La Reunión

Joven será humillado y castigado en una reunión familiar (idea por rosameler12)

Saludos a todos. De sobra es conocido las embarazosas situaciones que ocurren en la reuniones familiares, pero nada como llegar a la reunión familiar de tu ex… supongo que es una experiencia más que interesante.

Carlos y Rosa habían terminado recientemente, no en los mejores términos. Aunque su relación había sido algo idílica al principio, en cuanto a la convivencia; para ella era muy frustrante el tener un novio pichacorta. A pesar de intentarlo de muchas maneras y tratando de no mostrarse insatisfecha, Rosa no podía decir que gozaba los intentos de polvo de su ex, sumándose a ello alguna que otra noche con eyaculación precoz.

Pero el detonante de su ruptura no era un tema de pareja. A Carlos, presumido nato; se burlaba de lo pequeñas que eran las tetas de Marisol, su cuñada. Eso se debía a que en más de una ocasión la chica había logrado escuchar las quejas de su hermana mayor en cuanto al sexo, y sin ningún argumento; recurría a la táctica más patética para desquitarse con su querida cuñadita.

Rosa, que amaba mucho a su hermanita y resentía las constantes burlas de su novio hacia su cuerpo, optó por no seguir junto a él a pesar de sus promesas de cambiar su actitud. Tal vez la situación no hubiese llegado a tan drástica decisión de no ser porque la pobre Marisol estaba cada vez más deprimida e inconforme con sus tetas, que si bien eran pequeñas, no se podía decir que era más plana que una hoja de apuntes.

Habiendo pasado a por sus cosas en el piso de Carlos, Rosa ya no quería saber nada del bruto de su ex, por lo que cuando halló algunas prendas suyas en el armario, no dudo en llamarle para que viniese a por ellas sin perder tiempo y ya no tener porque tener su número de móvil agendado.

El día en cuestión, Rosa caminaba por el rellano superior de la casa. Vestía una camisa gris bien ceñida a su silueta y que resaltaba su generoso busto, más un short bien cortito que apenas le cubría el culo. Caminaba despacio, revisando el móvil, cuando escuchó un sollozo ahogado proveniente de la habitación de su hermana. Decidió entrar y ver que ocurría.

En efecto, Marisol estaba desparramada sobre la cama, llorando. Rosa se acercó a ella y se sentó a su lado, la chica alzó la mirada.

“Que ocurre ahora?”

“Espero… espero que… ya no sigas más con ese pichacorta… no puedes dejar… que me siga… tratando así,” dijo Marisol con voz entrecortada.

Abrazando a su hermana menor, Rosa no tenía duda que la inseguridad que sufría ella era por culpa de Carlos.

“No le hagas caso. Tu eres una chica muy mona y muchos quisieran que les dieses bola, ya olvídalo,” le animó Rosa.

“Pero… tu eres mi… hermana. Nunca le pusiste freno…” respondió ella con rabia.

“Sabes… Carlos viene a por sus cosas hoy. Creo saber que hacer,” contestó Rosa con gesto cómplice, Marisol secó sus lágrimas con expresión desconcertada pero no dijo nada.

Un par de horas después, Carlos estaba frente a la puerta, esperando que Rosa le abriese y le entregase sus cosas. De cabello corto castaño, exhibía un tipo atlético y confidente, a pesar de sus carencias en cuestiones más importantes. Vestía una sencilla camisa de manga corta con franjas negras y blancas, zapatos blancos y pantalón de chándal gris.

La espera terminó cuando Rosa abrió la puerta. No pudo evitar mirarla de pies a cabeza, estaba hermosa como siempre.

“Ah, eres tú. Entra, tus cosas están arriba, estoy algo ocupada,” saludó Rosa sin mucho afecto.

“No tardaré mucho…” le espetó de forma tosca Carlos y entró.

Casi de inmediato Carlos pudo ver que Rosa tenía visita. Un par de tías, Adela y Sara; también se hallaba presente Rebeca, su ex suegra y Marisol. Al ver a su antiguo cuñado, la chica agachó la cabeza para no mirarle, Carlos no pudo evitar sonreír y Rosa le pilló la intención.

“Date prisa, interrumpes nuestra reunión,” le dijo secamente.

Saludando a la madre de Rosa y a sus tías, Carlos se fue escaleras arriba. No tardó en encontrar sus cosas en una caja pequeña y tomándolas, se apresuró para marcharse cuanto antes. Al enfilar hacia la puerta, escuchó la voz de Rosa llamándole.

“No piensas decir adiós? Por los viejos tiempos al menos.”

Deteniéndose en seco, Carlos se dio vuelta y se acercó hasta donde estaban sentadas las cinco mujeres.

“Lo siento. Adiós, Rosa… lamento si no funcionó como al principio. Señora Rebeca, ha sido un placer conocerla,” se despidió Carlos.

“Igualmente Carlos,” dijo Rebeca.

Girándose nuevamente para retirarse, Rosa volvió a hablar.

“Como les había comentado, y solo Marisol sabía, la pollita de Carlos apenas la sentía dentro de mi coño,” dijo ella con total normalidad, como si no estuviese presente. El chico se frenó. Hubo un coro de risas femeninas. Las mejillas le ardían de la vergüenza y el cabreo.

“Eso explica bien sus burlas hacia mi. Para compensar su diminuto complejo,” se burló Marisol entre risas. Sus tías y hermana rieron aun más. Carlos regresó con la orejas al rojo vivo.

“Que coño pretendes con esto? Y tu…” dijo Carlos temblando de rabia, “será mejor que no empieces, que necesitas más que eso para tener mejores tetas.”

“Carlos!! Como os atrevéis? Es mi hija!!” exclamó Rebeca indignada, ya que no creía las historias de su hija Marisol.

“Yo no pretendo nada, amor. Solo le decía la verdad a todas, venga, enseñadlo…” le instó Rosa, medio en broma, medio en serio.

Aquella sugerencia hizo que Carlos se ruborizase aún más. Marisol se puso de pie y fue hasta la cocina, en tanto su hermana seguía insistiendo a su ex que se bajase el chándal por las buenas. Pero aunque se negaba rotundamente, Carlos no se apresuraba a marcharse sino que seguía discutiendo con Rosa, mientras sus tías y su madre se partían de risa.

Lo que no podía saber Carlos era que Marisol, sigilosamente se acercaba a su espalda con un claro objetivo, sus pantalones. Sus manos estaban ocupadas al sostener la caja y fue el momento en el que Marisol fue a por él y le bajó de un tirón el chándal y los calzoncillos.

Sintiéndose inusualmente expuesto, Carlos comprobó con horror que su pantalón y calzoncillos estaban a la altura de sus tobillos, estaba desnudo de la cintura para abajo. Lo siguiente que pudo oír fueron las escandalosas risas burlonas tanto de Rosa como la de las demás mujeres, incluso Rebeca no podía contenerse al ver un pequeño trozo de polla de unos 7 cms, más unos huevos de tamaño medio que colgaban orgullosos.

“Y empalmado apenas llega a los 12 cms… es toda una lindura!” exclamó Rosa entre risas.

Ya no estaba rojo de rabia, sino de la enorme vergüenza que su ex le estaba provocando. No obstante, no tuvo tiempo para poner la caja en el suelo y cubrirse pues sintió un fuerte agarrón en sus joyas. Marisol se iba a desquitar a lo grande, su mano apretaba con furia ambos testículos, Carlos solo pudo dejar salir un gemido ahogado y moverse como un pingüino, tratando de escapar de su agarre.

“Creo que será un poco difícil, cuñadito…” murmuró Marisol a su espalda, sin dejar de agarrarle de su punto débil.

“Venga, no tengan miedo, tocad sin preocupaciones,” dijo Rosa, acercándose a su hermana seguida de sus tías, que le quitaron la caja de las manos.

Las mujeres comenzaron a jugar con su diminuto rabo, que pareció encogerse aún más debido al bochorno y el fuerte apretón de Marisol. Toda clase de comentarios sobre su polla y huevos fueron hechos, Carlos sentía que le costaba un mundo respirar ya que Marisol no parecía dispuesta a soltar sus cojones. Finalmente, y tras varios pedidos de Rosa y sus tías, Marisol dejó de estrangularle los huevos pero al soltarlos, le propinó un duro puñetazo, deformando sus gónadas contra su hueso púbico y haciendo que se encorvase un poco.

“Eso fue por todas las burlas que tuve que aguantar,” indicó la chica, aliviada.

Carlos bufaba y tosía, el dolor ascendía lentamente por su bajo vientre y solo pudo sentir dolor, humillaciones y un par de pellizcos en el prepucio, gracias a la tía Sara.

“Vale, creo que ya ahora si os podéis largar. Pero esto se queda con nosotras,” mencionó Rosa, en referencia a su pantalón y calzoncillos. “Exhibid vuestro orgullo al mundo, no te cortes,” le animó.

Llevándole hasta la puerta, ya que aún le temblaban las piernas, Rosa le hizo salir y le entregó la caja con sus cosas y cerró la puerta. Carlos fácilmente pudo ocultar su rabo entre las piernas y caminar ridículamente, aunque no sin dolor e incomodidad… ante la mirada de muchos curiosos que se reían de su infortunio.