La Residencia
Bea se muda a una residencia de estudiantes con su hermana y conoce a sus compañeros la primera noche.
Bea no se terminaba de acostumbrar a su nueva cama. Se había mudado a una habitación en la residencia y echaba de menos la cama doble y el aroma de su viejo cuarto. Tras dar muchas vueltas en la cama decidió levantarse a tomar un baso de leche a la cocina compartida entre las cinco habitaciones del apartamento. Con su pijama de tela blanca fina avanzó por el corto pasillo hacia la cocina y al pasar por delante de una de la puerta oyó cómo alguien también se removía en la cama. Los cinco cuartos estaban ocupados por Bea, su hermana, una amiga y dos chicos que ya vivían allí, uno de ellos pelirrojo y otro negro.
Llegó a la cocina, abrió la nevera, cogió la botella de leche y comenzó a beber a morro en la penumbra que daba la luz del electrodoméstico. Notó cómo el líquido blanco descendía por su garganta, fresco y agradable. De pronto un ruido hizo que se sobresaltara y parte de la leche se derramó empapando la parte de arriba del pijama. Sintió el frío de la leche sobre su pecho y sus pezones se endurecieron de placer. Sin dejar la botella se acarició las tetas para calentar un poco el líquido y evitar escalofríos. Dejó la botella en la puerta de la nevera y sin cerrarla notó cómo la excitación iba en aumento. Se subió el pijama y comenzó a acariciarse los pechos desnudos y mojados de leche pellizcándose los pezones. Mientras recordaba la despedida de su antigua casa en la que sus compañeros de piso habían preparado una orgía con las tres amigas notó que su entrepierna comenzaba a humedecerse. El frío de la nevera abierta ejercía sobre ella un extraño influjo, sus manos se deslizaban de sus pechos a su vientre cada vez más temblorosas. Tenían en la mente el recuerdo de cómo Jaime, unos de los viejos compañeros, le había follado la boca mientras su amiga le comía el coño como loca al sentir que Bruce, otro de los compañeros, le abría el culito a su vez. Bea se apoyó en el banco y se bajó un poco los pantalones que ya tenían la marca de su coño mojado en la entrepierna y comenzó a acariciarse el clítoris que la noche anterior le habían chupado todos los de la casa.
Sabía que aquello era arriesgado. Era cierto que tanto su amiga como su hermana se habían montado juergas juntas y que seguramente de haberla sorprendido así cualquiera de ellas se hubiera arrodillado frente a su raja húmeda para saborear sus flujos. Sin embargo, ¿qué pasaría si uno de los compañeros del nuevo apartamento entraba en la cocina? Eso aun la excitaba más. Imaginaba cómo su hermana le miraba a los ojos mientras chupaba sus pezones con un cariño y un acierto que sólo una hermana puede dar. Veía su cuerpo desnudo convulsionándose con sus caricias y besos de saliva y pasión al tiempo que recordaba cómo su amiga le había ofrecido la polla dura y brillante de su propio novio para que la comiera y degustase sus jugos. La respiración de Bea era entrecortada y emitía sordos jadeos mientras sus dos manos estimulaban su pepitilla y se introducía algún dedo por el coñito. Se había excitado tremendamente y necesitaba despertar a su hermana para abrazarla y jugar con ella.
Decidió hacerlo así, ir a la nueva habitación de su hermana y pedirle que le ayudara a superar aquel calentón. Con eso en mente cerró la puerta de la nevera y, a oscuras, fue hacia la puerta. Cuando iba a salir de la cocina para entrar a la oscuridad del pasillo notó como si hubiera alguien allí, se detuvo asustada y buscó con la mano el interruptor. Antes de poder alcanzarlo notó cómo una mano tapaba su boca y un brazo la forzaba a volver a entrar en la cocina.
Con el resplandor de las farolas del exterior brilló el blanco de los ojos de aquel hombre y Bea notó sin poder impedirlo que le daba la vuelta y la inclinaba sobre el banco sin liberar su boca. Bea forcejeó e intentó gritar, pero era inútil. Su agresor empujaba las caderas contra su trasero dejándole notar un rabo de un calibre considerable y Bea no pudo evitar sentir un escalofrío de placer. De un movimiento quedó con los pantalones por los tobillos y con su piel desnuda notó cómo aquel hombre de olor penetrante se bajaba los pantalones y con la mano libre dirigía su tranca hinchada en busca del coño de su presa. Bea contuvo la respiración cuando notó aquel descomunal capullo en la chorreante entrada de su cueva. Con aquella mano grande y fuerte en la boca y el calor de una respiración animal en su cuello sintió como de un empujón un falo robusto y ardiente le llegaba hasta las entrañas dejándola incapaz de reaccionar.
Al sentir que su zorrita no se movía el tipo decidió arriesgarse a soltarle a boca. Bea puso los dos brazos sobre el banco y abrió un poco más las piernas poniéndose de puntillas sobre sus pies descalzos. El hombre le cogió el culo con fuerza, apretándole, y comenzó a bombear su inmenso rabo en el coño de Bea. En el silencio de la noche restablecido tras el forcejeo inicial sólo se oía el aire salir acompasado de la boca abierta de ella y de la nariz de él, y el sonido húmedo y espeso de los flujos de Bea que llenaban de una deliciosa baba blanca el cipote que la follaba. La folló lentamente pero con fuerza haciéndola gemir con los que parecían más de veinte centímetros de carne dura. Bea estaba extasiada y sólo alcanzó a quitarse la parte de arriba y dejar que sus tetas duras notaran el frío de la piedra del banco. Tenía miedo de mirar atrás pero tras unos instantes y con los ojos entrecerrados de placer giró la cabeza y vio al dueño de aquel aparato por primera vez. Con una cara transfigurada su compañero pelirrojo la estaba follando con su polla blanca como la leche, con sus pantalones por los suelos y el torso desnudo. Sus miradas se cruzaron y entonces él le clavó con fuerza el miembro y lo dejó dentro provocando un grito de placer en Bea.
El pelirrojo sacó el pollón de aquel coño morenito dejándolo abierto y chorreante. Bea se incorporó, se dio la vuelta y acarició el pecho de su nuevo amante bajando las manos hasta encontrar la húmeda tranca que ella misma había lubrificado. "Con esa polla pensé que eras negro" dijo mientras se arrodillaba y abría la boca cuanto podía para tragarse aquel capullo. Comenzó una mamada frenética, saboreando sus flujos, el sudor del tío, el sabor de sus huevos, oliendo a sexo y cerrando los ojos cada vez que atacaba el robusto pollón con la intención de clavárselo en la garganta. Él comenzó un movimiento de balanceo para follar aquella boca de zorra ninfómana y sus cojones comenzaron a golpear la barbilla de Bea. Aquella sensación le hizo correrse notando como chorros de líquido espeso y cliente salían de su coñito hasta mojarle los pies.
Temblando Bea notó como el pelirrojo la levantaba y a pulso la cojía en volandas para clavarle de nuevo el cipote mientras la abrazaba y sentía sus pezones duros sobre su pecho musculoso. Comenzó a hacerla saltar y a cada salto ella notaba como el miembro casi le salía por la boca. Estando así sintió como alguien comenzaba a acariciarle la espalda. Al mirar comprobó que su compañero negro había terminado por unirse a la fiesta. Estaba desnudo y brillante de sudor como un dios de ébano. Tenía algo indescriptible en la mano, una polla de un diámetro que infundía terror y una longitud que la hacía sobrenatural. Mientras el pelirrojo seguía follándola notó que el nuevo capullo marrón y brillante, tan grande como el puño de un niño, se paseaba por su húmeda y espesa entrepierna y sus ojos se abrieron con pánico. "No, por favor, no me folles el culo con eso. Por favor". El pelirrojo la propulsó con fuerza en una embestida sacándole la tranca y pasándosela de espaldas a su amigo que la cogió en cuclillas y como si fuera un guante se la enfundó sobre su miembro. Bea dio un alarido al notar como sus músculos se dilataban para albergar semejante monstruosidad. Notaba presión en su estómago y calor en sus labios. Aquel hombre le había metido casi todo su bastón pero aquel coño no albergaba más. Lentamente comenzó a balancearla para acostumbrarla a aquel diámetro.
Bea tenía la cara relajada, la impresión la había dejado como muerta, pero pudo ver en la puerta los ojos de su hermana que se había levantado al oír sus gritos y que no sabía qué estaba pasando. "¿Estás bien Bea?" dijo temblando. "Ahá" alcanzó a gemir Bea que seguía siendo follada por su compañero negro en el aire. La hermana podía ver en la penumbra las piernas abiertas de Bea, su vulva desfigurada y aquel trozo de carne sin fin sobre el que se deslizaba y atraída por un resorte invisible dio unos pasos para verlo mejor. El olor al sexo de su hermana impregnaba la cocina y mientras acercaba una mano la frente de Bea para quitarle el sudor no notó cómo el pelirrojo comenzaba a acariciarla con su falo sobre la ropa.
Bea vio, mientras su macho la dejaba por fin en el suelo para descansar, cómo su hermanita transfigurada se dejaba desnudar y acariciar si quitarle ojo de su cuerpo sudoroso. La hermana tenía ganas de lamer sus tetas y acariciar aquel coño follado de manera tan brutal, y con ese calor su propia rajita se hizo agua. El pelirrojo le mordisqueaba el cuello y finalmente la hermanita se arrodilló y comenzó a chupársela saboreando los flujos que en tantas ocasiones había bebido del propio manantial. Bea reconocía la técnica de se hermana porque ella le había enseñado a comer bien rabos.
El zamarro musculoso de la enorme polla cogió de la nuca a Bea y le acercó la cabeza a sus huevos. Bea pudo contemplar lo que hacía un momento le habían metido y quedó maravillada. Con las dos manos levantó el pesado instrumento y comprobó que no podía metérsela en la boca. Era imposible, sólo podía lamerla. Comenzó a pajear a su negrito y a acariciar con la lengua cada centímetro de aquella tranca. Su excitación era incontenible al disfrutar de aquel privilegio. Apretaba aquella polla, la lamía, la meneaba, se golpeaba con ella, cogía sus pelotas a manos llenas, la embadurnaba de saliva limpiando sus propios restos. Al final decidió alargar la mano y sacarle a su hermana la polla blanca de la boca. "Acércate y juega conmigo" Con sus cuatro manos fueron capaces de cubrir el tronco negro y pajearlo en toda su longitud mientras sus lenguas se deslizaban por el inmenso capullo encontrándose a veces. De rodillas las dos se miraban a los ojos desde cada lado con mirada lasciva. A veces se besaban jugando con sus lenguas y enseguida volvían al rabo.
El pelirrojo decidió disponer a esas zorritas gemelas de tal manera que podía alternar sus coños para follarlas. Primero la metió en el dilatado agujero de Bea que entrecerró los ojos mirando fijamente a su hermana y se dejó follar sin perder de alcance el robusto animal negro. Después el blanquito abrió el culito de la hermana y esta sintió por primera vez esa tranca lechosa abriendo los ojos de placer. Bea la miraba sonriente.
Parecía que aquello no tenía final, dejándose follar el coñito y acariciando el enorme capullo y entre ellas. Tan bien se la comían al negro que este, sin aviso previo, soltó un desbordante chorro de leche blanquísima y caliente que impactó por sorpresa en las caras y pechos de las gemelas. Ellas siguieron pajeándolo entusiasmadas y varios chorros más volvieron a salir de aquella punta brillante saltando sobre sus espaldas dejando una vía láctea de semen sobre aquella zorrita y salpicando al tío que las seguía follando fuera de sí.
Bea aplicó la boca a la punta del nabo negro y pudo saborear aun un par de chorros y sentir con deleite cómo aquella lefa le bajaba hasta el estómago. Su hermana la miró sonriendo mientras el pelirrojo pasaba a su coñito al ver que su hermana disfrutaba de uno de sus mayores placeres, probar una buena lechada. Bea acercó su cara a la de su hermana y la besó en la boca. Sacó la lengua y fue lamiendo los restos de leche de las mejillas, barbilla, nariz, cuello y, dejándose caer hacia delante, de las tetas de su hermanita que se balanceaban al ritmo del falo blanco que la follaba.
Al ver eso el pelirrojo sacó la suya hizo un poco de presión y se corrió sobre el culo de la hermana con un grito.
"Joder, tías, podríais haber avisado" se oyó la voz de la amiga desde el quicio de la puerta. Todos la miraron con placer dispuestos a comenzar de nuevo.