La reputación de Puri ( y 5)

Puri es la hija del director del colegio en donde intenta ser un modelo para todos. Pero pese a sus intentos de seguir la moral convencional, todo se irá torciendo de manera que la imagen que tanto se ha esforzado en construir antes su padre, novio y profesores acabará arrastrada por el fango.

Con este panorama debe entender que fui víctima de una conspiración, señoría. Había logrado salvaguardar mi honra, pero me había convertido en una arpía y me había ganado demasiados enemigos. Claudia la primera, pero no la única. Le seguían el ladino jefe de estudios, el camarero del pub al que acudía con Simón o los rijosos del pelotón de los torpes. Tengo que insistir, señoría en mi inocencia. Ya sé que el bedel asegura en su declaración que cuando fui sorprendida por el mismo, mi padre y el grueso de la asociación de padres, que aullaba como un animal en celo y que en ningún caso podía argumentarse que yo me hubiera visto sometida a tales actos en contra de mi voluntad, ya que gozaba como una perra pero así fue. Aunque ahora ni mi propio padre me crea.

Cierto que nunca debí dejar convencerme para ejercer el papel principal en la obra del colegio, después de comprobar además que el director de la obra no era otro que  Julián, y que los encargados de la tramoya, ya que por su rudeza no eran aptos para nada más, no eran otros que Raúl y el resto del batallón de los torpes del Ortega y Gasset. Para colmo el encargado del telón no era otro que el barman del pub donde Simón acostumbraba a magrearme. Tenía que haberme hecho desistir el que la buscona de Claudia no dejase de tontear con el director de estudios y que ella y Julián pareciesen uña y carne con la excusa de que ella preparaba el libreto de la obra.

También debió de ponerme la mosca detrás de la oreja su insistencia de que hiciese los ensayos del papel de Desdémona con el vestido de la obra con un escote tan brutal que el pobre Otelo muchas veces se olvidaba de su texto pendiente sólo de mis bamboleantes melones, que a duras penas podía constreñir a a la breve tela que sólo tapaba lo mínimo para ser considerado mínimamente decente.

Lo peor es que el estado de excitación no sólo se limitaba a mi partenerie sino que se extendía al conjunto de los tramoyistas, que con la excusa de hacerme repasar mis diálogos no se perdían ni un detalle y algunos encabezados, cómo no, por el pícaro Raúl aprovechaban cualquier excusa entre bastidores para ofrecerse a arreglarme el vestido y sin esperar invitación alguna hacían ver que me estiraban la tela para tentar lo que había debajo. A medida que avanzaban los ensayos y ante la pasividad del director de la obra, ellos se iban mostrando más osados, aventurándose incluso a arreglarme el escote con la descarada intención de rozar mis senos.  ¿Pero qué podía hacer yo si no callar si no quería arrastrar sobre mí el peso de un escándalo?

Precisamente el día de autos, señoría, fue el que llegaron más lejos en sus odiosos toqueteos, porque Raúl el primero, aprovechando que ese día la ausencia de Simón, a quien yo había pedido que me acompañara a los ensayos consiguiendo así, pero no siempre, frenar sus descarados ataques, el que con la excusa de que el vestido me bailaba empezó a toquetearme los pechos. Al unísono el batallón de los torpes en pleno se arremolinaron a mi alrededor sin que yo pudiese hacer prácticamente nada para frenarles porque tenía mis manos ocupadas con el libreto de la obra. No así las suyas, que libre cual aves licenciosas picotearon aquí y allá tentando la partes más firmes de mi cuerpo. Con la impunidad que da el bullicio Raúl, su lider, se permitió colar sus zarpas por el amplio escote y estrujarme a placer mis indefensos senos, incluyendo mis pezones, los cuales no pudieron evitar el reaccionar ante tal cúmulo de estímulos y ponerse en una tensión que resultaba especialmente evidente bajo la tenue tela del vestido, incluso después de que había cesado el ataque, lo que me provocó una lógica incomodad no sólo ante el pobre Otelo sino también ante Julián que durante el ensayo se acercó varias veces a darme explicaciones que no tenían más motivaciones que las de un ciervo que muere cegado por los faros halógenos en lo que habían quedado convertidos mis pechos.

Cuando empezó el ensayo pensé que ya podía relajarme y que cesarían sus ataques, pero cuán equivocada estaba. Ante un Julián que tan atento estaba para otras cosas pero que en el patio de butacas sólo parecía tener ojos para la minifalda de Claudia, aquellos sátiros continuaron molestándome.

El más incómodo para mí fue un momento en que abocada en el repecho de una falsa ventana daba la réplica a Otelo, que ya tenía los ojos fuera de sus órbitas por la posición en que se encontraban mis pechos, Raúl y un par de sus secuaces se arrastraron por las tablas detrás mío amparados por el decorado, que impedían que el propio Otelo o desde el proescenio se les pudiese ver.  Sólo por el rabillo del ojo pude contemplar como el camarero aficionado a las tablas en sus ratos libres, una vez más no se perdía detalle.

De tal guisa, uno de ellos levantó la larga falda del vestido manteniéndomela arremolinada hasta la cintura, mientras Raúl y los otros se encontraban una sorpresa que yo tenía esa tarde para Simón: unas medias negras sin liguero y un tanga a juego. La revelación pareció volverlos locos, y los oía jadear, como si sacasen espuma. Y los sentía, claro, porque cuán débil defensa resulto el tanga para evitar que aquellos dos golfos no allanasen mis muslos, mis glúteos e incluso rincones de mi intimidad que me incomoda nombrar, señoría.

El guión decía que yo debía gesticular con la mano derecha, cosa que seguía haciendo y con loa izquierda intentaba ora bajarme la falda ora apartar sus dedos de plieges y oquedades que Simón ni siquiera se atrevía a soñar. ¿Se lo puede imaginar? No sé si mi explico bien. Contra mi voluntad mi estado de excitación era tal que ya no podía ni dar correctamente mis réplicas. Si debía decir: ¡Si te miento, arda Troya, mi moro de Venecia! yo me oía responder ante el estupor del otro protagonista:

− ¡Vaya tiento trae esa polla, toro de indecencia! − y es que no sólo yo estaba fuera de mí y ya no sabía lo que decía, sino que el chico que estaba frente a mí, aquel día estaba, como yo, ataviado con el traje de la función y aquellos leotardos ya no podían ocultar por más tiempo el verdadero estado de su propietario. Y no se crea, que en otras circunstancias yo le hubiera estado mirando a los ojos, pero con Simón de exámenes, las miradas, los toqueteos previos, los actuales, el sofoco del calor de los focos y aquel paquete a poco más de un metro no había manera de concentrarse en nada.

En mi afán por librarme de aquellos sobones, primero hice varios gestos bruscos que sólo sirvieron para que uno de mis inhiestos pezones se saliera de madre, y después de una patada derribé el decorado, que les cayó encima, pero, uno de ellos, desde bambalinas, aprovechó el caos para que sobre mi cabeza cayese, aparentemente por error, un cubo de confetti. Ante tamaño desastre oí la voz de Julián desde la platea:

−Bueno, basta. Está claro que hoy no sale nada. Seguiremos mañana.

Pensé que su llegada al escenario serviría para poner fin a ese desaguisado, pero en medio del alboroto sólo hoy la voz que se alejaba y decía:

−Recoger todo esto y que quede todo tal como estaba. Manos a la obra.

Y eso es lo que hicieron aquellos obsesos, mientras él se alejaba encandilado con Claudia en lugar de acudir en mi socorro.

−Lo primero será quitarte todo este confetti de encima −señaló Raúl, con un tono de vez que denotaba otra cosa, mucho más amenazante−. No sabes cuánto lo siento, Puri.

No lo sabía porque no lo sentía en absoluto. Al contrario, de un golpe seco me bajó el vestido y ¡flop! dejó mis dos pechos a merced de sus secuaces, que con la excusa de quitarme hasta el último papelito de confetti, se abalanzaron sobre mi cuerpo para sobarlo, amasarlo, pellizcarlo y toquetearlo sin piedad. Yo sólo llegué a murmurar:

−No, no… dejad…me.. no…

Pero era tarde. El vestido había caído a mis pies hecho jirones y las piernas me temblaban de puro deseo, sólo me sostenían, no mis fuerzas, en retirada frente a la oleada de bajas pasiones, sino los empujones de mis acosadores en una u otra dirección. Si lograba retirar una mano, tres, se disputaban su puesto, si conseguía con un giro de cintura evitar que unos dedos notasen mi húmedo estado, otros acudían prestos al lúbrico relevo.

Sólo un milagro podía salvarme. Y así lo creí cuando se cerró el telón por lo que dejé de ver al atónito Otelo. Entonces hoy la voz del camarero, que seguramente había corrido los cortinajes para preservar mi cuerpo de nuevas miradas indiscretas.

-Bueno chicos ya está bien…

Su voz grave les hizo detenerse. Me iba a volver con los ojos bañados en agradecimiento, cuando de repente una mano me empujó y me hizo caer sobre el decorado.

−¡Si se hace algo así hay que hacerlo bien!

Y de un brusco tirón me arrancó el tanga, ganando la posición de privilegio ante la manada de machos enloquecidos Sin que me lo tuviese que decir puse el culito un poco más en pompa y efectivamente, como esperaba, fui penetrada sin dificultad de tan mojada que estaba, pero conseguí mi objetivo: enculada pero virgen.

Entre todas aquellas manos, y aquel rabo que podía sentir perfectamente, no pude dejar de proferir gritos de placer, señoría. Algunos de los chicos del batallón de los torpes se habían colocado debajo de mí para poder lamerme las tetas sin traba alguna. En aquel totum revolutum de cuerpos pensé que todavía iba a salr bien librada cuando  apareció el joven hacedor de Otelo, atravesando el telón por el centro. Estaba segura de que intercedería en mi favor ya que estaba convencida de que o había participado en la conspiración que había acabado conmigo en tan mala posición en todos los sentidos.

Por desgracia no fue así, señoría, ya que si no, no estaría yo aquí declarando. Lo comprendí tan pronto como se bajó los leotardos y dejó a la vista un miembro tan furibundo como, he de reconocer, que no exento de atractivo. Mi coprotagonista no estaba dispuesto a que dijese una palabra en mi defensa, como probó que lo primero que hizo fue meterme tamaño aparato en mi pobre boca, aprovechando la elevada posición de mi cuerpo, tendida sobre los restos del decorado y sobre los sátiros que se trabajaban mis pezones, aunque yo, curtida ya por anteriores experiencias esta vez si que supe como darle gusto con mi labios y mi lengua con la esperanza de que todo aquel tormento, que sorprendentemente estaba encontrando placentero, acabase cuanto antes.

Penetrada por detrás y mamándola por delante, mi situación no hubiera podido ser más penosa de no haber tenido con la única mano que me quedaba libre − con la otra evitaba perder de todo el equilibrio− de estar masturbando a Raúl, con la intención de agotarlo antes de que se diese cuenta de que quedaba un orificio en mi cuerpo por ocupar, y precisamente mi virgo era lo único que yo aspiraba a salvar de aquella desigual contienda.

En un momento dado, loca de deseo y con mi cuerpo hirviendo como una tetera, la polla de Otelo se me escapó de la boca y yo enloquecida, transida de puro placer, todavía la golpeaba con mi carita, y la intentaba besar y agitaba mis cadera con la intención de que el maldito camarero se corriese de una vez, si pudiera ser, al tiempo que Raúl, cuyo pene estaba cimbreando con todas mis fuerzas, la tiempo que chillaba:

−¡¡¡Oh, sí!!! ¡Más! ¡Más! ¡Ahhhhhhhh!  ¡Aghhhhhhhh! ¡Más! ¡Sí! Sí!

Y de repente se abrió el telón y pasé del “¡oh sí!” al “¡oh no!” Porque allí estaba el bedel, cuyo testimonio me hizo tanto daño, encabezando una visita guiada, y mi padre y la junta de inspección de colegios privados y algunos miembros de la APA. Y todo el gusto se apagó de golpe, y de poco sirvió para que en ese momento se corriesen en mi cara el cerdo de Raúl y el presunto Otelo, al igual que dentro de mí lo hizo el camarero.

El resto, ya se lo puede imaginar usted, señoría. Ellos se dieron a la fuga, pero yo apenas podía ponerme en pie. El escándalo, la investigación, la circunstancia de que algunos de los que participaron en los hechos eran menores… Todo pesa en mi contra, cuando yo sólo soy una buena chica que en todo momento intentó hacer lo más correcto. Nunca supe quien fue la persona que abrió el telón y sólo sé que los que me violaron, o casi, no fueron porque tiene la coartada de estar ocupados con mi cuerpo. Pero siempre he sospechado de la maldita Claudia, que por cierto ahora sale con Simón, aprovechando las consecuencias de este hecho luctuoso.

Lo único que me consuela, señoría, es que sigo intacta en lo fundamental. En el fondo sigo siendo la misma chica inocente que me enseñaron a ser, aunque haya perdido a mi novio, el cariño de mi padre y la buena reputación que tanto me había costado defender hasta entonces.

Gracias, señoría, pero no hacía falta que viniese a secarme las lágrimas, desde el principio vi que era usted un buen hombre. No sabe usted lo que me reconforta, también, este abrazo. Si usted pudiera ayudarme, si pudiera archivar el caso… por falta de pruebas, circunstancias atenuantes… no sé. No sé qué será esto que tiene usted bajo la toga señoría, pero no será… no irá usted, no… no… ¡Cielos! No me suba el jersey, por favor, deje quieta mi falda… Ya entiendo que es culpa mí, que una chica como yo contándole estas cosas… que le he calentado demasiado… Lo siento… Pero, señor juez, no siga por ahí, que alguien podría entrar en cualquier momento y qué iba pensar… Una chica como yo… un hombre como usted, por favor… no…  Señoría, si no puede pensar en su reputación, piense en la mía.