La revelación de la cazada cazadora

El novio guaperas de Rocío intenta un juego nuevo. En seguida se arrepiente de su idea. O no...

La última vez que dejó que un hombre tomara el control fue hace varios años, ya. ¿Había sido para descubrir algo sobre sí misma o sobre los hombres? ¿Quizás para encontrar algún vértigo nuevo, inexplorado?

Nunca lo supo.

Lo que le quedó claro fue que dejarse llevar por impulsos e intuiciones no siempre le deparaba un goce feroz, imprescindible.

—Te voy a tratar como una puta —le había susurrado al oído, mientras la follaba rítmicamente, aquel novio guaperas y de sueño fácil.

Después había cometido el error de preguntarle:

—Quieres que te trate como una puta, ¿verdad?

Fue entonces cuando la excitación nueva, oscura que le subía por la entrepierna se desintegró como había venido. Pero aún tuvo fuerzas para contestar:

—Sí…

En seguida sintió cómo el novio guaperas retiraba la polla de su vagina y después, sin atisbo alguno de sorpresa, cuidando evidentemente de que pudiera sentir el golpe de sus testículos sobre la barbilla, juntaba toda su melena morena en una mano tirante sobre su nuca y comenzaba a follarle la boca.

—Es lo que hay —le informó el novio guaperas. Sonreía y la miraba a los ojos, acechante y a la espera de que ella bajara los propios para obligarla a que volviera a sostenerle la mirada.

No pasó mucho tiempo antes de que los restos de líquidos vaginales que le inundaban las papilas gustativas se mezclara con el astringente pero conocido sabor del semen del novio guaperas.

Rocío no sentía ni expectación ni sorpresa.

—Qué puta eres —le decía el novio guaperas cada vez que sentía la lengua de Rocío jugueteando alrededor de su glande.

El dolor de los escasos pelos que el novio guaperas le arrancaba de la nuca inadvertidamente mientras le zarandeaba la cabeza contra su polla tenía un punto de gracia, por involuntario.

Pero quizás fuera la mortificación de la carne, que no la humillación, lo que podría revelarle un vértigo nuevo. Aunque no sería ese día. Ni con el novio guaperas, por supuesto.

Su polla latía dentro de su boca. Y jamás la había tenido tan tensa, tan presta a introducirse dentro de ella como buscando derrotarla y conquistarla, convertirla en una posesión y en una cosa.

—Sabes lo que le pasa a las putas como tú, ¿verdad?

Rocío no pudo evitar un parpadeo de aburrimiento, pero volvió a encontrar fuerzas para llegar hasta el final. Bajó la vista, afectando estar avergonzada, y dijo que sí con la cabeza.

La eyaculación golpeó con fuerza contra su garganta, le inundó la boca y le humedeció las fosas nasales.

—Toma. Por puta.

El novio guaperas se tomó aún su tiempo antes de retirarle la polla de la boca. Después pudo sentir cómo le repartía por toda la cara, restregando su mano con fuerza contra las mejillas y la frente, los chorretones de semen que habían quedado salpicados sobre sus labios al sacársela de la boca.

Su silueta, sin apenas mover el aire mientras caminaba, se recortó contra la luz del baño mientras entraba a higienizarse.

Sintió ruido de agua. Cuando el grifo se cerró pudo contar tres o cuatro segundos de absoluto silencio rezumando por la puerta abierta del baño.

Después apagó la luz. Rocío la había estado mirando como a una luna nada sabia, profundamente estúpida, sabiendo que casi con total certeza había estado alumbrando a su novio guaperas mientras se miraba al espejo antes de juntar fuerzas para volver a entrar a la habitación.

Rocío se sentía un pozo sin fondo, seco y anegado por la ira creciente. Sintió una humedad nueva en la entrepierna, un calor como de fragua que, comprendió, no iba a dejar escapar.

Las sábanas de verde pálido le acariciaron la espalda, la empujaban y la acariciaban.

—Sabes que es sólo un juego. ¿Verdad, cari? —le dijo el novio guaperas antes de besarle fugazmente los labios, apenas rozándola.

Rocío se recostó sobre su pecho, acurrucándose sobre su axila. Cuando sintió los indefiniblemente avergonzados dedos del novio guaperas acariciándole la cabellera, quizás intentando consolarla o ganarse una disculpa, estiró su propia mano hasta dejarla caer sobre su polla, que aún estaba semierecta.

El sobresalto del novio guaperas casi la hizo reír, aunque era imprescindible que se contuviera. Cuando le masajeó los testículos doloridos por el calculado impacto de su mano sobre ellos el novio guaperas gruñó de alivio y satisfacción.

—Cómo me pones, Rocío…

¿Hasta dónde podría llegar? Imposible saberlo.

Sentir que la polla de su novio guaperas se endurecía casi inmediatamente en cuanto apoyaba la uña del dedo índice sobre su ano casi la hizo bostezar.

Aunque no podía bostezar, por supuesto.

—Qué caliente me pones…

El novio guaperas tenía los ojos cerrados, y se dejaba hacer. Lentamente, sin dejar de masturbarlo, comenzó a subirse a horcajadas sobre él. Sintió sus labios vaginales abriéndose tensos y húmedos como una manzana nocturna mientras los ofrecía a la vista del novio guaperas.

Un estremecimiento reveló a Rocío que su novio guaperas ya había abierto los ojos. Pudo sentir también su respiración acelerada.

Se hizo lamer el coño desde lejos, a distancia suficiente para que el novio guaperas debiera estirar el cuello hacia adelante mientras sentía el peso de la cadera de Rocío sobre su pecho. Lo dejó varias veces recostar durante unos segundos la cabeza sobre la almohada para relajar los músculos doloridos del cuello. Cuando decidió que ya había tenido suficiente paciencia, recogió un mechón irregular de pelo de la nuca del novio guaperas dentro de su puño cerrado y lo ayudó a sostener su cabeza en alto. Fue en ese momento cuando escondió de su vista la vagina y le ofreció su ano prieto y lampiño, que sin dudarlo el novio guaperas comenzó a lamer.

Rocío podía sentir la lengua del novio guaperas pugnando por introducirse más y más, por sorberlo todo.

Hacía rato, ya, que no se molestaba en masturbarlo. No iba a permitir que una eyaculación antes de tiempo arruinara sus planes.

Se relajó a conciencia antes de apagar la luz de la habitación, sentada sobre su cara y permitiendo que la lengua del novio guaperas entrara todavía varios centímetros más a las puertas de sus entrañas.

¿Hasta dónde podría llegar?

La pregunta perdía sentido por momentos.

En el momento exacto, ni un segundo antes ni un segundo después, es decir, en el preciso instante que le apeteció y que descubrió que todo estaba preparado para poder hacer su voluntad sin que el novio guaperas —el pelele, el despojo que jadeaba entre sofocos y flemas, desesperado de excitación y de entrega— opusiera la más mínima resistencia, sino todo lo contrario, se quitó de encima de su cara, se dio la vuelta y evacuó sobre la boca anhelante de su novio guaperas el semen que había estado guardando en la suya durante todo ese tiempo.

El novio guaperas no sintio asco, ni miedo, ni odio. Se notaba en su mirada, que sostenía perrunamente la de Rocío.

—Esto recién comienza, cerdo —le dijo alejando su rostro para dejarse contemplar.

El óvalo enmarcado de una cabellera oscurísima parecía limpio otra vez, agitanado y de un color como de aceitunas en la sombra.

—Te amo, Rocío —le respondió el novio guaperas, contra todo pronóstico.

La carcajada la descontroló unos segundos, los suficientes para dejar escapar algunas gotas de orina que, de todos modos, no llegaron a mojarla por fuera.

Los lametones del novio guaperas se hicieron rápidos y nerviosos cuando detectó dentro de la vagina de Rocío el gusto nuevo. Lentamente, intercalándolos con jugueteos mínimos con la lengua sobre su polla, Rocío dejó escapar gota a gota, chorro a chorro todo el contenido de su vejiga.

No necesitó casi cuidados para asegurarse de que ninguna gota se perdía entre las sábanas.

—Cerdo —volvió a insultar al novio guaperas antes de meterse nuevamente su polla en la boca, de hacerlo eyacular por segunda vez y apenas sin necesidad de estimularlo.

El último chorro de orina casi rebalsó por fuera de las comisuras del novio guaperas mientras éste eyaculaba.

Como había previsto, el novio guaperas no había perdido todo el interés y el sometimiento después de eyacular. Esperaba impaciente, inmóvil y lleno de energía mal contenida a que Rocío volviera a obligarlo a tragar su propio semen.

Pero eso no iba a pasar. Sencillamente, porque no podía pasar.

El escupitajo de semen cubrió casi todo el rostro del novio guaperas. Después, sentada encima suyo, se lo restregó por toda la cara. Un nuevo orgasmo la recorrió entera. La polla del novio guaperas apenas sí se engrosaba unos instantes mientras Rocío le follaba la cara.

Después, ya satisfecha, comprendió como en una revelación que debía pasar algo inaudito, innecesario, inaceptable.

Se separó las nalgas agarrándolas con todos los dedos, hundiendo sus propias uñas en la carne, aunque sin hacerse más daño que el necesario, y soltó una ventosidad en toda la cara del novio guaperas.

Dos o tres arcadas se hundieron en su estómago, pero Rocío no necesitó acercarle el culo a la cara para que el novio guaperas se apresurara a lamer y limpiar cualquier resto amargo e invisible.

—Sabes que nunca más volverás a follarme, ¿verdad?

El novio guaperas le dijo que sí con un gesto mínimo, en silencio.

—Me das mucho asco. Y ahora, págame la sesión, ¿no?

Con infinita humildad el novio guaperas cogió unos pocos billetes que tenía en la cartera.

Rocío, sin mirarlo a los ojos, le limpió la cara violentamente con el dinero. Después lo arrojó al inodoro, pulsando el botón. El novio guaperas observó la última acción de Rocío curvando su espalda hasta casi parecer un jorobado.

—Ahora hazme un favor y vete a tomar por culo.