavara su enorme verga hasta el fondo de la concha”.

No, definitivamente no podía decirle nada de eso. Aunque algo debía decir. Ellos dos trabajaban analizando vaginas, negar la realidad hubiera sido absurdo.

―Em sí, ―confesé, a regañadientes―. Unos minutos antes de venir para acá, tuve sexo.

―Ya veo. Entonces la observación de Martina es acertada.

―Perdón.

―¿Por qué se disculpa, Carmen?

―Es que… tal vez arruiné la revisión al tener sexo antes de venir.

―No lo creo ―dijo Martina, que estaba enterrando dos de sus dedos bien adentro de mi concha―. A menos que no se haya lavado bien y que aún le quede semen dentro…

―Ah, no… ni chances de encontrar el semen ahí ―dije, con una risita. Me arrepentí al instante.

―¿Por qué? ―Preguntó la chica. Pude notar un brillo de curiosidad en sus ojos.

Una vez más arrinconada, y esta vez por culpa de mi bocota. No podía contarle que después de la tremenda cogida que me dio mi hijo, yo me puse de rodillas y le pedí que me diera de tomar toda su lechita. Bueno, no podía decírselo con esas palabras, pero sí podía… mejor dicho, debía, ser honesta en algunos aspectos.

Por alguna razón me produjo cierto morbo haberles confesado mi reciente actividad sexual. Me dio vergüenza, sí… pero también morbo.

―Quedate tranquila ―comencé diciendo―. No hay forma de que encuentres semen ahí adentro porque… porque el tipo no eyaculó ahí.

―¿Entonces fue dentro del ano? ―Preguntó con un tono profesional que me crispó los nervios.

―¿Qué? ¡No! ¿Por qué asumís eso?

―Es que… ―la chica miró a su padre.

―Está bien, Martina, tenés que ser sincera con la paciente. Decile por qué tuviste esa ocurrencia.

―Lo que pasa, señora Carmen, es que también noto que su cola está bastante dilatada. ―A la chica le temblaba un poco la voz, a mí me temblaba todo el cuerpo―. Imaginé que luego del sexo vaginal usted habría disfrutado de… sexo anal.

“Disfrutado”, esa sí que era la palabra correcta. Y sí, luego de clavármela en la concha y antes de darme de tomar su leche, Fabián se entretuvo un buen rato dándome por el culo. Lo hizo por suplicas mías. Esta vez fui yo la que tomó la iniciativa. Mi culo debía estar tan abierto como mi concha. Ellos ya lo sabían. Era inútil negarlo.

―Em… sí. Admito que también hubo sexo anal. Justamente de eso quería hablarle, doctor. Em… me da mucha vergüenza admitirlo, pero creo que es mejor que se lo cuente.

―Sí, siempre es mejor que los pacientes cuenten todo. Así nos vamos a ahorrar muchos problemas.

―Está bien. ―Tomé aire e intenté relajarme. La chica seguía explorando mi concha y eso ya me estaba acalorando―. Últimamente estuve practicando bastante sexo anal.

―¿Qué sería “bastante”? ―Quiso saber el ginecólogo.

―Em… todos los días, durante las últimas dos semanas.

―Ah, eso sí que es bastante.

―Y yo… ―me quería morir de la vergüenza, pero igual proseguí―. Tengo miedo de que de tanto sexo anal, haya sufrido alguna lesión. Sé que no es exactamente su área, pero… ¿podría usted revisarme ahí también?

―Claro, por supuesto. No tengo ningún problema en hacerlo. Pero antes de empezar con eso, me gustaría que Martina hiciera una pequeña evaluación sobre la lubricación. Eso va a servir por dos motivos: primero, para que ella practique; segundo, para saber si usted lubrica bien, Carmen. Porque si está teniendo tanta actividad sexual, lo más recomendable es que use lubricantes artificiales...a menos que usted produzca mucho naturalmente.

―No creo tener ningún problema de lubricación; pero sí, adelante. Si a Martina le sirve, entonces puede hacerlo.

No sabía cómo iban a probar si mi lubricación era buena o no. Simplemente accedí por el mismo motivo por el cual accedí a todo lo demás: por no atreverme a decir que no.

Parte 2

Martina me tomó por sorpresa. Comenzó a mover sus largos y delicados dedos sobre mi clítoris, de la misma forma en que lo haría yo, si me estuviera masturbando.

“¿Con que este es el método para probar la lubricación?”, pensé.

No puedo decir que me desagrade, porque la verdad es que se sintió de maravilla tener a otra persona tocándome de otra manera. Aunque me invadió el miedo de que mi cuerpo me traicionara. No quería empezar a gemir delante de dos desconocidos, y cuando me tocan así siempre termino gimiendo, quiera hacerlo o no.

Me mordí el labio inferior mientras los dedos de Martina encontraban el camino hasta el agujero de mi concha, de allí manaba una modesta cantidad de flujos vaginales, y yo sabía que dentro de poco esa cantidad aumentaría considerablemente. Era cuestión de tiempo… y de pericia.

No quiero hacerme una idea equivocada sobre Martina, pero por lo bien que estaba haciendo su trabajo me dio la impresión de que ya tenía mucha práctica en la masturbación. Gracias a mi hija descubrí que siento una atracción sexual hacia las mujeres y me sentí culpable porque ya estaba mirando a esta dulce y tímida muchacha con otros ojos.

Ella, en lugar de mirarme a mí, buscaba la aprobación de su padre. Roberto estaba tranquilo y sonreía con cortesía profesional. Nunca me habían hecho algo así en una revisión ginecológica y menos aún sin guantes. Puedo tolerar el contacto de un guante de goma en una revisión de rutina; pero los dedos de Martina eran suaves y tibios, mi concha los recibía con agrado.

La chica no se quedó en la superficie, metió dos dedos hasta la segunda falange y los movió allí dentro. Luego de unos segundos los sacó; estaban cubiertos de flujo.

―¿Qué pensás, Martina? ¿La lubricación de Carmen es buena?

―Sí ―dijo la chica, con las mejillas sonrosadas―. Lubrica muy bien.

―¿Considerás que deba usar lubricantes artificiales?

―Para tener sexo por la vagina, no lo creo. Es optativo; pero no obligatorio. Sin embargo…

―¿Sin embargo qué? ―Preguntó Roberto.

―Em… viendo que ella practica el sexo anal… sí le recomendaría usar lubricante cuando se la metan por el culo.

Ese “se la metan el culo” me hizo hervir la sangre, no me lo esperaba de una chica tan tímida.

―Para revisar esa zona vamos a emplear un método de dilatación ―me explicó Roberto―. Usted, como tuvo sexo anal recientemente, tal vez no lo necesite. Pero me gustaría que mi hija lo hiciera de todas formas.

―Para practicar… ―dije, intentando contener un gemido, porque Martina no había dejado de tocar mi concha de formas sugerentes.

―Exacto. ¿Le molestaría?

―No, para nada. Que pruebe lo que tenga que probar.

Esta vez lo dije un poquito más en serio, la calentura me estaba jugando en contra. Pero en mi defensa, era imposible no excitarse con la paja que me estaba haciendo esa chica. Porque sí, sus dedos entraban y salían como si me estuviera pajeando.

―Perfecto entonces.

Roberto fue hasta su escritorio, abrió un cajón y de allí sacó un par de objetos negros, con forma de cono. No estoy familiarizada con los juguetes sexuales; pero a esos los identifiqué de varios videos porno. Siempre quise tener uno, por supuesto que jamás me animé a entrar a un sex shop a comprarlo. Por eso recurrí a pepinos y cosas similares.

―Esta es una estaca anal ―la explicación vino de Martina, y la dijo como si lo tuviera ensayado. Aún se notaba que estaba nerviosa―. No es lo que se usa regularmente, digamos que es un método aplicado por mi papá.

―Cada profesional de la salud tiene algunos truquitos propios ―explicó Roberto―. Las estacas facilitan mucho las revisiones anales.

―Por mi perfecto, melo cuando quieras, nena… total, después de la verga que me metieron, eso me parece chico.

“¡Ay, Carmen! ¡Qué puta te ponés cuando te calentás!” Me dije a mí misma. No puedo evitarlo, esas palabras me salen de la boca sin que yo sea capaz de controlarlas. Después caí en la cuenta de que le estaba pidiendo a dos desconocidos que me metieran un objeto por el culo. Ya era demasiado tarde para retractarse.

Roberto le alcanzó la estaca a su hija y ella la miró, como si no comprendiera para qué servía. Luego de unos instantes ella se acercó a una pequeña mesita con ruedas, de las que suele haber en consultorios médicos para cargar con todos los objetos necesarios. Agarró un pequeño pote y presionó hasta que de la punta salió un gel transparente. Supe que era lubricante antes de que ella comenzara aplicármelo. Estaba frío, pero las caricias de la chica hicieron que mi culo se sintiera cálido otra vez. Me sorprendió que, sin advertirme, me metiera un dedo en el culo. Tal vez notó que yo lo tenía muy abierto, por eso se tomó la libertad de meter un segundo dedo… que se sintió aún mejor. Tenía ganas de pajearme, obviamente no lo hice.

Ella movió un poco los dedos dentro de mi culo y me preparé para el gran momento. Acercó la punta de la estaca a mi culo, se detuvo y miró a su padre.

―Imagino que tengo que empezar despacito.

―Imaginás bien; pero de todas maneras no me preguntes a mí cómo hacerlo.

―Claro, eso es trampa ―dije, intentando recordarle a la chica que estaba en un examen―. Es como pedirle al profesor las respuestas.

Ella sonrió y por primera vez me dio la impresión de que su timidez se estaba disipando, al menos un poquito.

―Está bien, veo que no me van a dejar pasar una. Voy a hacerlo como mejor me parezca. Quedate tranquila, Carmen, te prometo que no te voy a lastimar.

―Confío en vos.

La punta no fue ningún problema, mi culo se abrió para recibirla, y así siguió hasta llegar a la mitad de la estaca. Al tener forma cónica, se iba ensanchando a medida que se acercaba a la base… y yo ya sentía que era bastante ancha. Dije que me parecía pequeña, en comparación a la verga que me metieron antes de venir; sin embargo  ya lo estaba dudando. Claro, yo vi la parte de arriba y pensé que era algo pequeño… no tomé en cuenta el ancho que tenía el objeto en su base… y que eso también debería quedar dentro de mi culo. O tal vez no. No lo sabía y tampoco dije nada, supuse que esa era una decisión que debía tomar Martina.

No estoy acostumbrada a este tipo de situaciones, tal vez por eso comencé a sentir un extraño morbo. Estaba desnuda, con las piernas totalmente abiertas, y un padre y su hija miraban cómo me entraba toda esa estaca anal. Esta vez no pude detener mi mano, que bajó hasta mi concha y comenzó a acariciarla lentamente.

No quería dar tanto la apariencia de que me estaba pajeando, aunque definitivamente eso es lo que hacía… aunque a un ritmo muy lento.

En ese momento sonó un teléfono celular, era el de Roberto. Él se apresuró a atender, dijo algunos “Ajá” y un par de “Voy para allá”. Cuando cortó la llamada miró a su hija.

―Me tengo que ir por un rato, vuelvo enseguida. ¿Creés que te podés hacer cargo de la paciente hasta que yo vuelva?

―Sí, por supuesto ―dijo ella, con determinación.

―Perfecto. Te dejo en buenas manos, Carmen. Espero no demorar mucho. De todas maneras quedate tranquila, Martina sabe lo que hace.

―Está bien, Roberto, andá tranquilo.

Se despidió y salió por la puerta. Cuando Martina y yo estuvimos solas, se hizo un silencio sepulcral en el consultorio. Las dos nos quedamos duras como estatuas, mirándonos fijamente, como si no supiéramos qué hacer. Me puse tan nerviosa que terminé soltando lo primero que se me cruzó por la mente.

―Me está gustando este juguetito. Me parece que voy a comprar uno.

Ella abrió grandes los ojos, mantuvo esa expresión por un segundo y luego sonrió afablemente.

―Me alegra saber que no te estoy lastimando.

―No, nena. Quedate tranquila, si me doliera, te lo diría. Además estos últimos días tuve tiempo para acostumbrarme a que me metan cosas grandes por el culo. ―Estaba descontrolada, ni sé por qué dije eso. Culpo a la calentura.

―¿Fueron muchas experiencias anales?

Ella empezó a meter y sacar la estaca, sin que entre más de la mitad, esto contribuyó mucho a la dilatación de mi culo.

―Sí, fueron varias, lo admito. Para colmo él es un muchacho joven ―no le dije que se trataba de mi hijo; pero casi lo hago, por culpa del morbo―. Tiene mucha energía… y cuando arranca… ¡uf! No hay quien lo pare. ―Ella metió un poco más de la estaca y sentí una ola de placer en todo mi cuerpo―. Pensarás que estoy loca, al dejarme coger el culo por un pendejo; pero…

―No creo que estés loca. Te felicito si encontraste a alguien que te haga sentir bien. Sé que hay chicos jóvenes que les gustan las mujeres maduras…

―Y yo agradezco eso, porque la verdad es que no me sentía tan viva desde hacía años. Corro el riesgo de quedar como una puta al decir esto pero… ―mis mejillas se pusieron rojas―. Yo soy la que le pide que me la meta por el orto. Es que me vuelve loca. Me fascina que coja por el culo. Y generalmente le pido que me la meta bien fuerte… por eso tengo un poquito de miedo de que me haya lastimado.

Martina tenía la cara roja, pero aún así mantuvo su tono profesional.

―No creo que te haya lastimado ―dijo, mientras el cono entraba un poco más.

―¿Por qué no? Si ni siquiera miraste adentro.

―Porque si te hubiera lastimado, ya estarías sintiendo dolor. La estaca es bastante ancha…

―Ya veo. Entonces es una buena noticia. Y te aseguro que no me duele nada, ni un poquito. Al contrario, se siente bien. Em… si me la querés meter toda, no me quejo.

Fue más una petición que un permiso.

―¿Estás segura? Mirá que es grande…

―El pibe que me coge a mí tiene la pija re grande. Si puedo soportar eso, también voy a aguantar la estaca.

―Está bien… allá vamos.

Soy consciente de que en ese momento inicié una especie de juego morboso con Martina, lo que no me esperaba era que ella me siguiera la corriente. Me miró con una dulce sonrisa y hundió la estaca. Pude sentir cómo mi culo se dilataba y todo mi cuerpo se llenó de placer… de un placer muy similar al que sentía cuando mi hijo me clavaba la pija.

―¡Ay sí! ―Exclamé―. Está entrando todo. Seguí… sin miedo.

Y así lo hizo. Siguió hundiéndolo y con cada pequeño aumento de presión, la estaca se me iba clavando más, hasta que de pronto ¡ZAZ! Entró toda.

―¡Ufff! ¡Dios!

―¿Te dolió?

―No, no… para nada. Te dije que me lo iba a aguantar. Lo que pasa es que… se sintió muy bien.

―Creo que eso es la prueba definitiva de que no hay nada malo. Tu chico puede ser muy enérgico, pero se ve que es cuidadoso.

―Sí, eso sí. Es super cuidadoso. A veces por demás. Hay días en los que me gustaría que no fuera tan amable conmigo. Pero no me quejo. Él está aprendiendo a tratar a una mujer, y me alegra poder enseñarle lo poco que sé sobre ese tema.

Nos quedamos en silencio un ratito mientras ella bombeaba mi culo con la estaca, sin sacarla. Ese movimiento me causó un placer anal enorme. Por supuesto que yo me me masturbé y esta vez lo hice sin disimulos. Me froté el clítoris rápidamente y me metí los dedos en la concha. Martina miraba todo atentamente.

―Me sorprende lo bien que lubricás ―aseguró.

―¿Si? Y eso que todavía no viste nada. Con el estímulo apropiado, la concha se me moja mucho.

―¿Podría ser la estaca el estímulo apropiado?

―Ayuda mucho; pero con eso no basta. ―Lo dije honestamente, no esperaba que para ella se convirtiera en un desafío.

―Si quiero ver qué tanto sos capaz de lubricar… ¿tengo que usar métodos más… em… efectivos?

―Sí ―dije, sin dejar de pajearme.

No sabía qué tenía ella en mente, yo solo estaba siendo sincera. Me encantaba que me metiera la estaca de esa manera y me daba morbo masturbarme frente a ella; pero aún no estaba en mi punto de calentura más alto.

Ella empezó a tocarme el clítoris, como lo había hecho antes.

―No sé cómo hacés para trabajar de esto ―le aseguré.

―¿Por qué lo decís?

―Em… voy a hacer una confesión. Hace poco descubrí que… que siento cierta atracción sexual hacia las mujeres ―no era necesario explicarle que eso lo descubrí por coger con mi hija Luisa. De todas maneras mis palabras la sorprendieron mucho, porque abrió los ojos más que nunca―. Sinceramente yo no podría trabajar de ginecóloga. Si una chica linda se me abre de piernas… no sé cuánto tiempo podría aguantar sin excitarme.

―Puede pasar ―me dijo. Esta chica era una caja de sorpresas―. A veces yo practico con mis compañeras de curso, nos revisamos la una a la otra… y tengo que admitir que a veces se nos ha subido bastante la temperatura.

―¿Tanto como para que la revisión pase a ser… más profunda?

―Sí ―dijo, claramente avergonzada.

―Entonces me imagino que habrás aprendido métodos muy efectivos para favorecer la lubricación femenina.

―Em… sí, con mis amigas pusimos varios de esos métodos en práctica, y te aseguro que son muy efectivos.

―Me gustaría que pruebes alguno de esos métodos conmigo. ―El cono en el culo me estaba volviendo loca.

―¿Segura? Porque algunos de esos métodos pueden ser… poco ortodoxos.

―Bueno, no me caracterizo por seguir las reglas ―lo decía especialmente por haberme acostado con mis dos hijos.

―Está bien, me alegra que aceptes, porque a mí me gusta mucho aplicar este método.

A continuación la chica se puso de rodillas frente a mí y el corazón me latió a toda velocidad. Ella no estaba alardeando, ese supuesto método era eso que yo estaba pensando. No podía creer que realmente lo haría.

El primer contacto de su lengua en mi concha me hizo suspirar de gusto. Este era uno de los momentos más morbosos de mi vida, sin duda. Aunque era ampliamente superado por los tríos incestuosos con mis hijos. Pero eso no significaba que no pudiera disfrutarlo.

Por suerte Martina decidió dejar la estaca bien metida en mi culo. Usó su lengua con maestría y me calenté pensando a cuántas de sus compañeras le habría chupado la concha de esta manera. Esperaba que fueran muchas. Martina era una chica muy bonita, que en parte me recordaba a mi Luisa. Seguramente le brindaría mucho placer a sus amiguitas. También me dio morbo pensar en que un grupo de futuras ginecólogas disfrutaban comiéndose las conchas la una a la otra. Incluso tal vez hasta lo hicieran en grupo.

Martina me demostró que tenía experiencia en el asunto, tengo que admitir que la chupa mejor que Luisa. Pero mi hija no vivió tantas experiencias lésbicas… y ya se me hace que Martina se comió muchas conchas en lo que duró su carrera.

Parte 3.

La estábamos pasando de maravilla (lo digo en plural porque imagino que ella también estaba disfrutando, podía notarlo en sus ojos), lamentablemente este hermoso momento no duró mucho. En cuanto el picaporte se movió, Martina se puso de pie de un salto. Para cuando la puerta se abrió, ella ya estaba firme, como una estatua, aparentando total normalidad. Aunque su boca estaba cubierta de mis flujos vaginales. Disimuladamente se los limpió con una mano mientras, con la otra, seguía hurgando dentro de mi concha.

―Disculpe la tardanza, Carmen ―dijo Roberto, con una brillante sonrisa―. Tenía que atender un pequeño asunto.

―No te preocupes, tu hija me estaba atendiendo de maravilla ―noté que Martina sonreía con tímida satisfacción―. Estoy segura de que ella va a ser una gran ginecóloga.

―Yo también lo creo. Le pone mucho entusiasmo a su carrera. Se la pasa reuniéndose con sus amigas, para estudiar y practicar con ellas.

―Por la forma en la que me atendió a mí, estoy segura de que Martina debe practicar mucho con sus amigas. ¿No es cierto? ―pregunté, mirándola a ella.

―Sí, es cierto. Cada vez que me reúno con alguna amiga, no pierdo la oportunidad de practicar con ellas. Aunque no sean estudiantes de ginecología.

―Le voy a decir a mi hija que también te ayude con tus prácticas.

―¿Luisa? Sí, la conozco muy bien ―de pronto se sonrojó, más de lo que ya estaba―. Em… con ella ya practiqué muchas veces.

―Ah, qué bien. Me alegra que vos y mi hija se lleven tan bien. Creo que podrían ser muy buenas amigas. Deberían verse más seguido. Incluso… ¿por qué no venís un día a casa y practicás con las dos?

―¿Con las dos a la vez? ―Preguntó, con los ojos muy abiertos.

Por un momento me dio la impresión de que Martina estaba perdiendo los códigos de nuestra conversación. Sí, es cierto, básicamente le dije: “Vení un tarde a mi casa y nos chupas la concha a las dos, a mí y a mi hija”.

―Sí, claro que a las dos juntas. Te dije que tengo una relación muy cercana con mi hija. Te aseguro que a ella no le va a dar vergüenza que la revises frente a mí, y que apliques tus métodos, con las dos.

―Bueno, gracias por la invitación. Te prometo que voy a ir.

Me alegré un montón, porque sentí que lo decía sinceramente. Ya me podía imaginar el hermoso trío lésbico que formaríamos mi hija, Martina y yo en una cama. Me moría de ganas por mostrarle cómo mi nena me come la concha… y cómo yo se la chupo a ella. Me parece que a ella la idea la entusiasmó mucho, porque empezó a pajearme con una intensidad brutal. Sus dedos entraron y salieron de mi concha a gran velocidad y yo me excité tanto que comencé a pujar la estaca anal hacia afuera; aunque no quería sacarla. Martina entendió lo que estaba haciendo y mientras yo pujaba, ella empujó la estaca hacia adentro, lo que me produjo una potente ola de placer. Solté un gemido claramente pornográfico, seguido de otros dos o tres idénticos.

―¡Ay, sí, nena… sos maravillosa! ¿Por qué no le mostrás a tu papá tus métodos?

Martina abrió tanto los ojos que creí que se le iban a salir.

―Este… em… yo…

―No creo que a tu papá le moleste ver lo buena ginecóloga que podés llegar a ser ―le dije, para darle ánimos. Me daba la clara impresión de que Roberto disfrutaba de esta situación tanto como yo, y supuse que no le molestaría ver a su hija chupándome la concha un ratito.

―No creo que deba ―dijo Martina―. Son métodos… poco ortodoxos.

―No te preocupes, Martina ―le dijo su padre―. Algunas de tus amigas ya me comentaron sobre tus… métodos. Me dijeron que sos muy buena aplicándolos.

―¿Cuándo te contaron eso? ―Preguntó, aterrada.

―Tengo una buena relación con algunas de tus amigas, especialmente con Luisa, la hija de Carmen. Una chica muy amorosa.

Por “amorosa” entendí “puta”. Entendí que Roberto se cogía a algunas de las amigas de su hija y que, con toda seguridad, había garchado con Luisa más de una vez. A la vieja Carmen esto le hubiera horrorizado. Pero ya cambié, y me generó mucho morbo saber que mi hija cogía con este tipo tan apuesto.

―Entonces ¿puedo hacerlo? ―preguntó Martina, quien volvía a dar muestras de su timidez.

―Sí, claro, adelante ―dijo su padre. Noté que el bulto del tipo estaba creciendo dentro de su pantalón, al parecer lo ponía feliz saber que su hija chupaba conchas.

Martina se mordió el labio inferior y miró para todos lados, como si estuviera buscando un cómplice. Le sonreí y señalé mi concha, indicándole que estaba lista para que ella siguiera. Por suerte la calentura fue mayor que su timidez. Martina volvió a ponerse de rodillas frente a mí y su lengua no tardó en reencontrarse con mi concha.

Esta vez, para brindarme más placer, mientras me chupaba el clítoris, Martina comenzó a bombear mi culo con la estaca. Fue tan hermoso que empecé a gemir, ya sin disimular mi agrado por lo que ella estaba haciendo. La incentivé a que lo hiciera más fuerte y ella me hizo caso. Mis gemidos inundaron la sala de consultas.

―Carmen ―dijo Roberto acercándose a mi por un costado―. ¿Le puedo pedir un favor? Por favor no se ofenda.

―¿Qué cosa?

―¿Podría bajar la voz? Es que afuera está la recepcionista, y podría haber otros pacientes en espera… no quiero que se hagan una idea equivocada de lo que ocurre aquí dentro.

Más bien tendría que haber dicho “una idea acertada”, porque esto hace rato dejó de ser una simple revisión. Su hija me estaba chupando la concha como una lesbiana muy experimentada.

―Lo veo difícil ―le dije. Miré una vez más su bulto, éste había crecido considerablemente―. Cuando siento placer, me da por gemir, no lo puedo evitar. Pero tal vez… si tuviera algo en la boca.

Por suerte su bulto estaba al alcance de mi mano. Cuando lo apreté me llevé una grata sorpresa, la verga del ginecólogo era de buen tamaño.

―Papi, hacé lo que te pide, porque voy a probar algo que la puede hacer gemir mucho…

―Si es necesario…

El tipo bajó su pantalón y su verga rebotó, como si estuviera conectada a un resorte. No lo dudé ni un segundo, la agarré con una mano, bien fuerte, y me la llevé a la boca. Los gemidos continuaron, pero quedaron ahogados en mi boca, por tener el glande y buena parte del tronco dentro. Se la empecé a chupar de la misma manera que se la chupé a mi hijo momentos antes de venir a la consulta. Se puso totalmente dura y me encantó sentir la rigidez dentro de mi boca. Cuando estaba empezando a preguntarme qué haría Martina, ella me dio una gratificante respuesta.

Sujetó la estaca anal por la base, y la sacó completa, acto seguido, me la clavó toda otra vez. Empezó a repetir esto, sin dejar de comerme la concha. Esta chica era una maestra en el sexo lésbico. Para mi culo fue una fiesta sentir la parte más ancha entrando y saliendo. Por suerte tenía la pija de Roberto en la boca, de lo contrario mis gemidos se hubieran oído en toda la manzana.

Después de meter y sacar la estaca unas cuantas veces, Martina me dio otra hermosa sorpresa. Su lengua bajó hasta el dilatado agujero de mi culo y se metió dentro, allí comenzó a moverse para todos lados. ¡Uf, qué placer! El cosquilleo fue tan embriagante y agradable, que me provocó un orgasmo. Martina pudo ver, en primer plano, cómo me concha expulsaba pequeños chorros de líquido, que fueron a parar directamente a su cara. Ella recibió algunos con la boca abierta, después metió la lengua en el agujero de mi concha, y un par de segundos más tarde volvió al agujero de mi culo. Yo tenía la pija de su padre enterrada hasta la garganta… y aún quedaba una buena parte, que no conseguiría tragar nunca.

Martina volvió a meter la estaca anal, y una nueva ola de placer me llenó de alegría.

―Uy, qué lindas son estas estacas ―dije, dejando de chupar la pija momentáneamente―. ¿Dónde estuvieron toda mi vida? ¡Con lo que me gusta meterme cosas en el culo!

Estaba cerca del descontrol total, cada vez medía menos el impacto que pudieran generar mis palabras.

―Te lo regalo, Carmen ―dijo Roberto.

―¿De verdad?

―Sí, claro. Si me prometés que le vas a dar un buen uso.

―¡Por supuesto! ―Miré a Martina, su bello rostro, de tranquilas facciones, también mostraba unos ojos viciosos, sedientos de sexo. Decidí ir más lejos con ella―. Che, nena, sé que yo no soy ginecóloga, pero… ¿te molestaría que yo te revise?

―¿Vos a mi? ―Preguntó, confundida.

―Claro. Una buena forma de estudiar sería que me expliques lo que hay que hacer. Si me lo explicás bien, entonces lo voy a hacer bien.

―Me parece que la idea de Carmen es muy buena ―aseguró Roberto.

―Este… pero…

―¿Me vas a decir que te da vergüenza que tu papá te vea la concha?

Ella soltó una risita.

―No, para nada. Si mi papá me revisó como un millón de veces. No me molesta para nada desnudarme frente a él. En casa andamos sin ropa casi todo el día.

―Es una sana costumbre. Últimamente la estoy aplicando con mis hijos. Ayuda a establecer buenas relaciones de confianza. Entonces ¿te puedo revisar?

―Bueno, está bien.

Se nota que la chica estaba acostumbrada a desnudarse delante de la gente, no tuvo ningún problema en hacerlo, y no se quitó solo los pantalón, se sacó hasta la última prenda de vestir, mostrando que además de una hermosa concha, perfectamente depilada, también tenía unas tetas muy hermosas. Me dieron ganas de chuparselas en ese preciso instante, pero me contuve.

Bajé de la silla de revisiones… dejándome la estaca metida en el orto. La disfrutaba mucho, aunque nadie la estuviera moviendo. Martina tomó mi lugar y separó sus piernas frente a su padre. Sí, me quedó claro que estos dos se habían visto las partes íntimas más de una vez, ella incluso separó los labios de su concha con los dedos.

―La tengo un poquito mojada ―dijo, con timidez.

―Mejor así ―aseguré―. Me hace más fácil la tarea.

Quería demostrarle a Martina que yo tenía casi tanto talento como ella con la lengua; pero no debía precipitarme. Si bien esto ya había dejado de ser una simple revisión, aún había un juego sexual que debíamos mantener. Dejé que ella me explicara cómo hacer una revisión simple de su concha, la recorrí con mis dedos, la abrí y exploré dentro… sin usar guantes, por supuesto.

―Déjeme recomendarle algo, Carmen ―dijo Roberto, con amabilidad―. Es un pequeño truco para revisar y favorecer la lubricación, al mismo tiempo.

Me aparté y dejé que él tomara mi lugar, aún tenía la pija dura fuera del pantalón y no perdí la oportunidad de pajearlo un poquito. Quería que la erección se mantuviera. Me llené de morbo cuando vi que el ginecólogo metía dos dedos en la concha de su hija y al mismo tiempo masajeó el clítoris con su pulgar.

―Es un truquito muy bueno ―reconocí―. ¿Esto lo hace siempre cuando te revisa? ―Le pregunté a Martina.

―Por lo general, sí. Es que… es muy efectivo. Me estoy mojando toda.

Se pellizcó los pezones y suspiró. Me encantaba saber que la relación entre este hombre y su hija era casi tan morbosa como mi relación con mis hijos. Y digo “casi” porque no sé qué tan lejos habrán llegado. De todas maneras hubo muchos toqueteos entre ellos, y Martina me lo demostró cuando su mano se aferró a la verga de su padre, y se la acarició un rato.

No pude soportarlo más, necesitaba pasar al siguiente nivel, urgente.

―Hora de probar lo que me enseñaste… yo también tengo algo de práctica en este asunto, así que espero hacerlo bien.

Me puse de rodillas frente a ella, su concha quedó a escasos centímetros de mi cara, y también la verga de Roberto estaba muy cerca.

La vagina de Martina era preciosa y juvenil, sus labios eran finos y perfectos, su clítoris era apenas una pequeña protuberancia que asomaba. Acerqué más la cara y pude disfrutar del aroma a mujer en celo. Eso accionó un interruptor lésbico dentro de mí. Me lancé a la acción.

Se la chupé con la misma voracidad con la que ella me lo hizo a mí. Me enamoré del dulce sabor de sus jugos vaginales. La chica lubricaba bien, aunque no tanto como yo. De todas maneras mi lengua hizo un buen trabajo, para que ella se retorciera de gusto. Succioné su clítoris un par de veces y luego tuve que darle rienda suelta a otra tentación, que me estaba carcomiendo. Giré la cabeza y me encontré con la pija de Roberto, volví a metérmela en la boca y esta vez la pude chupar mejor, ya que tenía más espacio para mover mi cabeza de adelante hacia atrás.

Empecé un baile de sexo oral entre esa deliciosa concha y la verga erecta. Chupé un rato cada una y disfruté de igual manera con ambas.

Mientras hacia esto, sentía que mi culo intentaba sacar la estaca anal, y esto me brindaba mucho placer. Se me ocurrió una idea, que me pareció brillante.

―Roberto, ¿no tendrás de casualidad alguna otra estaca?

―Sí, claro que sí. ¿Qué tenés en mente? ―Preguntó, con una sonrisa lasciva.

―Bueno, no sé si Martina compartirá mi afición por meterme cosas en la cola; pero como lo hizo tan bien conmigo, me imagino que ya lo habrá probado antes. Al menos la debe haber usado con alguna amiga. ¿Tenés alguna a amiga a la que le guste meterse cosas en el culo?

―Puede ser, sí… es que…

―Ya me parecía. Sabías lo que hacías.

―Pero yo no…

―No importa que vos no lo hagas, te voy a mostrar que se siente muy rico.

Roberto me alcanzó otra de las estacas anales y yo, demostrando que sabía lo que hacía, dije:

―Primero comencemos con la lubricación.

Puse abundante gel lubricante sobre toda la superficie de la estaca; pero no en su culo. De eso me encargué yo, con la lengua. Me lancé a lamerlo, como había hecho antes con su concha. Ella se estremeció y estoy segura de que le gustó. Apoyé la punta de la estaca en el orificio y pude notar cómo este comenzaba a abrirse.

Fui suave y me tomé mi tiempo, no quería lastimarla. Si esta era su primera vez…

Pero…

No parecía que lo fuera.

La estaca estaba entrando sorprendentemente bien. Casi con tanta facilidad como me había entrado a mí. Cuando estaba casi la mitad adentro, retrocedí y admiré la dilatación de su culo. Luego volví a enterrarla. Ella suspiró. Le chupé la concha un ratito, mientras iba metiendo el resto.

―Nena, ¿estás segura de que vos no lo usaste nunca? ―Le pregunté.

―De verdad, yo no uso estas cosas ―respondió, con timidez.

―¿Qué te hace pensar que ya lo usó antes? ―Quiso saber Roberto.

―Bueno, es que está entrando bastante fácil. No soy una experta en sexo anal; pero no creo que una chica que tuviera el culo virgen pudiera meterse esta estaca la primera vez… y mirá, está a punto de entrar toda.

Martina tenía la cara roja y resoplaba, como una yegua en celo. Se ve que le dolía un poco, pero algo me dijo que ella estaba acostumbrada a ese dolor.

―Deberías decir la verdad, Martina ―le dije―. Porque si consigo meterla entera, no me voy a creer que tu cola sea virgen.

―No va a entrar entera ―dijo, con los dientes apretados.

―¿Ah no?

―No. Ya es suficiente, Carmen. La podés sacar.

―No creo que sea suficiente. ¿A vos qué te parece, Roberto?

―Me da la impresión de que mi hija nos está ocultando algo.

―Sí, yo pensé lo mismo, y vamos a corroborarlo.

Saqué la estaca, metí la lengua en su culo, para lubricarlo mejor, y luego volví a clavarla otra vez. En esta ocasión pude llegar casi hasta el final de una sola vez, Martina soltó un potente gemido, cargado de placer. Hice un poco más de presión, ella apretó los dientes y resopló con fuerza, como si estuviera luchando para sacar la estaca de su culo; pero yo conseguí hacer justo lo contrario. La parte más ancha abrió su culo de tal manera que me quedé boquiabierta. ¿Así había quedado mi culo? Evidentemente sí, porque ambas estacas eran idénticas. Presioné un poquito más y el cono se perdió repentinamente dentro del culo de Martina, que volvía a cerrarse. Una vez más ella gimió de gusto.

―Ay, Martina… me parece que ésta no es la primera estaca que entra en tu culo.

―Está bien, lo admito. Me gusta meterme cosas en el culo… y sí, usé varias veces esas estacas, tengo una guardada en mi pieza.

―Ya me parecía a mí que una había desaparecido ―dijo Roberto―. Pensé que se habían confundido en el pedido, pero ya veo adónde fue a parar la que falta.

―Al culo de tu hija ―dije, mientras bombeaba con la estaca―. Y se ve que se hizo aficionada a metérsela, porque esto entró demasiado fácil. Decime, Martina ¿te gusta pedirle a tus amigas que te metan la estaca por el culo?

―Sss… sí. ―dijo ella, con los dientes aún apretados―. Me gusta que me la metan por el culo, mientras me chupan la concha. Y a más de una le gusta que yo les haga lo mismo.

―Deberías volver a reunirte con Luisa ―le dije―. Me enteré que a mi hija le rompieron el orto recientemente… ¡y de qué manera! Seguramente ahora estará deseosa de que vos le metas algo como esto por el culo.

―La voy a llamar, te lo prometo.

El momento cumbre de la revisión llegó mientras yo le comía la concha a Martina. Roberto me tomó por la cintura, obligándome a levantarme; sin embargo yo mantuve la cara pegada a la vagina de la chica. El ginecólogo, con mucha practicidad, me quitó la estaca anal e hizo aquello que yo deseaba tanto… y que ya estaba a punto de pedir.

Su verga se encajó en el agujero de mi culo y entró con tanta facilidad que me quedé sorprendida, pero eso no significa que no la haya sentido. Sí que la sentí, y fue delicioso. Su verga no era tan grande como la de Fabián; aunque no me podía quejar de su tamaño. Era perfecto.

Él empezó a bombear mi culo con cada vez más fuerza y yo hice lo mismo con el de Martina, sin permitir que la estaca anal saliera completa. El ginecólogo debía tener mucha experiencia en el sexo, porque me garchó de maravilla. Me dio morbo pensar cuantas mujeres, pendejas y veteranas, habían salido de este consultorio con el culo roto. No lo creería si me dijeran que yo era la primera. Es más, hasta la bonita secretaria debió pasar más de una vez por una situación muy parecida a la mía… y hasta es posible que Martina haya participado. La chica es tímida; pero también muy morbosa.

Después de que Roberto me estuvo cogiendo por un rato, se me ocurrió preguntarle algo a su hija.

―Che, Martina. ¿Alguna vez te metieron una pija por el culo? Me refiero a una de verdad, no de plástico.

―Em… no, lo juro. Esta vez sí estoy siendo sincera. Solamente probé las de plástico… aunque lo hice con mucha frecuencia.

―Ya lo creo, tenés el culo bien abierto. ―Ella soltó una risita entre tímida y picarona―. Bueno, creo que es hora de que pruebes una de verdad, y no creo que encuentres un mejor momento que éste para hacerlo.

Ella me miró con los ojos desorbitados.

―¿Te referís a la verga de…?

―Sí, la de Roberto. Y sí, ya sé que es tu papá; pero… ustedes se tienen mucha confianza. Creo que tu padre le encantaría mostrarte lo que sabe de sexo anal, para que luego lo apliques en alguna de tus experiencias reales. ¿Qué te parece?

―Em… no sé…

Su boca decía una cosa, pero sus ojos otra. Había una chispa de morbo en ellos, la pendeja ya habría fantaseado más de una vez con la pija de su padre.

―Estoy segura de que, en las revisiones que ustedes tienen, le habrás dado más de una probadita a esta verga tan rica. ¿O no?

―Alguna… pero con la boca.

―Bueno, creo que es momento que la pruebes por otro agujero… y no quiero escuchar quejas. Una chica tan linda como vos tiene que experimentar algo tan placentero como el sexo anal. El verdadero sexo anal. Vení, Roberto, traé la pija.

El tipo la sacó de mi culo y me miró como si de pronto no supiera qué hacer. La situación se había dado vuelta, ahora era yo quien la controlaba.

―No me vas a venir vos con sermones ―le dije―, porque no te creo capaz de rechazar el hermoso culo de tu hija.

Agarré su verga y saqué la estaca anal.

―Mirá, ahí la tenes, con el orto bien abierto. Decime si no está para garcharla toda.

Martina se acarició los labios de la concha y se lamió los de la boca, como si estuviera invitando a su padre a proceder.

―Decime la verdad, Martina ―hablé con la voz firme―. ¿No te gustaría saber qué se siente tener una pija metida en el culo?

―Sí… sí me gustaría. Mucho.

Ya no hizo falta decir más nada. Roberto estaba pálido y su verga tan tiesa que hubiera podido colgar una toalla mojada en ella. Apunté el miembro hacia la entrada y él hizo el resto. Empujó lentamente hacia adentro y el culo de su hija lo recibió con una dilatación perfecta. La pija empezó a desaparecer de a poco, hasta que llegó a la mitad. Allí fue cuando Roberto empezó con el vaivén característico de un buen garche.

―Decime una cosa, Carmen ―Martina habló entre jadeos―. El chico joven que te la metió por el culo, es tu hijo, ¿cierto?

―Sí ―respondí sin dudarlo. Si alguien me hubiera preguntado si mantenía una relación incestuosa con mis hijos, no hubiera confesado ni bajo tortura; pero esta chica tenía la verga de su propio padre metida en el culo; podía ser sincera con ella―. Me rompió el orto justo antes de venir a la consulta. Tiene una pija bien grande… y está soltero. ¿No andás buscando novio?

―Mmmm, podría ser… ―dijo ella, deleitándose con las penetraciones que le brindaba su papá―. ¿Así que la tiene de buen tamaño?

―Sí, tiene una pija hermosa. La vas a amar. Eso sí, Fabián es un poco tímido con las mujeres. Vas a tener que ser directa con él.

―¿Si le chupo la pija estaré siendo lo suficientemente directa? Tengo mucha experiencia en petes, mi papá puede afirmar que no miento.

―¿Se la chupaste mucho?

―Sí, bastante… aunque nunca me animé a más… hasta ahora.

―Da morbo.

―Mucho.

―Me encantaría tenerte como nuera, Martina.

―Y a mí me encantaría tenerte como suegra.

―Y no te preocupes, que no vas a extrañar las conchas, porque a mi hija y a mí nos encanta chupar conchas. Puede que tengamos alguna noche de solo mujeres, entre las tres.

―Eso me encantaría.

―¿Está rica la pija de tu papi?

―Sí, mucho… me encanta.

Estas palabras sirvieron de incentivo, Roberto empezó a darle cada vez más fuerte, la pija se perdía completa dentro de ese culo y emergía, solo para volver a entrar con más fuerza. Martina tuvo que morderse el labio inferior para que sus gemidos no se escucharan en toda la manzana. Mientras observaba esta maravillosa escena jugué con mi concha… y también un poquito con la de Martina.

Roberto estuvo dándole un buen rato, y creo que podría haber aguantado mucho más. Sin embargo la consulta se estaba haciendo demasiado larga, y puede que eso lo haya llevado a apurar un poquito las cosas. Eyaculó una enorme cantidad de semen, su cuerpo se tensó y sus ojos se pusieron en blanco. Cuando sacó la verga, no perdí mi oportunidad, me puse de rodillas frente a Martina y le chupé el culo, tragándome toda la leche que salía de él. Me dio un morbo inmenso saber que a esa bella chica su papi le había llenado el culo de leche.

Un par de minutos más tarde yo ya estaba vestida y lista para irme. Martina prometió que el próximo sábado iría a cenar a mi casa, y yo le prometí que, entre las dos, nos comerías la pija de Fabián… si Luisa estaba en casa, también le chuparíamos la concha. Había encontrado a la nuera perfecta y poco me importaba si ella terminaba siendo la novia de mi hijo, de mi hija o de los dos. Yo solo quería tenerla cerca… y a la pija de su padre también.

Cuando salí del consultorio intercambié una mirada de complicidad con la bella secretaria, solo con su ojos me dijo: “Sé que te rompieron el orto”, y yo, de la misma forma tácita, le respondí: “Y yo sé que a vos también te lo rompieron más de una vez… y le chupaste la concha a Martina”. Quién sabe, tal vez en mi próxima visita también la secretaria podría participar de la revisión. Ahora entendía perfectamente por qué mi hija insistió tanto en que me hiciera revisar por este ginecólogo en particular.

FIN.